La Navidad es una época del
año que tiene su fundamento en un acontecimiento histórico-salvífico: el
nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, que los cristianos conmemoramos en un
tiempo litúrgico del mismo nombre. En una sociedad materialista como la nuestra,
la Navidad ha sido convertida en una temporada del año para vender y comprar,
para gastar y consumir, para ostentar y derrochar. Y en este enorme tráfico
consumista el mensaje de lo que los cristianos recordamos, el significado de lo
que los cristianos celebramos en estas fechas se manipula, se pierde, se
diluye, se olvida.
Es enorme la
significación que la Navidad contiene para el mundo en general y para los
cristianos en particular. Lo que celebramos es el nacimiento de JESUS DE
NAZARET, quien es, para todos, modelo de Humanidad y Divinidad: porque
Jesús es Divino por lo profundamente Humano.
Cuando los cristianos confesamos
a Jesús como Dios hecho Hombre, confesamos al mismo tiempo, el destino último y
definitivo al que está llamada la humanidad entera: el de divinizarnos
encarnándonos en la historia y su cotidianidad para divinizarnos humanizándonos.
En Navidad, por tanto, celebramos la alegre y esperanzadora certeza de que en
el Nacimiento de Jesús, Dios ha querido quedarse para siempre con nosotros
mostrándonos en El, el Camino, la Verdad y la Vida a la que todos estamos
llamados.
El acontecimiento
histórico de la Navidad ocurre en el contexto de una familia. Entre tantas
significaciones que aporta la conmemoración de la primera Navidad, el valor
dado por Dios a la familia en el nacimiento de Jesús cobra hoy importancia y especial
vigencia entre nosotros.
Padecemos y asistimos hoy
a una profunda crisis de la humanidad y de humanidad en todos los órdenes. Los
graves problemas puestos de manifiesto en la crisis muestran una más profunda y
definitiva crisis en el corazón mismo del ser humano: una des-humanización
contraria a todo lo que significa e implica el mensaje de la Navidad. Pero, al
mismo tiempo, los graves problemas sociales que brotan del corazón del hombre tienen
su origen en una profunda crisis de la familia.
Es extensa la lista
de los enormes conflictos que hoy atentan contra el modelo familiarpropuesto desde la primera noche de Navidad y sustentado por la predicación de
la Iglesia Católica en Occidente:
- A la brecha generacional entre padres e hijos en un mundo que cambia a diario y velozmente se suman
- Las rupturas, los divorcios y nulidades rápidas y fáciles tipo “express”.
- La infidelidad en una sociedad pansexualista que la propicia y estimula.
- La falta de compromiso en una sociedad hedonista que propugna por lo liviano, lo pasajero, lo efímero, lo fácil, desechable, lo puramente estético y aparente.
- El mundo académico y laboral que separa, aleja y desintegra familias.
- El machismo y el feminismo.
- La pretendida manipulación cientista de los designios de Dios sobre la creación y la vida en familia.
- El aborto.
- El tabaquismo, el alcohol, las drogas.
- El sin-sentido de la vida en una sociedad que mata pronto las ganas de vivir cuando reduce el fin de la vida a lo meramente material e intra-histórico ocultando la visión trascendente del hombre, del mundo y de su historia.
En un mundo que aboga por
la pluralidad de las ideas y los estilos de vida junto al respeto por las
libertades individuales y de los derechos del hombre, la Verdad – bajo ese
pretexto - no debe ser negada, confundida ni disuelta en medio del mar de las
individuales, pequeñas y casi siempre mezquinas verdades de bolsillo. A la
Iglesia, desde la Buena Noticia que el Evangelio contiene para todo hombre y
mujer de buena voluntad le corresponde anunciar cada día y, especialmente en el
tiempo de Navidad, que todo hombre tiene derecho a nacer y “crecer en gracia y en sabiduría” en el seno de una familia
constituida por un padre, una madre y unos hijos: modelo familiar en el que se
repliquen y vivan las relaciones de amor paternales, filiales y fraternales que
los cristianos reconocemos y alabamos en el mismo seno de la Santísima Trinidad:
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Las perturbadoras estadísticas
que nos hablan e interpelan sobre los millones de niños y niñas que intentan
“crecer” y “formarse” en “hogares” disfuncionales, uni-parentales, hogares “sustitutos”,
con los abuelos u otros familiares o en
instituciones gubernamentales que intentan “suplir” a las familias inexistentes,
son una alarma sobre algo muy grave que está ocurriendo en nuestras comunidades
y un desafío urgente para que volvamos a valorar y vivir el modelo de familia cristiana sugerido en la Navidad
de nuestro señor Jesucristo.
Hoy, como nunca antes,
hay nostalgia
de Nazaret:
- Nostalgia de hogares donde padres e hijos vivan y con-vivan en comun-unión.
- Nostalgia de hogares a ejemplo del de Nazaret: donde los padres se amen y cumplan con la voluntad de Dios amando y sirviendo la vida a sus hijos.
- Hogares en los que los hijos cumplan la voluntad de Dios obedeciendo a sus padres.
- Hogares que favorezcan la construcción de un mundo en fraternidad viviendo primero en casa las relaciones fraternas.
- Hogares en los que prevalezcan el amor y el respeto sobre las circunstancias siempre difíciles y siempre cambiantes de la vida.
- Hogares con padres dedicados al cuidado de sus hijos y con hijos atentos y devotos a sus padres.
- Hogares que sean verdaderas iglesias domésticas, primera experiencia de iglesia y semilleros de permanente evangelización.
- Hogares en los que padres e hijos crezcan en humanidad cooperando con la obra creadora de Dios mediante el trabajo cotidiano.
- Familias que sean verdaderos hogares, es decir, hogueras encendidas de amor capaces de calentar e iluminar un mundo tantas veces frío y en tinieblas.
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