lunes, 20 de marzo de 2017

No tengan miedo. (Jn 16:33)


1.-El ser humano: un buscador de felicidad…

Son muchos los conceptos con los que filosóficamente pretendemos definir y abarcar la totalidad del ser humano. Uno de ellos lo describe como un incesante, permanente, eterno buscador de la felicidad. Porque en la minucia cotidiana de todo lo que hacemos y experimentamos queremos ser felices. Todo lo que vivimos, entonces, está condicionado, tiene sentido, valor y verdad, tanto en cuanto, nos haga felices.

2.- La experiencia religiosa cristiana es, entonces, para la felicidad del ser humano…

Especialmente, la experiencia religiosa, como modeladora de la misión, la visión y los valores en la vida del ser humano y de las instituciones sociales tiene un papel importante en esta búsqueda de felicidad. Las distintas experiencias e instituciones religiosas han de ayudar para que el seguidor y creyente sea feliz. La experiencia religiosa cristiana, por tanto, ha de ayudarnos, a los creyentes en Cristo a ser felices. Esto, para que la vida y misión de Cristo tenga, entonces, validez para sus discípulos.

La tarea evangelizadora de veinte siglos de la Iglesia en el mundo no ha logrado mostrar y establecer la sinonimia y coincidencia entre la salvación y la felicidad, entre la vida eterna y la felicidad, entre la vida plena y abundante que Cristo nos trae y la felicidad que todo hombre y mujer busca mientras vive.

Lo cual explica las incoherencias, hipocresías y el permanente divorcio entre nuestra fe y nuestra vida cotidiana. Pues, por un lado y al margen de nuestras historias personales, familiares y sociales, vamos buscando la salvación que la fe religiosa cristiana nos ofrece y, por otros lados, lejos y casi siempre en contraposición con nuestra experiencia religiosa, vamos buscando la felicidad.

Tal divorcio, tales incoherencias e hipocresías desaparecen de la vida de los discípulos de Cristo cuando descubrimos que la salud, salvación y vida eterna ofrecida por Dios en su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, coinciden fundamentalmente con el anhelo incesante de la felicidad que experimenta todo ser humano. Que, como bellamente quedó expresado en el Concilio Vaticano II, “el misterio del ser humano se resuelve y esclarece en el Misterio de Jesucristo” (GS 22); que nuestra vida se ilumina y se interpreta desde y en la vida de Cristo; que nuestra búsqueda de felicidad y de humanización encuentra en Cristo y en su evangelio “el Camino, la Verdad y la Vida”, que nos hace felices, es decir, que nos salva; que nuestras opciones, trabajos, amores, sacrificios, renuncias, crisis y logros, se  entienden y adquieren sentido desde la vida, las opciones, la pasión, la cruz, muerte y resurrección del mismo Cristo.

Así, se entiende la hermosa y acertada definición que de esta humana e incesante búsqueda de felicidad dio San Agustín; “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón anda inquieto hasta que repose en Ti”

3.- La búsqueda de felicidad y la experiencia religiosa se viven en un contexto…
Pero la búsqueda de la felicidad y la experiencia religiosa cristiana, como toda experiencia religiosa se viven en un tiempo y en un espacio, no en una burbuja; vale decir: en contexto histórico, social y cultural. La búsqueda de felicidad la vive cada persona en el aquí y ahora de sus personales, familiares y sociales condicionamientos y circunstancias histórico-sociales. Contexto histórico-social que es distinto y cambiante en la historia de cada ser humano y de la humanidad entera y que, produce e introduce, por tanto, matices, interpretaciones, cambios, variaciones, en la noción de felicidad.

4.- Nuestro actual contexto histórico-social: transición de la modernidad a la posmodernidad…

A quienes aquí nos encontramos, a los habitantes todos del planeta tierra de este tiempo nos correspondió vivir en un contexto que llamamos: de transición de la modernidad a la posmodernidad,  Es un contexto y un momento histórico con unas globalizadas características que nos hace ser como somos, pensar como pensamos y actuar como actuamos hoy, a diferencia de como vivieron, sintieron, pensaron, actuaron y esperaron nuestros antepasados.

Sucintamente podemos decir que el hombre de hoy busca la felicidad mediante el ejercicio de un poder que atropella, aplasta y oprime. Que hoy confundimos la felicidad con la búsqueda del placer de los sentidos como principio y fin absoluto y sin importar los medios para alcanzarlo y que este poder y placer se logran mediante el tener entendido como acumulación de posesiones materiales, de bienes, de riquezas, en un entramado de relaciones interpersonales, sociales y regionales en las que más poder tiene y más placer logra quien más dinero maneja, acumula y ostenta. Todo esto, en total y absoluta contraposición con los principios y valores que emanan de la vida y ministerio de Jesús de Nazaret quien enseñándonos que somos hermanos, hijos del mismo Padre, entiende el poder como servicio, el placer en la entrega generosa de la propia existencia al servicio de los hermanos más desvalidos y necesitados del testimonio del amor de Dios y el tener como una capacidad y posibilidad para compartir compasiva, misericordiosa y solidariamente.

