Pascua de Resurrección
es una fiesta esencialmente cristiana. La Pascua cristiana es un tiempo
litúrgico de unas seis semanas que va desde el Domingo mayor del año litúrgico
católico en el que celebramos la mayor confesión de fe de los cristianos
proclamando a Cristo Resucitado y Viviente en la vida de los cristianos y en la
comunidad eclesial hasta la solemnidad de Pentecostés.
Aunque se trata de la
mayor fiesta litúrgica anual de los cristianos católicos, la celebración de la
PASCUA contiene un mensaje universal, es decir, un mensaje válido para todo
hombre y mujer de buena voluntad, de cualquier punto geográfico, raza, credo
religioso, ideología política, nivel socio-educativo, posición social, etc.
PASCUA es palabra
hebrea que significa “PASO”. La celebraban ya los hombres y mujeres del pueblo
del Antiguo Testamento conmemorando el “paso” del mar rojo (Cfr. Ex 12-15)
por el que quedaron libres de la opresión a la que fueron sometidos durante
varios siglos por el pueblo egipcio.
La continuaron
celebrando (Cfr. Mt 26,17ss) los hombres y mujeres del Antiguo Testamento convertidos,
ahora, al cristianismo, pero con un nuevo contenido y significado: el triunfo y
“paso” de la vida sobre la muerte, la victoria y “paso” del bien sobre el
pecado en la persona de Jesucristo, a quien mataron colgándolo de un madero
(Cfr. Hc 5,30).
Ahora los primeros
cristianos lo experimentan, confiesan y predican como Viviente (Mt 28,6) en
medio de ellos, por el “paso” que estos mismos primeros discípulos hacen de lo
viejo a lo nuevo (2 Cor 5,17), del egoísmo al amor, de los que son capaces de
reconocerse hermanos como hijos del mismo Dios y Padre, (Gal 4,6), de la
tristeza a la alegría (Jn 20,1-18), de la incredulidad a la paz (Jn 20,27), de
la cobardía a la valentía, de la vida en solitario a la existencia capaz de
compartir el pan con los otros (Lc 24,13.35), de la opresión de la vida vivida
según la ley a la vida vivida como servicio y entrega libre y generosa hacia
los demás (Mt 16,25), especialmente a los más necesitados (Mt 25,31ss).
Así lo entendieron, lo
vivieron y lo teologizaron, en su
momento, hombres como Pablo de Tarso o como Juan el Apóstol cuando escribieron
que la pascua consiste en la renovación de la mente (Rm 12,2) o en el “paso” de
la muerte a la vida, si nos amamos los unos a los otros (1 Jn 3,14ss).
Basta ver y escuchar
las noticias que nos dan los medios de comunicación y las redes sociales para
que nos resulten evidentes a todos los hondos problemas y las tan graves crisis
y conflictos que hoy afronta la humanidad entera en todas las instituciones que
conforman la sociedad y en todos sus estamentos.
Son conflictos que
tocan y tienen que ver con el propio individuo, con la familia, con la
sociedad, con las relaciones internacionales, etc…
Problemas, conflictos
y crisis que se manifiestan en la pérdida de valor y sentido para vivir, en la
soledad de muchos, en el uso de sustancias psico-adictivas, en el
resquebrajamiento de los valores, de la permanencia y
solidez de la estructura familiar (divorcios, uniones de hecho, infidelidades,
falta de compromiso en la pareja, inestabilidad laboral.
Falta de seguridad
social para la familia en muchos países, conflictos intergeneracionales entre
padres e hijos, etc.); corrupción administrativa, carencia de servicios
públicos, desempleo, pérdida del prestigio, liderazgo y credibilidad de las
instituciones religiosas rectoras de valores morales y sociales. Falta de
oportunidades sociales para llevar una vida personal y familiar digna, merma en
la calidad de los niveles educativos, búsqueda de realización personal y social
mediante el placer hedonista y pan-sexualista, mediante el tener, egoísta y
materialista como valor supremo y mediante el poder abusivo y atropellador.
Escandalosas formas de
inequidad social, injusticias, mil formas de violencia y de muerte,
narcotráfico, carrera armamentista, explotación y daños irreversibles a los
ecosistemas, conflictos bélicos internos y entre naciones, hambrunas, epidemias
y pandemias, relativismo moral según el cual nada vale o todo vale por igual y
una carencia total del sentido existencial de la trascendencia.
Este elenco de males
personales, familiares, sociales, nacionales y mundiales son apenas las
manifestaciones de un mal mayor: el mal que habita al interior del hombre, en
el propio corazón del ser humano (Cfr. Mc 7,21ss).
La crisis de
estructuras es primero y sobre todo crisis de hombres y mujeres. Los frutos
podridos de nuestra convivencia humana y de nuestras sociedades son producto de
árboles malos, con la savia enferma. Porque “el árbol se conoce por sus
frutos…”(Mt 7,15ss).
Las primeras y más
profundas causas de nuestro malestar personal y social hay que buscarlas en
vacíos, carencias y pérdidas al interior del espíritu humano. Porque hemos
crecido en ciencia, en técnica, en tecnología, en capacidad de telecomunicarnos,
en la globalización de los mercados y en la acumulación de grandes capitales y
de estilos de vida llenos de lujo y confort, pero hemos decrecido en los
grandes principios y valores que definen el espíritu esencial, intrínseco,
connatural del ser humano, es decir, todo aquello que nos hace verdaderamente
“humanos”.
PASCUA tiene un
mensaje y un llamamiento a todos para cambiar y renovar, desde dentro, todo lo
que hay en nosotros por mejorar. PASCUA es un tiempo propicio para que –
haciendo un alto en el camino – empecemos de nuevo. Para que pasemos, con
terminología paulina, del hombre viejo al hombre nuevo (Cfr. Col 3,10).
Hoy, las mayores
urgencias de nuestra sociedad y de la humanidad entera exigen, de cada ser
humano, una experiencia “pascual”, es decir, una experiencia de “paso” de
circunstancias y condiciones inhumanas, infrahumanas o menos humanas a más
humanas y más dignas de la persona,
El anhelo de todos, en
todo el planeta, de construir mejores sociedades y un mundo mejor, en el que
alcancemos la felicidad que incesantemente buscamos, nos desafía a todos a una
experiencia pascual cotidiana y permanente: la de ir siendo mejores seres
humanos, mejores familias, mejores profesionales, mejores ciudadanos para ir
construyendo la utopía apocalíptica de “un cielo nuevo en una tierra nueva”
(Cfr. Ap 21,1-8).
Así, la celebración de
la PASCUA cristiana no es meramente una celebración litúrgica católica sino un
patrimonio de toda la humanidad, una convocatoria a todos y una tarea de todos
los días mientras vivimos: ir siendo hombres y mujeres nuevos y renovados,
capaces de transformarnos y de transformar en más justas, en más solidarias, en
más humanas, nuestras vidas personales y, con ello, nuestras instituciones y
nuestras estructuras sociales.
¡FELICES PASCUAS!
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