miércoles, 30 de diciembre de 2009

FELIZ 2010, PERO…

Nos aprestamos a la llegada de un año nuevo, el que será el 2010 de la era cristiana. Este advenimiento nos llena de buenos propósitos, de alegría y de esperanza por alcanzar los proyectos que no se realizaron o quedaron inconclusos en el año que termina.
Los hispanos y católicos de los Estados Unidos esperamos, especialmente, que el 2010 sea el año de la reforma migratoria: el año de una ley, lo más humana, generosa y justa posible, que permita la integración social y legal, total y plena, de los millones de inmigrantes que en esta Nación, como en Europa, no gozan de plenas garantías constitucionales ni del pleno acceso a los beneficios sociales, por falta de documentación que los acredite como ciudadanos bienvenidos, documentados y legales en el territorio de los Estados Unidos de Norteamérica (o de Europa) pero que, sin embargo, se constituyen en la población que con su sacrificado trabajo – aunque nunca suficientemente valorado – sostienen la difícil situación económica de esta Nación y del Mundo.

En los últimos años hemos sido testigos de un fenómeno social contrario a esta aspiración social y legal: los medios de comunicación y fenómenos sociales cada vez menos esporádicos de agresiones privadas y/o publicas dan cuenta de un creciente racismo, de una peligrosa y creciente discriminación, explotación y marginación social de los inmigrantes indocumentados, mal llamados “ilegales”.

Estas posturas inhumanas e injustas, este discurso discriminatorio, racista y anti-inmigrante, esconde intereses oscuros y siniestros: el interés de perpetuar en el ostracismo a una gran masa de población que – por indocumentada – pueda seguir siendo explotada; una población que – por marginada y no-reconocida – pueda seguir siendo maltratada, pisoteada, usada y abusada laboral y socialmente. Es un discurso que oculta esta gran verdad: las corrientes migratorias, tanto en Estados Unidos como en Europa, no son queridas, deseadas, aceptadas ni reconocidas por la vía del derecho pero sí por la vía de hecho para convertirlas en mano de obra barata, en población que empuja y levanta la economía de conglomerados sociales, los mismos que quieren mantener en el engaño y la marginalidad social a sus trabajadores “indocumentados”.

En nuestra tradición religiosa Judeo-Cristiana la dignidad, el bien-estar y el servicio al ser humano ha de estar siempre por encima de gobiernos, de intereses y de leyes. El 2010 tiene que ser, entre nosotros y con el aporte y la participación de todos, el año en que se reivindiquen los mejores y más altos valores de la persona-en-sociedad. Continuar con el doble discurso en el que por un lado se ensalzan los valores humanos y cristianos y, por el otro y simultáneamente, se pisotea, afrenta y desprecia la dignidad y el derecho de millones de inmigrantes a vivir en condiciones justas, equitativas y humanas – bien ganadas por el valor de su trabajo y el aporte económico y social – es hipócrita, deshonesto y desdice de una sociedad, la norteamericana como la europea – que se proclama fundadora y defensora de lo mas excelso en humanidad y en democracia.

Que en el 2010 la globalización alcance no sólo a los intereses geoestratégicos, económicos y políticos de esta Nación. Que la globalización se constate en un espíritu ecuménico por el que todos los hombres y mujeres nos sintamos en cada lugar como ciudadanos del mundo, con un lugar digno en la tierra que es de todos. Que la globalización se constate en un espíritu fraterno y universal que alcance para lograr – al fin - la inserción plena y total de los inmigrantes en esta Nación que tanto nos da pero que tanto recibe de todos cuantos hemos llegado aquí buscando mejores condiciones de vida a costa de enormes cuotas de esfuerzo, de trabajo, de renuncias y sacrificios.

Tradicionalmente, al comienzo de cada año nos deseamos un “feliz y próspero año nuevo”. El 2010 será feliz y será próspero para todos en la medida en que por encima del egoísmo y la hipocresía de unos pocos se anteponga el interés social que clama por una ley migratoria para el beneficio de las mayorías. En este interés todos hemos de comprometernos pues a todos nos beneficia. FELIZ Y BENDECIDO 2010!

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Navidad y la lógica de Dios

Navidad es un tiempo en la liturgia católica con el que cada año rememoramos el nacimiento de Jesús de Nazaret, a quien los cristianos confesamos como Nuestro Señor y Salvador. La Navidad, memoria de aquella primera natividad es, por tanto, un pasado que se actualiza en nuestro presente y que nos compromete en la construcción de un futuro “cristiano”.

Los dos evangelios del Nuevo Testamento (Mateo y Lucas) que contemplan el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo tienen ambos, como intencionalidad teológica de los autores, la confesión de Jesús como Mesías, primero experimentada en la compañía, la enseñanza, la pasión, muerte y resurrección de Jesús y luego confesada verbalmente y puesta por escrito.

Los datos históricos sobre el nacimiento de Jesús, más lejanos en el tiempo para los autores de los dos evangelios mencionados y de menor importancia teológica frente al ministerio público, la pasión, muerte y resurrección de Cristo, deben ser leídos, también, como todo el evangelio y como los cuatro evangelios, “a la luz de la pascua”. Vale decir, a la luz de esa experiencia transformadora de sus vidas que experimentaron los primeros discípulos después de la muerte de Jesús y por la que un primer grupo de hombres y mujeres confiesan que Cristo vive, ha resucitado y es el Mesías, el esperado de todos los tiempos, en quien se han cumplido, con nuevo contenido, todas las promesas mesiánicas del Antiguo Testamento.

Pero, qué hay de datos históricos propiamente tales en los llamados “relatos de infancia”?. La tradición oral que llega hasta la consignación por escrito de estos relatos en Lucas (evangelista de este nuevo ciclo litúrgico “C” que hemos iniciado con el primer domingo de adviento) asegura que Jesús nació varón, en condiciones de pobreza, hijo único de José y María, en tiempos de un empadronamiento convocado por Cesar Augusto, siendo Cirino gobernador de Siria.

Estos datos históricos están, como en todo relato humano y como el resto de datos históricos de Jesús en los evangelios, envueltos en la intencionalidad teológica de los autores y en las confesiones de fe de la primitiva comunidad cristiana: de la estirpe de David (de donde debía surgir el Mesías , por ello el parentesco de José y la mención de Belén); la actuación del ángel (con todas sus intervenciones nos habla de un acontecimiento/nacimiento en el que el protagonista es Dios mismo, como debía suceder según lo profetizado desde el Antiguo Testamento para el Mesías).

Así, los pastores, Simeón, Ana, los doctores del Templo, los vecinos de Nazaret, los primeros cristianos y los cristianos de todos los tiempos, reconocemos “en el niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” al Señor y Salvador de los tiempos, al principio, centro y culmen de nuestra felicidad y vida eterna.

Esta confesión, como tiempo después lo predicará y escribirá Pablo de Tarso, rompe con la lógica griega y judía, rompe con los moldes de la sabiduría del mundo, rompe con los esquemas de poder del imperio romano y estable ce una nueva lógica, una nueva sabiduría, la sabiduría de Dios, según la cual “el que se engrandece será humillado y el que se humilla será enaltecido”, “levanta de la basura al pobre…,” y al “rico lo despide vacio”. Lógica según la cual Dios “elige lo que no es para confundir a lo que es”.

Por eso Navidad es conmemoración pero es protesta. En Navidad los cristianos desde el pesebre (como desde la necedad y la locura de la cruz) protestamos contra la lógica con la cual se construye el mundo y las relaciones entre los seres humanos. En Navidad, desde la humildad del pesebre, los cristianos protestamos contra la ostentación que deja a tantos hambrientos, contra el consumismo que deja a tantos en situación desigual e inhumana, contra el lujo, el derroche y el despilfarro que afrenta a tantos que no tienen nada.

La Navidad es, por ello mismo, acontecimiento y confesión de la solidaridad de Dios con los que lo necesitan para poner en El toda su confianza y esperanza. Por ello también, en el Niño Jesús y en su pesebre renace la esperanza de las mayorías, de los despreciados y marginados de los sistemas sociales actuales.

