sábado, 31 de diciembre de 2022

En el Año Nuevo



 

domingo, 25 de diciembre de 2022

Feiz Navidad

 


viernes, 23 de diciembre de 2022

domingo, 11 de diciembre de 2022

Un “Río de Luz” en Nueva York


A la derecha del Altar Mayor de la Catedral de San Patricio, en un lugar privilegiado, desde hace varios años se expone, para la veneración de los devotos, un cuadro de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.

Cómo llegó allí el cuadro, quiénes fueron los protagonistas de esta gesta, qué acontecimientos se sucedieron hasta que la imagen de la Señora del Tepeyac alcanzó el lugar especial de veneración que tiene hoy en Nueva York es una historia que merece ser contada y consignada por escrito. Me propongo, en estas líneas, relatar esta historia.

La pintura tiene por autor a un artista anónimo del siglo XVIII. Se cree que se trata de un discípulo del gran artista y maestro mexicano Miguel Cabrera. Es un regalo de la Arquidiócesis de México a la sede catedralicia de los católicos en la ciudad de Nueva York, adquirida en la Galería de Arte de Enrique Romero en la Ciudad de México, y traída hasta aquí personalmente por el entonces Arzobispo y Primado de México, el Eminentísimo Señor Cardenal Ernesto Corripio.

El 8 de diciembre de 1991, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, es la fecha mariana en la que el Cardenal Corripio presentó a su hermano, el entonces Cardenal de Nueva York John O’Connor, en solemne celebración litúrgica, el cuadro en mención de Nuestra Señora de Guadalupe.

En aquel acto litúrgico estuvieron presentes el cónsul general de México, señor Manuel Alonso y la Señora Rosa María Quijano, quien fue protagonista, motor y donante principal para que este celebrado evento fuese posible.

El cuadro original de Nuestra Señora de Guadalupe impreso en la tilma del indio San Juan Diego, en una aparición acaecida el 12 de diciembre de 1531, se encuentra permanentemente expuesto en la nueva Basílica construida en su honor y para su veneración en la Ciudad de México.

La palabra “Guadalupe” significa “río de luz”. Hoy podemos decir que son ríos de fieles devotos los que a diario acuden a honrar a la Madre de Dios y Madre nuestra bajo la advocación de la Virgen Morena, Mexicana, Latinoamericana, Americana y Amerindia, en el hermoso cuadro colonial en la Catedral de San Patricio. Para la visita del Papa Juan Pablo II a Nueva York, el cuadro de la Guadalupana en mención fue trasladado y colgado sobre el altar mayor para presidir la visita del Santo Padre a la Catedral y para el rezo del santo rosario, que guió el Pastor universal, ante la venerada imagen.

Pero la ubicación prominente que tiene hoy el cuadro -en el contexto catedralicio- es el lugar que fue del tabernáculo de la Catedral, a la derecha del altar mayor. Tiene también su historia entretejida de señales, de prodigios, en los que pareciera que -después de una serie de dificultades en torno a la exposición del cuadro en la Catedral, por la no consonancia de la pintura con el mármol y la piedra que prevalecen en la construcción de San Patricio- la Virgen misma encontró un lugar preeminente donde ser venerada y desde donde acompañar la vida de sus hijos.

La señora Margarita Perusquia es protagonista de primera plana en esta historia. Como fundadora de la Organización “Mensajeros de María de Guadalupe” se ha dedicado con su institución a difundir en Nueva York y en todas las Américas la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, devoción mariana que encarna lo latinoamericano y que reúne lo más valioso de nuestros orígenes, nuestra historia, nuestra fe y nuestra cultura.

Fue una solicitud de Margarita Perusquia al entonces Arzobispo de Nueva York, Terence Cardenal Cook, para que le permitiese erigir un altar en la Catedral donde venerar a la Guadalupana, lo que originó esta historia que hoy inspira y atrae a tantos devotos, no sólo en Nueva York, sino en todo el continente y allende los mares.

La misma solicitud, con las mejores muestras de paciencia y perseverancia cristiana, fue hecha por Margarita en reiteradas ocasiones a los Cardenales Cook y O’Connor. Ellos, en su momento, la remitieron a hablar con los sucesivos rectores de la Catedral, quienes -a su turno- le negaban la solicitud por, como señalé anteriormente, la no consonancia de la pintura con los materiales, la arquitectura y el arte de la iglesia Catedral.

