El 13 de marzo celebraremos siete años de Pontificado
del Papa Francisco; siete años de servicio a la Iglesia y al mundo desde la
Sede de Pedro en Roma. Recordaremos que en el 2013, en la quinta votación de un
cónclave que duró dos días, el Cardenal Argentino Jorge Mario Bergoglio fue
elegido como el primer Papa argentino y latinoamericano, quien para su
Pontificado eligió el nombre de Francisco, como emblema y en honor del santo
pobre de Asís.
Desde el mismo instante de su elección como nuevo
Papa, Francisco dejó ver al mundo un nuevo estilo, su propio estilo de hombre,
su genuino estilo de cristiano, de jesuita, de latinoamericano y de nuevo guía
de la Barca de Pedro. Un estilo que quedó bien expuesto y resumido en las
primeras alocuciones que hizo Francisco, el Papa, en las primeras alocuciones
que realizó durante actos que tuvieron lugar durante la primera semana, desde
su elección hasta la Misa Inaugural de su Pontificado, celebrada el 19 de marzo
de 2013, en la fiesta de San José.
Así, el 14 de marzo, un día después de su elección, en
su primera celebración eucarística en la Capilla Sixtina, hizo un llamamiento a “proclamar el mensaje de Jesucristo, para evitar ser considerados simplemente como una «ONG compasiva». Además,
destacó la necesidad de que la Iglesia se aleje de lo mundano edificándose sobre el Evangelio y
la piedra angular de Cristo”.
Luego, el 15 de marzo, en audiencia con todos los Cardenales del mundo, los
invitó a “tratar de responder con fe para
llevar
a Jesucristo a la humanidad y para traer a la humanidad a regresar a Cristo, a
la Iglesia».
El Sábado 16, en el Aula Pablo VI y en audiencia con
los periodistas de todo el mundo que cubrieron el Cónclave en el que resultó
elegido Papa, les dijo: “Muchos de
ustedes no pertenecen a la Iglesia Católica y otros no son creyentes, pero respetando la consciencia de cada uno,
os doy mi bendición sabiendo que cada uno de vosotros es hijo de Dios. ¡Qué
Dios los bendiga!». El domingo 17 de marzo presidió el rezo del Ángelus, momento en el que habló de “la misericordia de Dios que
nunca castiga" Ese mismo día escribió su primer tuit: «Queridos amigos, os doy las gracias de
corazón y os ruego que sigáis rezando
por mí». Petición que ya había hecho desde el primer instante de su
elección cuando se asomó al balcón del Palacio Apostólico para su primer saludo
y primera bendición al mundo. Y el 19 de marzo, en la homilía inaugural de su
Pontificado, hablando del poder que Cristo otorgó a Pedro, Francisco recordó: «Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio», considerando la figura del
Papa como alguien que «debe poner sus
ojos en el servicio humilde» y «abrir los brazos para custodiar a todo el
pueblo de Dios y acoger con ternura y
afecto a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles,
los más pequeños» (1)
Evangelio, humanidad, respeto, misericordia, servicio,
acogida, pobres, etc., son todos estos y otros los temas recurrentes por
cotidianos en el ministerio petrino de Francisco. Temas y énfasis que lo
muestran, de cuerpo entero, como un hombre, un cristiano y un Papa consciente y
conocedor que estamos no sólo en una época de cambios sino en un cambio de época (Doc. Aparecida 44) que involucra y afecta todas las áreas y
dimensiones del ser humano y, por tanto, de la entera humanidad. Un Papa, también conocedor y consciente como
pocos y al mismo tiempo, de los desafíos que dichos cambios en este cambio de
época lanzan a la tarea evangelizadora de la Iglesia Católica en el mundo.
A este cambio de época en el que nos correspondió
vivir en este espacio-tiempo de la historia de la humanidad y en el que
peregrinamos con nuestra fe cristiana en el mundo, se le ha llamado “transición
de la modernidad a la postmodernidad”, “cultura light” o “modernidad líquida”
(Z. Bauman). Términos con los que se intenta designar un conjunto de cambios y
características que están sucediendo y definiendo al ser humano en su nuevo
modo de ser, de pensar, de hacer y de comportarse en el mundo, y con él, todos
las comunidades humanas en esta coyuntura histórica.
