Aún están
frescos los titulares de prensa y las imágenes que dieron cuenta de la
recientemente ocurrida masacre en la ciudad de Orlando, Florida, aquí en los
Estados Unidos.
Fue,
sin lugar a dudas, un crimen de odio y un acto terrorista. Y entre las mil
voces, opiniones, especulaciones y evaluaciones que se han hecho sobre el
macabro acontecimiento, me quedé pensando en una sentencia de Oscar Arnulfo
Romero, que – me parece – aplica bien para nuestra actual situación: “En
nuestra sociedad todos vivimos como si nadie es culpable pero la verdad es que
todos somos responsables”.
No es
la primera vez que nuestra sociedad norteamericana es estremecida por un acto
como la masacre en Orlando, porque no es la primera vez que en esta sociedad un
ser humano con graves perturbaciones mentales puede acceder fácilmente a armas
de alto impacto y ocasionar tanto miedo, tanto dolor, tantos lamentos.
Tampoco
es la primera vez que se alzan voces en esta nuestra sociedad a favor y en
contra del control de armas. Pero la efervescencia de estas manifestaciones
baja como la espuma cuando se van apagando los titulares de prensa respecto de
cada última masacre acontecida, en espera de la próxima… Y así, nos vamos
acostumbrando, nuestros corazones y memoria se van endureciendo,
encalleciendo y como la letra de aquella
canción “al final, la vida sigue igual”
La
ocurrencia de estos casos de terrorismo y masacres entre nosotros es un caso
muy serio. Son casos en los que el Estado y el establecimiento gubernamental de
esta Nación tienen que preguntarse por su responsabilidad moral en que actos
atroces como el ocurrido en Orlando sigan pasando, con la ya facilidad señalada
para que cualquiera pueda – con el corriente, legal, normal y cotidiano acceso
a la compra de armas – producir acontecimientos tan nefastos para la vida en
sociedad.
La
masacre en Orlando nos recuerda, desgraciadamente por enésima vez, que
acontecimientos como éstos exigen voluntad política en la legislación
específica del uso de armas y, de otra parte, lograr nivelar y equilibrar en
nuestra sociedad el crecimiento humano, moral y espiritual con los progresos,
avances y crecimiento en el aspecto material y económico.
Trabajamos,
nos esforzamos todos por el progreso y poderío económico y material de esta
Nación. Nos enorgullece a todos poder decir que vivimos en el País más
desarrollado materialmente del Planeta. Pero este desarrollo y progreso ha de
corresponder, simultáneamente y en cada situación a un desarrollo y progreso en
el aspecto humano y espiritual de tal manera que – con orgullo – podamos
proclamar ante el mundo que vivimos, además, en la Nación más civilizada de la
tierra.
La
masacre de Orlando deja mucho que desear y mucho que reflexionar y cuestionar
al respecto. Pareciera que no hemos superado las balaceras de la conquista del
Oeste de esta Nación. Pareciera que el sistema democrático del que alardeamos y
desde el cual vamos por el mundo sentando cátedra tiene graves fisuras cuando
de tolerancia y convivencia ciudadana se trata.
La
masacre de Orlando duele en sus víctimas directas, duele por el dolor de los
familiares de quienes allí cayeron, pero duele, también y sobre todo, porque
nos confronta con nuestras verdades verdaderas y cuestiones fundamentales como
sociedad norteamericana: ¿Qué tanto progreso en la convivencia hemos logrado?.
¿Qué tan fácilmente logramos tolerar en la diaria convivencia a quienes no
tienen nuestro mismo color de piel, nuestro mismo credo religioso, nuestra
misma ideología política, nuestros mismos orígenes histórico-culturales,
nuestra misa condición o estilo de vida sexual, nuestra misma condición
económica, etc.? ¿Con cuánto odio vivimos ante las diferencias de los otros?
Resolver
positivamente estas preguntas será lo que nos permita convivir juntos en la
construcción permanente de una sociedad grande, próspera y más democrática, más
equitativa, más humana y humanizante, más solidaria, más justa, más vivible,
más amable, con más esperanza en el futuro para las generaciones venideras.
No
resolver estas cuestiones fundamentales nos dejará vulnerables a enfrentar cada
cierto tiempo los mismos titulares de prensa dolorosos, las mismas lágrimas,
los mismos lamentos y – peor aún - a continuar en una obligada convivencia
llena de angustias, de temores, de prejuicios, de miedos….
En
uno u otro caso, con nuestras vidas, con nuestros hechos y palabras, con
nuestras actitudes y comportamientos cotidianos, con nuestras obras anónimas,
pequeñas y elementales o vistosas y trascendentales, todos somos responsables
de nuestra historia personal, familiar y de nuestro presente y futuro como
sociedad y Nación.