Sin-sentido
de la vida, vicios y evasiones, rupturas en la familia, abortos, inestabilidad
económica personal y familiar, difícil acceso a las oportunidades sociales,
imposibilidad de alcanzar ideales por falta de recursos económicos,
estratificación social, desempleo, carencia de vivienda, imposibilidad de
acceder a la educación, imposibilidad de acceder a los sistemas de salud
social, vejez desprotegida por los sistemas de seguridad social, soledad,
corrupción administrativa, política y gubernamental, inequidad e injusticia
social, hambre, epidemias y pandemias, pésima calidad en la prestación de los
servicios públicos, violencia, inseguridad social, delincuencia organizada,
grandes masas migratorias, desplazados, guerras y guerrillas intestinas locales
o entre naciones, grandes catástrofes naturales, son unos pocos elementos de un
extenso elenco de males y conflictos personales, familiares y sociales que
representan, en definitiva, mil formas de muerte o lo que se ha dado en llamar
una CULTURA DE LA MUERTE.
Por
estos días la Iglesia Católica celebra el acontecimiento fundante del cristianismo:
la confesión de fe, según la cual, el Crucificado transformó la vida de unos
primeros testigos, hombres y mujeres; transformación por la que estos llamados
primeros cristianos lo proclamaron RESUCITADO y VIVIENTE en medio de ellos y a
partir de su personal y comunitaria experiencia como hijos de Dios y hermanos
todos los unos de los otros.
Es
decir, durante dos mil años, desde aquellos primeros hombres y mujeres testigos
del ministerio público de Jesús, de los conflictos que dicho ministerio le
acarreó, de su proceso judicial y pasional y de la muerte en cruz, hasta hoy,
los cristianos confiesan a al Crucificado Jesús de Nazaret Viviente en cada
cristiano y en cada comunidad cristiana que vive la misma vida que Jesús mismo
vivió y enseñó.
Dicha
confesión de fe en el Crucificado Resucitado supone, al mismo tiempo, confesar
que la definitiva y última palabra que Dios, el Padre, pronunció sobre la vida
de Jesús de Nazaret, confesado el Hijo por los cristianos, no fue muerte y
fracaso total de su proyecto sino VIDA y VIDA ABUNDANTE, (Cfr. Jn 10,10) vida
eterna, vida plena, vida feliz.
Todo
lo cual significa que la religión cristiana, en general, y cada creyente en
Cristo, en particular tiene – como fundamento y principal confesión de su fe –
la certeza religiosa y el compromiso a favor de la Vida y en contra de la
muerte, en las mil formas en que ésta se presenta. Que toda la vida de Jesús de
Nazaret, su Evangelio y la forma de relacionarnos con Dios (como hijos) y con
los otros (como hermanos) que de esta vida y enseñanza se derivan, es decir, la
religión (relación) cristiana son una propuesta-protesta a favor de la Vida y
de la Vida abundante, y por tanto, podríamos decir, el fundamento
programático-doctrinal y el estilo de vida (personal y comunitario) que aliente
lo que podemos llamar una CULTURA DE LA VIDA (en contra de la ya mencionada
“Cultura de la Muerte”).
Nuestra
vida personal, familiar y social transcurre, ya quedó dicho, en medio de mil
formas de muerte. Cada uno de nosotros, (personal y socialmente) padece
carencias, extraña mejores condiciones de vida, tiene la esperanza de días
mejores que suponen días de mayor justicia y equidad, días de mayor y más fácil
acceso a las oportunidades sociales, tiempos de mayor solidaridad, libertad y
fraternidad. Todos añoramos “el cielo nuevo en la tierra nueva”. Diríamos que
esta es la esperanza que jalona nuestro presente y que motiva nuestro ser y
quehacer cotidiano.
LA
RESURRECCION DE CRISTO alienta esta esperanza porque alienta la necesidad de
mejores sistemas de educación, de vivienda y de salud; mayores niveles de
equidad y de justicia, mayor búsqueda del bien común en la administración de
justicia y de los dineros públicos. La Resurrección de Cristo, también llamada,
PASCUA (paso) CRISTIANA nos empuja a todos a comprometernos por un mundo mejor,
más humano, más fraterno, más solidario, más vivible, más amable.
Esta
CULTURA DE LA VIDA, que se funda en la experiencia y confesión de fe en un Dios
Creador y de la Vida abundante en la Resurrección de Cristo y, por El, con El y
en El, en nuestra propia Resurrección ha de manifestarse especialmente en las
sociedades en las que mayoritariamente nos llamamos “cristianos”, aunque
nuestra experiencia pública de fe la celebremos en congregaciones religiosas
con distintas denominaciones.
Dicho
de otra manera, las manifestaciones de la Cultura de la Muerte resultan
contradictorias y escandalosas en sociedades donde mayoritariamente – como en
nuestro caso – nos confesamos públicamente como “cristianos”. Porque dichas manifestaciones
chocan y contradicen el proyecto fundamental de Dios en Cristo; su Resurrección
que es abundancia de vida, en contra de la abundancia de muerte.
Si
nuestra profesión de fe como “cristianos” la vivimos en medio de situaciones
manifiestas de precariedad de vida para unos frente a la abundancia desigual de
unos pocos; si mientras millones mal viven o sobre-viven mientras unas minorías
nadan en la abundancia; si las decisiones gubernamentales no procuran el bien
de todos y – con ello – vamos construyendo persecución, desigualdad, desunión,
divisiones, discriminación e intolerancia; si – en fin – no logramos aún la
construcción de un mundo más humano por lo fraterno y justo, entonces nuestra
experiencia religiosa es falsa porque es hipócrita, porque la construcción que
hacemos de nuestro entorno personal y social contradice los postulados,
principios hy valores del Evangelio de la Vida de Jesucristo.
Pascua
Cristiana, por la Resurrección de Cristo, es tiempo para que examinemos
nuestros compromisos personales y familiares y nuestros frutos como sociedad
norteamericana. Tiempo para que nos preguntemos si los frutos y valores con los
que estamos diseñando la construcción de nuestra sociedad – poblada
mayoritariamente por “cristianos” – corresponden coherente y auténticamente al
proyecto y Cultura de la VIDA ABUNDANTE para todos que emana del Evangelio.
Entonces,
concluyo aquí con una invitación: Que nuestras confesiones de fe “cristiana” y
nuestro culto “cristiano” se manifiesten finalmente en instituciones, estructuras y relaciones sociales
“cristianas” a favor de LA VIDA (en todas sus expresiones) y en contra de la muerte (en sus tantas formas). ¡FELICES PASCUAS!
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