Fue, como quedó dicho, el 8 de diciembre de 1991, cuando el Cardenal Mexicano Ernesto Corripio, celebrando en solemne Eucaristía en la Catedral, presenta y dona el cuadro de la Virgen al Cardenal John O’Connor, quien emocionado preguntó a la multitud: “¿Dónde querían que se expusiera el cuadro: ¿en su casa, en su oficina o en la catedral?” El pueblo creyente respondió a viva voz: “Aquí, en la Catedral.”

Año y medio se paseó al cuadro de la Guadalupe por rincones inadecuados de la Catedral, pero -pronto- la cotidiana muchedumbre de peregrinos, las ofrendas, las velas y las flores presionaron a las autoridades catedralicias para encontrar un mejor y más adecuado lugar para la veneración de la imagen de la Virgen Morena.

Sirvan estas líneas para dejar constancia escrita de esta historia, para enaltecer y agradecer a quienes hicieron posible esta gesta religiosa y para congratularme con todos mis hermanos católicos mexicanos y latinoamericanos, quienes el día 12 de diciembre celebran alegres la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de México y primada de América.


viernes, 18 de noviembre de 2022

lunes, 26 de septiembre de 2022

lunes, 12 de septiembre de 2022

jueves, 30 de junio de 2022

POR HAITÍ

  

Archivo



miércoles, 8 de junio de 2022

Vida abundante contra la “Cultura de la Muerte”

 

Por más de cinco décadas, en nuestra sociedad norteamericana se ha sostenido una legislación que, con la apariencia y excusa – entre otras -  de proteger a la mujer el derecho a decidir sobre su propio cuerpo y de apoyar a las mujeres pobres para que no aborten en la oscuridad de la ilegalidad, con los graves riesgos que ello supone para su salud y vida, ha terminado defendiendo el atroz crimen del aborto, olvidando y atropellando, eso sí, los derechos de la persona no nacida, sumándonos – con ello – a la “cultura de la muerte” que, de tantas formas, se impone en la humanidad entera.

Vivimos en esta coyuntura histórica y sociocultural de la postmodernidad en la que – después de dos guerras mundiales -  aparecieron los relatos pesimistas de “no-futuro” y de la “deconstrucción” y prevalecen lo fácil y rápido, lo transitorio, lo pasajero, lo desechable, lo efímero. Un momento histórico y social en el que las libertades y derechos individuales parecen primar sobre el bien común y en el que la verdad es “lo que es útil para mí”, con el consecuente predominio del subjetivismo y del sentimiento, donde cada quien elabora “a la carta” su propio manual de “verdades” y su propio proyecto de vida.

Mundo de la permisividad y del laxismo moral, de la apariencia y de la búsqueda desenfrenada de la felicidad confundida con el placer momentáneo y físico como fin, sin importar lo medios para alcanzarlo. Sociedad hedonista y pansexualista en el que la sexualidad, también “light”, se vive sin amor, sin exclusividad, sin compromisos, reducida a la genitalidad y al frenesí de los orgasmos. Sociedad y cultura sin certezas y sin-sentido, con una pérdida del valor trascendente de la vida, por el disfrute aquí y ahora de lo fácil e inmediato. 

Es en este contexto socio-cultural postmoderno y “light”, en el que han ido cobrando resonancia y poder temas como el aborto, el divorcio, la eutanasia, etc. En este mundo y cultura “light”, mundo de relativismos y medias verdades, en el que so pretexto de respeto por la pluralidad y las diferencias la verdad se diluye o esconde, además del auge y poder que van adquiriendo los movimientos feministas en todos los ámbitos de nuestra vida en sociedad, aquí y en el resto del mundo, me atreveré en estas líneas a dar unas opiniones sobre el tema del aborto, en momentos en los que en nuestra sociedad se está hablando de la posible derogación, por parte de la Corte Suprema de Justicia, de la ley federal sobre el aborto, para dejar las decisiones legales al respecto en manos de cada Estado de la Unión Americana.

