En estas fechas conmemorativas del Bicentenario de la Independencia para algunos países latinoamericanos, el Doctor Guzmán M. Carriquiry Lecour del Pontificio Consejo para los Laicos en el Vaticano nos presenta valiosas consideraciones al respecto. Me sumo a esta tarea de aportar reflexiones que mirando al pasado, iluminen nuestro presente y nos abran a un futuro más esperanzador.
Cuando se habla de independencia, la filosofía en general y la filosofía y teología de la liberación latinoamericana en particular, nos recuerda que no basta la libertad o la liberación de (cualquier yugo u opresión) sino que para que la independencia-libertad sea completa y humanizadora es preciso que la tarea liberadora se realice en una libertad para: es decir que la tarea de la independencia comporta una visión de presente y futuro, según la cual, el hombre y los pueblos, libres de ataduras, tengan los recursos, las oportunidades, las posibilidades, los espacio-tiempos para alcanzar la plena realización de su dignidad humana. Sin esta libertad para, el individuo y los pueblos no son verdaderamente libres a no ser que lo sean para morir de hambre lo cual no puede llamarse verdadera y justamente independencia o libertad.
De otra parte, no hay que desconocer que el relato histórico, el modo como se ha contado la historia de nuestros pueblos hasta nuestros días, ha sido siempre un instrumento político, social y religioso de manipulación que ha servido para legitimar el pasado-presente de nuestros pueblos y que, por qué no, tendría que servir también, para ilegitimar, para desenmascarar, para denunciar y no validar todo lo injusto e inhumano que ocurre en el trascurrir histórico de nuestras naciones y abrir, así, nuevos y mejores senderos. Pues, ni en la vida ni en el conocimiento existen posturas “apolíticas” (asépticas, desinteresadas, desapasionadas, libres de pre-juicios). Y no existen posturas así porque el ser humano, protagonista y relator de la historia, está siempre condicionado por las mil circunstancias y condiciones que constituyen su contexto. Todo lo cual pide frente a los textos (entendiendo por tal toda acción humana) una permanente postura de “sospecha científica”, que consiste en indagar, investigar, examinar, discernir, ir hasta las últimas fuentes y causas.
El relato histórico, entonces, no sólo es importante para rememorar lo acontecido en el pasado, sino - sobre todo - para contribuir a la construcción de un mejor futuro, desde el presente. Porque historia no sólo es el recuento de hechos pasados sino, sobre todo, conciencia de estar haciendo historia personal y colectivamente con los hechos y las palabras, con las gestas y las actitudes, con la espectacularidad de algunos acontecimientos pero especialmente en la cotidianidad y la anonimia del cumplimiento de las responsabilidades, con todo lo que contribuye a la humanización de los hombres y de los pueblos.
Entonces, frente a lo “interesado” de nuestro relato histórico independentista y ya bicentenario cabe criticar, por ejemplo, la gran revolución independentista que nos “liberó” del yugo español pero que, acto seguido, doblegó a la gran masa de población latinoamericana ante la dominación de élites criollas, tan o más excluyentes y racistas que aquellas, hasta nuestros días. Porque si algún rasgo es constitutivo de la identidad latinoamericana es el de una historia (y su relato) siempre dependiente: durante tres siglos colonia española y portuguesa, en el siglo XIX semi-colonia inglesa y en el presente siglo neo-colonia norteamericana. Una tal historia así de dominación y sometimiento (con causas endógenas y exógenas) conlleva en sus entrañas la búsqueda de autonomía y de independencia. Pues la dependencia, como constante histórica exige recurrentemente su contrapartida: la liberación, la autonomía, la libertad, la independencia, el alcance de mismidad.
Imposible ocultar que graves problemas sociales subyacentes bicentenariamente, antes de las fechas patrióticas que hoy celebramos, permanecen inalterados, radicalizados, profundizados, empeorados. Así, nos han acompañado por más de doscientos años problemas sociales tan serios y complejos como la discriminación, la pobreza, el analfabetismo, la inequidad y desigualdad en el ingreso a los recursos y a las oportunidades sociales y gubernamentales, la corrupción administrativa, la violencia de mil formas, la injusticia con mil rostros, etc.
La historia no la protagonizan, no la hacen, no la escriben individuos en solitario. La historia y su relato es una gesta de colectivos, de pueblos, de naciones. Sin embargo, nos enseñaron y continuamos enseñando un relato histórico en el que el pueblo es ajeno a la construcción histórica y ve de lejos y con reverencia a unos súper héroes inalcanzables, inimitables en sus gestas, que - por otra parte y en lo que toca al liderazgo ejercido por algunos próceres - hay que valorar y agradecer.
Por todo lo anterior no es de extrañar que sectores mayoritarios de nuestra población latinoamericana, vejados, atropellados y empobrecidos bicentenariamente, sin oportunidades para su independencia, consideran ofensivo los términos celebrativos en los que hoy se plantean estas fechas, sin menoscabo de la necesidad antropológica que tienen los hombres y los pueblos de simbología, de ritos, de espacios y de tiempos que sirvan de hitos históricos. Muchedumbres empobrecidas y marginadas de nuestro continente se preguntan hoy, qué celebramos, cuál independencia, independencia de quién e independencia para qué.
