viernes, 29 de julio de 2016

Todos Somos Responsables



Aún están frescos los titulares de prensa y las imágenes que dieron cuenta de la recientemente ocurrida masacre en la ciudad de Orlando, Florida, aquí en los Estados Unidos.

Fue, sin lugar a dudas, un crimen de odio y un acto terrorista. Y entre las mil voces, opiniones, especulaciones y evaluaciones que se han hecho sobre el macabro acontecimiento, me quedé pensando en una sentencia de Oscar Arnulfo Romero, que – me parece – aplica bien para nuestra actual situación: “En nuestra sociedad todos vivimos como si nadie es culpable pero la verdad es que todos somos responsables”.

No es la primera vez que nuestra sociedad norteamericana es estremecida por un acto como la masacre en Orlando, porque no es la primera vez que en esta sociedad un ser humano con graves perturbaciones mentales puede acceder fácilmente a armas de alto impacto y ocasionar tanto miedo, tanto dolor, tantos lamentos.

Tampoco es la primera vez que se alzan voces en esta nuestra sociedad a favor y en contra del control de armas. Pero la efervescencia de estas manifestaciones baja como la espuma cuando se van apagando los titulares de prensa respecto de cada última masacre acontecida, en espera de la próxima… Y así, nos vamos acostumbrando, nuestros corazones y memoria se van endureciendo, encalleciendo  y como la letra de aquella canción “al final, la vida sigue igual”

La ocurrencia de estos casos de terrorismo y masacres entre nosotros es un caso muy serio. Son casos en los que el Estado y el establecimiento gubernamental de esta Nación tienen que preguntarse por su responsabilidad moral en que actos atroces como el ocurrido en Orlando sigan pasando, con la ya facilidad señalada para que cualquiera pueda – con el corriente, legal, normal y cotidiano acceso a la compra de armas – producir acontecimientos tan nefastos para la vida en sociedad.

La masacre en Orlando nos recuerda, desgraciadamente por enésima vez, que acontecimientos como éstos exigen voluntad política en la legislación específica del uso de armas y, de otra parte, lograr nivelar y equilibrar en nuestra sociedad el crecimiento humano, moral y espiritual con los progresos, avances y crecimiento en el aspecto material y económico.

Trabajamos, nos esforzamos todos por el progreso y poderío económico y material de esta Nación. Nos enorgullece a todos poder decir que vivimos en el País más desarrollado materialmente del Planeta. Pero este desarrollo y progreso ha de corresponder, simultáneamente y en cada situación a un desarrollo y progreso en el aspecto humano y espiritual de tal manera que – con orgullo – podamos proclamar ante el mundo que vivimos, además, en la Nación más civilizada de la tierra.

La masacre de Orlando deja mucho que desear y mucho que reflexionar y cuestionar al respecto. Pareciera que no hemos superado las balaceras de la conquista del Oeste de esta Nación. Pareciera que el sistema democrático del que alardeamos y desde el cual vamos por el mundo sentando cátedra tiene graves fisuras cuando de tolerancia y convivencia ciudadana se trata.

La masacre de Orlando duele en sus víctimas directas, duele por el dolor de los familiares de quienes allí cayeron, pero duele, también y sobre todo, porque nos confronta con nuestras verdades verdaderas y cuestiones fundamentales como sociedad norteamericana: ¿Qué tanto progreso en la convivencia hemos logrado?. ¿Qué tan fácilmente logramos tolerar en la diaria convivencia a quienes no tienen nuestro mismo color de piel, nuestro mismo credo religioso, nuestra misma ideología política, nuestros mismos orígenes histórico-culturales, nuestra misa condición o estilo de vida sexual, nuestra misma condición económica, etc.? ¿Con cuánto odio vivimos ante las diferencias de los otros?

Resolver positivamente estas preguntas será lo que nos permita convivir juntos en la construcción permanente de una sociedad grande, próspera y más democrática, más equitativa, más humana y humanizante, más solidaria, más justa, más vivible, más amable, con más esperanza en el futuro para las generaciones venideras.

No resolver estas cuestiones fundamentales nos dejará vulnerables a enfrentar cada cierto tiempo los mismos titulares de prensa dolorosos, las mismas lágrimas, los mismos lamentos y – peor aún - a continuar en una obligada convivencia llena de angustias, de temores, de prejuicios, de miedos….

