jueves, 13 de abril de 2017

Pascua Para La Vida Abundante

Sin-sentido de la vida, vicios y evasiones, rupturas en la familia, abortos, inestabilidad económica personal y familiar, difícil acceso a las oportunidades sociales, imposibilidad de alcanzar ideales por falta de recursos económicos, estratificación social, desempleo, carencia de vivienda, imposibilidad de acceder a la educación, imposibilidad de acceder a los sistemas de salud social, vejez desprotegida por los sistemas de seguridad social, soledad, corrupción administrativa, política y gubernamental, inequidad e injusticia social, hambre, epidemias y pandemias, pésima calidad en la prestación de los servicios públicos, violencia, inseguridad social, delincuencia organizada, grandes masas migratorias, desplazados, guerras y guerrillas intestinas locales o entre naciones, grandes catástrofes naturales, son unos pocos elementos de un extenso elenco de males y conflictos personales, familiares y sociales que representan, en definitiva, mil formas de muerte o lo que se ha dado en llamar una CULTURA DE LA MUERTE.

Por estos días la Iglesia Católica celebra el acontecimiento fundante del cristianismo: la confesión de fe, según la cual, el Crucificado transformó la vida de unos primeros testigos, hombres y mujeres; transformación por la que estos llamados primeros cristianos lo proclamaron RESUCITADO y VIVIENTE en medio de ellos y a partir de su personal y comunitaria experiencia como hijos de Dios y hermanos todos los unos de los otros.

Es decir, durante dos mil años, desde aquellos primeros hombres y mujeres testigos del ministerio público de Jesús, de los conflictos que dicho ministerio le acarreó, de su proceso judicial y pasional y de la muerte en cruz, hasta hoy, los cristianos confiesan a al Crucificado Jesús de Nazaret Viviente en cada cristiano y en cada comunidad cristiana que vive la misma vida que Jesús mismo vivió y enseñó.

Dicha confesión de fe en el Crucificado Resucitado supone, al mismo tiempo, confesar que la definitiva y última palabra que Dios, el Padre, pronunció sobre la vida de Jesús de Nazaret, confesado el Hijo por los cristianos, no fue muerte y fracaso total de su proyecto sino VIDA y VIDA ABUNDANTE, (Cfr. Jn 10,10) vida eterna, vida plena, vida feliz.

Todo lo cual significa que la religión cristiana, en general, y cada creyente en Cristo, en particular tiene – como fundamento y principal confesión de su fe – la certeza religiosa y el compromiso a favor de la Vida y en contra de la muerte, en las mil formas en que ésta se presenta. Que toda la vida de Jesús de Nazaret, su Evangelio y la forma de relacionarnos con Dios (como hijos) y con los otros (como hermanos) que de esta vida y enseñanza se derivan, es decir, la religión (relación) cristiana son una propuesta-protesta a favor de la Vida y de la Vida abundante, y por tanto, podríamos decir, el fundamento programático-doctrinal y el estilo de vida (personal y comunitario) que aliente lo que podemos llamar una CULTURA DE LA VIDA (en contra de la ya mencionada “Cultura de la Muerte”).

Nuestra vida personal, familiar y social transcurre, ya quedó dicho, en medio de mil formas de muerte. Cada uno de nosotros, (personal y socialmente) padece carencias, extraña mejores condiciones de vida, tiene la esperanza de días mejores que suponen días de mayor justicia y equidad, días de mayor y más fácil acceso a las oportunidades sociales, tiempos de mayor solidaridad, libertad y fraternidad. Todos añoramos “el cielo nuevo en la tierra nueva”. Diríamos que esta es la esperanza que jalona nuestro presente y que motiva nuestro ser y quehacer cotidiano.

LA RESURRECCION DE CRISTO alienta esta esperanza porque alienta la necesidad de mejores sistemas de educación, de vivienda y de salud; mayores niveles de equidad y de justicia, mayor búsqueda del bien común en la administración de justicia y de los dineros públicos. La Resurrección de Cristo, también llamada, PASCUA (paso) CRISTIANA nos empuja a todos a comprometernos por un mundo mejor, más humano, más fraterno, más solidario, más vivible, más amable.

Esta CULTURA DE LA VIDA, que se funda en la experiencia y confesión de fe en un Dios Creador y de la Vida abundante en la Resurrección de Cristo y, por El, con El y en El, en nuestra propia Resurrección ha de manifestarse especialmente en las sociedades en las que mayoritariamente nos llamamos “cristianos”, aunque nuestra experiencia pública de fe la celebremos en congregaciones religiosas con distintas denominaciones.

