martes, 1 de septiembre de 2020

Rezar para Orar


En la suma de las dimensiones que somos como seres humanos, hay una, la más importante: esa que nos eleva por encima de la cotidianidad, que nos libera de la materialidad tangible, perecedera y consumista postmoderna, que nos hace volar, que nos permite crear ideales y metas, soñar con utopías y a no resignarnos a la estrechez, precariedad y limitaciones de nuestro barro; se trata de la dimensión trascendente de la vida de cada ser humano.

Esta dimensión humana hace que el hombre tienda a la divinidad con anhelos de plenitud, de perfección, de infinitud, de eternidad y explica, además, que todos los seres humanos establezcamos, en el día a día de nuestras vidas o en acontecimientos especiales de nuestra existencia, relaciones con el Trascendente.

La manera de hacerlo es intentando comunicación con quien cada uno considera y confiesa como su Dios, su ser Trascendente, su Creador… Y, en general, este intento de comunicación se llama – en la mayoría de los sistemas religiosos de la humanidad – oración.

Para orar e intentar entrar en un diálogo con la divinidad, los seres humanos usamos ritos, devociones, recitamos himnos, cánticos, etc. En general, usamos fórmulas tradicionales, social y culturalmente aprendidas, que - en español y en teología católica - llamamos REZAR, es decir: recitar… Y a rezar dedicamos espacio-tiempos de nuestra existencia.

Pero REZAR (recitar fórmulas, conversar con el trascendente mediante ritos, devociones, etc.) es un instrumento que nos tiene que abrir y empujar a la ORACIÓN, es decir, a vivir una vida cónsona, acorde y coherente con nuestras confesiones de fe o religiosas, con aquello que creemos y profesamos.

Así, se puede rezar mucho y vivir vidas totalmente divorciadas de aquello en lo que creemos y de los valores humanos más fundamentales (como el amor, la paz, la justicia, la verdad, la libertad, la vida…) del mismo modo que se puede tener poco tiempo-espacio para rezar y, sin embargo, ser protagonistas y constructores de mejores relaciones humanas y de sociedades más fraternas y justas.

Los rezos, pues, son un instrumento y acompañamiento para una vida en ORACIÓN. Y mientras rezar es un asunto puntual y momentáneo en la cotidianidad, la oración implica toda la vida del creyente, del ser que es religioso.

Rezar nos abre a una vida de oración, a aquello que es la voluntad profunda de Dios en el hombre: amar y servir. Rezar no es, entonces, un instrumento mito-mágico, un fetiche, un acto de magia para forzar la voluntad de la divinidad y para que todo suceda según nuestras conveniencias, según lo queremos y según nuestros caprichos e intereses, casi siempre mezquinos. 
Rezar está al servicio de la oración, Vale decir, las prácticas rituales y las devociones religiosas han de estar al servicio de vidas vividas profunda y honestamente de forma humana y humanizadora.

Cuando no se entienden los rezos como instrumentos y manifestaciones de una vida entera en oración y la oración no se entiende como una vida que necesita y se manifiesta en los momentos – individuales o colectivos - de plegarias, lo que ocurre es un divorcio escandaloso entre la fe y la vida, entre las prácticas religiosas y nuestras prácticas cotidianas, entre lo que creemos y lo que vivimos, entre lo que profesamos y lo que practicamos.

La dolorosa y muy difícil coyuntura actual - por muchos temas y problemas - en la que vive hoy la humanidad, seguramente nos urge a todos a establecer más y mejores relaciones con el Trascendente, a más y mejores momentos de rezos y plegarias. Y, por estas mismas prácticas religiosas, ojalá nos sintamos más urgidos a vivir una vida en oración, haciendo la voluntad de Dios que – en todas las religiones – nos pide que nos amemos y sirvamos más los unos a los otros.

La construcción de un mundo mejor la delega Dios a la inteligencia y la libertad del hombre. Es falsa una experiencia religiosa en la que el ser humano, mediante ritos y devociones, no se hace responsable de la construcción de un mundo mejor. Es falsa y cínica una experiencia religiosa en la que el hombre pide a Dios hacer lo que es pura responsabilidad humana.
Que nuestra vida religiosa nos empuje a la construcción de un mundo mejor como voluntad de Dios en el hombre. Que recemos para vivir en oración, para amarnos los unos a los otros y que, viviendo en oración, amándonos y sirviéndonos, recemos los unos por los otros, por todas nuestras mejores intenciones y más profundas necesidades y las de la entera humanidad.