lunes, 24 de diciembre de 2007

Para celebrar “Cristianamente” la Navidad

En medio de la voracidad consumista, del desenfreno comercial y de la paganización que está caracterizando la temporada decembrina, además de la abudante proliferación y divulgación de apócrifos sobre Jesús de Nazaret que atentan contra los fundamentos de la fe cristiana, se oscurece la esencia, el sentido, la significación de la Navidad y los cristianos corremos el riesgo de olvidar lo que en ella celebramos y las implicaciones que esta conmemoración anual tiene para nuestra vida cristiana y eclesial y para todo hombre y mujer de buena voluntad.


La memoria del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, que los católicos celebramos en el tiempo litúrgico de la Navidad tiene como inspiración, fundamento y fuente los datos que del nacimiento e infancia de Jesús nos proveen los escritos del Nuevo Testamento y, concretamente, los evangelios de Mateo y Lucas que son los que se ocupan de esta etapa de la vida de Jesús de Nazareth.


Para una lectura “inteligente” de la Biblia y, con ello, una celebración “cristiana” de la Navidad, es preciso distinguir y diferenciar en todos los relatos bíblicos dos tipos de datos con los que se contruye todo relato humano y se consigna por escrito la urdimbre de la humanidad: los datos históricos y las confesiones de fe.


Los Datos históricos son todos aquellos que tienen evidencia tangible y comprobable en nuestras categorias espacio/temporales, constatables - por ello mismo - por el universo de las personas. Están, incluso, presentes en narraciones extrabiblicas, por ejemplo: que existieron personajes y acontecimientos tales como un grupo esclavo de los egipcios, el destierrro a Babilonia, Jesús de Nazareth, su predicación, su muerte en cruz, los primeros discípulos, Pedro y Pablo, la fundación de las primeras comunidades cristianas, las persecuciones, etc...


Las Confesiones de fe son todos aquellos datos válidos sólo para una comunidad o grupo de personas y nacen de una experiencia particular. Por ejemplo: Jesus “es el “Señor” o “la Luz del mundo” son confesiones de fe válidas sólo para los cristianos. Las confesiones de fe constituyen la prioridad y el aspecto principal en la intencionalidad teológica de los escritores sagrados pero no son posibles sin un fundamento histórico.


En otras palabras, si bien la primera y principal intencionalidad de los escritores sagrados es teológica, es decir, confesar y proclamar la fe en Jesucristo (para el caso de los del Nuevo Testamento) y no la de relatar hechos históricos al modo como hoy y en nuestra mentalidad cronológica y cronométrica lo entendemos, es posible, sin embargo, encontrar en los relatos bíblicos y neotestamentarios datos históricos que soportan e hicieron posible la experiencia con Jesús y que dieron lugar a las confesiones de fe. Confesiones de fe que, en otra época y en distintos contextos y circunstancias históricas, son las que conectan a los cristianos de hoy y de siempre con la misma fe de los primeros cristianos confesada y proclamada en el Nuevo Testamento.


Algunos de los datos históricos y de las confesiones de fe que encontramos y diferenciamos en los llamados “relatos de la infancia” de Jesús de Nazaret en los evangelios de Mateo y Lucas son los siguientes:


Datos historicos: Un varón llamado Jesús nace en tiempos del rey Herodes, cuando salió un edicto de empadronamiento de Cesar Augusto, siendo Cirino gobernador de Siria. Sus padres son José y María, quienes, en cumplimiento de la ley mosaica lo circuncidaron y presentaron en el Templo. El niño crece en Nazaret y allí se fortalece llenándose de sabiduría


Confesiones de fe: Con los relatos de las genealogías, la anunciación a María y a los pastores, su concepción virginal, su nacimiento en Belén y en un establo, la presentación de José como de la estirpe de David, la persecusión de Herodes, la adoración de los magos, el viaje a Egipto, la visitación, la circuncisión y la presentación en el Templo... las comunidades cristianas de Mateo y Lucas quieren confesar y confiesan ( a la luz de la Pascua) al Resucitado, ya desde niño, como el centro, el esperado y plenitud de la historia (de Israel - en Mateo - que lo emparenta con personajes de la talla de David y Abraham y de la humanidad - en Lucas - que lo emparenta con Adam), como el Hijo de Dios, el Señor, el Mesías anunciado por los profetas del Antiguo Testamento que tenían en David el modelo de rey de Israel, rey de reyes, luz de las naciones, gloria de Israel, nacido entre y como los pequeños del mundo para ser su salvador, el salvador de Israel y de todos los pueblos, con quien estaba la gracia de Dios. También a María, José y otros personajes (Simeón, Ana, Juan el Bautista, Isabel, los pastores...) se les reconoce y confiesa como fieles cumplidores de la voluntad del Padre y, por ello, benefactores de las promesas consignadas en el Antiguo Testamento.


Todo lo anterior es lo que los cristianos recordamos, confesamos y celebramos en el tiempo litúrgico de la Navidad.