Escribo desde el punto de vista del humanismo cristiano que profeso, porque entiendo que dichas enseñanzas tienen una validez universal en cuanto que las tendencias a la vida, a la paz, a la justicia, a la verdad son patrimonio intrínseco y connatural de todo ser humano sea que afirmemos o no la existencia del Dios de los cristianos y las consecuentes verdades, valores y principios del Evangelio de Jesucristo.

Porque la reflexión ético-moral sobre el aborto no puede ni debe ser abordada ni apropiada en exclusiva por la visión humanista y teológica del cristianismo. Esta apropiación o atribución del discurso sobre la defensa de la vida en el aborto empobrece y reduce los alcances que el tema tiene para toda la humanidad, porque el aprecio, respeto y defensa del don de la vida es patrimonio de toda la humanidad, en cuanto que la vida es un valor, inscrito en la naturaleza y en el corazón de cada ser humano y válido para todo hombre y mujer de cualquier raza, pueblo credo, ideología, etc.

Las siguientes reflexiones, grandes principios a tener en cuenta en el tema del aborto y consignadas aquí de la manera más concisa posible, pretenden ser sólo un inicial horizonte de comprensión que en nada agota la abundante y compleja controversia moral, ética, jurídica, religiosa, psicológica, política, social, etc., implicada  en el tema en mención:

  • La Teología Moral cristiana y católica siempre ha afirmado que la existencia de la persona humana comienza “desde su concepción. Es decir, desde el instante en que el espermatozoide humano penetra el óvulo humano y lo fecunda, momento en que comienza el conjunto de fenómenos biológicos que conducen a la singamia (unión de los pronúcleos masculino y femenino), donde queda definitivamente organizado el genoma propio de cada ser humano, el que es inalterable. En la unión del óvulo con el espermatozoide queda establecida la naturaleza humana del nuevo ser y en ese mismo momento se establece también el sexo genético.” (Dr. Rafael Pineda, Comentarios sobre los proyectos consensuados de fertilización asistida.)
  • Todo lo cual significa que el humanismo cristiano sostiene, al mismo tiempo, que la vida humana es un proceso biológico en permanente desarrollo: desde la concepción hasta la muerte biológica y que, dicho proceso, constituye una identidad personal, un ser humano. Por lo que “desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida” (De la Instrucción Donum Vitae 1,1 en el Catecismo de la Iglesia Católica 2270)

  • Para la teología moral católica la eliminación “directa y voluntaria” de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral. “El aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente".(Juan Pablo II – Encíclica Evangelium Vitae del 25 de marzo de 1995 – N. 62). Si el embrión es una persona – que como todo ser humano está en permanente desarrollo desde la concepción hasta la muerte – entonces, el aborto es, sin rodeos, un asesinato y el peor de los crímenes si consideramos que los padres y familiares (los seres  llamados a proteger la vida del inocente asesinado) se prestan para quitarle la vida a un ser humano inocente e indefenso.

