El fundamento del Credo y de la vida cristiana es
la Sagrada Escritura. Ella es la fuente primera y primordial de donde mana la
fe y la experiencia cristiana, porque en ella encontramos la revelación de Dios
y su plan salvífico para el hombre y para todos los hombres de buena voluntad, mediante
la historia del pueblo del antiguo testamento, especialmente en la misión de
los profetas, y última y perfectamente (Cfr. Hb 1,1) mediante Jesús de Nazaret,
sus hechos y sus palabras.
Toda la historia del pueblo del antiguo testamento,
especialmente la vida y anuncio de los profetas, la vida de los primeros
cristianos y de sus comunidades, pero especialmente la vida misma de Jesús de
Nazaret, se convirtieron, por su autenticidad y coherencia, por su autoridad,
es decir, por la manifestación de lo divino en lo profundamente humano, (Cfr.
DV 2) en espacio revelatorio de Dios y de su voluntad para toda la humanidad.
Durante siglos la importancia, fundamento y
centralidad que ha de tener la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia en
general y en la de cada cristiano en particular se descuidaron y olvidaron. Y
en el correr de veinte siglos pasaron a ser, quizá más importantes que la
Palabra de Dios escrita, otras voces, otras palabras, otros documentos, otros
anuncios, otras exhortaciones, otras nociones de vida a veces en sintonía con
el Evangelio de Jesús de Nazaret pero otras muchas veces, han sido cuerpos y/o
conceptos doctrinales totalmente contradictorios con la manifestación y
comunicación de Dios en la Biblia.
Por eso – hace ya seis décadas - que la reunión
de todos los obispos católicos del mundo en el Concilio Ecuménico Vaticano II
invitó a todos los creyentes en Cristo a
volver - por encima de la maraña doctrinal tejida durante veinte siglos - a las
fuentes de nuestro Credo cristiano, es decir, a la revelación de Dios contenida
en la Sagrada Escritura, especialmente a lo que del Dios del Antiguo Testamento
y nuestro Creador y Padre nos revela, con su vida, Jesús de Nazaret, nuestro
Señor Jesucristo.
Por eso, también, los últimos Papas y documentos
doctrinales más importantes de la Iglesia se han empeñado en dar el sitio
central que le corresponde a la Sagrada Escritura en la vida del cristianismo,
buscando con ello, hacer conciencia de la identidad, del ser y del quehacer de
cada discípulo de Cristo, en cada comunidad de fe.
Así, en Carta Apostólica en forma de “Motu
proprio”, titulada APERUIT ILLIS y dada en Roma el 30 de septiembre de 2019, el
actual Papa Francisco instituye el TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO de la
Liturgia Católica – que este año será el próximo 26 de enero - como EL DOMINGO
DE LA PALABRA DE DIOS.
Este nuevo empeño, esta renovada importancia que
la Iglesia quiere darle a la centralidad de la Sagrada Escritura en la vida de
la Iglesia y de cada creyente la reconoce el mismo Francisco en la mencionada
Carta cuando dice: “Ahora se ha convertido en una
práctica común vivir momentos en los que la comunidad cristiana se centra en el
gran valor que la Palabra de Dios ocupa en su existencia cotidiana. En las
diferentes Iglesias locales hay una gran cantidad de iniciativas que hacen cada
vez más accesible la Sagrada Escritura a los creyentes, para que se sientan
agradecidos por un don tan grande, con el compromiso de vivirlo cada día y la
responsabilidad de testimoniarlo con coherencia.” (2)
Quiere el Papa que esta
celebración para “la reflexión y
divulgación” de la Palabra de Dios tenga – al mismo tiempo - un carácter
ecuménico: “Este Domingo de la Palabra de
Dios se colocará en un momento oportuno … en el que estamos invitados a
fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos.”
(3). Sea este el momento para subrayar y reconocer la importancia que, en
las otras iglesias cristianas hermanas tiene, en el culto, la Palabra de Dios.
Nos congratulamos y aplaudimos esta iniciativa
del Papa Francisco que, en consonancia con disposiciones similares de sus
antecesores, va animando nuestra fe y nos va acercando a la fuente primaria de
donde manan nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor: la Sagrada Biblia.
«La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» (San Jerónimo - In Is., Prólogo:
PL 24,17 – Citado por Francisco en la Carta ya mencionada). Aplaudimos, repito,
este nuevo empeño porque en la Iglesia Católica recuperemos la centralidad de
la Palabra de Dios en nuestra vida cristiana, pero ello pide formación de parte
de todos: de los agentes de la evangelización y de los destinatarios de ésta.
Urge formación religiosa que empiece y brote del conocimiento de la Sagrada
Escritura. Urge formación teológica (exegética y hermenéutica) para que
aprendamos a leer los orígenes de nuestra fe en los textos bíblicos con la
misma intencionalidad teológica – aunque en otros moldes culturales – con que
fueron escritos. Urge que sintonicemos las confesiones de nuestra fe con las
confesiones de fe de los primeros cristianos. Urge que conformemos nuestra vida
a la vida de Cristo. Urge, en fin, que hagamos vida la Palabra de Dios en
nuestro día a día.
Aprovechemos pues este nuevo ardor
católico por la Palabra de Dios, participemos de los espacios de estudio de la
Sagrada Escritura que se nos ofrecen, para que nuestra fe sea cada día más
inteligente, más razonada, más razonable y, por ello, más creíble. Como nos
exhorta y anima el apóstol Pedro: “Estemos
siempre dispuestos a dar respuestas a todo aquel que nos
pida razón de nuestra Esperanza”. (1 Pe,315).
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