Los cristianos leemos el Antiguo Testamento, porque encontramos unas relaciones de continuidad y/o de contexto y de novedad/ruptura importantes entre éste y el Nuevo Testamento. Así:
· Jesús es judío, hijo de padres judíos, miembro de su pueblo y parte de sus costumbres, conocedor de las escrituras y la ley de su tiempo, asiste a las sinagogas, etc.
· Los primeros cristianos, miembros de las primeras comunidades cristianas y autores de los textos del Nuevo Testamento son hombres y mujeres judíos convertidos muy recientemente al “cristianismo”. Lo cual explica que en el “Nuevo” aparezcan todavía textos con mentalidad del “Viejo Testamento”. Por ejemplo, leemos textos en el Nuevo Testamento que hablan de mandamientos (en plural) cuando Jesús debió hablar de uno solo: el amor, o cuando se habla de pecados (también en plural) cuando Jesús quita es el pecado, en singular, como una situación estructural en la vida de la persona, que lo hace cometer, ahí si, pecados, en plural.etc.
· Más aún, los cristianos confesamos a Dios Uno y Trino pero, además, le atribuimos todos los rasgos de Dios revelados y confesados ya por el Pueblo de Israel en el Antiguo Testamento: Creador, Liberador, Santo, Misericordioso, Juez Justo, Rey, Peregrino, Nuestro Dios, Único, etc.
· Pero también es verdad que Jesús y su ministerio (hechos y palabras) suponen una novedad y por tanto una ruptura con “las tradiciones de sus antepasados”: “Antes se dijo..., pero ahora yo les digo...”
· La “norma, normativa, no normada” para la fe de nosotros los cristianos es Cristo y su evangelio pero no se descubre lo nuevo si no se conoce lo viejo. No descubriremos la “novedad” que trae Jesús y su “ruptura” con el pasado, si no conocemos primero el “orden de cosas” del Antiguo Testamento.
En este interés “hermenéutico” por conocer mejor a Dios por medio de su revelación escrita consignada en la Biblia, es importante, además, saber que la escritura fue conocida e Israel aproximadamente hacia el año 1000 antes de Cristo, cuando el Rey David quiso traer “escribas” desde Alejandría en Egipto para que consignaran por escrito y archivaran los alcances y la prosperidad de su reinado.
Si esto es así, entonces hemos de entender que los escritos bíblicos, obviamente posteriores a los acontecimientos relatados o datos históricos, estuvieron siempre precedidos y mediados por tradiciones orales, con todas sus eventualidades y matices. Y que, además, no fueron escritos ni aparecieron en el mismo orden cronológico en el que los tenemos “ordenados” en nuestra Biblia. Finalmente, los textos bíblicos han de ser leídos – y vividos – con el mismo espíritu con el que fueron escritos: desde la fe.
Porque así como el poema de amor es bien entendido e interpretado por el que tiene o ha tenido la experiencia de estar enamorado; los textos bíblicos son los “poemas de amor” (construidos con datos históricos y confesiones de fe) de unos hombres y mujeres, de un pueblo y de unas primeras comunidades cristianas que pusieron “toda su confianza en Dios” y que son bien entendidos, bien leídos, bien interpretados y bien vividos por quienes, como aquellos, tienen hoy la experiencia de la misma fe en el Dios que se comunica en la Biblia.
Lo cual supone, ponerse en disposición de escucha, de diálogo, de acogida. Con una mirada hacia la propia situación de la persona o comunidad que lee la Palabra, dejando que ésta interpele, ilumine, presencialice a Dios en la realidad más profunda de la existencia, haciendo así de la Palabra de Dios palabra de salvación. (MC I – Pág. 53).
Otro aspecto a tener en cuenta, para una lectura inteligente de la Biblia es la “unidad” de la Biblia porque Cristo es el centro de toda la Biblia, de tal manera que el Antiguo Testamento es profecía y promesa mientras que el Nuevo Testamento es la presentación y la explicación de ese acontecimiento ya realizado. A la luz del acontecimiento-Cristo se han de leer todos los libros de la Biblia. (MC I – Pág. 51)
Por otra parte, hay que tener en cuenta que la verdad que nos enseña la Biblia es una verdad religiosa y no una verdad científica. Lo que la Biblia nos quiere enseñar es la gran verdad y sentido de nuestras vidas: nuestra salvación en Cristo y por Cristo. (MC I – Pág. 52)
La Biblia es historia de salvación, pero una historia en la que son protagonistas los hombres con sus miserias y virtudes, sus violencias y sus maldades. En esa historia, Dios manifiesta su fidelidad, su misericordia, su propósito de salvar a los hombres a pesar de todos los pecados y maldades del mundo, a partir de Cristo. A esto apunta toda la enseñanza moral de la Biblia.(MC I – Pág. 52).
En todos los textos y de manera especial en las enseñanzas y parábolas de Jesús es importante conocer y tener en cuenta – además del contexto religioso, histórico, etc. – a los destinatarios del texto, sus tendencias, sus pretensiones, su actitud religiosa frente a Jesús y a los demás.
El mejor ejemplo para la comprensión de esta clave hermenéutica lo constituye quizá, la referencia que el Evangelio de Lucas hace en los dos primeros versículos del capitulo 15, con los cuales sintetiza y describe bien la distinta actitud de los dos grupos presentes siempre en el auditorio del ministerio de Jesús (sus hechos y sus palabras) y a los que El interpela permanentemente con sus enseñanzas.
· Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo, para recibir su perdón, su misericordia, su sanación ( sanación ) y
· Los fariseos y los escribas murmuraban, criticaban, lo ponían a prueba (por su compasión con aquellos)
Entonces, el mensaje de la Biblia cobra vigencia y actualidad en la medida en que hoy, como ayer, hay hombres y mujeres con una actitud religiosa semejante a la de los escribas y fariseos (actitud del hijo mayor) o a la de los publicanos pecadores (actitud del hijo menor) descrita, de inmediato, en Lc 15,11-31.
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