La acción propia de Dios es “crear”, es decir, Dios se comunica y “gasta su tiempo” creando.... y crea al hombre “a su imagen y semejanza”. Y así, como la mesa, hechura del (árbol) pino, tiene tendencias o “semejanzas” al pino: textura, color, vetas, olor, etc., el hombre, “creatura” o “hechura” de Dios tiene, por ello, “tendencias divinas”, “semejanzas a Dios” tales como: la tendencia a lo bueno, a lo puro, a lo verdadero, a lo noble, a lo perfecto, a lo bello, a la solidaridad, a la alegría, a la vida, a la justicia, a la paz, al amor, en definitiva: tendencias “al bien” como Dios es “bueno”.
La respuesta del hombre a la acción creadora de Dios consiste en tomar conciencia – mediante la oración - de su creaturalidad y obrar en consecuencia. Es decir, alegremente agradecido, vivir desatando y manifestando “lo divino” que hay en él, obrando “el bien”.
Los cristianos confesamos a Jesús como “Verbo de Dios hecho hombre”, “Palabra del Padre”, “manifestación cumbre y culmen de Dios”, “verdadero Dios y verdadero Hombre”, porque El, de manera perfecta, es totalmente “divino” por lo profundamente “humano” y plenamente “humano” por lo verdaderamente “divino”. Dicho de otra manera, la encarnación de Dios en Jesús significa que, en El, lo profundamente humano es profundamente divino y/o se diviniza y lo divino es profundamente humano y/o se humaniza.
Esta es la vocación, el llamado, la tarea, la misión original de todo hombre y la respuesta a la incesante búsqueda de felicidad: la de llegar a ser “imagen y semejanza” de Dios, revelarlo a El, ser creaturas semejantes al Creador.
Y si esta es la vocación primera de todo hombre, lo es mucho más de quienes nos llamamos “cristianos”, pues, en seguimiento de Jesús, el Hijo, hemos de llegar a ser, hijos semejantes a nuestro Padre del Cielo: “Perfectos como nuestro Padre del cielo es perfecto”, amando perfectamente como perfectamente el nos ama.
Entonces, a los cristianos nos corresponde, personal y eclesialmente, ser espacio-tiempo revelatorio de Dios en el seguimiento del Hijo, nuestro Señor Jesucristo y lo hacemos: por El, con El y en El, hasta que Dios sea “todo en todos”. Por eso lo confesamos nuestro “Camino, Verdad y Vida”. Nos corresponde “cristificarnos” para que siendo “hijos en el Hijo” y a su “imagen y semejanza”, lleguemos a ser “a imagen y semejanza del Padre”
Más aún, esta es la resurrección con Cristo: la obra que realiza el Crucificado en nosotros, transformando (conversión) nuestras vidas y adecuándola al Evangelio hasta hacernos hombres nuevos, capaces de llamar a Dios “Padre”, como Cristo mismo lo llamo y nos enseno.
Pero el hombre en el ejercicio inteligente y libre de su existencia puede – a diferencia de la mesa, pues no nos hizo Dios objetos ni marionetas – negar o rechazar “lo divino” que hay en el por ser creatura de Dios y entonces aparece el mal en el mundo, que en teología cristiana llamamos “pecado”.
Por el contrario, como ya quedó dicho, ejerciendo su vocación primera, puede el hombre desatar todo lo que de Dios hay en el con lo cual se convierte en espacio “revelatorio” de Dios. De donde, la palabra del hombre y/o de la mujer (que ha tomado conciencia de su creaturalidad, que ha resucitado con Cristo) es palabra “humana” pero – por ello mismo y al tiempo – es palabra “divina” o de Dios, y sus hechos (DV 2) son gestas humanas y, por ello, hechos en los que Dios se revela, se comunica. Así, el hombre y su historia han de ser el espacio/tiempo revelatorio de Dios por excelencia.
La Biblia, entonces, es “Palabra de Dios”, “Palabra revelada/inspirada por el Espíritu de Dios” en cuanto que es palabra “humana” (hablada y/o escrita), procedente de hombres y/o comunidades que, tomando conciencia de su creaturalidad, revelan “lo divino” y confiesan a Dios compañero de su historia y/o protagonista en ella. Hora bien, la revelación divina y escrita – hecha canon - está consignada en la Biblia pero Dios continua creando, comunicando sus designios salvíficos, manifestándose en los hechos y palabras de los hombres y en la historia de las comunidades y de los pueblos que “revelan” a Dios.
Los cristianos somos hombres y mujeres del Nuevo Testamento (27 libros), sin embargo, el Canon de la Biblia contiene el Antiguo Testamento (46 libros) que trata de la historia de un pueblo: Israel. Vale la pena que nos preguntemos ahora: Por qué estudiar el Antiguo Testamento si no somos judíos sino cristianos, si no estamos ya en el Antiguo sino en el Nuevo Testamento y, además, por qué estudiar la historia de un pueblo especifico: el Israel del Antiguo Testamento?
Leyendo el Antiguo Testamento constatamos, en cada una de sus paginas, que Israel es un pueblo “religioso”, entendiendo, por tal, a unos hombres y a un pueblo capaces de entablar cotidianas y permanentes “relaciones” con “su” Dios, en el devenir de su historia. Israel confiesa a Dios presente en su historia, concibe su historia como espacio/tiempo en el que Dios se revela y se concibe a sí mismo como pueblo en el que acontecen los designios salvíficos de Dios al mismo tiempo que los “revela”.
Por ello, por ejemplo, cuando un israelita o el pueblo entero quiere conocer cuál es la comunicación, el querer y/o la palabra de Dios acude a los profetas, quienes para el pueblo son, en efecto, la transparencia, la palabra (el oráculo) de Dios (de Yahveh). Es decir, hombres y mujeres que tomando conciencia de su creatularidad (llamados por Dios “desde el seno materno”) “revelan” a Dios en cuanto que realizan en sus vidas el proceso “revelatorio” explicado anteriormente.
Por todo ello, los cristianos leemos el Antiguo Testamento como historia del pueblo de Israel que es historia humana pero, por ello y al mismo tiempo, “historia salvífica”, vale decir: historia en la que Dios va revelando, especialmente por los profetas, su plan de salvación.
Más todavía: Israel se percibe y confiesa como “pueblo elegido por Dios”, “propiedad y Nación” de Dios, “ovejas de su rebaño”. Fue Yahveh y “no otro”, quien “los sacó de Egipto con brazo fuerte y mano poderosa, quien los condujo por el desierto y los llevó a la tierra «que mana leche y miel» y quien con los acompañara – entre recuerdos y aparentes olvidos de la alianza - a mejores tiempos, cuando aparezca el Mesías prometido y esperado.
2 comentarios:
Diós habla a su pueblo y éste le responde.
No ayuda está muy largo es para ahorita y ni me ayuda en nada😤😤😤
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