Recientemente,
el papa Francisco sugirió, tanto figurativa como literalmente, que las personas
llevan ahora un ejemplar de la Biblia consigo y consultan sus páginas con la
misma facilidad con que usan sus celulares para entretenerse, informarse o
mantenerse en contacto con sus amigos y familiares.
En efecto, hay muchas aplicaciones de la Biblia o aparatos móviles que hacen de esa práctica una realidad al alcance de la mano de casi todos, salvo acaso de las personas de edad muy avanzada. Esas herramientas son muy valiosas, especialmente en el propósito de contactar a los millennials y los adolescentes. Al mismo tiempo, el Pontífice puso el dedo en la llaga de lo que es, o debería ser, motivo de preocupación para las iglesias cristianas de todas las denominaciones: en todo Occidente y en todos los grupos generacionales, está en franco retroceso el compromiso y el aprecio de la Biblia como objeto encarnado de la Palabra de Dios.
Esto es
verdad particularmente entre quienes rara vez asisten a los servicios
litúrgicos y entre quienes han dejado de ir a la iglesia de plano. Es el caso,
desde luego, de quienes —sin importar la edad— conciben a las Sagradas
Escrituras como una creación netamente humana y, peor aún, como una fuente de
opresión bajo la forma, por ejemplo, de homofobia o de otras formas
supuestamente contrarias a la libertad humana.
El Grupo
Barna, en colaboración con la Sociedad Bíblica de Estados Unidos (ABS, por sus siglas en inglés) hizo
una extraordinaria aportación en este sentido con la publicación de La Biblia en Estados Unidos: el fluctuante
panorama de las percepciones y el compromiso bíblicos. Este libro recopila
los resultados de 14,000 entrevistas realizadas a adultos y adolescentes estadounidenses en los
últimos seis años. La segmentación demográfica del estudio fue realmente
extensiva, pues abarcó desde adolescentes hasta baby-boomers y ancianos; y se registraron allí las opiniones de
creyentes y no creyentes, de feligreses y vecinos ajenos a las iglesias, y
entre los encuestados hubo adeptos a la tradición católica pero también a las
iglesias protestantes, tanto principales como adyacentes.
Los
hallazgos derivados de este sondeo son altamente representativos del gran
número de actitudes y perspectivas que existen en torno a la Biblia y a su papel
en la vida privada y comunitaria. Por lo mismo, deben ser una poderosa
herramienta para los jerarcas de la Iglesia estadounidense en la asignatura
inaplazable de evitar un definitivo y alarmante declive del compromiso bíblico
en Estados Unidos.
Seamos claros:
el amor y la consulta de la Biblia se han mantenido inalterados entre los
feligreses y los creyentes devotos. De hecho, la Biblia está ahora aún más
enraizada en las vidas de innumerables personas, gracias en parte al
resurgimiento entre católicos y protestantes de la ancestral práctica de Lectio Divina: un método de lectura de
las Sagradas Escrituras que, en última instancia, abre las puertas a la oración
contemplativa y al misticismo.
Vaya desde
aquí mi mayor reconocimiento y más profunda gratitud a la ABS por haberme concedido la
oportunidad de producir una serie de manuales de Lectio Divina, en varios idiomas, durante los años extremadamente
provechosos en que estuve al frente del Departamento de Ministerios Católicos
de esa organización. Aunque sigue
estando a la zaga de los protestantes en cuanto a compromiso bíblico se
refiere, la Iglesia católica ha avanzado significativamente en este sentido
desde el Concilio Vaticano II.
Aun así,
la investigación de Barna tiene un grave tono de advertencia: en 2016, el número de «escépticos
bíblicos» creció a 22 por ciento, mientras que el porcentaje de «adeptos bíblicos» se ubicó
en 17 por ciento. Apenas en 2001, sólo 1 de cada 10 estadounidenses era escéptico de la Biblia, y
45 por ciento confirmó que «Dios les
hablaba regularmente a través de la Biblia». Esto significa un cambio
dramático, apenas matizado por el dato de que, en 2015, el 61 por ciento de los encuestados indicó que «les
gustaría leer más la Biblia»; asimismo, en 2016, el 53 por ciento creía que los políticos harían
mejor su trabajo «si leyeran la Biblia más a menudo».