Es esta esperanza la que da sentido a la alegría que se manifiesta por todo el mundo en Navidad. Pero el actuar de Dios y su sabiduría nos comprometen, en el presente, a los cristianos a construir un mundo según el querer de Dios y la lógica del pesebre (y la cruz) y no según la lógica del mundo. Pues los discípulos “estamos en el mundo pero no somos del mundo”.

Amigos y amigas, me congratulo con todos ustedes en esta Navidad 2009 y pido al Niño Dios que a todos nos bendiga, nos ilumine y nos de fuerza para construir nuestras vidas, nuestras familias, nuestros trabajos y labores, todos nuestros proyectos personales y sociales, según la lógica que nació con Jesús en el pesebre de Belén. FELIZ NAVIDAD!

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Un “Río de Luz” en Nueva York

A la derecha del Altar Mayor de la Catedral de San Patricio, es decir, en un lugar privilegiado, desde hace años se expone para la veneración de los devotos un cuadro con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.

Cómo llegó allí el cuadro, quiénes fueron los protagonistas de esta gesta, qué acontecimientos se sucedieron hasta que la imagen de la Señora del Tepeyac alcanzó el lugar especial de veneración que tiene hoy en Nueva York es una historia que merece ser contada y consignada por escrito. Me propongo, en estas líneas, relatar hitos de esa historia:

La pintura tiene por autor a un artista anónimo del siglo XVIII. Se cree que se trata de un exitoso pintor discípulo del gran artista y maestro mexicano Miguel Cabrera y es un regalo de la Arquidiócesis de México a la sede catedralicia de los católicos en la Ciudad de Nueva York adquirida en la Galería de Arte de Enrique Romero en la Ciudad de México y traída hasta aquí personalmente por el entonces Arzobispo y Primado de México el Eminentísimo Señor Cardenal Ernesto Corripio.

El 8 de diciembre de 1991, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, es la fecha mariana en la que el Cardenal Corripio presentó a su hermano, el entonces Cardenal de Nueva York John O’Connor, en solemne celebración litúrgica, el cuadro en mención de Nuestra Señora de Guadalupe.

En aquel acto litúrgico estuvieron presentes el cónsul general de México, señor Manuel Alonso y la Señora Rosa María Quijano; señora que fue protagonista, motor y donante principal para que este celebrado evento fuese posible.

El cuadro original de nuestra señora de Guadalupe impreso, entre rosas, en la tilma del indio San Juan Diego en aparición acaecida el 12 de diciembre de 1531 se encuentra permanentemente expuesto en la nueva Basílica construida en su honor y para su veneración en la Ciudad de México.

La palabra “Guadalupe” significa “río de luz”. Hoy podemos decir que son ríos de fieles devotos los que a diario acuden a honrar a la Madre de Dios y Madre nuestra bajo la advocación de la Virgen Morena, Mexicana, Latinoamericana, Americana y Amerindia, en el hermoso cuadro colonial en la Catedral de San Patricio. Para la visita del Papa Juan Pablo II a Nueva York el cuadro de la Guadalupana en mención fue trasladado y colgado sobre el altar mayor para presidir la visita del Santo Padre a la Catedral y para el rezo del santo rosario que guió el Pastor universal ante la venerada imagen.

Pero la ubicación prominente que tiene hoy el cuadro en el contexto catedralicio, vale decir, en el lugar que fue del tabernáculo de la Catedral, a la derecha del altar mayor, tiene también su historia entretejida de señales, de prodigios, en los que pareciera que - después de una serie de dificultades puestas a la exposición del cuadro en la Catedral, por la no consonancia de la pintura con el mármol y la piedra que prevalecen en la construcción de San Patricio - la Virgen misma encontró un lugar preeminente dónde ser venerada y desde donde acompañar la vida de sus hijos.

La señora Margarita Perusquia, es protagonista de primera plana en esta historia. Como fundadora de la Organización “Mensajeros de María de Guadalupe”, se ha dedicado con su institución a difundir en Nueva York y en todos los Estados Unidos la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, devoción mariana que encarna lo latinoamericano y que reúne, en la mejor simbiosis, lo más valioso de nuestros orígenes, nuestra historia, nuestra fe y nuestra cultura.

Fue una solicitud de Margarita Perusquia al entonces Arzobispo de Nueva York: Terence Cardenal Cook, para que le permitiese erigir un altar en la Catedral donde venerar a la Guadalupana, lo que originó esta historia que hoy inspira y atrae a tantos devotos, no sólo en Nueva York sino en todo el continente y allende los mares.

La misma solicitud, con las mejores muestras de paciencia y perseverancia cristiana, fue hecha por Margarita en reiteradas ocasiones a los Cardenales Cook y O’Connor. Estos, en su momento, la remitieron a hablar con los sucesivos párrocos o rectores de la Catedral, quienes - a su turno - le negaban la solicitud por, como señalé anteriormente, la no consonancia de la pintura con los materiales, la arquitectura y el arte de la iglesia Catedral.

Fue, como quedó dicho, el 8 de diciembre de 1991, cuando el Cardenal Mexicano Ernesto Corripio, celebrando en solemne Eucaristía en la Catedral, presenta y dona el cuadro de la Virgen al Cardenal John O’Connor, quien - emocionado - preguntó a la multitud, dónde querían que se expusiera el cuadro: en su casa, en su oficina o en la catedral; a lo que el pueblo creyente respondió a viva voz: “Aquí, en la Catedral”.

Año y medio se paseó al cuadro de la Guadalupe por rincones inadecuados de la Catedral, pero – pronto - la cotidiana muchedumbre de peregrinos, las ofrendas, las velas, las flores…. presionaron a las autoridades catedralicias para encontrar un mejor y más adecuado lugar para la veneración de la imagen de la Virgen Morena.

Sirvan estas líneas para dejar constancia escrita de esta historia, para enaltecer y agradecer a quienes hicieron posible esta gesta religiosa y para congratularme con todos mis hermanos mexicanos y latinoamericanos en el día en que los católicos celebramos alegres la solemnidad de nuestra Señora de Guadalupe, patrona de México y primada de América.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Adviento: La espera de la Esperanza

Con el tiempo de adviento comienza otro año en la vida litúrgica de los católicos. Adviento es vocablo latino que significa espera de lo que ha de venir, expectación de algo que está en advenimiento, de lo que llega, de lo que vendrá y plenificará el presente.

Que sería de la vida del ser humano sin la esperanza! Naufragaríamos en el mar de la incertidumbre, del sufrimiento, del dolor, del mal, sin que nada nos alentara a seguir confiando, luchando, trabajando, proyectando, amando, confiando, creyendo, esperando…
Los cristianos somos, esencial y fundamentalmente, hombres y mujeres de esperanza. Es decir, hombres y mujeres que viven en permanente adviento: en la espera de que el nacimiento de Dios llegue en la navidad, en la espera de los encuentros cotidianos con Dios mediante su creación, mediante el hermano especialmente el más pobre, mediante la liturgia, mediante los sacramentos, mediante tantos signos y circunstancias que Dios se nos acerca y viene a nuestro encuentro cada día. El cristiano vive en la espera de que las promesas de Dios lleguen a su cumplimiento, que el Reinado de Dios triunfe sobre el reinado del mundo, que la misericordia de Dios triunfe sobre el desamor y que el poder de Dios venza sobre los podercitos mezquinos del hombre.

Pero el cumplimiento de estas esperanzas, para que - como dice el salmo del adviento – en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente, exige que los cristianos construyamos, con nuestros hechos y palabras, con nuestros anuncios y denuncias, nuestros comportamientos, actitudes y trabajos, espacios y tiempos en los que la esperanza cristiana sea posible, es decir, espacio-tiempos en los que el Reinado de Dios se haga presente por medio nuestro.

