domingo, 12 de abril de 2009

Nuestra alegría,nuestra esperanza!


Dos mil años atrás, los primeros cristianos, un puñado de hombres y mujeres que habían seguido y acompañado a Jesús de Nazaret durante su ministerio público, confiesan alborozados que el Crucificado, “el que mataron colgándolo de un madero”, les cambió la vida, los sacó de una condición vieja y los transformó en hombres y mujeres nuevos, con nueva mentalidad, una nueva manera de ser, estar y obrar en el mundo. Cambio de vida a partir del cual creen, confiesan, proclaman y celebran que Jesús está vivo, que Cristo ha resucitado, que la última palabra de Dios-Padre sobre la vida de su Hijo no es muerte sino vida, que la resurrección de Cristo significa el triunfo de la vida sobre la muerte, del bien sobre toda manifestación y experiencia de mal en el mundo, lo cual abre en la historia de la humanidad un horizonte nuevo, una posibilidad a la esperanza que no muere.

Transformados por el muerto al que ahora confiesan vivo, precisamente por el cambio de vida obrado en ellos, los primeros cristianos se lanzan por el mundo a compartir y predicar con hechos y con palabras la buena nueva de la Resurrección y consignan por escrito sus confesiones de fe junto a datos históricos que acontecen en sus pequeñas comunidades creyentes, nuevas, fraternas y eucarísticas.

Todo lo cual significa que la Resurrección es, antes que un cuerpo doctrinal fundamento de la religión cristiana, una experiencia de vida nueva, de vida transformada, de vida abundante y en contra de cualquier manifestación de mal, de pecado, de muerte. La Resurrección que celebramos es una convicción que sustenta y se manifiesta en un estilo de vida nuevo por el que los cristianos se comprometen y esperan en la construcción de un mundo mejor, vale decir, máas divino en lo profundamente humano.

Contra toda manifestación de mal, contra toda expresión inhumana y deshumanizadora, contra toda agresión a lo humano y a la humanidad, contra todo lo que afrenta a la imagen y semejanza de Dios en sus criaturas, cada cristiano y el cristianismo – por la Resurrección de Cristo – se levanta para protestar y proponer la posibilidad de un mundo más equitativo, más justo, más solidario, más vivible, más fraterno, más humano.

Resurrección entonces es una confesión de fe, es una celebración, es la fiesta litúrgica, pero es - ante todo - el compromiso personal y eclesial de ser cotidianamente en y para el mundo, un espacio/tiempo de esperanza en medio de la desesperanza, un signo de alegría en medio de la tristeza, un espacio de misericordia en medio de tantas formas de egoísmo, división y violencia, una oportunidad para la paz en medio de la guerra, el dolor y la muerte. Esta es la tarea evangelizadora de la Iglesia, en esto reside la razón de ser y existir de la Comunidad Cristiana, esto constituye su identidad y su misión en el mundo.

Nunca más oportuna, nunca más conveniente pero nunca más comprometedora la celebración de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo – y de nosotros con El y en El – en un mundo en crisis, en una sociedad urgida de hombres y estructuras nuevas, novedosas, transformadas. Nunca como hoy urge vivir y compartir todo lo que significa confesar que Cristo Vive!.

“Pascua” es palabra hebrea que significa “paso”: “paso” del mar rojo a la libertad, “paso” de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la vida sin Cristo a la vida en El, del odio al amor, de la indiferencia al compromiso solidario, de un mundo sin Dios a un mundo construido para la humanización que es divinización.

Que la celebración “pascual” de estos días signifique la renovación de nuestro principal compromiso cristiano de manera personal y eclesial: ser para un mundo en crisis signos de la vida nueva y abundante que Cristo nos ofrece. Felices Pascuas!

domingo, 5 de abril de 2009

LA SEMANA SANTA “El que entrega su vida…”

La Semana Santa es la Semana Mayor de los cristianos. En ella, especialmente en el llamado “Triduo Pascual”, los cristianos conmemoramos y celebramos en apretada síntesis los acontecimientos que, acaecidos en la vida de Jesús de Nazaret, constituyen los pilares en los que se fundamenta nuestra fe cristiana: su pasión, su muerte y su resurrección. Porque, como dice el Apóstol Pablo: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe y vana también nuestra predicación”.

El pórtico de la Semana Santa es el Domingo de Ramos: la conmemoración de la entrada de Jesús a Jerusalén y la lectura del drama de la pasión y muerte de Jesús constituyen un anticipo de lo que conmemoramos días después en el Triduo Pascual: la pasión y condena del inocente, su muerte con la que refrenda un estilo de vida que El mismo vive y predica como sinónimo de felicidad: dar la vida por los que amamos sin cuidarla egoístamente porque “el que guarda su vida la pierde pero el que entrega y gasta su vida por el evangelio la salva y gana para la eternidad…” y la resurrección, con la que Dios-Padre convalida todo la vida y obra de Jesús de Nazaret como “el camino, la verdad y la vida” que Dios quiere y sugiere, en Jesús, para todo hombre y mujer de buena voluntad.

La vida toda de Jesús, especialmente en la liturgia católica de la Semana Santa, se nos propone como un modelo de humanidad, como la vocación primera a la que hemos de aspirar todos los que nos reconocemos criaturas e hijos de Dios-Padre en Jesucristo; pues “el misterio que es el hombre se esclarece en el misterio del verbo encarnado: Jesucristo”. (GS 22)

Así, hoy como ayer, las esperanzas, el dolor, el sufrimiento y el mal que todo hombre experimenta en la tarea cotidiana de ser hombre y mujer, queda - especialmente en la Semana Santa y concretamente en Jueves y Viernes Santo – iluminada por el dolor y los padecimientos del de Nazaret quien, confiadamente, pone su vida y destino en las manos del Padre (“…pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” ) al mismo tiempo que la Vigilia Pascual, ilumina nuestra sed de infinitud, nuestra esperanza, nuestro anhelo de trascendencia, nuestros sueños de vida plena, nuestras proyecciones respecto de un futuro que no se agota en el aquí y ahora de la historia espacio-temporal.

Porque la Resurrección, confesión de fe sobre el triunfo de la vida sobre la muerte en Jesús, es – al mismo tiempo - confesión en que en el destino último y definitivo del hombre no triunfa la muerte sino la vida, no triunfa la desesperanza sino la esperanza, no triunfa el mal sino la bondad misericordiosa de Dios. Pero esta confesión de fe nos empuja y compromete a construir con nuestros hechos y palabras, con todas nuestras actitudes y comportamientos espacios de vida abundante en el aquí y ahora de nuestra historia. La vida plena que esperamos en el más allá comienza en el más acá de nuestras esperas cotidianas. El cielo nuevo ha de empezar por una tierra nueva.

La Semana Santa retrata, como ningún otro tiempo litúrgico, la paradoja y misterio de la vida humana en la concreta vida de Jesús de Nazaret y, con ello, toda la paradoja del misterio cristiano que es poder desde la debilidad y que es salvación desde la locura que supone el madero de la cruz. Porque nosotros – como dice – Pablo predicamos a Cristo Crucificado, escándalo para el mundo pero para nosotros “poder y fuerza”.

Que de esta Semana Santa, conmemorando lo vivido por Jesús y lo acontecido con El dos mil años atrás, saquemos poder y fuerza que ilumine nuestras historias personales y comunitarias y nos abra en esperanza a la celebración de la Pascua litúrgica y de la Pascua definitiva que esperamos y vamos construyendo en el ya pero todavía no de nuestra historia presente.