  • El aborto es un crimen. Ahora bien, no es sólo la mujer la implicada en el aborto. La mujer abortista es producto de una estructura social (familiar y legal) que la influencia y condicionan y, junto a ella, otros son tan o más culpables (el padre, la familia, la sociedad entera…). También hay que decir que el grado de culpabilidad (mayor o menor maldad de la mujer que debía ser madre directamente implicada) dependerá del grado de conciencia, de conocimiento, etc. Pero, al mismo tiempo, hay que agregar que nada justifica la muerte de un ser humano y menos de un inocente e indefenso en el seno materno.
  • La ciencia médica está al servicio de la vida y nunca al servicio de la muerte. Esta es su vocación primera, su razón de ser.
  • Naturalmente son la inmensa mayoría los seres humanos que nacen en situación que – médicamente – puede ser considerada de “normalidad”.
  • Es preferible cualquier forma de vida – por precaria que parezca – a cualquier forma de muerte por sofisticada que resulte.
  • La experiencia de padres y de familias enteras que han asumido la existencia de un niño nacido enfermo afirma – también – el valor que éstos tienen en la familia y en la sociedad y, además, el valor moral que supone la aceptación del mal, del sufrimiento y del dolor como parte de la existencia humana. Aunque todo esto suene contrario a una sociedad hedonista y posmoderna en la que se le huye al dolor y al sufrimiento en la búsqueda desenfrenada del sólo placer sin importar los medios para alcanzarlo.
  • Si la medicina cumple con su vocación y misión, la de propender por la vida y por mejorar la calidad de vida de los seres humanos, nadie puede decidir eliminar la vida de un ser humano que – en el futuro – podría mejorar la calidad de su existencia.
  • La aplicación de un mal mayor (el de matar al hijo) no soluciona los traumas y secuelas que deja un mal moral y físico como el de la violación. Por el contrario, el sentido común nos permite entender que el aborto suma males y traumas mayores a la persona y la vida de la mujer violada. 
  • La sociedad que motiva a abortar, esa misma sociedad abandona a las mujeres abortistas a su propia suerte y que, esta misma sociedad, en vez de castigar al violador, castiga a la mujer violada y duplica su experiencia de mal convirtiéndola, por el aborto, en asesina del hijo no nacido y agregándole “las complicaciones físicas y psíquicas que ya el aborto tiene de por sí”. (Cfr. Dr. Cameron, Paul en Aciprensa).
  • Cuando discutimos sobre el aborto hablamos, en primer lugar, de personas inocentes a quienes se les quita la vida en el vientre materno. Pero, hablamos también de toda la estructura social, académica, científica, médica, cultural, religiosa, política, legal, cultural y familiar que incide directamente en la ocurrencia de todo aborto.
  • El cuerpo de la mujer es el “hospedaje” que  - durante el embarazo - alberga el cuerpo y la identidad personal y distinta del hijo: un ser moral, psicológica y legalmente otro, independiente, único y distinto a la madre. Que la madre se otorgue o se le dé el derecho de atentar contra el hijo y matarlo porque está alojado en su cuerpo es tanto como – valga el ejemplo - que cada dueño de casa se crea con el derecho de matar a los que habitan en ella.

¿Qué hacer, ante la controversia y el debate político y público que ocurre en nuestra sociedad sobre al aborto? Volvamos a valorar la vida como el don sagrado sobre el cual se fundamentan todos los demás valores individuales, grupales y sociales; pues sobre la muerte y los cementerios no se construye ni la paz  político-social, ni la justicia social, ni el progreso y desarrollo, en justicia y libertad, de los pueblos. Trabajemos integralmente, con todos nuestros hechos, palabras y actitudes, por una “cultura de la vida” en contra de una “cultura de la muerte” y no usemos artificios legales para tranquilizar las torceduras de nuestras conciencias.

Porque la práctica clandestina o la despenalización-legalización del aborto es apenas coherente en sociedades incapaces de justicia social, de libertad, de respeto por los derechos humanos, de equidad, de solidaridad y de paz; es decir, en sociedades donde se propicia la “cultura de la muerte”. Porque es hipócrita rasgarse las vestiduras ante el asesinato de inocentes no-nacidos si al mismo tiempo no nos conmueve el hambre y tantas formas de injusticia, violencia y muerte que nos cerca, que tiene por víctimas a tantos millones de hermanos nuestros aquí y fuera de nuestras fronteras y que también atentan contra el don de la vida.





sábado, 16 de abril de 2022

jueves, 14 de abril de 2022

viernes, 11 de marzo de 2022

viernes, 21 de enero de 2022

LA PALABRA DE DIOS y nuestras palabras

Es vasto el magisterio de la Iglesia Católica sobre el valor de la Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura, en la vida cristiana y, concretamente,  muy rico y extenso el magisterio que en sus – ya casi - nueve años de pontificado ha regalado a la vida actual de la Iglesia y del mundo el Papa Francisco sobre este mismo tema, de lo cual me permito subrayar los siguientes tres documentos:

  • La Carta Apostólica “Misericordia et misera”, al concluir el jubileo extraordinario de la misericordia del 20 de noviembre del 2016, e la que el Papa expresaba el deseo de que “cada comunidad, en un domingo del Año litúrgico, renovase su compromiso en favor de la difusión, el conocimiento y la profundización de la Sagrada Escritura: un domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios para comprender la inagotable riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo”. (7)

