sábado, 7 de abril de 2012

“Para que tengan Vida abundante” (Jn 10,10)


Con la solemnidad de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo los cristianos conmemoramos la principal confesión de nuestra fe. Celebramos que “Al que mataron colgándolo de un madero…Dios lo resucitó” (Hc 2,22ss). Porque si Cristo no resucitó vana es nuestra fe, vana es nuestra predicación y vana también nuestra esperanza (Cfr.1 Cor 15,17).

Esta confesión de fe es la que nos conecta e identifica con los apóstoles, con los primeros discípulos, con los creyentes de los primeros siglos y con los cristianos de todos los tiempos y rincones de la tierra. Esta confesión de fe es la que imprime el carácter y la señal de los cristianos en el mundo como hombres y mujeres de esperanza. Porque en la resurrección de Cristo triunfó la vida sobre la muerte y – por ella – sabemos que el destino último y definitivo del hombre, en el plan del Padre, no es la muerte, el caos, la nada, el absurdo, el fracaso sino la vida y no cualquier vida sino una vida abundante (Jn 10,10).

Pero esta confesión de fe para que sea auténtica ( y no sólo de labios para afuera) ha de nacer hoy de la misma experiencia vital que nació ayer entre los primeros cristianos: una experiencia transformadora de sus vidas por la que se confesaron hombres y mujeres nuevos (Cfr. Ef 4,24; Mt 9,17), renovados en la mente (Ef 4,23), es decir, con una criteriología nueva, con una vida según la lógica del evangelio y la sabiduría de la cruz y no según la lógica del mundo(Cfr. 1 Cor 1,21; Jn 8,23; Jn 15,18-21). Experiencia transformadora que les hizo proclamar por el mundo entero que el muerto está vivo, que ha resucitado y vive hoy entre nosotros

Dicha experiencia vital y transformadora se probó entre los primeros cristianos y ha de experimentarse, probarse, manifestarse y predicarse hoy en la vida de quienes – como Cristo mismo – llaman a Dios Padre, (Gal 4,6; Rm 8,14) se reconocen sus hijos y hermanos de todos, cumpliendo la voluntad del Padre, el mandato del amor.

Hoy, como hace dos mil años, se nos pregunta a los cristianos dónde lo hemos puesto al Resucitado? (Cfr. Jn 20,2ss) Dónde puede el mundo encontrar a Jesucristo el Viviente de los skiglos? Por lo que la confesión de fe en la Resurrección nos interpela y compromete a presentar a Cristo vivo en el mundo mediante el testimonio de nuestras vidas transformadas según el evangelio de Jesucristo. Así, la presencia del Resucitado en el mundo de hoy la realizan los cristianos que viven la vida de Cristo en ellos y que pueden gritar como Pablo: “Ya no vivo yo es Cristo quien vive en mi”(Gal 2,20

De otra parte, la sociedad actual clama por posibilidades y espacios de vida en medio de una “cultura de la muerte”. Dicha urgencia desafía a los cristianos: a todos los hombres y mujeres creyentes en el Dios de la Vida eterna, plena, abundante (Cfr. Jn 10,10), creyentes en el Dios que en su Hijo triunfó sobre el mal, sobre el pecado, sobre el dolor, sobre la injusticia y la muerte y nos ofrece posibilidades infinitas de vida nueva.

Resurrección es pascua. Pascua es palabra hebrea que significa “paso”, transformación, cambio, conversión.

· Paso de la muerte a la vida si nos amamos los unos a los otros (1 Jn 3,14).
· Paso del odio al amor.
· Paso de la tristeza a la alegría: “Una alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar” (Jn 16,22).
· Paso del egoísmo al servicio y a la solidaridad.
· Paso del egoísmo a la entrega generosa de la vida por el evangelio (Lc 9,22-25).
· Paso del odio al perdón.
· Paso de la inequidad a la justicia.
· Paso de la competencia a la fraternidad.
· Paso de las tinieblas a la luz.
· Paso de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.
· Paso del pecado a la gracia.
· Paso de lo viejo a lo nuevo.
· Paso de la condición de esclavo a la vida de hijo.

Finalmente, si resurrección es vida abundante (Cfr. Jn 10,10) vida eterna (Jn 3,16) y salvación y esa vida plena y salvación es sinónimo de la felicidad que todo hombre y mujer anhela y espera, entonces Cristo, su evangelio y todo el acontecimiento salvífico, pascual y cristiano se integran a nuestra vida y responden a la pregunta fundamental del ser humano: la búsqueda incesante de felicidad.

