Hablar de Dios en tiempos de Francisco
+Fernando Chomali Garib
Arzobispo
de la Ssma. Concepción
Concepción,
Chile. Noviembre de 2016
1. A Dios lo quieren sacar de la esfera pública
Hablar de Dios en estos tiempos no resulta fácil,
pero sí desafiante y, sobretodo, fascinante. A Dios lo están sacando desde hace
un buen tiempo de la esfera pública. Ello se percibe a todas luces en los más
amplios campos de la vida social, educacional y cultural. También han intentado
sacarlo del corazón de los hombres postulando la fe como un desquicio de la
vida personal y social, y constitutivo de una alienación que oprime y quita
libertad. Ha apoyado este intento una visión del hombre antropocéntrica, cuyo
horizonte último es el bienestar a toda costa, con el acento puesto en la
autorrealización que se vuelve el fundamento absoluto y razón de ser de la
vida. Esta autorrealización el hombre no la encuentra fuera de sí, en otro,
sino que en su propia subjetividad que adquiere valor normativo. El Dios
creador, único y fundamento de todo bien ha sido suplantado por el querer y el
deseo personal. Este verdadero desencuentro cultural llevó a la pauperización
del pensamiento de orden filosófico y al desconocimiento del otro como parte de
mi ser, menoscabando la dimensión racional y social del hombre.
2. La erradicación del pensar metafísico
La pregunta por la esencia de las cosas, por su
verdad, independiente del sujeto que la estudia es, para muchos, cosa del
pasado. Como consecuencia de ello, la ética perdió espacio en el horizonte
cultural y se limita a promover la idea de que los actos tienen valor en la
medida que son fruto de la autonomía, que no dañen a otro y que tengan presente
la utilidad como referente y máximo valor a alcanzar. ¿Acaso no es esta la
razón por la cual las clases de filosofía y teología las quieren hacer desaparecer
del horizonte educativo y cultural? En este contexto desprovisto de gnoseología
y de ética vinculante, la belleza ha ido perdiendo todo sentido y los
resultados de ello están a la vista. La sociedad en sus más variados aspectos
se ha ido pauperizando, en un claro proceso de jibarización de la dignidad
humana y de la cultura. El héroe, el santo, el hombre altruista que mira a lo
alto y actúa incluso dando la propia vida, es un ser en extinción, en el mejor
de los casos, se le considera a alguien digno de aplaudir, pero no de imitar. El
hombre empeñado en construir una sociedad sacando a Dios del espectro personal
y social, terminó destruyéndose a sí mismo. Esa es la tesis del Concilio
Vaticano II, que todos los Pontífices han hecho ver insistentemente. Cómo
resuenan las palabras e Pablo VI en Populorum Progressio: Ciertamente el hombre
puede organizar la tierra sin Dios, pero al fin y al cabo, sin Dios no puede
menos que organizarla contra el hombre".
Los miles de inmigrantes que mueren ahogados en
el mar a vista y paciencia de quienes tienen el poder de impedirlo, los miles y
miles de ancianos solos, abandonados y pobres, que gimen por un poco de amor y
se les ofrece la muerte como alternativa a ese dolor del alma del que nadie
está dispuesto a hacerse cargo, así como los millones de niños que no ven la
luz del día porque sencillamente constituyen una amenaza, dan cuenta de este
panorama verdaderamente decadente que vemos día a día y que nos interpela. Ni
hablar de las grandes brechas que existen entre los menos que tienen cada día
más y los más que cada día tienen menos y que quedan al arbitrio de otros en
todos los planos. El desencanto social que vemos día a día es la respuesta a
esta lógica de la indiferencia y del ensimismamiento.
3. Si no hay Dios sólo queda la
autorreferencialidad
Este querer desembarcar a Dios de la cultura
comenzó negando el valor de la condición religiosa del hombre como experiencia
propiamente humana y social. A lo más se le reconoce un valor en la esfera
personal, pero no una realidad que se puede convertir en cultura. Al perder el
ser humano toda referencia objetiva que lo orientara más allá de las
vicisitudes del tiempo y del espacio, queda despejado y pavimentado el camino
para comenzar a construir al hombre autorreferente que se crea a sí mismo desde
sus propias convicciones. Así, la condición de ser social, de ser sexuado en
cuanto hombre o mujer, de ser un ser que se comprende a la luz de los demás,
son meros resabios que, según ellos, fueron culturalmente impuestos pero no se
ajustan necesariamente a la realidad (que ya deja de ser dada) que el mismo
sujeto se siente llamado a imponer como tal. En este contexto cultural los
parlamentos de Occidente terminaron siendo meros notarios de las infinitas
antropologías y éticas que pululan por doquier. Si alguno postula la existencia
de una realidad anterior a la percepción del sujeto que la aprehende es tratado
duramente. Con ello la sociedad perdió. Perdieron sobre todo los más débiles. Ganaron
los más fuertes. Allí está la paradoja. La libertad mal entendida se convirtió
para muchos en la peor de las esclavitudes. Es la consecuencia lógica de una
libertad que no reconoce una verdad última y menos un bien a alcanzar fuera del
sujeto. Este panorama fue campo de cultivo de los caudillismos en todas las
esferas de la sociedad y de un gran descontento. Hasta al mismo Dios cada uno
lo dibuja a su manera. Lo importante es que me sea útil a “mi” significado de
lo que significa ser un ser humano. La ausencia de un referente último en quién
fundar la existencia y la convivencia ha llevado a la segregación social y a la
violencia como método para resolver los conflictos. El mal trato cuya peor
forma es hacia las mujeres, los niños, los inmigrantes, los pueblos
originarios, y tantos otras comunidades, dan cuenta de este intento de negar
toda verdad objetiva y valores que no se pueden negociar porque son anteriores
al mismo hombre y al Estado. Sin un fundamento metafísico o trascendente que
valga para todos y que esté por sobre todos como línea última de interpretación
de la realidad, la verdad se diluye, la razón le cede el paso a la violencia y
la justicia termina en venganza. ¿No es ese el panorama que vemos a diario y
que ha adquirido un verdadero carácter pornográfico?
