Por estos días, en París, se dan cita representantes de los gobiernos de 195 naciones con la tarea de lograr un acuerdo global sobre el clima en la tierra. Se trata de una oportunidad más para frenar el fenómeno del cambio climático o – hablando más apocalípticamente – de la última oportunidad para salvar nuestra casa, nuestro planeta.
Es posible crecer económicamente sin emisiones, dicen unos. Es posible compaginar desarrollo, progreso económico y clima en la tierra dicen otros. Dos grados centígrados más en el calentamiento del clima sería el punto de no retorno advierten otros. 660 millones de niños (el futuro de la humanidad) viven en zonas de riesgo por el cambio climático. 25% del impacto económico por el cambio climático lo sufre el ambiente rural en el planeta. 2020 sería el año de entrada en vigor de lo que se acuerde esta semana en Paris y perduraría hasta el 2050, sustituyendo este acuerdo la segunda fase aprobada en el acuerdo de Kioto.
Estas con cifras, advertencias, opiniones, titulares de prensa que hablan de una enorme catástrofe que se cierne sobre la humanidad y de la que todos somos – en mayor o menor medida, colectiva o individualmente - responsables y víctimas, al mismo tiempo. Pero ciertamente, nadie puede quedar indiferente ante este grave problema que involucra a la humanidad entera.
También el Papa Francisco se sumó a esta gravísima preocupación mundial con un llamado urgente en su reciente Carta Encíclica LAUDATO SI (sobre el cuidado de la casa común).
En ella, Francisco expone magistralmente, en primer lugar, los distintos problemas que constituyen la grave crisis ecológica por la que atravesamos (la contaminación y el cambio climático, la basura y la cultura del descarte, la cuestión del agua, la pérdida de la biodiversidad, el deterioro de la calidad de la vida humana, la inequidad planetaria, la debilidad de las reacciones ante la problemática ecológica) y las que el Papa considera como las mayores causas de dichos problemas (la globalización del paradigma tecnocrático y las graves consecuencias del antropocentrismo moderno)
Otros ejes temáticos que atraviesan la encíclica son: “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida”.(16)
Ya todos sabemos que si no cambian las tendencias actuales (de explotación irracional y de contaminación ambiental) se seguirá deteriorando acelerada y gravemente la relación del ser humano con la naturaleza.
Llegó la hora – por la supervivencia de la especie humana sobre la faz de la tierra - de tomar decisiones que se concreten en acciones claras y definitivas para el logro del llamado “desarrollo sostenible integral”.
Este desarrollo sostenible integral comporta, en primer lugar, una visión del hombre como administrador (no dueño) de todo lo creado, en favor y al servicio de todos, especialmente de los más necesitado; un trato con la naturaleza en la que los principios ético-morales (y no los intereses mezquinos y egoístas) fundamenten y se plasmen en las relaciones del ser humano con la naturaleza. Todo lo cual permitirá que podamos preservar los recursos naturales y todo lo bueno construido por el hombre sobre la tierra para transmitirlos como rica herencia a las generaciones del futuro próximo.
Las alertas están encendidas. Sólo falta que cada uno de nosotros tome conciencia de la responsabilidad que le cabe en el cuidado de “la casa común” y obre cotidianamente en consecuencia.
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