Así, la esperanza que esperamos nos saca de una actitud resignada y pasiva y nos mueve a construir la esperanza que esperamos, el cielo y la tierra nueva que anhelamos. Más aún, el cristiano sabe que las esperas cotidianas de felicidad se plenifican sólo en nuestra esperanza: Cristo y su vida en nosotros. La esperanza cristiana no es una esperanza que se agota en las satisfacciones temporales y efímeras sino que empuja todo nuestro presente hacia un futuro plenificador y totalizante en Dios.

Adviento, este tiempo litúrgico que antecede a la espera de la navidad, es - más que un tiempo litúrgico - una actitud de vida y un compromiso personal y comunitario del creyente y de los que en Iglesia creemos en el Evangelio de Jesucristo y de un mundo en el que lo divino nazca, aparezca y se manifieste en lo más humano y cotidiano de nuestra historia presente.

De esta esperanza que no se agota en el día a día, de la esperanza que anima todos nuestros instantes, de la esperanza infinita y sin condiciones, de la esperanza que no pasa y no muere, de la esperanza que nos abre al mas allá de esta intrahistoria limitada, de la esperanza que vence toda forma de mal, de dolor y de muerte nos habla la liturgia en este tiempo de Adviento.

Hoy más que nunca urge vivir el espíritu del Adviento. Nos circundan por todas partes manifestaciones de crisis: crisis del espíritu humano, crisis de logros que otrora soñó la humanidad, crisis de confianza en lo que puede el hombre y sus instituciones, hay crisis de confianza en los gobiernos, en los regímenes, en los modelos políticos y económicos, hay desconfianza entre los pueblos y las naciones, hay incredulidad en los lideres espirituales, hay desilusión, hay desesperanza porque hay hambre y mil formas de inequidad, de injusticia, de violencia y de muerte. Hay un sentir colectivo según el cual nuestro presente es de no-futuro. Hay incertidumbre, hay pérdida del sentido de la vida, hay angustia, vivimos tiempos difíciles en todos los ámbitos del quehacer humano y sin embargo, la liturgia católica, en este tiempo de Adviento nos invita, una vez más, a la espera de la Esperanza, al compromiso y construcción de tiempos mejores…

Deseo a todos que este Adviento 2009 nos llene de esperanza, de un aliento siempre renovado para hacer posible nuestra Esperanza: el Evangelio de Jesucristo entre nosotros, vivido y anunciado por nosotros, para la construcción de un mundo mejor, más justo, más humano y con ello más según el querer de Dios.

lunes, 23 de noviembre de 2009

La Memoria del Corazon


Cada año, cuando llega el Día de Acción de Gracias, evoco el episodio aquel del evangelio en el que sólo uno de 10 leprosos curados, un extranjero, regreso a Jesús para agradecerle la curación y para dar gloria a Dios.

La tradición histórica de esta Nación nos invita un día cada año a dar gracias. Es la fiesta, sin duda, que más congrega, la más familiar y la más nacional de todas las celebraciones en los Estados Unidos. La tradición de esta fiesta se remonta a una gesta histórica que no todos conocen pero que la mayoría celebra, porque la actitud y la acción de ser agradecido y de dar gracias es una tendencia profundamente humana y, por ello mismo, profundamente divina.

Los cristianos tenemos en la eucaristía la fuente, el fundamento, el principio y el fin de la vida cristiana. El vocablo griego eucaristía significa, precisamente, acción de gracias. Es decir, que la postura más auténtica y genuinamente cristiana es la de vivir dando gracias a Dios que nos da todo cuanto somos y tenemos gratis.

En la actual llamada sociedad de consumo, el privilegio que le damos al dinero y al tener sobre el ser nos impide recordar siempre y en toda circunstancia que no somos auto-suficientes, que no nos auto-abastecemos a nosotros mismos, que otros trabajan para darnos los bienes y servicios de los cuales disfrutamos, que todos necesitamos de todos para vivir, que somos, además de animales racionales, seres profundamente solidarios en el bien y en el mal, seres sociales y que, como hombres y como creyentes, estamos insertos en la obra creadora cuya dinámica es la de servir.

La toma de conciencia de nuestro ser social y de nuestro protagonismo en medio de una creación en la que todo sirve ha de ayudarnos a vivir cada día en actitud de servicio y de agradecimiento.
Es la capacidad de abrir nuestros sentidos y de tomar conciencia de todo cuanto somos y tenemos lo que permite la acción de gracias. La consecuencia de esta toma de conciencia agradecida no se deja esperar: el ser humano agradecido es un hombre o mujer alegre, confiado, humilde, esperanzado… en esa presencia amorosa que nos circunda por todas partes a la que los cristianos llamamos Santísima Trinidad.

Cuando Jesús nos enseña a percibirlo todo como gratis, exhorta, al mismo tiempo, a darlo todo gratis. Es decir, que todo don recibido de Dios nos compromete a ponerlo y ponernos al servicio de nuestros hermanos en un estilo de vida que no consiste en acaparar egoístamente la vida sino en servirla a favor de todos especialmente de los más necesitados. La gratitud, el agradecimiento, entonces son actitudes que piden de cada uno de nosotros la construcción de espacio-tiempos en los que todos los seres humanos tengan la capacidad, la posibilidad y la alegría de agradecer.

La gratitud es una actitud pero es, por ello mismo, un compromiso. Por ello, el día de acción de gracias agradecemos pero regalamos… Ojalá que, más que cosas, regalemos nuestro tiempo, nuestra presencia, nuestra vida y no sólo un día al año sino todos los días de nuestras vidas.

Que todos tengan un feliz día de acción de gracias. Que todos podamos agradecer siempre y ayudar siempre a que otros tengan motivos para agradecer siempre!

martes, 22 de septiembre de 2009

Coincidiendo con los festejos por la Independencia de México y terminando con la celebración de “el encuentro de los dos mundos,” entre septiembre y octubre de cada año, celebramos en los Estados Unidos el llamado MES DE LA HERENCIA HISPANA decretado así por el Congreso de esta Nación y por proclama oficial de la Casa Blanca.

Hablar de la presencia hispana en este País es, en nuestros días, una obviedad. Las cifras así lo confirman y el último Censo Poblacional Nacional nos aproxima a cuarenta y siete millones de hispanos residentes en esta Nación, a los que habría que sumar los tres millones de residentes en la Isla de Puerto Rico.

Y la presencia hispana en la vida de esta Nación no es reciente, es desde siempre. El mundo hispánico estuvo aquí incluso antes de la llegada de los peregrinos, cuando desde 1550 hombre como Pedro Menéndez de Aviles, junto con otros, recorrieron y explotaron a lo largo y ancho el territorio que hoy constituye la Unión americana y se establecieron en lo que hoy es “La Florida”, antes de que los británicos lo hicieran en Jamestown. Indudablemente, hemos hecho historia en esta Nación, hemos estado presentes en sus grandes gestas y hemos contribuido enormemente al desarrollo de los Estados Unidos.

Por esta presencia tan creciente, tan evidente y de cifras tan abrumadoras, temas tales como el de la inmigración o el de la legalización de inmigrantes indocumentados están hoy en los primeros titulares de los medios de comunicación y entre las principales preocupaciones de las instituciones que dirigen el rumbo de esta Nación. De la misma manera, la existencia de un senador de origen hispano en los Estados Unidos, además de treinta y dos representantes también hispanos en el Congreso de los Estados Unidos nos habla de lo innegable de la presencia hispana en la sociedad norteamericana actual.

Nuestra presencia aquí ya es insoslayable, pero la sola presencia numérica no nos da la autoridad. La autoridad proviene del hecho de ser autores, vale decir protagonistas, y no es simples espectadores, de nuestro propio devenir en el devenir histórico y social de esta Nación. Solo entonces merecemos respeto y reconocimiento.

No basta con que seamos muchos, no basta con la cantidad, es necesario y urgente la calidad. ES decir, hemos de cualificar nuestra presencia hispana y como hispanos en esta Nación. Además de la cantidad numérica se requiere la calidad de la Comunidad Hispana para la debida inserción (no asimilación) social, religiosa, política, económica, cultural y académica en la vida de este País.

