jueves, 30 de junio de 2022

POR HAITÍ

  

Archivo



miércoles, 8 de junio de 2022

Vida abundante contra la “Cultura de la Muerte”

 

Por más de cinco décadas, en nuestra sociedad norteamericana se ha sostenido una legislación que, con la apariencia y excusa – entre otras -  de proteger a la mujer el derecho a decidir sobre su propio cuerpo y de apoyar a las mujeres pobres para que no aborten en la oscuridad de la ilegalidad, con los graves riesgos que ello supone para su salud y vida, ha terminado defendiendo el atroz crimen del aborto, olvidando y atropellando, eso sí, los derechos de la persona no nacida, sumándonos – con ello – a la “cultura de la muerte” que, de tantas formas, se impone en la humanidad entera.

Vivimos en esta coyuntura histórica y sociocultural de la postmodernidad en la que – después de dos guerras mundiales -  aparecieron los relatos pesimistas de “no-futuro” y de la “deconstrucción” y prevalecen lo fácil y rápido, lo transitorio, lo pasajero, lo desechable, lo efímero. Un momento histórico y social en el que las libertades y derechos individuales parecen primar sobre el bien común y en el que la verdad es “lo que es útil para mí”, con el consecuente predominio del subjetivismo y del sentimiento, donde cada quien elabora “a la carta” su propio manual de “verdades” y su propio proyecto de vida.

Mundo de la permisividad y del laxismo moral, de la apariencia y de la búsqueda desenfrenada de la felicidad confundida con el placer momentáneo y físico como fin, sin importar lo medios para alcanzarlo. Sociedad hedonista y pansexualista en el que la sexualidad, también “light”, se vive sin amor, sin exclusividad, sin compromisos, reducida a la genitalidad y al frenesí de los orgasmos. Sociedad y cultura sin certezas y sin-sentido, con una pérdida del valor trascendente de la vida, por el disfrute aquí y ahora de lo fácil e inmediato. 

Es en este contexto socio-cultural postmoderno y “light”, en el que han ido cobrando resonancia y poder temas como el aborto, el divorcio, la eutanasia, etc. En este mundo y cultura “light”, mundo de relativismos y medias verdades, en el que so pretexto de respeto por la pluralidad y las diferencias la verdad se diluye o esconde, además del auge y poder que van adquiriendo los movimientos feministas en todos los ámbitos de nuestra vida en sociedad, aquí y en el resto del mundo, me atreveré en estas líneas a dar unas opiniones sobre el tema del aborto, en momentos en los que en nuestra sociedad se está hablando de la posible derogación, por parte de la Corte Suprema de Justicia, de la ley federal sobre el aborto, para dejar las decisiones legales al respecto en manos de cada Estado de la Unión Americana.

Escribo desde el punto de vista del humanismo cristiano que profeso, porque entiendo que dichas enseñanzas tienen una validez universal en cuanto que las tendencias a la vida, a la paz, a la justicia, a la verdad son patrimonio intrínseco y connatural de todo ser humano sea que afirmemos o no la existencia del Dios de los cristianos y las consecuentes verdades, valores y principios del Evangelio de Jesucristo.

Porque la reflexión ético-moral sobre el aborto no puede ni debe ser abordada ni apropiada en exclusiva por la visión humanista y teológica del cristianismo. Esta apropiación o atribución del discurso sobre la defensa de la vida en el aborto empobrece y reduce los alcances que el tema tiene para toda la humanidad, porque el aprecio, respeto y defensa del don de la vida es patrimonio de toda la humanidad, en cuanto que la vida es un valor, inscrito en la naturaleza y en el corazón de cada ser humano y válido para todo hombre y mujer de cualquier raza, pueblo credo, ideología, etc.

Las siguientes reflexiones, grandes principios a tener en cuenta en el tema del aborto y consignadas aquí de la manera más concisa posible, pretenden ser sólo un inicial horizonte de comprensión que en nada agota la abundante y compleja controversia moral, ética, jurídica, religiosa, psicológica, política, social, etc., implicada  en el tema en mención:

  • La Teología Moral cristiana y católica siempre ha afirmado que la existencia de la persona humana comienza “desde su concepción. Es decir, desde el instante en que el espermatozoide humano penetra el óvulo humano y lo fecunda, momento en que comienza el conjunto de fenómenos biológicos que conducen a la singamia (unión de los pronúcleos masculino y femenino), donde queda definitivamente organizado el genoma propio de cada ser humano, el que es inalterable. En la unión del óvulo con el espermatozoide queda establecida la naturaleza humana del nuevo ser y en ese mismo momento se establece también el sexo genético.” (Dr. Rafael Pineda, Comentarios sobre los proyectos consensuados de fertilización asistida.)
  • Todo lo cual significa que el humanismo cristiano sostiene, al mismo tiempo, que la vida humana es un proceso biológico en permanente desarrollo: desde la concepción hasta la muerte biológica y que, dicho proceso, constituye una identidad personal, un ser humano. Por lo que “desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida” (De la Instrucción Donum Vitae 1,1 en el Catecismo de la Iglesia Católica 2270)

  • Para la teología moral católica la eliminación “directa y voluntaria” de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral. “El aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente".(Juan Pablo II – Encíclica Evangelium Vitae del 25 de marzo de 1995 – N. 62). Si el embrión es una persona – que como todo ser humano está en permanente desarrollo desde la concepción hasta la muerte – entonces, el aborto es, sin rodeos, un asesinato y el peor de los crímenes si consideramos que los padres y familiares (los seres  llamados a proteger la vida del inocente asesinado) se prestan para quitarle la vida a un ser humano inocente e indefenso.

