En medio de la voracidad consumista, del desenfreno comercial y de la paganización que está caracterizando la temporada decembrina, además de la abudante proliferación y divulgación de apócrifos sobre Jesús de Nazaret que atentan contra los fundamentos de la fe cristiana, se oscurece la esencia, el sentido, la significación de la Navidad y los cristianos corremos el riesgo de olvidar lo que en ella celebramos y las implicaciones que esta conmemoración anual tiene para nuestra vida cristiana y eclesial y para todo hombre y mujer de buena voluntad.
La memoria del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, que los católicos celebramos en el tiempo litúrgico de la Navidad tiene como inspiración, fundamento y fuente los datos que del nacimiento e infancia de Jesús nos proveen los escritos del Nuevo Testamento y, concretamente, los evangelios de Mateo y Lucas que son los que se ocupan de esta etapa de la vida de Jesús de Nazareth.
Para una lectura “inteligente” de la Biblia y, con ello, una celebración “cristiana” de la Navidad, es preciso distinguir y diferenciar en todos los relatos bíblicos dos tipos de datos con los que se contruye todo relato humano y se consigna por escrito la urdimbre de la humanidad: los datos históricos y las confesiones de fe.
Los Datos históricos son todos aquellos que tienen evidencia tangible y comprobable en nuestras categorias espacio/temporales, constatables - por ello mismo - por el universo de las personas. Están, incluso, presentes en narraciones extrabiblicas, por ejemplo: que existieron personajes y acontecimientos tales como un grupo esclavo de los egipcios, el destierrro a Babilonia, Jesús de Nazareth, su predicación, su muerte en cruz, los primeros discípulos, Pedro y Pablo, la fundación de las primeras comunidades cristianas, las persecuciones, etc...
Las Confesiones de fe son todos aquellos datos válidos sólo para una comunidad o grupo de personas y nacen de una experiencia particular. Por ejemplo: Jesus “es el “Señor” o “la Luz del mundo” son confesiones de fe válidas sólo para los cristianos. Las confesiones de fe constituyen la prioridad y el aspecto principal en la intencionalidad teológica de los escritores sagrados pero no son posibles sin un fundamento histórico.
En otras palabras, si bien la primera y principal intencionalidad de los escritores sagrados es teológica, es decir, confesar y proclamar la fe en Jesucristo (para el caso de los del Nuevo Testamento) y no la de relatar hechos históricos al modo como hoy y en nuestra mentalidad cronológica y cronométrica lo entendemos, es posible, sin embargo, encontrar en los relatos bíblicos y neotestamentarios datos históricos que soportan e hicieron posible la experiencia con Jesús y que dieron lugar a las confesiones de fe. Confesiones de fe que, en otra época y en distintos contextos y circunstancias históricas, son las que conectan a los cristianos de hoy y de siempre con la misma fe de los primeros cristianos confesada y proclamada en el Nuevo Testamento.
Algunos de los datos históricos y de las confesiones de fe que encontramos y diferenciamos en los llamados “relatos de la infancia” de Jesús de Nazaret en los evangelios de Mateo y Lucas son los siguientes:
Datos historicos: Un varón llamado Jesús nace en tiempos del rey Herodes, cuando salió un edicto de empadronamiento de Cesar Augusto, siendo Cirino gobernador de Siria. Sus padres son José y María, quienes, en cumplimiento de la ley mosaica lo circuncidaron y presentaron en el Templo. El niño crece en Nazaret y allí se fortalece llenándose de sabiduría
Confesiones de fe: Con los relatos de las genealogías, la anunciación a María y a los pastores, su concepción virginal, su nacimiento en Belén y en un establo, la presentación de José como de la estirpe de David, la persecusión de Herodes, la adoración de los magos, el viaje a Egipto, la visitación, la circuncisión y la presentación en el Templo... las comunidades cristianas de Mateo y Lucas quieren confesar y confiesan ( a la luz de la Pascua) al Resucitado, ya desde niño, como el centro, el esperado y plenitud de la historia (de Israel - en Mateo - que lo emparenta con personajes de la talla de David y Abraham y de la humanidad - en Lucas - que lo emparenta con Adam), como el Hijo de Dios, el Señor, el Mesías anunciado por los profetas del Antiguo Testamento que tenían en David el modelo de rey de Israel, rey de reyes, luz de las naciones, gloria de Israel, nacido entre y como los pequeños del mundo para ser su salvador, el salvador de Israel y de todos los pueblos, con quien estaba la gracia de Dios. También a María, José y otros personajes (Simeón, Ana, Juan el Bautista, Isabel, los pastores...) se les reconoce y confiesa como fieles cumplidores de la voluntad del Padre y, por ello, benefactores de las promesas consignadas en el Antiguo Testamento.
