viernes, 14 de septiembre de 2012

En el Mes Nacional de la Herencia Hispana


El 17 de septiembre de 1968 el Congreso de los Estados Unidos autorizó al presidente Lyndon B. Johnson a que proclamara la Semana Nacional de la Herencia Hispana. Dicha proclama instaba al pueblo estadounidense, especialmente a las entidades educativas, a observar la semana con ceremonias y actividades apropiadas. Para estimular esta participación, el presidente Gerald R. Ford emitió, en 1974, una proclama que instaba a las escuelas y a las organizaciones de derechos humanos a participar de lleno en esa semana.

Veinte años más tarde, el 17 de agosto de 1988, el entonces presidente Ronald Reagan reiteró la llamada de Ford a un reconocimiento más amplio de los estadounidenses de origen hispano y para ello el Congreso aprobó la Ley 100-402 que amplió la celebración por un periodo de 31 días al que se denominó EL MES NACIONAL DE LA HERENCIA HISPANA (del 15 de septiembre al 15 de octubre de cada año). Ahora los Estados Unidos celebran por un mes la cultura y las tradiciones de los residentes en este país con raíces en España, México y los países de habla hispana de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe y se rinde honor a los logros de la comunidad hispana o latina residente en esta Nación.

Esta es una celebración y una oportunidad muy importante. Una celebración, porque – como Comunidad Hispana - rememoramos y festejamos alrededor de nuestro origen, de nuestra historia, de nuestra cultura y de nuestros valores toda nuestra identidad y nuestro ser en esta Nación. Y una oportunidad porque es un tiempo privilegiado para que cada año revisemos nuestro quehacer “hispano” en esta Nación, nuestros objetivos comunes (si los tenemos), nuestros empeños, nuestros esfuerzos, nuestros anhelos, nuestras búsquedas, nuestros ideales, nuestros aportes a la historia y progreso del suelo que ahora habitamos y, sobre todo, los logros que nuestra presencia hispana va obteniendo en el concierto total de la vida en esta gran Nación.

Los hispanos de varias generaciones, procedentes de distintos rincones de América Latina y con las más variadas y ricas expresiones culturales, a los que nos une un pasado histórico que nos relaciona con España o Portugal, un lenguaje (también rico y diverso) y la fe católica presente en nuestros orígenes como naciones, ya somos muchos en esta Nación. El Censo Nacional del año 2000 contó 56 millones de personas de origen hispano viviendo en los Estados Unidos, lo que nos convierte en la minoría mayoritaria pues representamos el 15% de la población total de los Estados Unidos de Norteamérica.

Pero el crecimiento numérico como población supone, al mismo tiempo, el crecimiento de los problemas que como comunidad debemos afrontar y resolver al interior de la misma comunidad y, hacia afuera, en relación con el resto de la muy diversa y multicultural población de los Estados Unidos en todos los campos de la vida en sociedad: académicos, económicos, políticos, culturales, artísticos, deportivos, religiosos, etc.

Grandes problemas que afrontamos son, entre otros: nuestra falta de conocimiento al interior de nosotros mismos y de nuestras comunidades hispanas, nuestra falta de integración y unidad, nuestro poco o nulo sentido de pertenencia a la comunidad hispana presente en los Estados Unidos, nuestra falta de liderazgo y de la interrelación entre el liderazgo de las distintas comunidades, nuestra falta de objetivos comunes (especialmente políticos) y la ausencia de visión común para luchar y alcanzar logros comunes en la vida de esta Nación, ni siquiera gozamos de un nombre propio y común que nos defina e identifique como comunidad frente al resto de la Nación.

Así, por ejemplo, el último estudio que hizo la compañía PEW Hispanic Center revela que:

• La mayoría de los hispanos o latinos, no se quieren llamar a sí mismos “hispanos” o “latinos”.

• Aproximadamente el 51% de los hispanos de la Nación prefieren identificarse según el país de origen de la familia.

• Sólo el 49% de los encuestados dijeron que emplean la denominación de hispanos y latinos.

• Apenas el 21% dijeron que prefieren describirse como americanos.

• El 79% de los encuestados dijeron que si tuvieran que hacerlo de nuevo, vendrían a los Estados Unidos.

De otra parte, durante – especialmente – los últimos cinco años, el debate migratorio en los Estados Unidos ha sido pobre, penoso, desfavorable e injusto con la Comunidad Hispana: se nos ha maltrato, se nos han impedido procesos de legalización y se nos han negado oportunidades sociales para integrarnos a la vida nacional de este país.

Este fracaso en política migratoria especialmente con la comunidad Hispana presente en esta Nación admite muchas lecturas pero se debe en gran medida a nuestra falta de unidad, de conocimiento y cohesión interna, a la carencia de líderes hispanos que representen nuestras necesidades, inquietudes, clamores, urgencias, anhelos.

En el tema migratorio, la Iglesia Católica, enriquecida aquí por el número creciente de fieles hispanos que ahora la integran, ha sabido hacer de “Madre y Maestra” para la Comunidad Hispana. La Iglesia Católica, en los Estados Unidos, ha aprovechado la oportunidad histórica de alzarse con el liderazgo y la vocería en este tema tan importante para gran número de sus fieles (los hispanos) y tan importante en el concierto nacional donde la Comunidad Hispana está llamada no a asimilarse (perdiendo así su identidad) pero sí a integrarse (con toda su riqueza histórica y sus valores culturales y cristianos) en la totalidad de los campos sociales que componen y dan forma a la vida esta Nación.

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