Dicho de otra manera, las manifestaciones de la Cultura de la Muerte resultan contradictorias y escandalosas en sociedades donde mayoritariamente – como en nuestro caso – nos confesamos públicamente como “cristianos”. Porque dichas manifestaciones chocan y contradicen el proyecto fundamental de Dios en Cristo; su Resurrección que es abundancia de vida, en contra de la abundancia de muerte.

Si nuestra profesión de fe como “cristianos” la vivimos en medio de situaciones manifiestas de precariedad de vida para unos frente a la abundancia desigual de unos pocos; si mientras millones mal viven o sobre-viven mientras unas minorías nadan en la abundancia; si las decisiones gubernamentales no procuran el bien de todos y – con ello – vamos construyendo persecución, desigualdad, desunión, divisiones, discriminación e intolerancia; si – en fin – no logramos aún la construcción de un mundo más humano por lo fraterno y justo, entonces nuestra experiencia religiosa es falsa porque es hipócrita, porque la construcción que hacemos de nuestro entorno personal y social contradice los postulados, principios hy valores del Evangelio de la Vida de Jesucristo.

Pascua Cristiana, por la Resurrección de Cristo, es tiempo para que examinemos nuestros compromisos personales y familiares y nuestros frutos como sociedad norteamericana. Tiempo para que nos preguntemos si los frutos y valores con los que estamos diseñando la construcción de nuestra sociedad – poblada mayoritariamente por “cristianos” – corresponden coherente y auténticamente al proyecto y Cultura de la VIDA ABUNDANTE para todos que emana del Evangelio.

Entonces, concluyo aquí con una invitación: Que nuestras confesiones de fe “cristiana” y nuestro culto “cristiano” se manifiesten finalmente en instituciones, estructuras y relaciones sociales “cristianas” a favor de LA VIDA (en todas sus expresiones) y en contra de la muerte (en sus tantas formas). ¡FELICES PASCUAS!





domingo, 9 de abril de 2017

Categóricamente, la reforma en materia de salud debe ser no-partidista.

En las últimas semanas, el público estadounidense ha venido presenciando un lamentable espectáculo. Justo porque el futuro de la Ley de Atención Asequible de la Salud (ACA, por sus siglas en inglés) pende de un hilo, los integrantes de la cúpula política del país —desde la Presidencia hasta los más bajos rangos— se han enfrascado en una ominosa guerra de palabras, donde no han faltado francotiradores partidistas. Todos esos litigantes se han venido aferrando a inflexibles posiciones ideológicas, revelando, así, su obstinación de buscar sólo mezquinas ventajas políticas. 

