miércoles, 23 de diciembre de 2009

Navidad y la lógica de Dios

Navidad es un tiempo en la liturgia católica con el que cada año rememoramos el nacimiento de Jesús de Nazaret, a quien los cristianos confesamos como Nuestro Señor y Salvador. La Navidad, memoria de aquella primera natividad es, por tanto, un pasado que se actualiza en nuestro presente y que nos compromete en la construcción de un futuro “cristiano”.

Los dos evangelios del Nuevo Testamento (Mateo y Lucas) que contemplan el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo tienen ambos, como intencionalidad teológica de los autores, la confesión de Jesús como Mesías, primero experimentada en la compañía, la enseñanza, la pasión, muerte y resurrección de Jesús y luego confesada verbalmente y puesta por escrito.

Los datos históricos sobre el nacimiento de Jesús, más lejanos en el tiempo para los autores de los dos evangelios mencionados y de menor importancia teológica frente al ministerio público, la pasión, muerte y resurrección de Cristo, deben ser leídos, también, como todo el evangelio y como los cuatro evangelios, “a la luz de la pascua”. Vale decir, a la luz de esa experiencia transformadora de sus vidas que experimentaron los primeros discípulos después de la muerte de Jesús y por la que un primer grupo de hombres y mujeres confiesan que Cristo vive, ha resucitado y es el Mesías, el esperado de todos los tiempos, en quien se han cumplido, con nuevo contenido, todas las promesas mesiánicas del Antiguo Testamento.

Pero, qué hay de datos históricos propiamente tales en los llamados “relatos de infancia”?. La tradición oral que llega hasta la consignación por escrito de estos relatos en Lucas (evangelista de este nuevo ciclo litúrgico “C” que hemos iniciado con el primer domingo de adviento) asegura que Jesús nació varón, en condiciones de pobreza, hijo único de José y María, en tiempos de un empadronamiento convocado por Cesar Augusto, siendo Cirino gobernador de Siria.

Estos datos históricos están, como en todo relato humano y como el resto de datos históricos de Jesús en los evangelios, envueltos en la intencionalidad teológica de los autores y en las confesiones de fe de la primitiva comunidad cristiana: de la estirpe de David (de donde debía surgir el Mesías , por ello el parentesco de José y la mención de Belén); la actuación del ángel (con todas sus intervenciones nos habla de un acontecimiento/nacimiento en el que el protagonista es Dios mismo, como debía suceder según lo profetizado desde el Antiguo Testamento para el Mesías).

Así, los pastores, Simeón, Ana, los doctores del Templo, los vecinos de Nazaret, los primeros cristianos y los cristianos de todos los tiempos, reconocemos “en el niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” al Señor y Salvador de los tiempos, al principio, centro y culmen de nuestra felicidad y vida eterna.

Esta confesión, como tiempo después lo predicará y escribirá Pablo de Tarso, rompe con la lógica griega y judía, rompe con los moldes de la sabiduría del mundo, rompe con los esquemas de poder del imperio romano y estable ce una nueva lógica, una nueva sabiduría, la sabiduría de Dios, según la cual “el que se engrandece será humillado y el que se humilla será enaltecido”, “levanta de la basura al pobre…,” y al “rico lo despide vacio”. Lógica según la cual Dios “elige lo que no es para confundir a lo que es”.

Por eso Navidad es conmemoración pero es protesta. En Navidad los cristianos desde el pesebre (como desde la necedad y la locura de la cruz) protestamos contra la lógica con la cual se construye el mundo y las relaciones entre los seres humanos. En Navidad, desde la humildad del pesebre, los cristianos protestamos contra la ostentación que deja a tantos hambrientos, contra el consumismo que deja a tantos en situación desigual e inhumana, contra el lujo, el derroche y el despilfarro que afrenta a tantos que no tienen nada.

La Navidad es, por ello mismo, acontecimiento y confesión de la solidaridad de Dios con los que lo necesitan para poner en El toda su confianza y esperanza. Por ello también, en el Niño Jesús y en su pesebre renace la esperanza de las mayorías, de los despreciados y marginados de los sistemas sociales actuales.

Es esta esperanza la que da sentido a la alegría que se manifiesta por todo el mundo en Navidad. Pero el actuar de Dios y su sabiduría nos comprometen, en el presente, a los cristianos a construir un mundo según el querer de Dios y la lógica del pesebre (y la cruz) y no según la lógica del mundo. Pues los discípulos “estamos en el mundo pero no somos del mundo”.

Amigos y amigas, me congratulo con todos ustedes en esta Navidad 2009 y pido al Niño Dios que a todos nos bendiga, nos ilumine y nos de fuerza para construir nuestras vidas, nuestras familias, nuestros trabajos y labores, todos nuestros proyectos personales y sociales, según la lógica que nació con Jesús en el pesebre de Belén. FELIZ NAVIDAD!

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