Contexto histórico-social, además, caracterizado y vivido en medio de conflictos y crisis de tipo:

  • Personal (especialmente, la pérdida de verdades absolutas  y con ello, el sin-sentido de la vida),
  • Familiar (especialmente, divorcios, rupturas y nuevos modelos familiares)
  • Social (problemáticas políticas y laborales, de salud, de educación y vivienda, de injusticia e inequidad, de corrupción administrativa en los gobiernos y mil formas de violencia, de ineficiencia en los servicios públicos, etc.)
  • Regional, nacional e internacional (choques entre distintos modelos políticos, ideológicos, gubernamentales y económicos; conflictos violentos internos y confrontaciones bélicas entre naciones, conflictos migratorios, desplazamientos, hambrunas, etc.)
  • Naturales (terremotos, huracanes, inundaciones, tsunamis, etc.)


Todas estas circunstancias de nuestro actual contexto histórico-social que empujan a que nuestro credo, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra experiencia religiosa cristiana empiece a ser vivida menos por tradición y más por convicción; menos como un conjunto de ritos y manifestaciones externas divorciadas de nuestra realidad cotidiana y más como un estilo de vida – según el evangelio de Jesucristo - que impregne nuestras vidas personales y familiares y nuestras relaciones e instituciones sociales, políticas,  culturales, económicas, naciones e internacionales.

Nuestro contexto histórico-social nos empuja y condiciona, aquí y ahora, para que nuestra búsqueda de felicidad-salvación mediante nuestra experiencia religiosa cristiana sea “como quien va a construir una torre o como quien va a dar una batalla…” (Lc 14, 28ss). Es decir, una experiencia religiosa cristiana razonada y razonable, libre, informada e inteligente que nos permita “estar siempre preparados para dar respuestas razonables a todo aquel que nos pida razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3,15). Experiencia cristiana que llegue a ser en nosotros una opción fundamental de vida por la persona, la vida y el evangelio de Jesucristo, hasta poder gritar como Pablo de Tarso. “Ya no vivo yo es Cristo quien vive en mi” (Gál 2,20).

5.-La felicidad-salvación cristiana…

A lo largo de estas reflexiones he ido asomando en nqué consiste la noción de felicidad para los discípulos de Cristo: vivir su misma vida, vivir cotidianamente lo vivido y enseñado por Jesús de Nazaret. Vivir cada instante de nuestras vidas como hijos de Dios y hermanos de todos para, de esta manera, establecer relaciones personales, familiares y sociales que posibiliten y construyan “felicidad-vida abundante” (Jn 10,10) para todos…

6.- Una invitación: vivir la experiencia cristiana sin miedo, sin temores…

El contexto histórico social antes descrito en el que peregrinamos y vivimos nuestra fe y nuestra esperanza cristiana es, por conflictivo y anti-evangélico, retador. Porque “la mies es abundante y los obreros pocos…”(Lc 10,2).

¿Qué hacer cómo cristianos en el mundo de hoy y ante el panorama tan brevemente aquí descrito?. Desalentarnos, desanimarnos?

Urge hoy, escuchar, otra vez, la voz de Pablo que nos anima diciéndonos: “Estamos perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos…”( 2 Cor 4,9), porque nos fortalece nuestra certeza de felicidad-salvación en Cristo que nos dice: “No tengáis miedo, Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33)

Los invito a retomar nuestra primera vocación cristiana. La de ser luz en medio de las tinieblas y sal (Mt 5,13) en medio de las actuales circunstancias insípidas por inhumanas.


Les renuevo la invitación tan recientemente hecha a todos los discípulos de Cristo de este tiempo por el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica “Evangelli Gaudium”: vivir novedosamente felices, con gozo y alegría la experiencia cristiana. Ser testigos de la felicidad- salvación que nos da Cristo en la cotidianidad de nuestras vidas personales, profesionales, familiares y sociales. Vivir sin miedo nuestro compromiso bautismal. Vivir con la alegre confianza de los hijos de Dios y, en consecuencia, ser capaces de establecer relaciones de compasión y misericordia – como Dios nos ama – con todos los hombres y mujeres próximos al entorno de nuestras vidas. Vivir como misioneros de la alegre esperanza y de las buenas noticias del evangelio en el mundo de hoy, como testigos cotidianos de la felicidad/salvación que encontramos en el acontecimiento cristiano. Como hombres y mujeres felices y transformados en Cristo, con una mirada que – desde y por el evangelio - nos permite ver todo con la alegre confianza y esperanza de los que saben que “el novio está siempre con ellos” (Mt 9,15),  “todos los días, hasta el fin de los tiempos”.(Mt 28,20).


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