Circunstancias como la celebración del MES DE LA HERENCIA HISPANA, nos brindan la ocasión para internarnos en el conocimiento de nuestro presente, de nuestros retos actuales y para avizorar, de la manera más adecuada nuestro futuro como comunidad Hispana en la Unió Americana.

Necesitamos cuestionarnos y cuestionar situaciones, entre otras tantas, tales como:
  • La falta de un debate adecuadamente liderado, organizado, razonado, razonable, respetuoso, equitativo, solidario y justo sobre el tema migratorio.
  • Que sentido y significación tiene nuestra presencia en la situación de guerra que vive el País y en la que cientos de jóvenes hispanos han ofrendado sus vidas.
  • Que relación tienen nuestro enorme poder de compra (novecientos billones de dólares al ano) con nuestros niveles de presencia competente y competitiva, además del reconocimiento en el mundo económico y comercial de los Estados Unidos.
  • A sabiendas de que en la niñez y en la Juventus esta el porvenir, es muy preocupante el alto índice de deserción escolar entre los niños y jóvenes hispanos en los Estados Unidos, al tiempo que un alto numero de ellos se sumergen en el mundo de las bandas delincuenciales, el uso de las drogas y el alcoholismo, además de otras formas de evasión y vicio.
  • Pero que y a pesar de medianos o altos niveles de preparación académica en terrenos teóricos o empíricos de un buen numero de hispanos, los estándares de vida – en términos generales – de la Comunidad Hispana en esta Nación, permanecen bajos y preocupantes.
  • Por que y a pesar del crecimiento en números de los hispanos que ingresan a los diferentes niveles de gobierno en esta Nación, la comunidad Hispana permanece carente de reconocimiento y de presencia en los niveles definitorios de los destinos de los Estados Unidos.
  • además, la masiva inmigración de jóvenes provenientes de nuestros países sin ninguna o muy poca preparación académica para el ingreso en el mundo laboral de esta Nación, que ha abrazado el consumismo y el tecnicismo como sus mayores banderas, los convierte en presa fácil del materialismo y de una vida vivida sin valores altruistas o trascendentes, llena de ideales truncados. Por lo que nuestra niñez y juventud vienen a ser caldo de cultivo y nicho apetecido por quienes trafican con las miserias humanas.
  • En nuestra presencia aquí y ahora como Comunidad Hispana, donde están nuestros mejores y mas originarios valores históricos, religiosos y culturales aprendidos de nuestras raíces históricas y culturales latinoamericanas tales como el humanismo cristiano, y concretamente católico, que nos exige descubrir en cada ser humano a un hijo de Dios, a un hermano nuestro y a un señor de la naturaleza y de la historia?

La tarea hacia el futuro es ardua y exige la participación consciente responsable, cualificada y generosa de todos los hispanos. Hemos de desarrollar el liderazgo que se requiere para relanzarnos como Comunidad protagonista e la construcción del presente y el futuro de esta Nación. Todo lo cual implica mayor educación, mayor preparación y formación, mayor organización y respeto junto a mayores cuotas de comunicación con la cultura dominante en el compromiso de hacer de esta sociedad una sociedad más viable y más humana. Porque aun perviven – aquí y ahora-0 muchas situaciones de esclavitud o de libertinaje en la Nación que proclama la libertad, aun permanecen muchas situaciones injustas y de injusticias, de atropello a los mas elementales derechos de hombre en la Nación que dice fundamentarse el imperio de el derecho y de la ley, aun constatamos muchas situaciones infrahumanas o inhumanas en una sociedad que predica el respeto por el ser humano.

Los hispanos, necesitamos liderar y protagonizar el surgimiento de una nueva sociedad norteamericana verdaderamente tolerante y fraterna. Sociedad que descubra, por fin, el valor unitario, integral y armónico de todo el Continente Americano; el valor de la unidad americana o “Panamericanidad” por la riqueza que da la diversidad de las diversas naciones, con diversas etnias, historias, lenguas y culturas pero unidas en la misma territorialidad, en la misma tarea de ser felices en el objetivo común de ser pueblos prósperos, mas humanos y humanizados, con menos fronteras y mas solidaridad.

Para que la Comunidad Hispana alcance su mayoría de edad en esta sociedad, necesita hacer una muy profunda reflección sobre su devenir histórico., por lo que, ojala, ocasiones como la celebración de EL MES DE LA HERENCIA HISPANA no se queden y pasen en la exterioridad de unas fiestas sino en el compromiso serio y de todos por construir verdadera, grande y noble “hispanidad” en la vida y desarrollo de esta Nación. Asi, no estemos mas a la deriva y a merced de quienes no nos aceptan, nos explotan o, en el peor de los casos, no quieren sin identidad hispana y totalmente asimilados a la cultura en esta Nación, sin ningún respeto por nuestra herencia.

Que bueno que exista el MES DE LA HERENCIA HISPANA porque es mucho lo que hemos hecho pero muchos mas lo que nos falta por hacer.

domingo, 2 de agosto de 2009

A mi amigo Monseñor Sean O’Malley en el Vigésimo Quinto Aniversario de su Ordenación Episcopal

El 2 de agosto de 1984 Monseñor Sean O’Malley fue nombrado Obispo Coadjutor de Saint Thomas en las Islas Vírgenes.
Agradecido con Dios y con la Iglesia por el don de la vida y el regalo que para todos es el ministerio sacerdotal y episcopal de Monseñor Sean O’Malley, quisiera que estas palabras no fuesen una fría reseña o cronología de datos biográficos sino, sobretodo, el testimonio que sobre la vida de Sean O’Malley hace un amigo que ha sido bendecido con el don de su amistad por las ultimas cuatro décadas.

Mi cercanía a Monseñor O’Malley se remonta a los tempranos años 70’s, cuando él fungía como Director del Apostolado Hispano de la Arquidiócesis de Washington, D.C, entonces pastoreada por el Cardenal William Baum, de feliz memoria.

Desde entonces, la tarea pastoral del padre y luego obispo Sean O’Malley no ha cesado en el intento de abrir espacios evangélicos de compasión y de misericordia en la Iglesia Católica en los Estados Unidos para los más pobres de entre los pobres: los inmigrantes y, entre éstos, con especial cuidado, atención y dedicación, a los hombres y mujeres venidos de pueblos latinoamericanos.

En este empeño evangélico y pastoral porque los inmigrantes y - repito - especialmente los inmigrantes hispanos, encontrasen en la Católica a una Madre que los acoge, protege, defiende y representa en suelo norteamericano y, al mismo tiempo, que los inmigrantes católicos hispanos puedan reconocerse e identificarse como hijos y miembros, en igualdad de condiciones, de la Iglesia Católica que peregrina en los Estados Unidos, el padre Sean O’Malley empeñó sus mejores esfuerzos fundando el Centro Católico Hispano en la Ciudad de Washington, D.C. con sede en un vetusto edificio en el que, hoy recuerdo, intervenciones del padre O’Malley organizando huelgas y luchando para solicitar y lograr los servicios básicos y, en general, mejores condiciones de vida para los residentes de aquel edificio, en su inmensa mayoría, inmigrantes muy pobres.

Con este mismo espíritu, auténticamente evangélico y misionero, recuerdo al padre O’Malley aproximándose a la vida y a la dura realidad de las empleadas domésticas – provenientes en su mayoría de Centroamérica - que trabajaban en las embajadas acreditadas en Washington ante la Casa Blanca y la OEA y en las más diversas organizaciones nacionales e internacionales que en esa ciudad tienen asiento, para auxiliarlas y acompañarlas en su promoción y dignificación humana y en sus reivindicaciones laborales y sociales.

Las condiciones de vida de aquellas empleadas domésticas: maltratadas y sometidas a condiciones prácticas de esclavitud, ofrecían la ocasión para que el padre Sean O’Malley, en compañía de religiosas hispanas, organizara la defensa de sus derechos y la protección necesaria de aquellas mujeres frente a la explotación y en contra de los abusos e injusticia de los empleadores.

