martes, 9 de octubre de 2012

Un Año para la Fe


En el contexto del Sínodo de la Iglesia Católica sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana, se inaugura “El Año de la Fe”.

La vida misma del hombre es un acontecimiento de fe. La existencia de cada ser humano transcurre como una sumatoria de actos cotidianos y permanentes de fe. Fe en la vida, en nosotros mismos, en todo lo que nos acontece y nos circunda. No podríamos vivir sin fe, sin fiarnos (de la comida que nos alimenta, de la silla que ocupamos, de la ducha que tomamos y del tráfico por entre el que transitamos, vivimos confiados el presente y esperamos confiados el mañana…). Vivir es confiar. Por lo que la experiencia de la fe religiosa tiene, primero que todo, una raigambre profundamente antropológica en la experiencia misma que tiene todo hombre y mujer en la tarea cotidiana de ser seres humanos.

La religión es, por antonomasia, una experiencia de fe, o en fe. En la experiencia religiosa el ser humano se fía y confía su vida (su ayer, su hoy, su mañana y su destino último y definitivo) en el poder del Trascendente. Los cristianos tenemos puesta toda nuestra confianza en el Dios revelado en Jesucristo: Padre, Hijo, Espíritu Santo.

Un “Año de la Fe” es una ocasión propicia para ahondar en lo que significa nuestra experiencia humana y religiosa: nuestra experiencia vital confiada – por Cristo, con El y en El – en el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Un “Año de la Fe” es un tiempo providencial para reflexionar sobre la Fe en Cristo y sobre las implicaciones que la experiencia de confiar en Dios tiene en cada una de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestros trabajos y de los ambientes laborales, académicos, políticos y económicos en los que vivimos nuestra existencia.

La experiencia religiosa cristiana es, ante todo, eso: una experiencia, una práctica vital que coincide con la misma existencia humana y que involucra e implica todo el ser y el quehacer del ser humano. La fe de todo ser humano, como la del mismo Jesús de Nazaret, es una experiencia humana, vivida y probada en el transcurrir de cada día y de cada nueva y cambiante circunstancia, según la cual el hombre es capaz de poner toda su confianza y esperanza en el Dios de Jesucristo.

La fe no es entonces ni en primer lugar un cuerpo doctrinal (aunque lo supone y lo elabora) ni un concepto, ni la celebración de un rito. La fe cristiana es una experiencia de vida humana: una vida humana que confía en Dios como:

La fe de Abraham: Gn 22,1-19
La fe de Job: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó” (Job 2,10)
La Fe de Jesús: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,45).
La Fe de María: “Hágase en mí según tu palabra”(Lc 1,26-38)
La fe del leproso: “Si quieres, puedes limpiarme” (Mt 8,1-3)
La del centurión: “Una palabra tuya bastará para sanarme”(Mt 8,5-8).
La de Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece” (Filip 4,13). 

Y como la de tantos hombres y mujeres que en el evangelio y en la historia de la humanidad han puesto toda su confianza en Dios, han puesto su vida en manos del poder y de la misericordia de Dios, nuestro Padre, por Cristo, en el Espíritu.

Así entendida, la Fe cristiana no es un acto conceptual o teórico, ni es un consentimiento conceptual y racional. La fe cristiana tampoco es una práctica aparte, separada, divorciada, distante o al margen de la vida cotidiana. Por el contrario la fe cristiana otorga al hombre y a la mujer cristianos una mirada especial a las circunstancias cotidianas en las que se desenvuelve la vida de todo ser humano.

La distinción y divorcio que hemos hecho entre la experiencia religiosa de fe y nuestro diario vivir produce diariamente contradicciones tales como ésta: sociedades mayoritariamente cristianas poseen, en el concierto mundial, los más elevados índices de inequidad, de injusticia, de violencia, de muerte…   Es decir, sociedades en las que la Fe cristiana no tiene nada que decir a la vida cotidiana del hombre-en-sociedad, en las que la fe religiosa cristiana no ilumina las realidades temporales y mundanas y en las que, por el contrario, la fe parece estorbar las diarias aspiraciones y conquistas humanas.

Para que la fe religiosa cristiana sea más razonada, mejor celebrada, más compartida, mejor predicada pero, sobre todo más y mejor vivida: Bienvenido “el Año de la Fe” cristiana!

lunes, 1 de octubre de 2012

La Nueva Evangelización


Fue en su primer viaje pastoral a Polonia desde Nowa Huta que el Beato Juan Pablo II habló y exhortó sobre la necesidad de una “nueva evangelización” y acuñó dicho término con el que el venerado Papa quería impulsar la tarea y desafío permanente de la Iglesia en el mundo. Esta llamada renovadora a realizar la tarea misionera de la Iglesia con los contenidos sempiternos del Evangelio, que es Jesucristo mismo, habría de ser, según el Papa - “nueva” en el ardor, “nueva” en los métodos y “nueva” también en las expresiones para que Cristo y su evangelio impregnen no como un mero barniz las realidades temporales sino para que Cristo y los criterios, principios y valores de su evangelio lleguen en profundidad al corazón de cada hombre, renueven la existencia de todos, la convivencia entre los hombres y los pueblos y Cristo llegue a ser “la luz del mundo” y la “sal de la tierra”. Una evangelización que alcance a todos los pueblos e impregne de valores evangélicos la cultura y las culturas de todos los rincones del orbe.


El desafío de la “nueva evangelización” exige el testimonio vital y existencial de cada cristiano y de las comunidades eclesiales con la certeza de que el misterio y ministerio de Cristo ilumina y esclarece la vida de los hombres y de los pueblos (GS 22), que en la persona de Cristo y su evangelio encuentran respuesta las grandes interrogantes del ser humano y los mejores anhelos de toda la humanidad y de su historia siempre cambiante. Todo lo cual supone que, en la vida de la Iglesia y en la tarea evangelizadora en el mundo, demos a la Sagrada Escritura la centralidad que le corresponde como fuente de todo lo revelado por la Palabra de Dios que es Cristo mismo: norma normativa no normada de nuestro ser y quehacer como discípulos.

Así, “nueva evangelización” y “Palabra de Dios” se implican y requieren de manera tal que la evangelización desde la Sagrada Escritura resulta siempre renovadora, siempre “nueva”, siempre vigente y la “Palabra de Dios” hace eficaz la tarea de la “nueva evangelización” hoy.