En uno u otro caso, con nuestras vidas, con nuestros hechos y palabras, con nuestras actitudes y comportamientos cotidianos, con nuestras obras anónimas, pequeñas y elementales o vistosas y trascendentales, todos somos responsables de nuestra historia personal, familiar y de nuestro presente y futuro como sociedad y Nación.

miércoles, 27 de julio de 2016

EL SIDA - Nos reta y nos convoca a todos



Desde los primeros años de la década de los ochentas cuando aparecieron en el mundo los primeros casos de infección por el Virus de Inmuno Deficiencia Humana (VIH) hasta nuestros días la humanidad entera ha sido “contagiada” por la importancia de este tema, por todo lo que esta enfermedad implica, y significa para el individuo que la padece, para la comunidad médica y para la entera sociedad humana.

Porque el SIDA (enfermedad por el Virus de la Inmuno Deficiencia Humana - VIH) son muchos y muy importantes los temas humanos (personales y sociales) que quedan implicados: la cultura, la sexualidad humana, la moral privada y la ética de lo público, la educación, la libertad, la experiencia religiosa, el respeto, la responsabilidad personal y social, la compasión, la vida, la muerte, las posibilidades de la ciencia, etc…

Son grandes los avances científicos y enorme el progreso que se ha alcanzado en el manejo social y en las terapias médicas para prevenir nuevas infecciones y para tratar a las personas infectadas con dicho virus. Como la medicina, la investigación en la materia específica de este virus ha avanzado mucho y hoy contamos con grandes logros estadísticos que muestran cómo descienden las cifras de nuevos infectados y, al tiempo, como aumentan las esperanzas de vida – gracias a nuevos medicamentos - para las personas portadoras del virus.

Ya son casi cuarenta años de lucha social y médica contra esta enfermedad y la medicina no da tregua en la elaboración de nuevos medicamentos que – cada vez de manera más precisa y con efectos secundarios menos dañinos – alivien y procuren mejor calidad de vida a la de los pacientes portadores del virus. Hoy no hay cura médica en el tratamiento de esta enfermedad y, si bien es mucho lo que en la investigación médica se ha hecho es mucho más lo que falta por hacer.

También, hay que decirlo, se ha avanzado en la comprensión, tolerancia y servicios sociales hacia las personas infectadas y hacia el entorno familiar y social de cada uno de los pacientes.

Pero es preciso repetirlo una y otra vez: “además de combatir científica, clínica y humanamente la enfermedad, es preciso aceptar, como un hecho, que en la gran mayoría de casos existe una interdependencia entre infección por el virus del SIDA y determinados comportamientos o estilos de vida”. (1)

Hoy aplaudimos los avances médicos ya señalados en la prevención y tratamiento del SIDA y sin embargo afirmamos, al mismo tiempo, que el solo asunto médico-científico y farmacológico no basta. Que se precisa, antes, una cultura y una educación que ayuden en el manejo y prevención de situaciones humanas como las que la pandemia del SIDA plantean. Que la familia, los medios de comunicación, las iglesias y la sociedad entera han de estar implicadas en niveles educacionales que posibiliten abundancia de vida para los ciudadanos. Que el SIDA hace que nos preguntemos por los valores y estilos de vida que esta coyuntura histórica, social y cultural de transición de la modernidad a la posmodernidad exalta, motiva, propone.
Con todo, “ante los enfermos de SIDA el papel de la sociedad, de sus instituciones y de cada una de las personas concretas que la integramos, sólo puede ser el que se adopta con un enfermo: de solidaridad, acogida y ayuda. Los enfermos de SIDA tienen los mismos derechos humanos que los sanos. Y, uno más: el de -precisamente por ser enfermos- ser acogidos y ser beneficiarios de la solidaridad de los demás, lo que conlleva el esfuerzo correspondiente de todas las instituciones sociales y los poderes públicos. Rechazar a los enfermos de SIDA, por ser tales, en la escuela, en el mundo laboral, en la función pública o en las instituciones sociales, es inhumano e injusto. La sociedad está obligada positivamente, como respecto de cualesquiera otros de sus miembros dolientes o enfermos, a arbitrar los medios a su alcance para hacerles la vida lo más llevadera posible. En contrapartida, la sociedad tiene derecho a exigir de los enfermos de SIDA que eviten los riesgos de transmisión de esta enfermedad. La solidaridad debe poner también los medios económicos para la investigación que permita obtener tratamientos, para crear centros de acogida u hospitales cuando la enfermedad llega a su fase terminal, etc”. (2)
De donde, todos hemos de sentirnos implicados en la prevención de esta grave pandemia y especialmente los grupos y personas considerados de mayor riesgo de poder ser infectados y todos hemos de sentirnos convocados a luchar por una cultura de la vida en medio de tantas formas de muerte y destrucción humana.

1.- II La sociedad ante el Sida en https://www.aciprensa.com/sida/libro4.htm
2.- Ibid.