miércoles, 12 de febrero de 2014

“Una alegría que nada ni nadie nos puede arrebatar” (Juan 16,22)


El pasado 24 de noviembre de 2013, con ocasión de la clausura del año de la fe, la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo y en el primer año de pontificado de Francisco,  fue dada a conocer en Roma la exhortación apostólica EVANGELII GAUDIUM (La alegría del Evangelio), documento que puede ser considerado como el ideario y derrotero de lo que el Papa Francisco quiere que sea su pontificado y, por tanto, su visión de la misión de la Iglesia en esta coyuntura histórica y social de la humanidad.

Desde la alegría que brota del Evangelio, de la Buena Nueva de Jesucristo que invita al ser humano a vivir como hijo de Dios y hermano de todos en la certeza de un Dios revelado por Jesucristo como Padre compasivo y misericordioso, el Papa Francisco convoca a todos los miembros de la Iglesia a convertirse en misioneros, (Cfr. Capítulo Primero) en pregoneros de esta buena y alegre noticia, nos invita a salir al mundo, a desinstalarnos y desacomodarnos para alcanzar - con la verdad del evangelio que es Jesucristo mismo - los lugares, circunstancias y realidades humanas que hoy tanto necesitan del evangelio y de “la alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar” (Jn 16,22). Esta tarea misionera dela Iglesia en el mundo ha de cumplirla la Iglesia como una madre de corazón abierto que entiende y acoge a todos los seres humanos en su seno. Madre con capacidad para entender, interpretar, amar, perdonar, convertirse y convertir – a la luz del evangelio – las realidades en las que hoy vive, se desarrolla y se expresa el ser humano.

Entre las realidades que el Papa Francisco considera que atentan contra la alegría del evangelio que el ser humano ha de experimentar están la economía que excluye de sus beneficios a las grandes mayorías de la humanidad (Cfr. Capítulo Segundo) por la idolatría del dinero, que oprime y avasalla en vez de servir, que tiraniza y esclaviza en vez de dinamizar y hacer efectivas la solidaridad, la libertad, la vida abundante y la fraternidad de todo el género humano. Idolatría del dinero que genera inequidad e injusticia y, con ello, la violencia que impide la experiencia de la alegría del evangelio y que – muy por el contrario – hunde al ser humano en una tristeza individualista que aniquila el sentido y vocación de la existencia humana.

El análisis de las grandes realidades que experimenta la humanidad lanza – según el mismo Francisco – grandes desafíos misioneros a la Iglesia y a cada creyente hoy.  Desafíos que tienen que ver principalmente con la inculturación de la fe y, concretamente, con la manera de anunciar (Cfr. Capítulo Tercero) el evangelio.

Dicha tarea evangelizadora, nos recuerda el Papa Francisco, tiene – intrínseca y esencialmente – una dimensión social (Cfr. Capítulo Cuarto). Unas repercusiones comunitarias que se verifican en lo que en anteriores discursos eclesiales se llamó la opción preferencial por los más pobres de entre los pobres. Opción preferencial que supone la visión y construcción de una Iglesia misionera y pobre, de los pobres y para los pobres, si quiere ser y permanecer indefectiblemente fiel a su fundador: nuestro Señor Jesucristo.

Esta dimensión social que brota de la Buena Nueva vivida y enseñada por Jesucristo se manifiesta y concreta especialmente en el don de la paz social y religiosa. Paz social y religiosa que pide un renovado diálogo entre la fe, la razón y las ciencias y un diálogo ecuménico entre las distintas religiones.

Finalmente, el Papa Francisco nos recuerda las grandes motivaciones que los creyentes, en el seno de la Iglesia Católica, tenemos para renovar nuestro ser y quehacer misionero (Cfr. Capítulo Quinto). Entre otras motivaciones tenemos la salvación que Dios nos ofrece en Jesucristo amándonos como hijos, la acción del Espíritu del Resucitado en medio de su Iglesia y la presencia de María como Madre y estrella de la nueva evangelización.

Si pretendiéramos, aún más, resumir este ideario de Francisco y de lo que con su ministerio Petrino quiere para cada discípulo de Cristo en la Iglesia y para el mundo de hoy, tendríamos que decir que el Papa Francisco sueña:

  • Con una Iglesia que sea signo en el mundo de la alegría que brota del Evangelio.
  • Una Iglesia que salga – como misionera - al encuentro de todas las realidades humanas para salvarlas con la alegría del Evangelio.
  • Una Iglesia que viva en permanente estado de renovación, esto es, de conversión.
  • Una Iglesia que se comporte como una madre de corazón abierto, especialmente entre y con los más pobres y necesitados de la experiencia del amor de Dios.
  • Amor de Dios que llena de alegre esperanza y de sentido la vida de cada ser humano y de toda la humanidad.