Nos
encontramos inmersos en el debate electoral que concluirá con la elección del
próximo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. La elección se dará
entre los dos candidatos representantes de los dos partidos mayoritarios y
tradicionales del ámbito político de esta Nación: el candidato por el partido
Republicano Donald Trump y la candidata por el partido Demócrata Hillary
Clinton.
El partido
Republicano o Conservador, tradicionalmente aliado de los poderosos quienes han
sustentado el sistema capitalista y promovido el éxito material y económico de
esta gran Nación enfrenta hoy, con el candidato Trump – entre otros – dos
graves problemas: por un lado, promueve la discriminación y, con ello, la
intolerancia pero, además, se trata de un candidato que no pertenece al
estamento tradicional político del partido republicano.
El discurso
de Trump recoge y explota los peores sentimientos de quienes, como él, olvidan
su condición de inmigrantes para autoproclamarse aborígenes y dueños de una
tierra que no les pertenece, de quienes olvidan que esta Nación fue siempre
territorio de inmigrantes y que ha sido esta mezcla, precisamente, la que ha
contribuido a convertir en poderosa esta Nación ante el resto del mundo con lo
cual, dicho discurso, se convierte en populista, demagógico, dañino y peligroso
para la estabilidad política y social de Estados Unidos y del Mundo.
El partido
Demócrata, del otro lado, tradicionalmente aliado de las causas de los más
desfavorecidos, de las clases obreras, de los que tienen menos posibilidades de
acceso a los beneficios sociales que brinda esta Nación, ha abrazado –
indiscriminada y últimamente – una serie de causas y leyes de corte
postmodernista como el aborto o el matrimonio entre parejas del mismo sexo que
menoscaban las tradiciones y valores humanos fundamentales y fundantes de esta
Nación como el derecho a la vida y la familia. Temas que si bien son
publicitariamente novedosos, protegen a unas minorías y satisfacen tendencias
postmodernas según las cuales cada uno - buscando su placer y satisfacción
personal - construye su propio vida a la carta, distorsionan y ocultan la
verdad en medio de mil medias verdades y nos acercan peligrosamente al abismo
de un relativismo moral donde ya no es posible discernir – para el bien del
individuo y de la sociedad - lo fundamental de lo accesorio, lo esencial de lo
accidental, lo permanente de lo transitorio y efímero.
Dadas estas
circunstancias políticas, someramente descritas, hoy es muy difícil decidir por
quién votar, a qué persona y conglomerado político elegir para que rija los
destinos de esta Nación. Hoy, las grandes mayorías de votantes experimentan
confusión, incertidumbre y desánimo a la hora de elegir entre la alternativa
política anteriormente descrita. Alternativa política – la de los demócratas y
republicanos – con postulados extremos, igualmente populista e igualmente
peligrosa – como quedó dicho - para el futuro próximo de las familias, de la
sociedad, de esta Nación y del Mundo.
De otra
parte, y para empeorar el ambiente político electoral en el que nos encontramos
inmersos, otras instancias e instituciones sociales que tendrían el rol y deber
moral de orientar políticamente al pueblo norteamericano para la mejor elección
política posible, se encuentran hoy – como nunca antes – desprestigiadas y, por
ello, sin ninguna autoridad para guiarnos en esta coyuntura histórica,
política, social, cultural y electoral.
Esta
elección política entonces no será entre dos propuestas muy buenas para la
Nación, o entre una propuesta buena y una mala, sino que nos encontramos
condenados a elegir entre lo menos peor o como se dice en filosofía, a elegir
entre dos males el mal menor.
Así las
cosas, es muy difícil entonces el panorama electoral que se nos propone y en el
que necesariamente tenemos que elegir. Panorama electoral que, muestra el
decaimiento moral y espiritual de nuestra sociedad según lo cual nuestro
progreso material y económico como sociedad norteamericana no coindice con el
progreso humano, moral y espiritual, devela la falta de líderes políticos
moralmente bien formados que luchen por el bien común y, por último, panorama
electoral que – por todo lo anteriormente dicho – nos urge a todos a continuar
bregando en la búsqueda por establecer y continuar consolidando esta sociedad y
Nación en los grandes valores de la humanidad, tales como la verdad para la
libertad, la justicia para la paz y la solidaridad para la convivencia.
Entonces, ¡que gane el menos peor!