El destino de millones de estadounidenses pobres, o relativamente marginados, quedó omiso por completo desde la primera batalla que el nuevo gobierno entabló en torno a la reforma sanitaria (la primera de muchas escaramuzas políticas, obvio). El acceso a una atención médica de calidad por parte de esas amplias masas depende ahora de lo que se les ocurra a sus representantes en la capital del país. Al margen de cualquier politiquería, su bienestar debiera estar en el centro del debate. El deber y la alta vocación para servir al bien común —valores inscritos en las actas fundacionales de la nación— deben guiar a los legisladores de ambos bandos.
Tristemente, esto está muy lejos de la realidad; y, con la inminente batalla por la reforma fiscal que ahora mismo se extiende sobre todo Washington, D.C., es de temer que en el camino quede extraviada una auténtica reforma sanitaria. Por lo mismo, ya sea para bien o para mal, la ACA se mantendrá vigente en el futuro previsible, protegiendo como hasta ahora a algunos ciudadanos, al tiempo que aumentará la carga financiera de muchos otros, sobre todo por las elevadas tarifas y el reducido número de aseguradoras que se han adherido a esta ley, al margen de muchas otras dificultades, complejas e irresolubles, que complican dicho programa. 
De manera concreta, debe recordarse que la ACA no fue una simple ocurrencia del gobierno de Obama. Hace tres décadas, al menos, la Primera Dama del gobierno de Clinton impulsó, aún imperfectamente,  un proyecto para proporcionarles atención médica a las masas más desprotegidas de nuestro país. El eslogan simplista y chovinista de «repeal and replace» (rechaza y sustituye) difícilmente expresa la complejidad de esta situación. Aún más grave, tal enfoque deja de lado las necesidades inaplazables de los destinatarios finales de cualquier reforma: los estadounidenses más vulnerables y desprotegidos, cualquiera que sea su origen.
Por supuesto, a todos nos queda claro que la ACA necesita mejorarse en diversos aspectos. Todos los involucrados —legisladores, aseguradoras,  empresas farmacéuticas, fabricantes de aparatos médicos, etc., así como el pueblo estadounidense en su conjunto— hemos llegado a la conclusión de que es necesario restaurar y transformar el programa en cierta medida. No bien así, el proceso requerido deberá guiarse a partir del sentido común y de un enfoque de bienestar general (nada de políticas partidistas que sólo buscan su propio beneficio, siempre veloces y relajadas al traficar con el bienestar físico, emocional y mental de incontables ciudadanos estadounidenses).
Un primer paso ideal hacia la reforma de la ACA y del sistema sanitario en general sería establecer un panel o comisión de especialistas, cuyos miembros aportaran sus respectivos conocimientos para enfrentar este reto desde una perspectiva totalmente imparcial. Esto significa que a los miembros del panel o de la comisión se les encomendaría diseñar un plan al respecto, pero desde una perspectiva totalmente imparcial, apolítica y ajena a cualquier simpatía. Su objetivo sería más que claro: ¿cómo el gobierno puede atender de manera más eficaz las necesidades de todos los estadounidenses, especialmente de quienes sufren las peores y más vulnerables condiciones?
Un caso ejemplar de ello sería incluir, junto con el grupo de expertos, a un número significativo de médicos de cabecera, todos reconocidos y selectos. Su experiencia sería crucial gracias al trabajo que han realizado en algunas de las comunidades más pobres del país, como las ubicadas en las zonas rurales y en los barrios bajos de las grandes ciudades. Dichos médicos están en condiciones de ofrecer un testimonio, tan elocuente como factual, de las difíciles situaciones que padecen los estadounidenses que no cuentan con una adecuada atención médica a causa de la pobreza, la cual los ha condenado a vivir largamente en condiciones de miseria tan ocultas como lastimosas y atroces.
Este aspecto doloroso —y, francamente, digno de vergüenza— que define la realidad de Estados Unidos en pleno siglo XXI, nos obliga a reconocer la importancia que entraña fortalecer y mejorar el programa Medicaid del país. Este propósito debe formar parte de cualquier programa de reforma del sector salud. Estados Unidos carece de un programa de cobertura sanitaria como del que gozan los países europeos. Nuestros desplazados tienen al Medicaid como la opción más cercana con que pueden contar en ese sentido. Y, nadie puede negarlo, el Medicaid requiere reformarse también: el programa de beneficios debe llegar a ser más eficiente, ser menos propenso al desfalco y al fraude. En cualquier caso, Estados Unidos debe hacer todo lo posible para atender a los más desvalidos y vulnerables miembros de su sociedad.
La reforma en materia de salud no debe tratarse como un partido de fútbol, con ánimos de desquite y de humillación para los oponentes. Nuestros políticos están llamados a avanzar por vías superiores para mejorar al máximo el acceso a la atención médica que requieren los estadounidenses de todas las clases sociales. Esto también significa aliviar la carga financiera que soportan las clases medias, cada vez más oprimidas. Sin embargo, por encima de todo, la máxima autoridad del país es quien tiene la mayor obligación de asegurar que los estadounidenses menos favorecidos obtengan la atención que necesitan, lo cual constituye el sine qua non de cualquier reforma sanitaria moralmente legítima. 


sábado, 1 de abril de 2017

Misión Médica en República Dominicana

https://goo.gl/photos/g9D8fmYEmDg5MLY27 La Sociedad Médico-Dental Dominicana ha organizado una vez más una misión médica en República Dominicana. Este año han asistido 120 médicos. Entre las especialidades principalmente contábamos con 30 dentistas, 40 cirujanos, 20 oculistas, 30 pediatras.  El operativo medico tuvo lugar en las afueras de la capital en un barrio llamado la Nueva Barquita, recientemente inaugurado con viviendas nuevas para familias de escasos recursos. Más de 4000 operaciones se realizaron durante este operativo. Se acercaron alrededor de 6000 personas para solicitar asistencia médica. 

Haga clic aquí para ver las fotos de la misión.