Todo lo anterior es lo que los cristianos recordamos, confesamos y celebramos en el tiempo litúrgico de la Navidad.
lunes, 24 de diciembre de 2007
jueves, 22 de noviembre de 2007
Construyendo la ACCION DE GRACIAS!
El DIA DE ACCION DE GRACIAS es, histórica, tradicional y familiarmente hablando, la fiesta más importante en este País; la celebración que más congrega y la más arraigada en el sentir cultural y colectivo de la entera sociedad de los Estados Unidos de Norteamérica.
Esta celebración tiene fundamento antropológico. La gratitud hunde sus raíces en la esencia misma del ser humano, pues hay en todo hombre y mujer la capacidad de observar todo cuanto es, todo cuanto tiene y todo cuanto le rodea, de tomar conciencia y de DAR GRACIAS.
La actitud y el estilo de vida del hombe y de la mujer capaces de agradecimiento van de la mano con la alegría, pues es alegre la persona capaz de percibir para reconocer y agradecer. Por el contrario, quienes han olvidado o no desarrolado - ciegos ante la vida y la realidad - esta capacidad ontológica corren el riesgo de la tristeza, del aburrimiento, del abatimiento.
De otra parte, la actitud alegremente agradecida genera esperanza, convierte la existencia en un espacio/tiempo digno de ser vivido y llena de matices distintos la siempre amenazante rutina en la cotidianidad de la historia humana. Pero no sólo la rutina de una sociedad materialista y de consumo en la que nos acostumbramos a tenerlo todo es una grave amenaza contra la gratitud, también lo es la incapacidad de asombrarnos ante lo nuevo, ante lo que somos y tenemos, ante lo que recibimos “gratis” por la soberbia de quien cree merecerlo todo y no agradece nada.
Así, la gratitud como actitud y estilo de vida se convierte, además, en antídoto contra la experiencia de mal en el mundo. El que agradece lo hace no olvidando el mal, sino a pesar de él y en su contra; siempre en búsqueda de condiciones y días mejores, en búsqueda de razones para dar gracias.
Entonces, la gratitud, como estilo de vida, evoca el pasado y el presente para agradecerlo pero, de manera activa, nos empuja a construir el “cielo nuevo y la tierra nueva” que esperamos para poder seguir agradeciendo...
La gratitud, por todo ello, es un canto, un grito de protesta contra todas las tan variadas manifestaciones del mal en la historia. La gratitud, en fin, nos libera porque exorcisa la miseria, la pobreza, los desastres, los odios, las divisiones, los fracasos, las violencias, los conflictos, los atropellos, los abusos, las injusticias, el sufrimiento y hasta la muerte misma....
Aquí, en este fundamento antropológico de la gratitud por la gratuidad de la vida, concebida ésta como un don inestimable, radica la grandeza de los ritos con los que festejamos en esta Nación el DIA DE ACCION DE GRACIAS.
A esta experiencia tan profundamente humana de la gratitud, inserta como quedó dicho, en la esencia misma de nuestro ser y en el corazón de todo hombre y mujer de buena voluntad, la revelación cristiana añade – para los creyentes en Cristo - más y más razones para vivir alegremente agradecidos.
Los cristianos damos gracias por la vida y la creación como don de Dios y damos gracias al Padre compasivo y misericordioso de todos, en el Espíritu Santo, por hacernos sus hijos y, por ello, hermanos entre nosotros. Damos gracias por su sempiterna presencia en nuestra historia y todo ello lo celebramos diariamente, pero especial y dominicalmente en LA EUCARISTIA (vocablo griego que significa ACCION DE GRACIAS): LA ACCION DE GRACIAS primordial y por excelencia en la vida de la comunidad eclesial y del cristiano.
Nos congratulamos pues por esta gran celebración nacional de ACCION DE GRACIAS que nos permite hacer, además, un alto en el camino para un examen de conciencia individual y comunitario sobre las razones suficentes o las sin razones que en esta fecha tenemos para dar o no dar gracias.
Si estamos construyendo un mundo, una sociedad, una cultura y unas personas en consonancia con el bien común, con la justicia, con la humanización y para la vida abundante, entonces esta fiesta como todo rito de acción de gracias cobra validez y tiene sentido; de lo contrario: si hay en nosotros mismos y, por ello, en la sociedad enormes y muy evidentes manifestaciones de mal, de injusticia y pecado entonces el día y la fiesta de ACCION DE GRACIAS como todo rito de agradecimiento corre el riesgo de convertirse en una celebración del absurdo, del sin-sentido, de la farsa y del vacío.
