lunes, 24 de mayo de 2021

¡FUNDAMENTALMENTE IGUALES!

 


La situación de millones de hombres y mujeres, de ancianos, jóvenes y niños que, en el mundo de hoy, se ven obligados o son forzados a dejar sus lugares de origen, sus pueblos o naciones, por muchas y muy variadas causas (conflictos, violencia, corrupción administrativa, desempleo, desastres naturales, persecución política, etc.) para migrar y refugiarse en otros lugares de la tierra, en busca de mejores condiciones de vida, es un signo de nuestros tiempos que clama al cielo y que se convierte en una vergüenza para la humanidad, porque – en la inmensa mayoría de los casos – los gobiernos de las naciones tanto de origen como de destino de las oleadas migratorias no han encontrado ni dado soluciones dignas, humanas y definitivas al grave problema humanitario que el fenómeno representa. 

Diríamos que éste es, si no el mayor, uno de los mayores y peores dramas que la humanidad hoy enfrenta en muchos rincones del planeta. Estados Unidos no escapa a este fenómeno. Muy por el contrario, esta nación – durante toda su historia - es uno de los principales puntos de atracción para grandes oleadas migratorias.

El Papa Francisco, quien desde el primer día de su Pontificado ha mostrado gran sensibilidad humana, enorme preocupación e interés por el tema y por la grave situación de los migrantes en el mundo, nos ha enseñado, con una enorme cantidad de mensajes e intervenciones al respecto, que para enfrentar y darle humana y adecuada solución al problema, hemos de solucionar, primero, nuestros miedos y prejuicios, nuestras intolerancias y muros interiores, para – entonces sí - abrirnos en compasión y amor a todos, para ser capaces de empatía con nuestros semejantes, para ser capaces de respeto, justicia y misericordia con todos los seres humanos, con los  fundamentalmente iguales en todo a nosotros, para ser capaces de no excluir y no discriminar a nadie y de poner de primeros a los últimos, de crear espacios de dignidad para los “descartados” y los que más sufren en nuestras sociedades, para ser capaces de construir el mundo como una gran mesa y la tierra como nuestra casa, la casa de todos. 

Son ya más de tres décadas, el tiempo que llevamos en esta nación propugnando por una solución radical y definitiva al tema de la inmigración indocumentada, compuesta por millones de hombres y de mujeres que, por ese mismo tiempo y más décadas, arriban en este país, buscando mejores condiciones de vida para su presente, su futuro y el de los suyos, aquí y en sus lugares de origen, aportando con su trabajo al desarrollo y progreso de esta gran nación. 

Pero, a falta de regulación y documentación que les permita vivir y ejercer como ciudadanos, con todos sus derechos humanos y civiles amparados por la ley y la constitución, se ven forzados a vivir en la sombra, como en un sub-mundo, en una sub-cultura, en la que millones de hombres, mujeres y familias enteras de migrantes indocumentados viven sometidos a la incertidumbre, a abusos, persecuciones, discriminaciones, explotación laboral, marginación social, faltas de oportunidades y de libre acceso a los beneficios sociales, a toda clase de injusticias y violencias, etc. 

Estados Unidos ha sido – al mismo tiempo y por décadas, para el mundo - ejemplo de democracia, por el respeto a la ley y a los derechos humanos. El panorama antes descrito, sobre la situación en que viven millones de indocumentados en este país, a todas luces inhumana, desigual e injusta, es hipócrita, riñe y contradice los principios fundantes de esta nación y de la Constitución que nos rige. Por ello urge – sin más treguas ni dilaciones - una solución humana, digna, razonable, concertada, integral, definitiva y pronta. Continuar sin solucionar este tema político-social de tanta envergadura, significa postergar una situación insostenible por inhumana, aplazar condiciones de vida digna para millones y diferir la vergüenza nacional que tal situación significa para esta nación y ante los ojos del mundo. 

Todos los partidos y gobiernos que en las últimas décadas han dirigido la vida de esta nación han hablado del tema migratorio como un asunto prioritario en el plano electoral, económico, cultural, político y social. Pero la solución no ha llegado. No llega. Es verdad que se trata de un tema de enorme complejidad por las muchas aristas y dimensiones que contiene e implica: porque – de parte de los políticos – se convirtió en un tema popular y de oportunismo y conveniencia electorera que hay que mantener vigente. 

De parte de los empleadores, no les convienen soluciones legales que les obligarían a pagar más y lo justo a sus empleados. De parte del pueblo norteamericano, son muchos los miedos y prejuicios (complejos de superioridad o de inferioridad, prejuicios raciales y culturales, temores laborales) que posibilitan rechazo y discriminación en vez de aceptación y acogida.

De parte de los inmigrantes indocumentados, porque olvidan lo importante por solucionar lo urgente: por dar solución inmediata a sus necesidades económicas abandonan luchas más importantes para sus mejores condiciones de vida a largo plazo y convierten su estancia en el país en un aprovechamiento económico en vez de una integración con la nueva nación que los acoge. De parte de los gobernantes de las naciones-origen de la migración: una solución definitiva en Estados Unidos para sus poblaciones migrantes les soluciona y aliviana su negligencia y corrupción administrativa.

Pero, precisamente, esta complejidad del tema en cuestión desafía nuestra grandeza como nación para que, entre todos, mediante un dialogo franco, abierto y un consenso nacional, seamos capaces de encontrar una solución humana, digna e integral. Solución para todo y para todos. Solución para la totalidad de las dimensiones humanas de cada persona migrante indocumentada (vivienda, educación, empleo, integración política social y cultural a la sociedad norteamericana, etc.) de sus familias y de todos los migrantes provenientes de las más diversas naciones, presentes en este país.

La inmensa mayoría de los migrantes indocumentados en los que aquí pienso son mujeres y hombres nobles y buenos, trabajadores abnegados, merecedores de mejor vida, que pasaron la frontera o se quedaron a vivir en este país, desde hace muchos años, sin la documentación requerida; hombres y mujeres que pagan impuestos, pero no ven retribuidos sus esfuerzos y aportes al progreso de la nación con leyes y beneficios sociales. Con todo, prefieren soportar los nuevos abusos a los que los somete nuestro país antes que volver a las peores condiciones de vida que abandonaron. Y como en toda sociedad y comunidad humana hay también – cómo negarlo - una inmensa minoría entre ellos que a su situación de indocumentados suman la situación de ilegales por infracciones a las leyes o crímenes que cometen. 

Urge pues, lo repito, atención real de toda la nación a este grave problema. Urge legalizar la situación de millones de indocumentados en los Estados Unidos. Todo abuso, inequidad e injusticia que a este respecto continúe ocurriendo en nuestro suelo nos recordará que no hemos sido capaces, que no lo hemos hecho bien y que nuestros líderes, políticos y gobernantes no estuvieron ni están a la altura de las circunstancias y de las exigencias de nuestra vida como nación. Urgen menos protestas y más propuestas.

Urge el concurso de todos para superar – de una vez por todas – esta mancha y vergüenza de nuestro ser y quehacer como pueblo norteamericano. Estados Unidos no puede continuar siendo una nación con habitantes de primera, quinta y última categoría. Urge que todos los habitantes de los Estados Unidos, fundamentalmente iguales, vivamos en equidad y justicia, por la igualdad de condiciones de vida para todos y de acceso a los mismos beneficios y oportunidades sociales.


Mario J. Paredes, presidente ejecutivo de SOMOS Community Care: una red de 2,500 médicos independientes —en su mayoría, de atención primaria— que atienden a cerca de un millón de los pacientes más vulnerables del Medicaid de la Ciudad de Nueva York.