  • La Carta Apostólica, en forma Motu Proprio “Aperuit Illis” del 30 de septiembre de 2019, en la Memoria litúrgica de San Jerónimo en el inicio del 1600 aniversario de la muerte, con la que el Papa Francisco instituye aquel anhelo: el DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS: “Establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario – que este año se celebra el próximo 23 de enero del 2022 - esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Este Domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos. No se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar el Domingo de la Palabra de Dios expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad”. (3)

  • La Carta Apostólica  “Scripturae sacrae affectus”, en el XVI centenario de la muerte de San Jerónimo, del 30 de septiembre del 2020, con la que nos invitó a todos a “amar lo que San Jerónimo amó”: la Palabra de Dios. Carta con la que – como en su oportunidad escribí – “además de rendir tributo a la vida y obra de este gran ser humano y cristiano, el Papa reafirma la doctrina de la Iglesia Católica sobre la Sagrada Escritura, fuente primordial para la fe y la religión de todos los creyentes en Cristo, de los Católicos y, además, para la experiencia y quehacer humano de todo hombre y mujer de buena voluntad”. Porque en todo su magisterio y, especialmente, con el DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS, “ el Papa Francisco – en sintonía con las grandes reformas hechas, en la Iglesia y para su misión en el Mundo, por el Concilio Ecuménico Vaticano II, nos invita – una vez más – a volver a las fuentes, a beber y alimentar nuestra fe de la fuente primordial de la Revelación de Dios que es Jesús mismo – Verbo del Padre - y sus evangelios y poner en la centralidad de nuestra personal experiencia cristiana y en la vida de toda la Iglesia, de su ser y quehacer, las Sagradas Escrituras”.

En un mundo en el que cada vez intentamos conectarnos más, aunque quizá, paradójicamente, nos comuniquemos menos, con toneladas de palabras, mediante los mensajes que hoy permiten los avances tecnológicos, es posible que la palabra se esté devaluando, que esté perdiendo su humano y original valor y poder, lo cual podría explicar, por ejemplo, el fenómeno de tantos hombres y mujeres que – en medio de tanta telecomunicación – experimentan, al mismo tiempo,  tanta soledad y tanto sufrimiento por el aislamiento. Porque la palabra tiene el poder de comunicar, de aproximarnos, de acercarnos, de darnos a conocer. Por medio de la palabra creamos, construimos, formamos vidas, hacemos conocimiento, instruimos, iluminamos y transformamos nuestras vidas y las vidas de otros. Pero mal usada, manoseada, manipulada y abusada, la palabra también tiene el poder de destruir vidas, de hacer daño, de matar.

El cristiano, el hombre y la mujer que sigue a Cristo ha de conocer y reconocer el inmenso valor de la Palabra que crea y construye como en el relato bíblico de la creación, cuando – por medio de la Palabra – Dios va creando. “Y dijo Dios, hágase…” (Cfr. Gn 1,1ss; Jn 1,1ss) y de la Palabra que revela, que da a conocer: lo que confesamos de Jesús de Nazaret, como Hijo de Dios y Verbo del Padre, porque con todos sus hechos y palabras, ´muestra el rostro compasivo y misericordioso de Dios-Padre: “Quien lo ha visto a Él ha visto al Padre” (Jn 14,9).

Que este DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS sea un espacio y un tiempo para que reflexionemos sobre el valor y papel de la palabra en nuestras vidas y en nuestras relaciones interpersonales cotidianas. Que nos preguntemos si nuestras palabras construyen o destruyen. Que nos preguntemos – en definitiva – si, en nuestra vida diaria, somos conscientes del poder y valor que tiene la palabra. Pero como cristianos, especialmente, hemos de preguntarnos qué palabra o palabras seguimos y si seguimos a LA PALABRA DE DIOS que es CRISTO mismo: Palabra que nos alimenta y sostiene, Palabra que nos fortalece e ilumina nuestras vidas con su vida. Que nos preguntemos si – como discípulos de Cristo, con nuestros hechos y palabras damos a conocer el amor del Padre, si manifestamos con nuestras vidas la bondad de Dios, si cada uno de nosotros somos revelación de Dios, a imagen y semejanza del Hijo. En conclusión, en este DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS y siempre, como creyentes, hemos de preguntarnos por el puesto y valor que damos a la PALABRA DE DIOS en el ser y quehacer de la Iglesia.