Y es que las fechas de 1810, 1811 o 1819 etc., no pueden convertirse en mitos adámicos, fechas en las cuales todo comenzó. Porque los procesos históricos (independentistas o no), como todo proceso humano, requieren tiempo, décadas, siglos… Entonces vale más decir que queremos construir comunidades, pueblos y naciones libres y soberanas; y que cada día de nuestra vida deberíamos empeñarnos en aportar hechos, palabras, actitudes y trabajo para la tan anhelada y tan esquiva independencia-liberación.
Pero todavía caben preguntas de más honda importancia y significación: es legítimo hablar de América Latina y de naciones latinoamericanas como proyectos nacionales, soberanos, autónomos, independientes? Somos naciones o somos culturas regionales? Qué conciencia de identidad, de pertenencia y de nación somos y tenemos?. La misma expresión “América Latina” resulta discriminatoria puesto que tiene en cuenta sólo el idioma de las culturas vencedoras en el proceso de la expansión conquistadora dejando de lado el conjunto de idiomas y dialectos nativos como el nahuatl, el aymará, el quechua, etc. Sin mencionar el peligro que hoy tiene la legitimidad de los llamados idiomas “oficiales” por la penetración cultural norteamericana que nos colma ya, especialmente mediante la publicidad, de anglicismos, modismos, etc.
Y es que, en los mismos elementos que conforman lo que podríamos llamar “nuestra” cultura latinoamericana (de orden lingüístico, religioso, tecno-económico, geográfico, etc.) reside en todos ellos, intrínsecamente, el rasgo de dependencia impuesto por la cultura dominante de turno en nuestro continente y naciones. Así, no existe una homogeneidad lingüística ni siquiera en el idioma español (que no es el nuestro ab-originariamente), pues no todos los pueblos hablamos específicamente el español, el francés, el portugués. Tampoco existe la tal homogeneidad lingüística entre los aborígenes que poblaron estas tierras miles de años antes de la llegada de los españoles o portugueses.
La religión católica, religión dominante e impuesta en el fragor de la conquista y de la colonización española, le ha dado una cierta homogeneidad a las creencias culturales, no obstante subsiste el sincretismo o “la religión del silencio” que ha dado pie a la ya famosa expresión “religiosidad popular”. Y como en la lengua y las creencias, la dependencia histórica recorre la médula del ser y la cultura latinoamericana.
América latina existe. Existe como una peculiaridad cultural tri-étnica, (india, negra, blanca) mestiza culturalmente y enriquecida – especialmente en el último siglo - por las muchas oleadas de migrantes llegados aquí de todos los rincones de la tierra, heredera de las potencias que la han dominado sin que eso haya significado la desaparición total de sus propias raíces culturales. Precisamente, gracias a sus raíces étnico-culturales, América Latina es diferente y singular frente a las etnias dominantes: la europea, la amerindia o la norte-americana.
Nuestra identidad cultural no consiste, entonces, en una comprensión unívoca, uniforme y según un modelo a priori, sino en una unidad en la pluralidad, en una cultura de culturas. América latina, podemos decir, entonces, es algo nuevo, donde el hacerse cotidiano implica el deseo eterno de ser sí-mismo, de no ser-otro, de ser libres e independientes para nuestra realización plena como personas y como pueblos. Esta maravillosa colcha de regiones, de culturas, de orígenes que es América Latina, pide, por honestidad y respeto a las tantas diferencias, a lo diversos que somos, revaluar los términos en que relatamos nuestra historia, hablamos del bicentenario y nos adentramos en su “celebración”.
Entonces, quizá sea válido hablar de América Latina y de sus naciones como entidades culturales en la medida en que nos identifica, cohesiona y emociona cierto plato, cierto ritmo musical, cierto acento, ciertos símbolos… Más problemático es hablar de países, de naciones con conciencia histórica y con proyectos comunes, democráticos, libres, autónomos y soberanos.
Por lo demás, la tarea, el compromiso cotidiano de ser más libres e independientes está inscrita en el corazón del plan salvador del Dios de la tradición bíblica y cristiana. Tradición que ha acompañado y conformado, ya por cinco siglos, nuestra visión y quehacer histórico como fieles católicos y como latinoamericanos. Liberación querida por Dios desde el paso del mar rojo hasta la victoria sobre todo signo de dominación, de injusticia, de mal, de violencia y de muerte en la tumba de Jesús.
Finalmente, más que celebrar cabe reflexionar para el compromiso personal y comunitario, para la responsabilidad, para las reivindicaciones históricas, sociales, religiosas, políticas y culturales que nos muestren como personas y pueblos que no sólo votan o pagan impuestos sino comunidades vivas, activas y democráticas que participan en la construcción histórica y colectiva de la independencia-liberación para la humanización.
También es válida hoy la tarea crítica frente al statu quo. Tarea crítica que – contra el unanimismo uniforme de una visión estatista en la que los gobernantes se cobijan bajo el amparo de los intereses de la nación o del estado para encubrir sus deficiencias y delitos – abre nuevos horizontes, posibilita otras visiones, otras cosmovisiones, otros puntos de vista.
Esta es la hora de otros énfasis, de nuevas gestas y nuevos relatos históricos. La hora de retomar y protagonizar sueños grandes como el sueño bolivariano de la libre y soberana integración latinoamericana.