La historia de la salvación
judeo-cristiana consignada en la Biblia se abre, en el libro del Génesis del
Antiguo Testamento, con una maravillosa constatación: “Creó Dios todas
las cosas y vio Dios que todo era bueno”.( Gen 1,4). Sin embargo, la
inocultable tragedia de mal, la abrumadora evidencia de sufrimiento, de dolor,
de violencia, de injusticia, de inequidad, de muerte… en el mundo,
experimentado en forma de mil conflictos de tipo individual, familiar, social,
inter-nacional, hace que el hombre se haya preguntado, desde siempre, por la
causa de estos desarreglos, de los atentados contra la armonía primigenia con
la que Dios creó y nos creó.
La interpretación bíblica y cristiana
trata la experiencia y la causa del mal como “pecados” (en plural, en el
Antiguo Testamento) y como “pecado” hamartía
en singular, en el Nuevo Testamento). Esta última interpretación, la
que más nos interesa como cristianos, como hombres y mujeres del Nuevo
Testamento, consiste en una postura estructural, en una opción fundamental de
la vida del hombre en contra de su Creador y Padre compasivo y misericordioso,
en contra de su voluntad, en últimas, en contra del amor al hermano
(especialmente al más pequeño) a quien – según lo revelado por Jesús de Nazaret
– debemos amar del mismo modo y en las misma proporción en la que Dios nos ama.
Así, si la vida en Dios es vida en el amor, el pecado y la vida en él es vida
sin Dios, es decir, sin amor, y las terribles manifestaciones del mal se
explican como carencia del amor de Dios vivido por los hombres y mujeres, sus
creaturas, sus hijos. Pero, al revés, toda curación definitiva de cualquier
experiencia de mal en el mundo – desde el punto de vista cristiano – procede
del amor de Dios entre los hombres.
En esta coyuntura histórica de tránsito
de la modernidad a la posmodernidad, el hombre de hoy quedó a tientas, sin una
verdad absoluta que oriente y regule su vida. La vida del hombre de hoy
transcurre en el relativismo moral de las medias verdades, de las verdades de
bolsillo, de los estilos de vida “a la carta” según los cuales nada vale o todo
vale por igual de acuerdo a la utilidad práctica que todo tenga para el goce
ya, aquí y ahora; pues vivimos el cada día sin la visión trascendente de la
historia y con la triste perspectiva del no-futuro. Solo cuenta el hoy para el
goce inmediato y todo se valida y justifica con este fin.
En el mundo del relativismo moral,
del laxismo, del subjetivismo, del sentimiento (en contra de la razón), una
interpretación teológica del mal, universal y objetiva, perdió su sitio pues
todo le es permitido al hombre de hoy, especialmente si es prohibido, tanto en
cuanto le produzca placer. En la otra orilla se encuentran las posturas y
comportamientos de hombres y mujeres, más propios de la modernidad, que tienden
a juzgarlo todo como malo, como pecado, de manera rigorista, escrupulosa y que,
en palabras del mismo Jesús, “cuelan el mosquito pero se tragan el camello”.
Cuaresma nos recuerda que no cualquier cosa es pecado pero que existe el
pecado: la negación a la voluntad de Dios que nos pide que nos amemos los unos
a los otros como hermanos para la construcción de una mejor sociedad y mundo
que éste en el que hoy habitamos y del que todos somos co-responsables.
“Viendo Dios que la maldad del hombre
cundía en la tierra… se arrepintió de haber hecho al hombre…”(Gen 6,6) .La Cuaresma, tiempo litúrgico de
fuerte llamado a la (metanoia) conversión es, sobre todo, un tiempo
fuerte para volver a interpretar el mundo y la historia de la humanidad a la
luz de Aquel de quien pende y depende nuestra vida. Por Cristo, con El y en El,
la humanidad tiene una nueva oportunidad y la Cuaresma tiene que ser un tiempo
propicio para volver a mirar nuestra vida y la vida de nuestros próximos desde
el querer de Dios que nos descubre su amor pero, al mismo tiempo, nos desvela
nuestras negativas al amor de Dios y al amor de nuestros hermanos. Tiempo en el
que ha de quedar al descubierto nuestro pecado: nuestra mentira, nuestro
sin-sentido, nuestras traiciones y temores, en definitiva, nuestra falta de fe
que es falta de confianza en el Dios que nos ha estado amando y nos llama
eternamente a su casa, a la vida en El.
La
conversión a la que la Palabra de Dios y la liturgia de la Iglesia Católica nos
convocan en el tiempo de Cuaresma consiste en la toma de conciencia del amor de
Dios manifestado en nuestras vidas, en todo lo que somos y tenemos y – con ello
– a la toma de conciencia de nuestro pecado como postura fundamental contra el
amor primero de Dios. Cuaresma es tiempo para el arrepentimiento sincero, para
la adecuación de nuestra vida a la vida que Jesús nos propone en su evangelio y
para la confianza absoluta en el amor perdonador del Padre.
Todo esto,
en contra de una sociedad aparentemente satisfecha, soberbia, prepotente,
engreída, con unas conquistas de la ciencia y la técnica que en vez de
acercarnos más para “amarnos los unos a los otros” nos ha dejado
encerrados entre muros, llenos de armas más sofisticadas para matarnos más, muy
lejos de la vida en el paraíso original para el que fuimos creados.
La Cuaresma es un llamado a construir
una sociedad ética y moral. La “amoralidad” (vida sin normas morales) e
“inmoralidad” (vida en contra de los principios morales) de tantos, recorre por
estos días los caminos del mundo abriendo surcos de violencia, sangre, muerte,
crisis, guerras, divisiones, hambre, injusticia, inequidad, miseria, etc…
El sistema teológico cristiano
permite a los creyentes en Cristo volver a empezar siempre de nuevo, volver a
intentarlo, volver a confiar en el Padre amoroso, dejarnos abrazar por su amor
eterno. El Sacramento de la Reconciliación es la experiencia de que la armonía
primera siempre es posible, que las relaciones rotas con Dios, con el otro y
con la naturaleza pueden curarse definitivamente y que la bondad de todas las
cosas queridas por Dios en el primer día de la creación es posible también hoy.
Los invito a vivir intensamente esta
Cuaresma 2014 como un espacio-tiempo precioso que la Liturgia Católica nos
concede para intentar de nuevo y entre nosotros el paraíso perdido que hizo
Dios cuando “vio que todo era bueno”.
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