Grosso modo, dichos cambios suponen una pérdida del sentido de la
vida, un relato “líquido” y pobre (no sólido) de la historia sin futuro, sin
esperanza (después de guerras mundiales y de ideales insatisfechos de nuestros
antepasados modernos) y, con ello, una pérdida del trabajo y del esfuerzo y una
búsqueda desenfrenada y hedonista del goce del propio yo, que se olvida de la
importancia de todo lo colectivo, de lo institucional, de lo jerárquico y del
bien común. Con la búsqueda del placer inmediato ocurre una pérdida del sentido
trascendente de la vida y adquieren valor todo lo fácil y rápido, lo efímero,
lo desechable y pasajero, todo lo descomprometido y sin esfuerzo. El “valor
moral” supremo del hombre light o posmoderno es el placer y, para lograrlo, “no
importan los medios…”. En medio de la abundancia de información y de valoración
egocéntrica de la persona la verdad queda diluida en un subjetivismo y
relativismo moral en el que nada vale o todo vale por igual y cada quien maneja
“a la carta” las verdades con las que intenta lograr el placer de vivir en
medio de este inmenso “cementerio de esperanzas”. Para el placer hay que tener
y consumir, así que el materialismo, el lujo, el dinero, el consumismo y el
confort se imponen como medio muy importante en la búsqueda de la felicidad.
Aquí, la estética sustituye a la ética, el sentimiento a la razón y, en el gran
mercado para el consumo que es toda sociedad, la religión es un artículo más -
ecléctico y a la carta - en el juego de la oferta y la demanda.
Esta nueva axiología, esta nueva criteriología
“moral”, este nuevo modo de ser, pensar y actuar el ser humano actual, reta el
ser y la identidad misma de la vida y tarea de la Iglesia en el mundo porque
desafía la esencia misma del evangelio de Jesús de Nazaret. Los valores
“líquidos” y gaseosos de la postmodernidad desafían la solidez de los hechos,
palabras, criterios y actitudes vividas y enseñadas por Jesús a sus discípulos
de todos los tiempos, si es verdad que, con ellos y sólo con ellos podemos
construir nuestras vidas como quien construye sobre roca (Mt 7,21ss).
Es decir, y con ejemplos más concretos: ¿Qué tiene que
decir la esperanza cristiana a la desesperanza postmoderna? ¿Qué lugar tiene la
cruz del evangelio frente al hedonismo actual? ¿Qué valor tiene la búsqueda del
amor y la fraternidad evangélica en un mundo egocéntrico y egoísta? ¿Cómo
alcanzar una visión trascendente de la vida en medio del inmanentismo
materialista y consumista del hombre “light”?, etc.
El Papa Francisco conoce, siente y padece a diario y a
fondo estos desafíos y sabe de las urgencias en las que tiene que ponerse el
quehacer evangelizador de los discípulos en Iglesia si queremos ser “luz y sal
de la tierra” (Mt 5,13ss). Por ello invita permanente a los católicos a
construir nuestra vida cristiana como una “Iglesia
en salida”:
Iglesia que “sale de los conventos, de
las burocracias eclesiásticas y de las estructuras clericales al encuentro del
pueblo, de las personas, especialmente, de los sufrientes, de los pobres, de
los abandonados como chatarra o desperdicios en una sociedad que se acostumbra
al descarte, a la obsolescencia tecnológica” (Morandé Court, Pedro:
Modernidad “líquida” y anuncio de Cristo).
Que
sean muchos más los años de Pontificado de Francisco para que su evangélico
servicio petrino continúe siendo faro que nos guie a todos, en medio de las
diarias, graves, amenazantes y múltiples tempestades actuales, a puerto seguro.
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(1)
( las citas están tomadas de:
(https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Cronolog%C3%ADa_del_pontificado_de_Francisco y el subrayado es mio.)