Construyamos, pues, espacios y razones suficientes para estar agradecidos y agradeciendo... y para vivir “esperando, incluso, cuando no hay esperanza”.
Esta celebración tiene fundamento antropológico. La gratitud hunde sus raíces en la esencia misma del ser humano, pues hay en todo hombre y mujer la capacidad de observar todo cuanto es, todo cuanto tiene y todo cuanto le rodea, de tomar conciencia y de DAR GRACIAS.
La actitud y el estilo de vida del hombe y de la mujer capaces de agradecimiento van de la mano con la alegría, pues es alegre la persona capaz de percibir para reconocer y agradecer. Por el contrario, quienes han olvidado o no desarrolado - ciegos ante la vida y la realidad - esta capacidad ontológica corren el riesgo de la tristeza, del aburrimiento, del abatimiento.
De otra parte, la actitud alegremente agradecida genera esperanza, convierte la existencia en un espacio/tiempo digno de ser vivido y llena de matices distintos la siempre amenazante rutina en la cotidianidad de la historia humana. Pero no sólo la rutina de una sociedad materialista y de consumo en la que nos acostumbramos a tenerlo todo es una grave amenaza contra la gratitud, también lo es la incapacidad de asombrarnos ante lo nuevo, ante lo que somos y tenemos, ante lo que recibimos “gratis” por la soberbia de quien cree merecerlo todo y no agradece nada.
Así, la gratitud como actitud y estilo de vida se convierte, además, en antídoto contra la experiencia de mal en el mundo. El que agradece lo hace no olvidando el mal, sino a pesar de él y en su contra; siempre en búsqueda de condiciones y días mejores, en búsqueda de razones para dar gracias.
Entonces, la gratitud, como estilo de vida, evoca el pasado y el presente para agradecerlo pero, de manera activa, nos empuja a construir el “cielo nuevo y la tierra nueva” que esperamos para poder seguir agradeciendo...
La gratitud, por todo ello, es un canto, un grito de protesta contra todas las tan variadas manifestaciones del mal en la historia. La gratitud, en fin, nos libera porque exorcisa la miseria, la pobreza, los desastres, los odios, las divisiones, los fracasos, las violencias, los conflictos, los atropellos, los abusos, las injusticias, el sufrimiento y hasta la muerte misma....
Aquí, en este fundamento antropológico de la gratitud por la gratuidad de la vida, concebida ésta como un don inestimable, radica la grandeza de los ritos con los que festejamos en esta Nación el DIA DE ACCION DE GRACIAS.
A esta experiencia tan profundamente humana de la gratitud, inserta como quedó dicho, en la esencia misma de nuestro ser y en el corazón de todo hombre y mujer de buena voluntad, la revelación cristiana añade – para los creyentes en Cristo - más y más razones para vivir alegremente agradecidos.
Los cristianos damos gracias por la vida y la creación como don de Dios y damos gracias al Padre compasivo y misericordioso de todos, en el Espíritu Santo, por hacernos sus hijos y, por ello, hermanos entre nosotros. Damos gracias por su sempiterna presencia en nuestra historia y todo ello lo celebramos diariamente, pero especial y dominicalmente en LA EUCARISTIA (vocablo griego que significa ACCION DE GRACIAS): LA ACCION DE GRACIAS primordial y por excelencia en la vida de la comunidad eclesial y del cristiano.
Nos congratulamos pues por esta gran celebración nacional de ACCION DE GRACIAS que nos permite hacer, además, un alto en el camino para un examen de conciencia individual y comunitario sobre las razones suficentes o las sin razones que en esta fecha tenemos para dar o no dar gracias.
Si estamos construyendo un mundo, una sociedad, una cultura y unas personas en consonancia con el bien común, con la justicia, con la humanización y para la vida abundante, entonces esta fiesta como todo rito de acción de gracias cobra validez y tiene sentido; de lo contrario: si hay en nosotros mismos y, por ello, en la sociedad enormes y muy evidentes manifestaciones de mal, de injusticia y pecado entonces el día y la fiesta de ACCION DE GRACIAS como todo rito de agradecimiento corre el riesgo de convertirse en una celebración del absurdo, del sin-sentido, de la farsa y del vacío.
Construyamos, pues, espacios y razones suficientes para estar agradecidos y agradeciendo... y para vivir “esperando, incluso, cuando no hay esperanza”.
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