  • El aborto es un crimen. Ahora bien, no es sólo la mujer la implicada en el aborto. La mujer abortista es producto de una estructura social (familiar y legal) que la influencia y condicionan y, junto a ella, otros son tan o más culpables (el padre, la familia, la sociedad entera…). También hay que decir que el grado de culpabilidad (mayor o menor maldad de la mujer que debía ser madre directamente implicada) dependerá del grado de conciencia, de conocimiento, etc. Pero, al mismo tiempo, hay que agregar que nada justifica la muerte de un ser humano y menos de un inocente e indefenso en el seno materno.
  • La ciencia médica está al servicio de la vida y nunca al servicio de la muerte. Esta es su vocación primera, su razón de ser.
  • Naturalmente son la inmensa mayoría los seres humanos que nacen en situación que – médicamente – puede ser considerada de “normalidad”.
  • Es preferible cualquier forma de vida – por precaria que parezca – a cualquier forma de muerte por sofisticada que resulte.
  • La experiencia de padres y de familias enteras que han asumido la existencia de un niño nacido enfermo afirma – también – el valor que éstos tienen en la familia y en la sociedad y, además, el valor moral que supone la aceptación del mal, del sufrimiento y del dolor como parte de la existencia humana. Aunque todo esto suene contrario a una sociedad hedonista y posmoderna en la que se le huye al dolor y al sufrimiento en la búsqueda desenfrenada del sólo placer sin importar los medios para alcanzarlo.
  • Si la medicina cumple con su vocación y misión, la de propender por la vida y por mejorar la calidad de vida de los seres humanos, nadie puede decidir eliminar la vida de un ser humano que – en el futuro – podría mejorar la calidad de su existencia.
  • La aplicación de un mal mayor (el de matar al hijo) no soluciona los traumas y secuelas que deja un mal moral y físico como el de la violación. Por el contrario, el sentido común nos permite entender que el aborto suma males y traumas mayores a la persona y la vida de la mujer violada. 
  • La sociedad que motiva a abortar, esa misma sociedad abandona a las mujeres abortistas a su propia suerte y que, esta misma sociedad, en vez de castigar al violador, castiga a la mujer violada y duplica su experiencia de mal convirtiéndola, por el aborto, en asesina del hijo no nacido y agregándole “las complicaciones físicas y psíquicas que ya el aborto tiene de por sí”. (Cfr. Dr. Cameron, Paul en Aciprensa).
  • Cuando discutimos sobre el aborto hablamos, en primer lugar, de personas inocentes a quienes se les quita la vida en el vientre materno. Pero, hablamos también de toda la estructura social, académica, científica, médica, cultural, religiosa, política, legal, cultural y familiar que incide directamente en la ocurrencia de todo aborto.
  • El cuerpo de la mujer es el “hospedaje” que  - durante el embarazo - alberga el cuerpo y la identidad personal y distinta del hijo: un ser moral, psicológica y legalmente otro, independiente, único y distinto a la madre. Que la madre se otorgue o se le dé el derecho de atentar contra el hijo y matarlo porque está alojado en su cuerpo es tanto como – valga el ejemplo - que cada dueño de casa se crea con el derecho de matar a los que habitan en ella.

¿Qué hacer, ante la controversia y el debate político y público que ocurre en nuestra sociedad sobre al aborto? Volvamos a valorar la vida como el don sagrado sobre el cual se fundamentan todos los demás valores individuales, grupales y sociales; pues sobre la muerte y los cementerios no se construye ni la paz  político-social, ni la justicia social, ni el progreso y desarrollo, en justicia y libertad, de los pueblos. Trabajemos integralmente, con todos nuestros hechos, palabras y actitudes, por una “cultura de la vida” en contra de una “cultura de la muerte” y no usemos artificios legales para tranquilizar las torceduras de nuestras conciencias.

Porque la práctica clandestina o la despenalización-legalización del aborto es apenas coherente en sociedades incapaces de justicia social, de libertad, de respeto por los derechos humanos, de equidad, de solidaridad y de paz; es decir, en sociedades donde se propicia la “cultura de la muerte”. Porque es hipócrita rasgarse las vestiduras ante el asesinato de inocentes no-nacidos si al mismo tiempo no nos conmueve el hambre y tantas formas de injusticia, violencia y muerte que nos cerca, que tiene por víctimas a tantos millones de hermanos nuestros aquí y fuera de nuestras fronteras y que también atentan contra el don de la vida.