Por estos días se cumple el primer aniversario del
Pontificado de Francisco. El contexto en el que fue elegido Papa estaba marcado
por una crisis enorme de credibilidad del mundo en la Iglesia Católica debido,
sobre todo, a los escándalos sexuales de miembros del clero que se hicieron
públicos, la renuncia - forzada, además
de su propia edad y condiciones físicas - por múltiple circunstancias al
interior de la Iglesia de Benedicto XVI y la justa posibilidad histórica y
numérica de que las mayorías católicas constituidas en y de los pueblos
latinoamericanos pudiesen tener su primer Papa.
Desde el inicio, todo fue novedoso y refrescante en la
elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa: el lugar geográfico y la orden
religiosa de la que procedía, el origen humilde, el nombre escogido para su
pontificado, pero, sobre todo, su estilo, su impronta personal en cada palabra,
en cada gesto, en cada modo de ser y proceder. Nuevo y refrescante estilo que,
de inmediato, silenciosa, casi imperceptiblemente pero contundentemente empezó
a manifestarse en las opciones que fue ejecutando con sus respectivas
renuncias: una habitación en vez de los aposentos y oficinas palaciegos, un
Renault en vez de vehículos de lujo, zapatos viejos en vez de zapatos de marca,
pedir la bendición al pueblo en vez de bendecir, etc. Opciones, proceder, gestos,
estilo novedoso, sobre todo, en medio de una sociedad en la que se privilegia
el poder, el tener, el derroche, el lujo, el confort, la ostentación y la
apariencia.
La palabra cercana y sencilla, el gesto cálido y
acogedor, el rostro sonriente, la aproximación humana y compasiva a los más
débiles y necesitados son otros elementos que – como el de Nazarethn y el de
Asis - caracterizan el ministerio de
Francisco. Y es un Papa con humor. Humor que, junto con la oración suya y la de
todos por su ministerio petrino es el mejor parachoque en medio de la dura
tarea de llevar el timón de la barca de Pedro, unas veces entre tibios
amaneceres otras, entre amenazantes borrascas y tempestades, pero siempre con
la confianza puesta en el Señor de la Iglesia y de la historia.
Podemos decir que, Francisco, en tan corto tiempo, ha
hecho honor al nombre escogido para su pontificado, el del pobrecito de Asis,
pero – sobre todo – honor al Evangelio de Jesucristo al que ha dedicado toda su
vida. Su ministerio ha sido un profetismo auténtico mediante la pedagogía
simbólica del testimonio de su propia vida.
Sin lugar a dudas francisco se ha convertido en un
signo para el mundo de hoy, para nuestra coyuntura histórica y para toda la
humanidad. Un signo de humanidad para creyentes y no creyentes, para católicos
y no católicos, para pueblos y naciones de los más diversos rincones de la
tierra y de las más diversas culturas. Francisco a todos convoca, a todos
impacta, a todos llama la atención su modo de ser y de hacer Iglesia en el
mundo de hoy.
Su estilo puede resumirse en un llamamiento – desde su
mismo estilo – a vivir un humanismo cristiano ya estrenado, ya probado y
testimoniado en otras épocas. Un humanismo cristiano que - por olvidado en
nuestra sociedad actual - hoy parece novedoso: el humanismo de Jesús de
Nazareth, elemental y básico, el humanismo cristiano de los primeros cristianos
y, más tarde, del pobrecito de Asis: el hermano Francisco y de tantos y tantas
hombres y mujeres que han vivido y encarnado en sus vidas el evangelio del
humilde carpintero y pescador de Nazareth. Todo es nuevo pero todo es viejo en
Francisco porque nos recuerda la necesidad de volver a la fuente primordial y norma normada de
nuestra vida cristiana: el modo de ser y de hacer Jesús de Nazareth.
Abundante, desde todos los ángulos, el pontificado
ejercido por Francisco en tan solo un año: revisión de la Curia Romana,
revisión del Banco Vaticano, Comisión Asesora de ocho cardenales para la
revisión de los grandes temas de la vida de la Iglesia, convocatoria al Sínodo
de la Familia, creación de una comisión defensora de los derechos de los niños
y, en la tarea evangelizadora y profética, ha empezado a poner los énfasis en
los temas en los que – a la luz del propio evangelio – hay que ponerlos: en la
compasión y en la misericordia, en la humildad y en la transparencia en lugar
de la obsesión por temas como los legales o los sexuales que tanto aburren,
alejan y angustian a los creyentes.
Ad multos annos! Que sean muchos años los que Francisco esté bendiciéndonos.
Nos unimos en oración de acción de gracias por este viento fresco que entró a
borbotones en todos los rincones de la Iglesia y del mundo y quiera Dios que
entre gestos y símbolos, entre exhortaciones y documentos, Francisco pueda,
además de tomar nuevas posiciones, ejecutar nuevas decisiones que impacten de
fondo temas fundamentales que el mundo entero espera ver tratados y
reconsiderados en el seno de la Iglesia Católica.
Después de Francisco y su personal sello el ministerio
de Pedro en la Iglesia ya no volverá a ser el mismo. Que Dios y María lo sigan
acompañando y bendiciendo y, por él, seamos bendecidos todos.