Estas primeras incursiones e inserciones en el mundo del inmigrante hispano permitieron al padre O’Malley descubrir un sin número de situaciones, de condiciones, de circunstancias y realidades que, por injustas e infrahumanas, reñían, y riñen aún hoy, con el evangelio de Jesucristo. Ungido por el espíritu del fundador de su comunidad religiosa: el poverello de Asís y movido por la misma compasión de el de Nazaret que se apiada de quienes viven como ovejas que no tienen pastor, el padre Sean O’Malley, se afanaba, y se afana hoy, porque los inmigrantes puedan conocer - para insertarse más y mejor - el estilo de vida de la sociedad en los Estados Unidos y la manera como funciona lo que podríamos llamar el “sistema” norteamericano

De manera casi anecdótica, estoy queriendo subrayar aquí dos rasgos ciertos y prominentes en la personalidad y en la vida del hombre y del cristiano Sean O’Malley:

  • Su capacidad de compasión y de misericordia que – como el Maestro de Nazaret - lo ha movido a obrar siempre para solucionar la urgencia del hermano en necesidad y
  • Su evangélica y franciscana opción por la vida en pobreza y dedicación pastoral a los más pobres, pequeños, marginados y despreciados de la sociedad.

Me parece que estos dos rasgos, compasión y pobreza, definen y explican suficientemente lo que ha sido la trayectoria vital y existencial de este hombre, de este amigo, de este hermano, de este sacerdote, de este obispo por el que hoy nos alegramos y con el que hoy agradecemos al Dios de la Vida abundante.

Para orientar a los inmigrantes hispanos en su proceso de adaptación e integración al modo de ser y hacer Iglesia en los Estados Unidos y, en general, a la sociedad norteamericana, el padre Sean O’Malley funda, en la Arquidiócesis de Washington, un programa radial y un medio de comunicación escrito aun vigente llamado El Pregonero. Estas fundaciones, que continuarán más tarde en las Islas Vírgenes, etc, nos descubren el permanente y creciente interés de Monseñor O’Malley por los Medios de Comunicación Social como instrumentos para la Evangelización, hasta llegar a ser el primer obispo en los Estados Unidos, y probablemente en el mundo, que mantiene comunicación con su grey mediante un “blog” personal.

La conmocionada y agitada situación vivida por los pueblos de América Latina en los 70’;s y 80’s: revueltas, golpes de Estado, revoluciones, etc., fue seguida con especial interés por el padre O’Malley quien, en sus homilías y celebraciones con los hispanos en la arquidiócesis de Washington, no omitió mencionar los abusos a los derechos humanos que, por entonces, se daban al sur del continente americano. Todo lo cual provocó desconfianza de parte de gobiernos y organismos latinoamericanos contra la persona y la tarea pastoral del padre O’Malley.

En estos “años calientes” en América Central (gobierno sandinista y guerra civil en El Salvador, etc.) el padre O’Malley viaja por Centroamérica y establece relación con líderes como el Cardenal Obando y Bravo en Nicaragua, Rivera y Damas y Arnulfo Romero en El Salvador y crea programas de cooperación pastoral con Iglesias particulares de América Latina, en pos de lograr más y mejor atención a los problemas y a las necesarias soluciones requeridas por los inmigrantes provenientes de aquellas naciones.

Al Cardenal Willam Baum lo sucede el bueno e inolvidable Cardenal James Hickey quien, como su antecesor, alienta la tarea pastoral y misionera del padre O’Malley y lo postula – hace ya cinco lustros - a la Santa Sede como Obispo.

En el año 1974 el padre O’Malley participa del Primer Encuentro Regional de Pastoral Hispana de la Región Nordeste de los Estados Unidos conformada por treinta y seis Diócesis. En esa ocasión y ante la presencia de los cardenales Baum de Washington, Kroll, de Philadelphia, Cooke de New York, Medeiros de Boston, Aponte Martínez de Puerto Rico como invitado observador y el Delegado Apostólico de la Santa Sede, Monseñor Jadot, el padre O’Malley propone la creación de una Oficina Regional para la Pastoral Hispana de la Región Nordeste con sede en la Ciudad de Nueva York. Este Centro Pastoral abre sus puertas el año 1976, oficina y centro pastoral del que fui su fundador y director por más de veinticinco años. A partir del Encuentro en mención, el padre Sean O’Malley resultó elegido Presidente de la Junta de Directores de la Oficina Regional del Nordeste y, al mismo tiempo, Presidente de la Asociación de Directores Diocesanos del Apostolado Hispano de la Región Nordeste de los Estados Unidos.

Bajo el liderazgo el padre O’Malley en estas posiciones del Apostolado Hispano, se establece una línea permanente de cooperación entre distintas diócesis de América latina y Oficinas del Apostolado Hispano del Nordeste con un importante intercambio de agentes para la evangelización (sacerdotes, religiosas), programas de de formación inter-cultural, abundante producción de materiales para la catequesis, la liturgia y la tarea evangelizadora y misionera entre los hispanos. También son de esta época la creación de la escuela de lenguas con la cooperación de la diócesis de Brooklyn y la publicación del primer leccionario oficial en español para el uso litúrgico en los Estados Unidos, así como la realización de los primeros estudios sociológicos sobre la integración hispana en la Iglesia de los Estados Unidos dirigidos por el padre Joseph Fitz Patrick y por el padre Roberto González, hoy arzobispo de san Juan en Puerto Rico

A los afanes sacerdotales y pastorales, hay que sumar las virtudes y logros intelectuales de Monseñor O’Malley. En esta materia hago notar su Doctorado en las lenguas portugués y español de la Universidad Católica de Washington, doctorado realizado a través del conocimiento en profundidad de las grandes obras de los más grandes en el mundo las artes y letras de América Latina.

De la autenticidad cristiana de Monseñor O’Malley, de su riqueza intelectual y espiritual, de su amistad, de su generoso y fructífero desempeño ministerial presbiteral y episcopal se han beneficiado, han sido bendecidos y pueden dar agradecido testimonio los destinatarios de su pastoreo en las diócesis que sucesivamente ha regentado: Islas Vírgenes, Fort River, Palm Beach y Boston.

En la figura de este humanista cristiano que es Monseñor Sean O’Malley, de este gran intelectual, destaca también, además de su gran amor por la Iglesia de la que es Cardenal y príncipe distinguido, un rasgo definitorio y definitivo: su gran amor y lealtad por sus amigos, entre lo que me cuento agradecido y bendecido.

Ad multos annos Monseñor O’Malley! Que Dios nos siga bendiciendo con la certeza de su amistad, con la alegría de su presencia, con la generosidad de su humanidad, con las luces de su sabiduría y con la misericordia y presencia de Dios en medio de nosotros, manifestada en su sacerdocio.

domingo, 28 de junio de 2009

Por caminos diversos…

Con la celebración de la solemnidad de los apóstoles PEDRO y PABLO culmina, este 29 de junio de 2009, el llamado AŇO PAULINO, convocado por el Papa Benedicto XVI para profundizar en la vida y obra del hombre, del convertido, del cristiano, del teólogo y escritor, del misionero Saulo/Paulo de Tarso.

Es mucho lo que los cristianos debemos a la vida y obra de estos dos pilares del cristianismo, quienes iluminaron con su ser y actuar la primera alborada de la Iglesia y marcaron, con estilos y visiones sobre la tarea evangelizadora diversas pero siempre cristianas, los primeros senderos por donde habría de enrutarse la predicación del evangelio de Jesucristo, empezando por Jerusalén hasta llegar a todos los confines de la tierra.

PABLO quien, con su afán de contar al mundo la buena noticia del evangelio acaecida como acontecimiento salvífico en su propia vida, abre esas primeras rutas de evangelización por el mundo entonces conocido, por lo que, con sobrada razón, merece y recibe el titulo del Apóstol de los Gentiles. A diferencia de Pedro, Pablo saca el acontecimiento cristiano de los puros moldes judíos veterotestamentarios y se lanza a la aventura de hacer conocer la buena noticia que fue, en su misma vida, el acontecimiento Cristo.

