La permanencia del cristianismo por los últimos veinte siglos en la
historia de la humanidad se debe a la confesión de fe en Jesús de Nazaret como
el Resucitado, como el Viviente, presente en la vida de los cristianos.
Esta es, por tanto, la principal confesión de fe de los cristianos: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe y
vana también nuestra predicación” (1 Co 15,14). Pero esta confesión de fe
se sostiene en una evidencia, en un dato histórico: la vida de unos primeros
hombres y mujeres, seguidores de Jesús de Nazaret, quienes - después de la
muerte en cruz del nazareno - experimentan un hecho transformador de sus vidas,
se experimentaron hombres y mujeres nuevos (Cfr. Ef 2,18) por lo que comienzan
a confesar que el muerto les cambió la vida y, si les cambió la vida, es porque
está vivo y ha resucitado!.
Dicha transformación consistió fundamentalmente en un cambio de
mentalidad (Cfr. Ef 4,23), de criterios, de lógica: en una manera nueva de ver
y afrontar la realidad según la lógica y la sabiduría de Dios y del evangelio
de Jesucristo que no es la lógica del mundo.(Cfr. St 3,13 y 1 Co 1). Ahora,
novedosamente, se descubren – como Jesús mismo había vivido y les había
enseñado – hijos de Dios (Gál 4,6) y hermanos todos los unos de los otros (1 Jn
3,14). Descubren como obsoleto el viejo orden de cosas veterotestamentario: “Lo viejo ha pasado, ha llego lo nuevo”
(2 Co 5,17) y empiezan a leer e interpretar sus propias vidas y la realidad
toda “a la luz” de lo acontecido en
la vida de Jesús de Nazaret: su pasión, su muerte y su resurrección.
Es decir, que lo que fundamenta la confesión de fe en Jesús como
resucitado son – en concreto – la vida nueva de hombres y mujeres que dan
testimonio de la obra transformadora del Crucificado en ellos (Cfr. Hc 2)
Han pasado ya dos mil años desde aquel hecho: la pasión-muerte-resurrección
de Cristo y, cada domingo y cada año, en la pascua cristiana, los discípulos de
Cristo de todos los tiempos y rincones de la tierra, de los más diversos
orígenes y según los moldes de las más diversas culturas seguimos confesando a
Cristo como Resucitado y presente en la historia de la humanidad.
Dicha confesión de fe es vacía si no parte de la experiencia de hombres
y mujeres que – hoy como ayer – continúan experimentando una transformación en
sus vidas que los empuja a vivir el mandato del amor, en el reconocimiento de
que somos hermanos, hijos del mismo Padre: “En
este sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, en que nos amamos los
unos a los otros”(1 Jn 3,14)
Pero son muchas las realidades que hoy desdicen de la confesión de fe en
la Resurrección de Cristo. Porque confesar a Cristo como Viviente es, ante
todo, confesar el triunfo de los designios del Padre en el Hijo (Filip 2,10)
sobre los que quisieron su muerte, es confesar el triunfo de la vida abundante
de Dios (Jn 10,10)sobre las mil formas de muerte (1 Co 15,55) que – sin Dios,
sin amor – nos inventamos. Confesar a Cristo como Resucitado es confesar que la
luz venció las tinieblas (1 Tes 5,5) y que – en adelante – es posible la
construcción de vidas humanas y de sociedades más según la voluntad de Dios y
menos según el capricho de los déspotas.
Por ello, la celebración pascual de los cristianos es memoria de lo
acontecido en la vida de Jesús y de los primeros cristianos y es, ante todo: un
compromiso. El compromiso que todo discípulo de Cristo tiene de mostrar con su
vida, con sus hechos y palabras, con sus comportamientos y actitudes la vida
abundante que Dios nos ofrece en Jesucristo: “He venido pata que tengan vida y que la tengan en abundancia” (Jn
10,10).
Mientras millones de hermanos en el mundo vivan en situaciones de
extrema pobreza, indigencia y miseria. Mientras las condiciones de vida
precaria y miseria que arropa a las grandes mayorías de la humanidad los
conduzca a la muerte y no a la vida, mientras un solo hombre pase hambre en la tierra
(Cfr Hc 2,42 y Hc 4,32), la celebración pascual reclama en cada creyente en
Cristo mayor autenticidad, mayor compromiso, mayor eficacia, mayor verdad y
mayor sentido en todo lo que creemos, profesamos y esperamos.
En Cristo, la última palabra de Dios sobre el destino del hombre no es
muerte en la cruz o en las mil cruces que existen sino vida. La resurreción de
Cristo y nuestra resurrección en El llena de sentido nuestras existencias pero
nos empuja a la construcción de mejores vidas, para una mejor sociedad y un
mejor mundo en el que podamos ver, vivir y edificar no según la lógica del
mundo sino según la lógica de Dios.
Celebremos pues nuestra Pascua
cristiana: el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud de la ley a la
plenitud del amor pero, por Cristo, con El y en El, pasemos también nosotros de
la comodidad, tibieza y rutina de nuestras vidas cristianas al combate activo
de hombres y mujeres que – desde el evangelio de Cristo – luchamos por hacer
posible un mundo en el que real y verdaderamente Cristo esté Vivo en la vida de
todos y en todos los ambientes sociales: en la política y en la cultura, en la
academia y en el deporte, en las artes y en la religión, en la ciencia y en el
trabajo….
Que, hoy como ayer, la confesión de fe del Crucificado como Resucitado
esté acompañada y avalada por la vida de hombres y mujeres nuevos que
construyen, en el día a día, un mundo más humano, es decir, más fraterno, más
equitativo, más solidario, más justo. FELICES PASCUAS!
1 comentario:
El Senor Resucito !!! Aleluya, Aleluya.
La Vida vencio a la muerte, pasando por la cruz. Nosotros ya tenemos nuestra cruz, ahora busquemos a Jesus, si ya lo tenemos, no lo dejemos. Si no lo dejamos, por lo que El ya hizo,nos salvaremos. Este es el dia del triunfo del Senor !!
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