No bien
así, la investigación de Barda revela que en Estados Unidos existe un evidente
declive de personas comprometidas con la Biblia, fenómeno que es aparentemente
más dramático entre los jóvenes, los millennials
y los adolescentes, especialmente entre quienes no son feligreses. En su prólogo
de este libro, Jason Malec, director administrativo de la Misión de la ABS en Estados Unidos, no se anda por
las ramas. Luego de confirmar que la Biblia «ha tenido un impacto más profundo
en nuestra cultura como ningún otro libro», advierte que «si prosigue la actual
tendencia, la Biblia perderá ciertamente su lugar como principal factor
definitorio de nuestra cultura».
El
presidente de Grupo Barna, David Kinnamon, diagnostica las causas principales
del declive de la Biblia como fuente de consulta y de la caída de los
asistentes a los cursos bíblicos: hay un creciente escepticismo sobre «los
orígenes, la relevancia y la autoridad de las Sagradas Escrituras»; asimismo, y
de acuerdo con lo que él mismo llama «un nuevo código moral», más y más
personas (incluso cristianos) «asumen la auto realización como el bien
supremo». Esta orientación hace que la cultura sea más resistente a la fe
basada en la Biblia y la cual sostiene que es «el orden moral de Dios el que
conduce al florecimiento humano y social», y no la búsqueda obstinada y
consumista de la auto determinación y la auto superación.
En el lado
positivo, Kinnamon indica que el «acceso digital» es una bendición en la forma
de «nuevas herramientas y tecnologías que están haciendo a la Biblia… más
accesible que nunca». Desde luego, si este acceso no se hace acompañar por una
educación y una guía adecuadas, es imposible garantizar una fe más profunda y
un mayor compromiso bíblico.
«Si estas
tendencias prosiguen su actual curso», advierte el reporte, «continuará a la
baja el número de personas (especialmente jóvenes) que vean a la Biblia como un
libro sagrado» y como la fuente de la más profunda sabiduría sobre la vida y la
verdadera naturaleza de la realidad. El núcleo del problema es que «de manera
creciente, los estadounidenses rechazan fuentes ajenas de autoridad moral,
tanto espiritual como cívica». Aun así, «2 de cada 32 millennials
y 7 de cada 10 adolescentes mantienen una perspectiva
ortodoxa de la Biblia», revela el reporte. Sin embargo, la falta de tiempo
impide que un tercio de los millennials
creyentes lean la Biblia.
El estudio
presenta un panorama de grandes contrastes. Una y otra vez, los hallazgos
críticos se compensan con señales esperanzadoras. Por ejemplo, 68 por ciento de los adultos
estadounidenses —lectores habituales de la Biblia o no — están «totalmente o
medianamente de acuerdo» con que las
Sagradas Escritura son una «guía integral para lograr una vida con
significado». Curiosamente, esta convicción es mayor entre los afroamericanos y
las mujeres y —tal como era de esperarse— más fuerte en el sur del país que en
las costas este y oeste.
A pesar de sus hallazgos contradictorios, el reporte señala que «muchos estadounidenses parecen experimentar muy poca disonancia cognoscitiva entre su adopción de un nuevo código moral [la búsqueda de la auto realización] y su opinión de la Biblia como una guía para la vida». Alguien podría argumentar, desde luego, que la comprensión real de las Sagradas Escrituras de estos encuestados en particular es —más allá de un vago y general sentido de apreciación de la Biblia como un patrimonio de la civilización judeocristiana que debe valorarse y respetarse— más bien superficial.
¿Qué puede
incentivar a alguien, de cualquier edad, para que asuma un mayor compromiso con
la Biblia? La respuesta número uno es llegar a la comprensión de que leer y
estudiar la Biblia es «una parte importante de mi viaje en la fe»; una «difícil
experiencia en mi vida» es la segunda motivación más importante, seguida de un
evento «significativo» de la vida, como el matrimonio o el nacimiento de un
hijo.
Para los
ministros, pastores y catequistas laicos, estos momentos tan aleccionadores
deben aprovecharse de modo proactivo; son ventanas de oportunidad para
demostrar el poder de las Sagradas Escrituras y hay que hacerlo de prisa porque
suelen cerrarse de nuevo en un tris. Los jerarcas de la Iglesia deben estar más
atentos que nunca antes. Sobre todo, como escribe el presidente de la ABS, Roy Peterson, los pastores del
rebaño «deben comprometerse activamente» con la Biblia ellos mismos, «creando
oportunidades diarias que les permitan ser moldeados y guiados por la palabra
de vida de Dios». Sólo entonces «se convertirán en testigos del poder de Cristo
para transformar el corazón humano». Mientras tanto, el Grupo Barda y la ABS
les han dado a los jerarcas de la Iglesia un formidable arsenal de
investigación que debe procesarse todavía.
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