Por
estas fechas, cada año y por Decreto del Congreso de los Estados Unidos,
celebramos el MES DE LA HERENCIA HISPANA.
Es un
mes dedicado a reconocer la presencia de los hispanos y de “lo hispano” en la
vida de los Estados Unidos de Norteamérica. Es una ocasión anual para
congratularnos como hispanos y rememorar nuestros orígenes históricos y
culturales. Pero es, sobretodo, una magnífica oportunidad para reflexionar
sobre la presencia de la Comunidad Hispana en la vida de esta gran Nación. Una
magnífica ocasión para que los hispanos rememorando nuestro pasado, y revisando
nuestro presente proyectemos nuestro futuro en los Estados Unidos.
Los
hispanos sumamos ya cincuenta y ocho millones en los Estados Unidos. Esta cifra
nos convierte en el 20% del caudal electoral de esta Nación. Esto significa que
ya – políticamente hablando - nos constituimos en una Comunidad con poder
decisorio y decisivo en el presente, en el rumbo y destino de esta sociedad
norteamericana.
Sin
embargo, las cifras mencionadas no corresponden a lo que hoy podemos evaluar
como logros de la hispanidad en los Estados Unidos. A pesar de nuestro poderío
numérico aún no contamos con leyes que protejan y preserven la presencia
hispánica en esta Nación. Más aún, no hemos logrado ni leyes ni estructuras
institucionales y estatales que propugnen por las virtudes y valores
propiamente hispanos, en medio de una cultura dominante cada vez más
materialista, consumista, hedonista, utilitarista, pragmática e individualista.
Cabe
entonces, que en el MES DE LA HERENCIA HISPANA, nos preguntemos, desapasionada
y honradamente, por la causa de nuestros desaciertos, las razones por las que
no acertamos, los motivos por los que nuestra presencia numérica no se
corresponde con la importancia, la influencia y el poder de nuestra presencia
hispana en el concierto de la sociedad estadounidense.
Y las
causas de nuestro bajo rendimiento, pocos logros o claros fracasos como
comunidad hispana en Norteamérica no hay que buscarlas fuera de nosotros
mismos. Al interior de nuestra comunidad hispánica encontramos desorganización,
falta de formación política en general y de formación política de nuestros
líderes o definitiva falta de liderazgo, divisiones, desconocimiento de
nosotros mismos, de nuestras culturas y países distintos de donde provenimos
todos los que aquí somos llamados genérica y globalmente como hispanos; una
ausencia de interés por el bien común; una falta de identidad o pérdida de la
misma; carencia de una agenda hispana global; una falta de conocimiento de
nuestra esencia, identidad o mismidad y, además, una falta de conocimiento de
la esencia cultural de la alteridad, del otro, es decir, de la sociedad que
ahora nos alberga; etc.
Estas
carencias de parte nuestra agravan los desafíos que hoy tenemos como hispanos en
estados Unidos. Sumemos a estas dificultades un nuevo reto externo: el
replanteamiento de la inmigración en general y de lo hispánico en particular
que proviene de lo que podemos llamar el “fenómeno Trump”. Replanteamiento que
se convierte en una verdadera amenaza para nuestro presente y futuro en esta
Nación y para el cual, porque no estamos consciente y debidamente preparados,
no respondemos ni en comunidad ni acertadamente, sino que patinamos,
balbuceamos, lloriqueamos, o, como decimos en nuestras tierras, respondemos con
“patadas de ahogado”.
Es
importante que resolvamos al interior de nuestra Comunidad y comunidades
hispanas los desafíos y problemas arriba enumerados. Es muy importante que,
viviendo e integrándonos en y a esta sociedad que nos recibe - y sin
asimilarnos – logremos ofrecer, aquí y ahora, lo mejor de nuestros orígenes y
de nuestro pasado, lo mejor de nuestra historia y de nuestras culturas como
naciones hispánicas. Es muy importante que – en medio de la sociedad
norteamericana cada vez más posmoderna y cada vez más con las características
arriba descritas – los hispanos rescatemos, por ejemplo, el valor que damos en
nuestra cultura a la vida en familia y al cuidado de la salud.
Porque
los hispanos, en contra de la absolutización del placer, de la discriminación y
la intolerancia, de las marginación, la indiferencia y el silencio, etc… formas
éstas de mal-vivencia que generan violencia; hemos de ofrecer y privilegiar el
amor como la primera vocación humana, las formas democráticas de participación
en la construcción social, el esfuerzo
permanente por la construcción solidaria y justa de la paz, el respeto por la
riqueza de lo diferente y de las otras culturas, el respeto por la vida humana
sobre cualquier otro valor e interés, la importancia y primacía de la persona
sobre las cosas, del ser sobre el tener, de la ética sobre la técnica, del ser
humano y su trabajo sobre la empresa y el capital, del servicio sobre el poder,
de lo trascendente sobre lo pasajero, temporal y transitorio.
Familia
y salud están, aquí y ahora, potencialmente en riesgo de ser sometidas y
devoradas por los principios posmodernistas de la cultura dominante y en contra
de nuestras culturas hispanas. En el campo de la salud, es evidente un interés
utilitarista y mercantilista antes que un interés de servicio solidario y
humano.
El
presente de la humanidad entera y, en concreto de esta Nación, desafía a la
comunidad hispana presente en los Estados Unidos a que estemos a la altura de
las cifras que ya representamos pero, sobre todo, a la altura de los desafíos
al interior mismo de la comunidad hispana.
Congratulaciones
en este mes de la hispanidad y mucho ánimo y esfuerzos pensados, conjuntos y
coordinados en la tarea de impactar en los Estados Unidos no sólo por los
números sino por la eficacia benéfica de nuestra presencia en Norteamérica.
¡Adelante!.
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