Porque si algo es claro y evidente en la vida, predicación, escritos y viajes de Pablo, es una honda experiencia de la gratuidad absoluta de la fe. Según Pablo, es Cristo quien toma gratuitamente la iniciativa en el “encuentro” y en toda su novedosa experiencia religiosa cristiana. Por eso toda la reflexión sobre la fe en la predicación y los escritos de Pablo es de tipo vivencial, experiencial, gratuito y para la salvación/felicidad de todos los hombres, en contraste con lo que después y hasta hoy fueron y son ciertos tipos de teología excesivamente racionales y etéreos.

Muy significativo resulta en nuestros días y, muy especialmente en nuestro contexto social y cultural, lo que podríamos llamar el “multiculturalismo paulino”, es decir, la capacidad que tuvo Pablo de conocer muy bien, de convivir y de reconciliar con las culturas vigentes y preponderantes de su espacio/tiempo: la semítica o judía y veterotestamentaria, la helénica y la romana. Capacidad que muestra y queda patente en su predicación, en sus escritos pero, sobre todo, en su afán apostólico y misionero.

Pablo entendió bien que la nota de la “catolicidad” o “universalidad” de la Iglesia supone, efectivamente, la posibilidad real de que todos los hombres y mujeres, reconociéndonos hermanos, hijos del mismo Padre de Nuestro Señor Jesucristo, construyan un mundo como una sola mesa, alrededor del único pan de Vida que es Cristo.

Catolicidad/universalidad de la Iglesia que, por tanto, no sabe de discriminaciones, de distingos, de diferencias, de estratificaciones, de fronteras, de muros, de colores, de estados o estilos de vida, de condiciones sociales, etc. Catolicidad que hoy, urge tanto vivir al interior de la misma Iglesia Católica, en la relación de las iglesias cristianas entre sí y en la relación de la cultura “estadounidense” con el resto de hombres y mujeres que – para el engrandecimiento de esta Nación - aquí llegan en busca de mejores condiciones de vida, provenientes de tantos y tan diversos rincones de la tierra.

Así, esta nota de catolicidad/universalidad, esencial en la vida cristiana, vivida petrina y paulinamente contiene, ella misma, la semilla y los frutos de un auténtico ecumenismo que cumpla con el deseo del mismo Jesús: “Que todos sean uno”

PEDRO, por su parte, cabeza de la Comunidad Eclesial desde aquellos días de pesca y de caminos por Galilea junto a Jesús y los otros once, adelantado en el anuncio del hecho transformador de la vida de los primeros cristianos por el que confiesan al Crucificado vivo y resucitado y guía de las primeras comunidades cristianas como nos consta por los testimonios neotestamentarios, nos enseña – entre tantas cosas – que la responsabilidad y autoridad de los dirigentes de las comunidades cristianas está en relación directa con la capacidad de reconocimiento del propio pecado, del arrepentimiento sincero, de la conversión autentica, del amor verdadero y del poder ejercido como servicio y entrega por Cristo y su evangelio, hasta dar la vida por los hermanos.

Bien canta la unidad en la diversidad que es y debe ser la Iglesia de Jesucristo el Prefacio Eucarístico en la Solemnidad en la que rendimos tributo a la memoria y santidad de Pedro y Pablo:

“Pedro, el primero en confesar la fe,
Pablo, el maestro insigne que la interpretó,
Pedro, fundó la Iglesia primitiva con el resto de Israel,
Pablo, la extendió a todas las gentes.
Por caminos diversos,
los dos congregaron la única Iglesia de Cristo
y a los dos, coronados por el martirio,
celebra hoy tu pueblo con una misma veneración.”

Hoy podemos decir que la vida y obra de PEDRO Y PABLO resumen bien la promesa, el anhelo de renovación y de recuperación del autentico ser, visión y misión de la Iglesia de Jesucristo expresado por el Concilio Ecuménico Vaticano II: que la Iglesia sea evangélica en su interior y profética hacia el exterior, es decir hacia el mundo.

domingo, 12 de abril de 2009

Nuestra alegría,nuestra esperanza!


Dos mil años atrás, los primeros cristianos, un puñado de hombres y mujeres que habían seguido y acompañado a Jesús de Nazaret durante su ministerio público, confiesan alborozados que el Crucificado, “el que mataron colgándolo de un madero”, les cambió la vida, los sacó de una condición vieja y los transformó en hombres y mujeres nuevos, con nueva mentalidad, una nueva manera de ser, estar y obrar en el mundo. Cambio de vida a partir del cual creen, confiesan, proclaman y celebran que Jesús está vivo, que Cristo ha resucitado, que la última palabra de Dios-Padre sobre la vida de su Hijo no es muerte sino vida, que la resurrección de Cristo significa el triunfo de la vida sobre la muerte, del bien sobre toda manifestación y experiencia de mal en el mundo, lo cual abre en la historia de la humanidad un horizonte nuevo, una posibilidad a la esperanza que no muere.

Transformados por el muerto al que ahora confiesan vivo, precisamente por el cambio de vida obrado en ellos, los primeros cristianos se lanzan por el mundo a compartir y predicar con hechos y con palabras la buena nueva de la Resurrección y consignan por escrito sus confesiones de fe junto a datos históricos que acontecen en sus pequeñas comunidades creyentes, nuevas, fraternas y eucarísticas.

Todo lo cual significa que la Resurrección es, antes que un cuerpo doctrinal fundamento de la religión cristiana, una experiencia de vida nueva, de vida transformada, de vida abundante y en contra de cualquier manifestación de mal, de pecado, de muerte. La Resurrección que celebramos es una convicción que sustenta y se manifiesta en un estilo de vida nuevo por el que los cristianos se comprometen y esperan en la construcción de un mundo mejor, vale decir, máas divino en lo profundamente humano.

Contra toda manifestación de mal, contra toda expresión inhumana y deshumanizadora, contra toda agresión a lo humano y a la humanidad, contra todo lo que afrenta a la imagen y semejanza de Dios en sus criaturas, cada cristiano y el cristianismo – por la Resurrección de Cristo – se levanta para protestar y proponer la posibilidad de un mundo más equitativo, más justo, más solidario, más vivible, más fraterno, más humano.

Resurrección entonces es una confesión de fe, es una celebración, es la fiesta litúrgica, pero es - ante todo - el compromiso personal y eclesial de ser cotidianamente en y para el mundo, un espacio/tiempo de esperanza en medio de la desesperanza, un signo de alegría en medio de la tristeza, un espacio de misericordia en medio de tantas formas de egoísmo, división y violencia, una oportunidad para la paz en medio de la guerra, el dolor y la muerte. Esta es la tarea evangelizadora de la Iglesia, en esto reside la razón de ser y existir de la Comunidad Cristiana, esto constituye su identidad y su misión en el mundo.

Nunca más oportuna, nunca más conveniente pero nunca más comprometedora la celebración de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo – y de nosotros con El y en El – en un mundo en crisis, en una sociedad urgida de hombres y estructuras nuevas, novedosas, transformadas. Nunca como hoy urge vivir y compartir todo lo que significa confesar que Cristo Vive!.

“Pascua” es palabra hebrea que significa “paso”: “paso” del mar rojo a la libertad, “paso” de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la vida sin Cristo a la vida en El, del odio al amor, de la indiferencia al compromiso solidario, de un mundo sin Dios a un mundo construido para la humanización que es divinización.

