jueves, 29 de diciembre de 2011

Año Nuevo y Desafíos para los Cristianos

Los cristianos, como el griego Heráclito, pensamos que “nadie se baña dos veces en el mismo rio”. Los creyentes en Cristo vivimos - con el estilo de vida de los peregrinos – de camino hacia la Casa del Padre, según una concepción histórica que no es cíclica ni en forma de espiral, tampoco vivimos como en un permanente devenir reiterativo, en un aburrido eterno retorno de las cosas, monótono y sin sentido, sino que concebimos la historia de manera lineal: como una serie sucesiva, ininterrumpida y no repetitiva de sucesos que nos conducen a “las mansiones eternas” (Jn 14,2)

El fin de otro año de la era cristiana es una oportunidad única para evaluar: y la evaluación reviste para el discípulo de Cristo fundamentalmente dos aspectos:


  • Una acción de gracias por la vida, por todo cuanto somos y tenemos, por lo acontecido. Una acción de gracias por todo lo bueno, por lo gozado y disfrutado y, al mismo tiempo, una acción de gracias por lo menos bueno, por lo mejorable, por todo cuanto nos causó sufrimiento y dolor porque gracias a las experiencias de mal y sus conflictos tuvimos la oportunidad de aprender, de superarnos, de luchar y de avanzar… Además de la identificación que con el Crucificado, su pasión y Kénosis, podemos hacer los discípulos en la medida en que leemos y vivimos nuestro dolor a la luz de la Cruz del Señor Jesucristo.


  • Un momento de proyección de nuestro futuro próximo, de cómo queremos vivir el año nuevo 2012 que se avecina. Proyección y planeación que para el cristiano comporta siempre la necesidad de conversión, es decir, de adecuación de nuestra vida a la vida de Cristo y a los principios, criterios y valores de su evangelio. Conversión y adecuación que no sólo implica la vida personal sino que – empezando por ella – supone también la transformación de las estructuras y de las instituciones que conforman nuestra sociedad.


Una somera mirada a nuestra realidad presente nos desafía, nos interpela. Nuestra coyuntura histórica, social y cultural reclama de – todos los que somos y hacemos Iglesia de Jesucristo – una apuesta por los criterios del Reino en contra de las realidades mundanas. Una apuesta por hacer posibles, visibles, vivibles y creíbles realidades como la justicia por la paz, la paz por el perdón, la solidaridad por la fraternidad y la vida en todas sus formas y manifestaciones en contra de una cultura materialista, consumista, individualista, egoísta e inmanentista.

Los grandes problemas individuales (el sin-sentido) y de la humanidad (la inequidad y la injusticia, la corrupción, el hambre, la violencia y las divisiones, el odio y las guerras, además del maltrato al planeta) reclaman de los creyentes en Cristo una vivencia y experiencia autentica de lo que significa ser cristiano, una experiencia religiosa más centrada en la ortopraxis que en la ortodoxia, menos pietista e individualista y más centrada en el hermano pobre (“Porque todo lo que hicisteis o dejasteis de hacer con uno de mis pequeños conmigo lo hicisteis o dejasteis de hacer” Mt 25,31), una religión menos puntual y cultual y más social y pública, menos sacramentalista o ritualista y más pastoral…

Por estos días y en todos los rincones de la tierra nos deseamos un feliz año nuevo. Y que así sea. Pero los creyentes en Cristo sabemos que no será próspero sin nuestro concurso. El Dios de Jesucristo, en el que creemos y esperamos, requiere de la tarea, el esfuerzo, el aporte, la inteligencia, la honestidad, la generosidad, el compromiso del hombre, de todos nosotros. ¡Que el 2012 sea lleno de bendiciones!



jueves, 15 de diciembre de 2011

"Os anuncio una gran alegría…"