4. La autorreferencia se construye desde el
consumo
La sociedad fundada desde el individuo
autorreferencial ha hecho que la sociedad, en su eje práctico, gire en torno al
consumo, que se constituye en su motor, y ha hecho de los índices económicos el
índice para medir el desarrollo del país. El desarrollo se comprende sólo como
desarrollo económico y el crecimiento personal está íntimamente ligado al
bienestar individual. La desigualdad que trae este modo de organizar la
sociedad es muy silenciada. Suenan con fuerzas las palabras de Pablo VI en
Populorum Progressio: "Nosotros no aceptamos la separación entre lo
económico y lo humano, ni entre el desarrollo y la civilización en que se halla
inserto. Para nosotros es el hombre lo que cuenta, cada hombre, todo grupo de
hombres, hasta comprender la humanidad entera". Así resulta imposible
lograr la coherencia social porque el otro deja de ser parte del proyecto
común, y se transforma en uno más en la competencia, al que obviamente, hay que
vencer. Muchos creen que lo importante es llegar primero, pero desde la condición
de hermanos y miembros de la humanidad creemos que es mejor llegar juntos. Esta
competencia, en la práctica, comienza en el vientre materno al desechar a los
seres humanos que vienen con malformaciones, son fruto de una violación u otras
causas. Ellos, según esta forma de concebir la realidad, no forman parte de
esta estructura social donde el centro no es la persona sino que lo que ella
pueda lograr para sí, o lo que la sociedad pueda otorgarle a ella. Así se
entiende la desproporción entre la exigencia de derechos y el cumplimiento de
los deberes. Notable al respecto el Magisterio de Benedicto XVI respecto del
sentido más profundo de la solidaridad como forma de conocimiento y expresión
del ser un don llamado a convertirse en un don para los demás.
La clave para comprender las relaciones humanas
hoy está en el utilitarismo. Gran daño ha hecho esta forma social, ya que ha
dejado a muchas personas, sobre todo pobres y ancianos, inmigrantes y
discapacitados, en la más absoluta indefensión. La realidad de los niños que
por distintas situaciones no viven con sus familias, sino que en residencias,
de los ancianos solos y abandonados, los refugiados abandonados a su suerte,
dan cuenta de esta realidad.
5. Testimonio cristiano claro y sin ambigüedades
Francisco, el Papa, tiene clara esta realidad. Es
por ello que nos ha invitado con insistencia y sin ambigüedades a volver al
fundamento del aporte que hace la Iglesia Católica para generar una sociedad
más justa, fraterna y digna para el hombre, todo hombre y todos los hombres. Ese
fundamento no es el poder, no es el dinero, es Dios y, de modo específico, en
su misericordia manifestada de modo único y definitivo en Jesucristo. El Papa
pretende hacer volver la mirada de todos los miembros de la sociedad a aquel
que está excluido y descartado de un sistema de intercambio de bienes y
servicios que no ha puesto al hombre al centro de la organización social. Lo
hace desde el prisma de Jesús. Desde su mirada, los dolores y las angustias de
tantos y tantos seres humanos son consecuencia de un sistema que no tuvo como
eje al hombre y su dimensión constitutivamente espiritual, sino que la avaricia
y la ambición desmedida que se concreta en poder y dinero. La invitación a
cambiar el estilo de vida del consumir por el del compartir que nos hace
Francisco es concreto y real y quienes están llamados en primer lugar a acoger
este llamado son aquellos que profesan que Dios se encarna en Jesús, el Cristo,
presente, paradójicamente, en el sufriente. Para el Papa el testimonio
cristiano vivido con coherencia y valentía ha de constituirse en el lugar
teológico desde el cual se está llamado a darle al mundo otro rostro. Ello
implica un profundo cuestionamiento de nuestra manera de comportarnos,
especialmente de todos quienes reconocemos que Jesús es el Señor. Así, junto a
la denuncia, necesaria por cierto, se abre un horizonte de construcción del
entramado social más amplio, vinculado al amor entregado, a la ternura
derrochada, a la alegría que contagia, al testimonio cristiano. No es esta una
clave para interpretar las exhortaciones apostólicas “La alegría del Evangelio”
y “La Alegría del amor”. ¿Acaso no es allí, en el Evangelio y en el amor, donde
está la semilla de mostaza que generará la tan anhelada civilización del amor? Dicho
con palabras de Juan Pablo II: "La civilización del amor debe ser el
verdadero punto de llegada de la historia humana" (Juan Pablo II,
3.11.1991). Así, Francisco, con claridad nos está invitando a tomar una
posición más clara respecto de nuestro propio estilo de vida, porque es en esa
práctica concreta y real que seremos luz que ilumina a los demás. El Papa nos
está pidiendo una y otra vez que nuestros actos hablen por sí mismos. Son los
gestos el modo más preciado para mostrar no sólo que Dios es el fundamento de
nuestra vida, sino que además el principio rector desde donde podemos
recomponer el tejido social. Él claramente ha comenzado. Ahora nos corresponde
actuar en consecuencia a cada uno de nosotros. Y con alegría, esperanza, fe y mucha caridad.
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