lunes, 2 de junio de 2008

Benedicto XVI y los Hispanos

Es muy pronto para evaluar el verdadero impacto, significación y consecuencias, que - en el futuro próximo – pueda tener entre los hispanos católicos y no católicos residentes en los Estados Unidos la pasada visita a Nueva York del Papa Benedicto XVI. Sin embargo, me atrevo aquí a consignar por escrito, desde ya, unas primeras impresiones.

Volver a los números, a las estadísticas, a los datos últimos y oficiales del Censo de los Estados Unidos nos ayuda para tener una mejor idea de la importancia que va cobrando y que de hecho ya tiene la presencia de la Comunidad Hispana en esta Nación: se estima que un 68 por ciento de los 45 millones de hispanos que viven en los Estados Unidos se consideran católicos y, entre ellos, más de la mitad de los católicos menores de 25 años son hispanos. Así las cosas, los católicos hispanos están muy cerca de constituirse en la mitad de la población católica de esta nación que ronda los 70 millones; al tiempo que, sumada y gracias a la presencia hispana, Estados Unidos es hoy el tercer país con mayor número de católicos del mundo, después de México y Brasil.

No ha de extrañarnos pues la evidente y numerosa presencia que la Comunidad Hispana Católica hizo en todos los actos programados para la visita del Papa Benedicto XVI a las ciudades de Washington y Nueva York con motivo de la clausura de la celebración del Bicentenario de la fundación Arquidiócesis de Baltimore y las Diócesis de Boston, Filadelfia, Nueva York y hoy Louisville. Laicos y ministros ordenados hispanos dijeron “presente”, cantos litúrgicos en español se dejaron oír en todas las celebraciones y “vivas” espontáneos en la lengua de Cervantes animaron todas las jornadas con el Papa.

Por su parte, Benedicto XVI no ignoró la importancia que la Comunidad Hispana tiene para esta Nación en general y para el presente y el futuro de la Iglesia Católica en los Estados Unidos. Por ello, rompiendo el protocolo que ordena hablar en inglés como lengua oficial en los Estados Unidos se dirigió con palabras dirigidas en exclusiva a los hispanos, en cada una de sus celebraciones el Papa tuvo mensajes en español y nos alentó diciéndonos, entre otras cosas: «No se dejen vencer por el pesimismo, la inercia o los problemas… La Iglesia en los Estados Unidos, acogiendo en su seno a tantos de sus hijos emigrantes, ha ido creciendo gracias también a la vitalidad del testimonio de fe de los fieles de lengua española. Por eso, el Señor les llama a seguir contribuyendo al futuro de la Iglesia en este País y a la difusión del Evangelio. Sólo si están unidos a Cristo y entre ustedes, su testimonio evangelizador será creíble y florecerá en copiosos frutos de paz y reconciliación en medio de un mundo muchas veces marcado por divisiones y enfrentamientos».

En la Ciudad de Nueva York, durante el encuentro con los jóvenes, el Papa les presentó a seis católicos como modelos de vida cristiana, de santidad. Entre ellos, un hispano: el Venerable Padre Félix Varela, a quien en Cuba se le reconoce como un gran intelectual y patriota, entre nosotros, como el insigne sacerdote y misionero que fue, incesante defensor de la fe, fundador de tres periódicos católicos y vicario general de la Arquidiócesis bicentenaria.

Especial importancia tiene en la actualidad, para los Estados Unidos y para La Iglesia Católica que aquí peregrina, todo lo que atañe a la Comunidad Hispana y, especialmente, lo referente al tema migratorio. Este fue tema obligado en la reunión privada que Papa y Presidente de los Estados Unidos sostuvieron en la Casa Blanca tal como se presenta en el Comunicado Conjunto que Santa Sede y Gobierno de los Estados Unidos emitieron: ambas partes abordaron y coincidieron en la necesidad de una política urgente, digna y justa con respeto a los inmigrantes y el bienestar de sus familias.

Para la Iglesia Católica en los Estados Unidos, el tema migratorio se ha ido convirtiendo en el más acuciante de la actualidad, en la prueba de su fidelidad al Evangelio de Jesucristo y, por tanto, en la medida de su autenticidad cristiana. Es en este tema en el que la Iglesia tiene que ser “Madre” y “Maestra de humanidad”, “voz de los que no tiene voz”, “Sacramento de Cristo” como Jesús, en su tiempo y circunstancias, lo fue del Padre: como espacio de compasión y misericordia para los más necesitados, los indefensos, los marginados…

Mediante Agencias de las Caridades Católicas, Oficinas Diocesanas para el Ministerio Hispano, Servicios de Inmigración y Clínicas con diversos servicios a los inmigrantes, a Iglesia Católica en los Estados Unidos manifiesta la responsabilidad que tiene como “Madre” por el presente y futuro de los inmigrantes en este país, de su legalización, de su justa y plena inserción a la vida de la sociedad norteamericana. Por ello, la defensa de los inmigrantes de parte de la Iglesia no está reñida con la legalidad del asunto. Muy por el contrario, la Iglesia aboga por un sistema justo, equitativo, humano y respetuoso de los derechos civiles de cada persona tal como lo postula y defiende la misma Constitución de los Estados Unidos.

Pero, perversamente, en un año electoral, el tema migratorio se ha escogido como tema-bandera, demagógico y politiquero para ocultar y distraer la atención del público sobre otros, más grandes, más graves y más reales problemas que enfrenta el presente y el Gobierno de esta Nación. Y es que temas como la guerra, la recesión económica, el desempleo, el alto costo de la vida, el bajo nivel académico y la falta de oportunidades educativas, la falta de programas de salud, la crisis hipotecaria, la crisis de las grandes empresas y la corrupción administrativa… no pueden continuar siendo eludidos, evitados, evadidos, escondidos, disimulados y postergados usando como “sofisma de distracción” el tema que toca a los más débiles: el tema de los inmigrantes que, en busca de mejores oportunidades de vida, han construido - con sudor y lagrimas – y construyen hoy la grandeza de esta Nación y a cambio reciben como paga el desprecio, la explotación laboral, el mal trato, la discriminación, la persecución, la marginación, el empobrecimiento y la postergación social. No sobra, entonces, recordar aquí, que los políticos y la política están para legislar en bien de toda la nación y del bien común de todos sin excepción y no para jugar vilmente con los intereses y los sentimientos de las clases menos favorecidas.

El viaje del Papa nos recuerda, además, que la verdad de la “catolicidad”, es decir, de la universalidad de la Iglesia se juega, como pocas veces en la historia, en la realidad presente y eclesial de los Estados Unidos donde no podemos ser dos iglesias que pertenecen a dos estratos sociales diferentes: el de los dominadores y el de los dominados; sino una y única Iglesia, la de creyentes en Cristo que nos enseña a vivir en la fraternidad universal que brota del Mandamiento Nuevo del Amor.

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