El cristiano vive siempre en adviento porque vive siempre en espera del encuentro con el Señor. El cristiano espera, más allá de la muerte biológica, un encuentro personal y definitivo con Dios, pero vive – además - en la espera de los encuentros permanentes, cotidianos e inesperados con la presencia que el Señor hace de mil maneras y bajo las más diversas apariencias: una alegría, una tristeza, un logro, un fracaso, en la salud, en la enfermedad, en un amigo, en la oración personal, en el culto, en un libro, en un consejo, en todo lo que somos y tenemos… podemos descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas y, también, esperamos y nos disponemos cada año al encuentro con el Señor mediante el tiempo litúrgico del adviento que nos prepara para el tiempo litúrgico de la navidad: Tres advientos que se resumen un único adviento: el de toda la vida del cristiano en la espera del Señor que ya viene, que llega, que se acerca, que se presenta, que está con nosotros, que pasa… Presencia siempre inesperada para la que el mismo Jesús nos pide, en el evangelio, estar alerta, despiertos, preparados...

La NAVIDAD, entonces, es un encuentro con Dios que, en el nacimiento y en la persona de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, quiso y quiere estar con el hombre, con nosotros, cada año y siempre… Precisamente Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros es el nombre que los profetas del Antiguo Testamento daban al Mesías, a Aquel que, por fin, instauraría y haría presente el Reinado de Dios.

Para los creyentes en Cristo, para los que en la persona del “niño envuelto en pañales y recostado en el pesebre” (Lc 2,12) reconocemos al esperado de los siglos, al Hijo de Dios, al que tenía que venir al mundo” (Jn 6,14) su nacimiento, conmemorado cada año en el tiempo de la navidad, constituye la mejor, la más grande y más buena noticia que haya escuchado y conocido la historia de la humanidad: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, que es el Cristo Señor…” (Lc 2,10-11)

Esa buena noticia que tuvo como primeros destinatarios a unos pastores es buena noticia para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para todos. Porque todo el género humano busca felicidad es decir, busca salvación, vida eterna, vida plena, vida abundante: precisamente la vida que, con su vida, vive y nos enseña a vivir Jesús.

A pesar de las estructuras sociales de pecado y de mal que generan inequidad y desigualdad y aunque hay pecados personales y sociales que envilecen la convivencia humana y entristecen los corazones, aunque hay muros, egoísmos, rabias, rencores, envidias y divisiones de todo tipo, aunque abundan el hambre, la soledad y el sufrimiento, aunque se intenta siempre y de mil maneras acabar con la paz, la concordia y la vida, aunque hay desesperados y desesperanzados que deambulan sin-sentido…la navidad es la fiesta de los que “esperamos contra toda esperanza” (Rm 4,18) porque Dios-está-con-nosotros y porque la vida toda, los hechos y las palabras de Jesús nos alienten y comprometen en la construcción de un presente y un futuro donde habiten la paz por la justicia, la paz por el perdón, la vida por el amor, el respeto y la solidaridad porque – ahora enseñados por el mismo Jesús sabemos que - todos somos hermanos, hijos del mismo Padre.

Esta buena noticia es la que fundamenta la alegría de los creyentes siempre pero de manera especial en la Navidad. Así, hay quienes nos alegramos en este tiempo de la Navidad por todo lo que contiene y significa el nacimiento de Jesús, el plan de salvación de Dios para nosotros en su Hijo, pero hay quienes se alegran sin conocer o celebrar el contenido de la Navidad.

En Navidad compramos más, regalamos más, compartimos, viajamos, descansamos, enviamos mensajes, nos reencontramos con los seres queridos, adornamos los hogares y las calles, hay más música y más luces… Ojalá que todas estas manifestaciones sociales tengan como trasfondo la alegría por el nacimiento de Cristo; de lo contrario, todo queda reducido a la profana y pagana manifestación de una sociedad materialista y consumista en la que el contenido de estas fechas se diluye y distorsiona, todo pierde sentido y el corazón, como el bolsillo, queda vacío.

Pero gracias a la Navidad la esperanza no muere, nace cada año, ha de nacer todos los días. Contra todos nuestros desmanes y egoísmos, contra todo el mal y todo nuestro pesimismo, en Navidad nace cada año, siempre y tercamente, la Esperanza, nuestra Esperanza: nuestro Señor Jesucristo.