Que la celebración “pascual” de estos días signifique la renovación de nuestro principal compromiso cristiano de manera personal y eclesial: ser para un mundo en crisis signos de la vida nueva y abundante que Cristo nos ofrece. Felices Pascuas!

domingo, 5 de abril de 2009

LA SEMANA SANTA “El que entrega su vida…”

La Semana Santa es la Semana Mayor de los cristianos. En ella, especialmente en el llamado “Triduo Pascual”, los cristianos conmemoramos y celebramos en apretada síntesis los acontecimientos que, acaecidos en la vida de Jesús de Nazaret, constituyen los pilares en los que se fundamenta nuestra fe cristiana: su pasión, su muerte y su resurrección. Porque, como dice el Apóstol Pablo: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe y vana también nuestra predicación”.

El pórtico de la Semana Santa es el Domingo de Ramos: la conmemoración de la entrada de Jesús a Jerusalén y la lectura del drama de la pasión y muerte de Jesús constituyen un anticipo de lo que conmemoramos días después en el Triduo Pascual: la pasión y condena del inocente, su muerte con la que refrenda un estilo de vida que El mismo vive y predica como sinónimo de felicidad: dar la vida por los que amamos sin cuidarla egoístamente porque “el que guarda su vida la pierde pero el que entrega y gasta su vida por el evangelio la salva y gana para la eternidad…” y la resurrección, con la que Dios-Padre convalida todo la vida y obra de Jesús de Nazaret como “el camino, la verdad y la vida” que Dios quiere y sugiere, en Jesús, para todo hombre y mujer de buena voluntad.

La vida toda de Jesús, especialmente en la liturgia católica de la Semana Santa, se nos propone como un modelo de humanidad, como la vocación primera a la que hemos de aspirar todos los que nos reconocemos criaturas e hijos de Dios-Padre en Jesucristo; pues “el misterio que es el hombre se esclarece en el misterio del verbo encarnado: Jesucristo”. (GS 22)

Así, hoy como ayer, las esperanzas, el dolor, el sufrimiento y el mal que todo hombre experimenta en la tarea cotidiana de ser hombre y mujer, queda - especialmente en la Semana Santa y concretamente en Jueves y Viernes Santo – iluminada por el dolor y los padecimientos del de Nazaret quien, confiadamente, pone su vida y destino en las manos del Padre (“…pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” ) al mismo tiempo que la Vigilia Pascual, ilumina nuestra sed de infinitud, nuestra esperanza, nuestro anhelo de trascendencia, nuestros sueños de vida plena, nuestras proyecciones respecto de un futuro que no se agota en el aquí y ahora de la historia espacio-temporal.

Porque la Resurrección, confesión de fe sobre el triunfo de la vida sobre la muerte en Jesús, es – al mismo tiempo - confesión en que en el destino último y definitivo del hombre no triunfa la muerte sino la vida, no triunfa la desesperanza sino la esperanza, no triunfa el mal sino la bondad misericordiosa de Dios. Pero esta confesión de fe nos empuja y compromete a construir con nuestros hechos y palabras, con todas nuestras actitudes y comportamientos espacios de vida abundante en el aquí y ahora de nuestra historia. La vida plena que esperamos en el más allá comienza en el más acá de nuestras esperas cotidianas. El cielo nuevo ha de empezar por una tierra nueva.

La Semana Santa retrata, como ningún otro tiempo litúrgico, la paradoja y misterio de la vida humana en la concreta vida de Jesús de Nazaret y, con ello, toda la paradoja del misterio cristiano que es poder desde la debilidad y que es salvación desde la locura que supone el madero de la cruz. Porque nosotros – como dice – Pablo predicamos a Cristo Crucificado, escándalo para el mundo pero para nosotros “poder y fuerza”.

Que de esta Semana Santa, conmemorando lo vivido por Jesús y lo acontecido con El dos mil años atrás, saquemos poder y fuerza que ilumine nuestras historias personales y comunitarias y nos abra en esperanza a la celebración de la Pascua litúrgica y de la Pascua definitiva que esperamos y vamos construyendo en el ya pero todavía no de nuestra historia presente.

domingo, 22 de marzo de 2009

Para que entre el aire fresco del Evangelio…

Este año recordamos el 50 Aniversario de la sorprendente convocatoria que hiciera el Papa Juan XXIII para la celebración de un Concilio Ecuménico en la Iglesia Católica que tomó el título de “Vaticano II”. Son solamente algo más de veinte los Concilios que a lo largo de sus ya veinte siglos de existencia ha celebrado la Iglesia Católica. El último, el Concilio Ecuménico Vaticano II, fue convocado con la intención clara de motivar una “puesta al día” (aggiornamento) de la Iglesia en el Mundo, con la consecuente tarea renovadora que tal propósito exigió en el ser, quehacer y misión de la Iglesia. Es decir, en el estilo de vida de todos los miembros del Pueblo de Dios (jerarquía y laicado), en la liturgia y en la tarea pastoral y evangelizadora de la Iglesia en el mundo.

Propósito que implicó un examen de conciencia serio y profundo respecto de la fidelidad y la indefectibilidad de la Iglesia al Evangelio de su Fundador, un arrepentimiento sincero frente a errores pasados y el abandono de viejas prácticas y modelos más acordes con “sociedades perfectas” del mundo que con la Comunidad de los creyentes en Cristo, además de un deseo sincero de conversión y renovación espiritual y material por parte de todo el Pueblo de Dios que peregrina por todos los rincones del orbe y a nivel de todas las estructuras que componen la Institución eclesial católica en el mundo.

No ignoramos que durante veinte siglos de historia y de tránsito de la Institución de la Católica en el mundo ha estado expuesta a la contaminación que supone servir más a las filosofías o ideologías que al evangelio de Jesús de Nazaret, más al dinero que a Dios, más al Antiguo que al Nuevo Testamento, más al Derecho Canónico que a los principios del Evangelio y más al poder y la pompa del mundo que a los más pobres a quienes su servicio ha de estar particularmente y privilegiadamente destinado. Por lo que el Concilio Vaticano II representó, en su momento, una oportunidad única para que la Iglesia se adecuase a los nuevos tiempos, a las nuevas urgencias, a los nuevos desafíos que el hombre y el mundo de hoy plantean a su tarea evangelizadora.

Desde el día del anuncio de su convocatoria, el 25 de enero de 1959 hasta el día de su clausura el 8 de diciembre de 1965, el Vaticano II probó ser el acto más importante de la historia de la Iglesia en sus últimos 450 años de historia. La mayoría de los Concilios anteriores provocaron divisiones y rupturas al interior de la Iglesia. Este ha sido el único Concilio que, sin provocar cismas ni graves discordias (exceptuado el minúsculo grupo de lefevristas que rechazaron las innovadoras propuestas del Concilio y, de otro lado, algunos representantes de corrientes intelectuales que buscaban mayor aceleración y radicalismo en las enseñanzas e interpretaciones doctrinales del Vaticano II) motivó y dio inicio a grandes e importantes transformaciones en el seno mismo de la Iglesia, en consonancia con los cambios del mundo contemporáneo. El Concilio Vaticano II, sin menoscabo del depósito de la fe y en continuidad histórica con el Magisterio de la Iglesia que mana de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia recuperó, sin embargo, importantes temas que habían sido descuidados o relegados en siglos pasados tales como: la colegialidad de los obispos, el sacerdocio de todos los bautizados, la teología de la iglesia local y la importancia y centralidad de la Sagrada Escritura y de la Eucaristía en el ser y quehacer eclesial.

El Concilio Vaticano II se distanció del método y lenguaje dogmático de otros concilios ecuménicos como el de Trento y el Vaticano I, se abstuvo de pronunciar condenas y, teológicamente, fue el fruto de los movimientos de renovación desarrollados en el siglo XX en el campo bíblico, patrístico, de estudios medievales, en teología litúrgica y en conversaciones ecuménicas. Vaticano II es fruto, además, del encuentro y dialogo con nuevas corrientes filosóficas y científicas, del replanteamiento de las relaciones entre la Iglesia y el mundo y del nuevo rol que habrían de jugar los laicos en la tarea evangelizadora de la Iglesia.