Cristo nos salva porque nos hace felices, enseñándonos a vivir su misma vida: la vida de hijos de Dios y hermanos de todos, que posibilita - en el amor - una sociedad más fraterna y justa, más justa y solidaria, más equitativa y en paz. Ya no hay divorcio entre fe y vida, entre pascua y nuestra cotidianidad, porque la resurrección de Cristo - y la que en El todos esperamos - es la felicidad que buscamos y que en el Viviente encontramos. Felices Pascuas!

martes, 3 de abril de 2012

Porque llamaba a Dios “Padre…”

“…Tenían ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.” (Jn 5,17-30). Con esta frase, el evangelista Juan sintetiza el conflicto que Jesús enfrentó con las autoridades judías de su pueblo y de su tiempo (sumos sacerdotes, escribas, fariseos, ancianos, etc.). Conflicto que finalmente desencadenó en su pasión, muerte y resurrección. Por lo que, esta misma frase, nos introduce también en la celebración de la Semana Mayor o Semana Santa y concretamente en la celebración del Triduo Pascual.

Llamaba a Dios Padre suyo: Todos los hechos de Jesús, todas sus palabras (parábolas), todo su ministerio, es una buena noticia para hombres y mujeres de buena voluntad: el Creador y Dios del Antiguo Testamento es un Padre compasivo y misericordioso “que no se alegra con la muerte del pecador sino que quiere que se convierta y viva” (Cfr. Mt 22,32), que “hace salir el sol sobre buenos y malos y caer la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5,45), “que da cosas buenas a quienes se lo piden” (Mt 7,10) y que – en Jesús – se manifiesta como el que ha venido “a llamar no a justos sino a pecadores” (Mc 2,17).

Haciéndose igual a Dios: Jesús es Hijo a imagen y semejanza del Padre. Es absolutamente divino porque es profunda y totalmente humano. Toda su humanidad es pura divinidad. Realiza en El la perfección de Dios a la que todos los hijos estamos llamados: “Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto, compasivos y misericordiosos como el Padre del cielo es compasivo y misericordioso” (Mt 5,48). Quienes lo vieron a Él, vieron al Padre (Cfr. Jn 14,9).

Violaba el sábado: De esta relación filial con Dios, Jesús derivó todas las consecuencias para su vida y la de sus discípulos de todos los tiempos: Todos somos hermanos (Cfr. Mt 23,8), llamados a amarnos los unos a los otros como el Padre del cielo nos ama (cfr.1 Jn 4,11), con obras, especialmente a los más necesitados (Cfr. Mt 25,31ss). Con esta certeza, antepuso la voluntad del Padre, que consiste en que nos amemos los unos a los otros (Cfr. Jn 13,34) y denunció, violó e incumplió una relación con Dios de tipo ritual, legalista, externa, cultual y sacrificial que pretendía honrarlo y darle culto despreciando a los más pequeños. Por eso, en muchas ocasiones, habló así, especialmente contra escribas y fariseos, quienes por cumplir con la ley y el culto en el Templo desprecian y dan un rodeo ante el hermano caído (Cfr. Lc 10,33ss):


  • “Hipócritas, pagáis el diezmo de la menta, del anís y descuidáis lo más importante de la ley: la justicia y la misericordia” (Mt 23,23).


  • “Vayan y aprendan lo que significa quiero misericordia y no sacrificio” (Mt 9,13).


  • “Deja tu ofrenda en el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,23).


  • “Lo que hicisteis o dejasteis de hacer con uno de los más pequeños conmigo lo hicisteis o lo dejasteis de hacer” (Mt 25,31).


  • “El que dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve es un farsante, un homicida (1 Jn 4,20; 1 Jn 3,15).


  • “No debías tener tu compasión de tu hermano como yo tuve compasión de ti”(Mt 18,33).

Por eso, el triduo pascual en Semana Santa es la conmemoración de la vida del Hijo entregada por entero al cumplimiento de la voluntad del Padre: el establecimiento del Reinado de Dios en la medida en que reconociéndonos hijos del mismo Padre nos amamos todos como hermanos los unos a los otros.

Por eso, también, la lectura de los relatos evangélicos de la Pasión y Muerte son la actualización del proceso injusto hecho contra Jesús como consecuencia de sus opciones: padece y muere en la misma línea y forma (Cfr. Jn 1,29; Hc 8,32) y por similares conflictos y motivos por los que siglos antes murieron los profetas de su pueblo y por los que hoy continúan muriendo todos los que – como El -ofrendan su vida a la causa de la verdad, de la vida, de la solidaridad, de la justicia, de la libertad, de la paz.

Por todo lo anterior, Semana Santa es la conmemoración y actualización de la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Aquel que entendió y nos enseñó que la vida se gana cuando se pierde, se dona, se entrega, se da, se gasta en favor de los otros y que se pierde cuando se ahorra egoístamente (Cfr. Mt 16,25).

Hoy, los discípulos de Jesús, podemos vivir la Semana Santa como el recuerdo de unos hechos pasados que en nada tocan nuestro presente o como la memoria de unos acontecimientos que hoy se actualizan en nuestras vidas y en la vida de un mundo que necesita de hombres y mujeres capaces de lavar los pies de sus hermanos, de partir y compartir el mismo pan, de cargar la cruz de los otros, de enjugar el rostro y consolar la existencia de los que más sufren para ir construyendo espacios de vida abundante (Jn 10,10), de resurrección.