sábado, 11 de abril de 2020

La Pandemia y la Pascua

Vivimos nuestra existencia humana, en medio de experiencias de bien y de mal, a nivel personal, familiar, social, nacional e internacional. Hoy, la humanidad entera enfrenta una experiencia de mal: la pandemia por el contagio exponencial del coronavirus Covid-19 que llegó para trastocar y poner en tela de juicio todo: nuestra manera de ser, nuestros modos de relacionarnos a nivel familiar y social, nuestras instituciones y estructuras sociales. Esta experiencia de mal pone al descubierto todas nuestras debilidades y fragilidades, además de las deficiencias de nuestras organizaciones sociales, especialmente las del sector de la salud. Por ello, vivimos horas de desconcierto, ansiedad, angustia, sufrimiento, dolor y luto a nivel global. 

Para evitar y detener, en lo posible, el avance de esta pandemia, las comunidades humanas del mundo entero han acordado días y semanas de confinamiento, de aislamiento social, de cuarentena de todos en nuestras casas.

Los noticieros están saturados, minuto a minuto, con cifras de contagiados y muertos, con las nefastas consecuencias que en todas las áreas – especialmente la económica y laboral - de nuestra convivencia social va dejando la pandemia por donde pasa, con titulares sobre iniciativas que aparecen por aquí y por allá para mitigar el sufrimiento de tantos y con llamados a que – entre todos – salvemos lo construido hasta aquí. 

Para los que nos correspondió vivir aquí y ahora, en este momento de la historia de la humanidad, esta es una situación inédita. Tan novedosa como en el mundo de la medicina en el que no era conocido este virus. Todos – cada uno en su estilo de vida y ambiente - vamos aprendiendo, con el paso de las horas, cómo enfrentar al enemigo común y cómo sobrevivir…. 

Pero, en estas horas difíciles para todos, ni todo es malo, ni todo es negativo, ni todo está perdido. Hay, en esta experiencia de mal global,  lecciones que podemos prender. 

En primer lugar, esta insólita experiencia de mal, que toca lo más íntimo y profundo de nuestro ser, porque toca nuestra salud y, con ello, nuestra posibilidad de continuar viviendo o de morir, es una oportunidad para reconocer, por una parte, nuestra total fragilidad, nuestra no autosuficiencia y, en términos religiosos, nuestra “creaturalidad” y total dependencia de un ser superior al que llamamos Creador y Dios. Pero además, una oportunidad para reconocer nuestra interdependencia respecto de todos los demás seres humanos y lo profunda, esencial y estrechamente solidarios que somos en el bien pero también en el mal. En una palabra, somos seres “dependientes” de Dios y de los demás. 

En segundo lugar, el aislamiento social, decretado ya en la mayoría de los países, es una valiosa oportunidad para entrar en nosotros mismos, para reencontrarnos con nosotros mismos, para viajar hasta el fondo de nuestro propio yo interior y descubrir allí la verdad sobre la cual cimentamos nuestra historia personal y los valores o anti-valores que sostienen la trama de nuestras vidas. El confinamiento en nuestras casas es una oportunidad única - en contra de la exterioridad, la apariencia, la ostentación y el bullicio cotidiano – para volver al silencio, a la reflexión a la meditación, a la oración. La obligada cuarentena que vivimos todos es, también, una oportunidad sin igual para volver a encontrarnos y reencontrarnos con nuestros seres más queridos, con nuestros íntimos, con nuestra familia. 

La enorme facilidad y rapidez con la que el virus se transmite y contagia nos enseña, además, la corresponsabilidad solidaria que todos tenemos en la construcción o en la destrucción de nuestra vida en la tierra. Y si el bien común, el consenso general, el acuerdo más conveniente para todos es el de querer sobrevivir a esta pandemia, entonces todos tendremos que desterrar de cada uno de nosotros el egoísmo y todo lo negativo que él conlleva y aportar lo mejor de nosotros mismos, lo mejor de nuestros valores humanos, para reconstruir el mundo y nuestra convivencia humana con maneras, espacios, formas sociales e instituciones más justas, más solidarias, más equitativas, más fraternas, más compasivas y misericordiosas. Es decir, que esta experiencia de mal que a todos nos toca tan profundamente y a todos nos afecta, es una oportunidad para la esperanza en que, a partir de ahora todos seremos distintos y construiremos un mundo distinto y mejor. 

Por estos días los cristianos celebraremos la Pascua, la mayor celebración religiosa de nuestro año litúrgico. “Pascua” que tanto en el sistema teológico judío como en el cristiano rememora y conmemora el “paso” del pueblo del Antiguo Testamento de la esclavitud a la libertad al cruzar el mar rojo o el “paso” de la muerte a la vida por el triunfo del proyecto de vida de Jesús de Nazaret confesado – después de su muerte en la cruz - como Viviente y Resucitado en la comunidad por los primeros cristianos y por todos sus discípulos hasta hoy. 

Todo lo que nos acontece puede ser vivido como una maldición o como una bendición. Los invito a vivir esta experiencia de mal, esta pandemia, este aislamiento social, este sufrimiento por seres queridos enfermos o fallecidos como un momento de bendición, como una “pascua”, como una experiencia de “paso” de la muerte a la vida en la búsqueda común de un mundo más humano, más solidario, más fraterno.

¡Felices Pascuas!