Como a todas las realidades del mundo y de la Iglesia, los cambios y renovación propuestos por el Concilio Vaticano II tocaron también al mundo Hispano Católico en los Estados Unidos; por lo que, en 1972, los Hispanos Católicos se reúnen y convocan al Primer Encuentro Nacional de Pastoral, al que seguirán el Segundo en 1977 y el Tercer Encuentro en 1985, todos celebrados en la ciudad de Washington D.C. Fueron estos encuentros intentos muy loables de buscar la comunión, la participación y la integración del mundo de habla Hispana a la Iglesia Católica en los Estados Unidos; esfuerzos que posteriormente fueron opacados por las recriminaciones y sospechas que se dieron durante la década de los 70’s y los 80’s, además de los ulteriores escándalos sexuales del clero. Todo lo cual, repito, puso freno a los esfuerzos de cambio y renovación que buscaba el laicado Hispano Católico en el seno de la Iglesia Católica en los Estados Unidos.

El Concilio Vaticano II significó un nuevo Pentecostés en la Iglesia y, en los últimos 50 años, la Iglesia Católica ha experimentado cambios vertiginosos en el seno mismo de la comunidad creyente y en el transcurrir histórico de la humanidad pero los frutos del Concilio, tanto para la jerarquía como para el laicado son, sin lugar a dudas, una experiencia única de vitalidad y enriquecimiento en la historia del catolicismo.

El Pontificado de Benedicto XVI, lanza hoy al catolicismo a re-descubrir la vida interior y personal mediante un acercamiento a las Escrituras y a buscar mayor cercanía y diálogo con el resto de las Iglesias del mundo Cristiano; pero en esta conmemoración cincuentenaria es bueno que volvamos a preguntarnos si la Iglesia de hoy, que somos todos, sigue siendo fiel al espíritu renovador del Papa “bueno” Juan XXIII al convocar el Vaticano II. Es decir, si somos fieles a la responsabilidad que tenemos como Iglesia de responder e iluminar las urgencias del hombre y del mundo, en todo tiempo, circunstancia y lugar, con la luz del Evangelio y sin anclarnos en la seguridad y comodidad que da el pasado por conocido. Más todavía, que nos preguntemos si la Iglesia de hoy permanece con sus puertas y ventanas abiertas para que por ellas circule, en beneficio de toda la humanidad, el aire fresco y siempre nuevo del evangelio de Jesucristo.

martes, 10 de marzo de 2009

Ay de mi si no predico el Evangelio (1 Cor 9,16)

Saulo (nombre hebreo) Pablo (nombre de familia romano) son los nombres con los que conocemos al gran apóstol, y fundamento de la catolicidad. Lo poco que conocemos de Pablo de Tarso nos llega a través de dos fuentes: sus propias cartas y el libro de los Hechos de los Apóstoles. Nos es desconocida la fecha exacta de su nacimiento pero – según los más importantes teólogos paulinos como Joseph A. Fitzmyer – conviene ubicarla en la primera década después de Cristo.

Pablo nació en la Ciudad helenística de Tarso y desde su nacimiento disfrutó de la condición de ciudadano romano por lo que podemos decir que en su mente caben brillantemente las tres culturas de su momento: la semítica- judía de sus padres (hebreo, judío y fariseo), la helénica (cultura dominante) y la romana (la del imperio en el que al apóstol le correspondió vivir). Esta triple visión del mundo, esta triple dimensión cultural aparece constantemente en sus escritos y le permite al apóstol gran versatilidad para adaptarse a cada distinto auditorio y para predicar adecuadamente y pretender alcanzar a todos los hombres del mundo entonces conocido con la predicación del evangelio de Jesucristo.

Esta personalidad cosmopolita, esta versatilidad cultural en Pablo, explica sobradamente el título que honrosamente le damos de “Apóstol” de la gentilidad. Gracias a esta apertura cultural, a esta visión “globalizada” (permítaseme el término) del mundo, Pablo se constituyó en el predicador y misionero más importante de los primeros días de la Iglesia y gracias a su tarea evangelizadora podemos decir, sin lugar a dudas, que la Buena Nueva de Jesucristo salió de los recodos y caminos de la Galilea para alcanzar, hasta hoy, a todo hombre y mujer de buena voluntad que llega a este mundo, en todos los rincones de la tierra.

Qué impulsó a Pablo a esta misión a la que desde el momento de su conversión dedicó incondicionalmente el resto de sus días? Cuál fue el motor de tarea apostólica? Cuál fue su “fuerza” y su motivación?: La certeza de haber encontrado la felicidad que todo hombre y mujer busca y anhela en este mundo en el Evangelio que – en su Teología – es la persona misma de Jesucristo. Desde ese encuentro personal que tuvo con Jesús, al que perseguía, en la persona de los cristianos, relatado con la simbología propia de los textos bíblicos, Pablo se dedicó por entero a contar a otros las maravillas obradas por Cristo en El. Maravillas entendidas por Pablo como obras del Crucificado para la salvación de los hombres. Una salvación/felicidad que, según Pablo, ha de llegar y alcanzar a todos sin distingos de razas, condiciones, nacionalidades, edades, etc.

Por ello, la afirmación fundamental de la Resurrección de Jesucristo en Pablo nace de una experiencia personalísima inefable: el Crucificado cambió su vida y si transformó su vida revistiéndola de una nueva mentalidad es porque el Crucificado “Vive”!. Esta confesión de fe primordial en el “evangelio” de Pablo no nace, pues, de una tarea de tipo intelectual sino de una experiencia cotidiana avalada y reconfirmada por el testimonio de los primeros creyentes: esos primeros cristianos (hombres y mujeres mártires de las primeras horas del cristianismo) a los que el mismo Pablo perseguía vehementemente impulsado y en perfecta coherencia por el ardor de sus anteriores convicciones farisaicas.

Porque si algo es claro en la personalidad de Pablo es su autenticidad: primero vivió auténticamente como el mas fariseo de los fariseos y – desde su encuentro con Cristo – vivió auténticamente como “cristiano”.

Son muchos los aspectos de la vida de Pablo que piden ser rescatados para iluminar nuestra coyuntura histórica y eclesial actual, entre otros:

· Su visión cosmopolita del hombre y del mundo: su apertura y acogida a toda cultura y a todo hombre y mujer reconocido como hermano en Cristo en contra de la visión petrina que pretendía encerrar el evangelio en los límites del Israel de entonces y en contra, hoy, de visiones xenofóbicas, discriminatorias, divisionistas, etc., que con el disfraz de “globalizadoras” permiten el bienestar acumulado en manos de unos pocos en contra y a costa de la marginación, el empobrecimiento y la miseria de grandes mayorías.

· Su ardor misionero en la tarea de propagar el Evangelio de Jesucristo.

· Su enorme generosidad en la tarea de salvar/hacer felices a todos felices/salvos con la Buena Nueva de Jesucristo a costa de grandes sacrificios (persecuciones y cárceles sin cuento).

· Su experiencia cristiana de tipo experiencial antes que nocional.

· Su predicación y posterior reflexión teológica consignada por escrito en sus cartas que brotan de la experiencia cotidiana de saberse amado y salvado/feliz gracias a la intervención cotidiana de el Crucificado/Resucitado en su vida.

· El haber logrado establecer entre términos teológicos bíblicos vetero y neo testamentarios para designar la obra salvífica de Dios tales como salvación, redención, expiación, liberación, justificación, etc., con el anhelo fundamental de toda persona: ser feliz-en-Cristo. Porque en Pablo, la vida-en-Cristo tiene una función clara: el acontecimiento-Cristo es para hacernos felices, es decir, para salvarnos, para darnos vida eterna, vida abundante; esa que el mismo Pablo encontró camino a Damasco.

Que estas líneas nos animen a conocer más y seguir de manera más auténtica al Apóstol Pablo en la misión que todos tenemos como bautizados: vivir y predicar, con hechos y con palabras, el Evangelio de Jesucristo que es, como para Pablo, nuestro poder, nuestra fuerza, nuestra salvación, nuestra felicidad, nuestra vida eterna, la plenitud de nuestra existencia y de la historia humana.