Vivimos nuestra existencia humana, en medio de
experiencias de bien y de mal, a nivel personal, familiar, social, nacional e
internacional. Hoy, la humanidad entera enfrenta una experiencia de mal: la
pandemia por el contagio exponencial del coronavirus Covid-19 que llegó para
trastocar y poner en tela de juicio todo: nuestra manera de ser, nuestros modos
de relacionarnos a nivel familiar y social, nuestras instituciones y
estructuras sociales. Esta experiencia de mal pone al descubierto todas
nuestras debilidades y fragilidades, además de las deficiencias de nuestras
organizaciones sociales, especialmente las del sector de la salud. Por ello,
vivimos horas de desconcierto, ansiedad, angustia, sufrimiento, dolor y luto a
nivel global.
Para evitar y detener, en lo posible, el
avance de esta pandemia, las comunidades humanas del mundo entero han acordado
días y semanas de confinamiento, de aislamiento social, de cuarentena de todos
en nuestras casas.
Los noticieros están saturados, minuto a
minuto, con cifras de contagiados y muertos, con las nefastas consecuencias que
en todas las áreas – especialmente la económica y laboral - de nuestra
convivencia social va dejando la pandemia por donde pasa, con titulares sobre
iniciativas que aparecen por aquí y por allá para mitigar el sufrimiento de
tantos y con llamados a que – entre todos – salvemos lo construido hasta aquí.
Para los que nos correspondió vivir aquí y
ahora, en este momento de la historia de la humanidad, esta es una situación
inédita. Tan novedosa como en el mundo de la medicina en el que no era conocido
este virus. Todos – cada uno en su estilo de vida y ambiente - vamos
aprendiendo, con el paso de las horas, cómo enfrentar al enemigo común y cómo
sobrevivir….
Pero, en estas horas difíciles para todos, ni
todo es malo, ni todo es negativo, ni todo está perdido. Hay, en esta
experiencia de mal global, lecciones que
podemos prender.
En primer lugar, esta insólita experiencia de
mal, que toca lo más íntimo y profundo de nuestro ser, porque toca nuestra salud
y, con ello, nuestra posibilidad de continuar viviendo o de morir, es una
oportunidad para reconocer, por una parte, nuestra total fragilidad, nuestra no
autosuficiencia y, en términos religiosos, nuestra “creaturalidad” y total
dependencia de un ser superior al que llamamos Creador y Dios. Pero además, una
oportunidad para reconocer nuestra interdependencia respecto de todos los demás
seres humanos y lo profunda, esencial y estrechamente solidarios que somos en
el bien pero también en el mal. En una palabra, somos seres “dependientes” de
Dios y de los demás.
En segundo lugar, el aislamiento social,
decretado ya en la mayoría de los países, es una valiosa oportunidad para
entrar en nosotros mismos, para reencontrarnos con nosotros mismos, para viajar
hasta el fondo de nuestro propio yo interior y descubrir allí la verdad sobre
la cual cimentamos nuestra historia personal y los valores o anti-valores que
sostienen la trama de nuestras vidas. El confinamiento en nuestras casas es una
oportunidad única - en contra de la exterioridad, la apariencia, la ostentación
y el bullicio cotidiano – para volver al silencio, a la reflexión a la
meditación, a la oración. La obligada cuarentena que vivimos todos es, también,
una oportunidad sin igual para volver a encontrarnos y reencontrarnos con
nuestros seres más queridos, con nuestros íntimos, con nuestra familia.
La enorme facilidad y rapidez con la que el
virus se transmite y contagia nos enseña, además, la corresponsabilidad
solidaria que todos tenemos en la construcción o en la destrucción de nuestra
vida en la tierra. Y si el bien común, el consenso general, el acuerdo más
conveniente para todos es el de querer sobrevivir a esta pandemia, entonces
todos tendremos que desterrar de cada uno de nosotros el egoísmo y todo lo
negativo que él conlleva y aportar lo mejor de nosotros mismos, lo mejor de
nuestros valores humanos, para reconstruir el mundo y nuestra convivencia
humana con maneras, espacios, formas sociales e instituciones más justas, más
solidarias, más equitativas, más fraternas, más compasivas y misericordiosas.
Es decir, que esta experiencia de mal que a todos nos toca tan profundamente y
a todos nos afecta, es una oportunidad para la esperanza en que, a partir de ahora
todos seremos distintos y construiremos un mundo distinto y mejor.
Por estos días los cristianos celebraremos la
Pascua, la mayor celebración religiosa de nuestro año litúrgico. “Pascua” que
tanto en el sistema teológico judío como en el cristiano rememora y conmemora
el “paso” del pueblo del Antiguo Testamento de la esclavitud a la libertad al
cruzar el mar rojo o el “paso” de la muerte a la vida por el triunfo del
proyecto de vida de Jesús de Nazaret confesado – después de su muerte en la
cruz - como Viviente y Resucitado en la comunidad por los primeros cristianos y
por todos sus discípulos hasta hoy.
Todo lo que nos acontece puede ser vivido como
una maldición o como una bendición. Los invito a vivir esta experiencia de mal,
esta pandemia, este aislamiento social, este sufrimiento por seres queridos
enfermos o fallecidos como un momento de bendición, como una “pascua”, como una
experiencia de “paso” de la muerte a la vida en la búsqueda común de un mundo
más humano, más solidario, más fraterno.
¡Felices Pascuas!
1 comentario:
Como bien dices hermano y amigo, esta Pandemia "es una oportunidad para la esperanza en que, a partir de ahora todos seremos distintos y construiremos un mundo distinto y mejor".
Después de la Pandemia nada volverá a ser como era antes, al igual que los antiguos israelitas al salir de la esclavitud en Egipto, que alcanzaron su libertad y Glorificaron a Dios.
Todos los seres humanos evidenciamos hoy más que nunca nuestra fragilidad y la necesidad de que nuestro Dios nos salve, de ahí la necesidad de caminar en Sus caminos rectos y angostos, así como de hacer letra viva Su Palabra para saciar nuestra sed espiritual.
Bendiciones.
Publicar un comentario