Un sínodo, la palabra sínodo, proveniente del latín sinŏdus, y este a su vez del griego σúνοδος sínodos, que en el griego koiné (o griego popular, que hablaba el pueblo, a diferencia del griego clásico, de los filósofos) significa literalmente 'caminar juntos', y hoy, en la Iglesia Católica designa - según el Canon 342 del vigente Código de Derecho Canónico, una asamblea de Obispos, de carácter no deliberativo sino consultivo, escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos del mundo sobre temas de actualidad en la vida de la Iglesia y del Mundo.
Un Sínodo, entonces, es un cuerpo consultivo de obispos convocado por el Papa de manera ordinaria cada tres años y de manera extraordinaria cuando el Papa lo considere necesario. Hay sínodos sobre temas pastorales pero los hay también continentales como el Sínodo de la Iglesia en América o en Asia.
El próximo mes de octubre la la Iglesia Católica celebrará el Sínodo – de carácter ordinario - sobre la Nueva Evangelización. Será el XIII Sínodo de los obispos católicos y se constituye en una oportunidad única para que los católicos de toda raza, lengua, pueblo y condición social reflexionemos sobre los desafíos que esta coyuntura histórica de la humanidad y la vida del hombre y del cristiano en la sociedad actual le plantean a la tarea evangelizadora de la Iglesia en el mundo.
El sábado 3 de diciembre de 2005 el Santo Padre Benedicto XVI en un discurso al segundo grupo de obispos de Polonia en visita “Ad limina” habló de la Nueva Evangelización, refiriéndose a la homilía del Beato Juan Pablo II a los obreros de Nowa Huta, durante el primer viaje a su patria, recordando sus palabras: “De la cruz de Nowa Huta ha comenzado la nueva evangelización”. Fue en esa ocasión cuando Juan Pablo II proclamó la necesidad de una “Nueva Evangelización” e inauguró este término para designar todo lo que la Iglesia Católica tiene que hacer para que – con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones – cumpla adecuadamente con la tarea de impregnar de criterios del evangelio las realidades temporales.
Con el próximo Sínodo se busca desarrollar directrices de como presentar nuestra fe en esta hora actual, cómo vivirla, cómo anunciarla y cómo evangelizar el mundo de hoy con sus relaciones interpersonales, micro y macroeconómicas, políticas y culturales, artísticas y deportivas, culturales y tecnológicas, realidades locales o internacionales, realidades comunitarias o globales, etc.
Subyace en la intencionalidad de este Concilio la misma idea desarrollada por Juan Pablo II en la celebración de los 500 años de evangelización en América. Por lo que la comunidad hispana residente en los Estados Unidos ha de volver a preguntarse por su presencia “católica” en esta Nación, por la identidad católica que impregna la historia de nuestros orígenes hispanoamericanos y los desafíos propios que nuestra condición de católicos migrantes nos lanza y le lanza a la Iglesia Católica en esta gran Nación.
Algunos de estos grandes retos y clamores entre lo hispano y lo angloamericano, entre lo anglo-católico y los hispano-católico, entre lo puramente hispánico y lo puramente anglo y norteamericano tiene que ver con la comunión y la participación, con el deseo de Jesús puesto de manifiesto en el evangelio de Juan: “Que todos sean uno” (Jn 17,21). Unidad que se realiza en la plena participación y en la integración, no así en la asimilación de la cultura hispana por parte de la cultura dominante.
Aunque falte mucho por hacer en este campo, es mucho también lo logrado con grandes cuotas de sacrificio: el año 1970 se nombra a Mons. Patricio Flores como primer obispo de origen hispano en los EEUU., actualmente obispo emérito de San Antonio-Texas. Pero en la actualidad contamos con 47 obispos hispanos.
Ahora bien, no sólo necesitamos nombramiento de obispos hispanos, también necesitamos nombramiento de académicos hispanos en las universidades e impulsar el desarrollo de un liderazgo político inspirado en el magisterio de la Iglesia que logre con el apoyo y concurso de todos, entre otras muchas cosas, leyes migratorias humanas, equitativas y justas para los pobres y marginados del evangelio, que hoy entre nosotros, tienen rostros y apellidos propios: se trata de los millones de pobres, empobrecidos, marginados y excluidos de las sociedades de donde salieron y en esta a la que llegan donde – por falta de documentos – se les explota, persigue y condena a vivir en condiciones no propias de habitantes de esta Nación que se precia de ser sociedad libre y democrática y muchísimo menos de hijos de Dios.
Todo lo cual ha de contribuir al cumplimiento de la visión y el sueño de Juan Pablo II: llegar a ser y hablar no de tres américas sino de UNA AMERICA unida y para todos. Una América con distintos rostros, lenguajes y colores, con distintos credos e ideologías, con distintos sabores y costumbres pero con un destino común: construir una sociedad más fraterna, más solidaria, más humana y más justa. Una sociedad en la que nadie sobra y todos caben y a todos les es posible la mayor realización de los mejores y más humanos anhelos.
Así el tema sinodal del próximo octubre sobre la Nueva Evangelización nos interpela y adquiere en nuestro contexto hispano en los Estados Unidos perfil e interés propio: el de descubrir lo propio de lo hispano, de lo norte-americano y lo católico como posibilidad de convergencia, de integración, de unidad y de enriquecimiento mutuo con nuestras diferencias y no como obligatoria separación y causa de rechazo y discriminación por todo aquello que no nos es común.
Común nos es a todos el mismo origen divino, las mimas tendencias a lo noble, bueno, bello y verdadero. Común nos es a todos el planeta que habitamos y los sueños de un mundo mejor. Común nos es a todos los creyentes en Cristo (hispanos y no hispanos) el sueño y la tarea de construir la unidad – en la diversidad - vivida y predicada por nuestro Señor Jesucristo.
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