El fenómeno de las migraciones humanas es uno de los
fenómenos más complejos, masivos, globales y la mayor
causa sufrimiento, de dramas y problemas humanos que vive hoy la humanidad. Es
un fenómeno muy complejo pues en el convergen y se suman todos los desafíos no
resueltos que tiene la humanidad para hacer de este mundo un planeta más
humano, más justo y más solidario: la corrupción administrativa y gubernamental
en distintos países, la inequidad social, la injusticia social, las mil formas
de violencia y de muerte, epidemias, hambrunas, intolerancia, racismo,
distintas formas de discriminación, etc.
Las cifras y las dimensiones del fenómeno migratorio a
nivel mundial trascienden ya todas las fronteras, las razas, los credos, las
culturas, las ideologías y se instaló – dicho fenómeno migratorio - en la
experiencia del diario vivir en la tierra con sus dimensiones dantescas,
infrahumanas, apocalípticas en el sufrimiento que padecen los hombres y
mujeres, niños, jóvenes y ancianos que – por las más variadas razones – tienen
que dejar sus orígenes para buscar un mejor futuro próximo en otros
territorios, en territorios extraños y, muchas veces, franca y definitivamente
hostiles.
El fenómeno de grandes masas de migración humana a
todos nos afecta. La humanidad entera es solidaria en el bien y en el mal que
vamos construyendo todos para todos. Sin embargo, es un fenómeno cuyas
soluciones de raíz se van aplazando indolente e indefinidamente porque todos,
gobernantes y ciudadanos del mundo, preferimos evadirlo…
Quienes protagonizan directamente el fenómeno
migratorio son – en su inmensa mayoría – hombres y mujeres que se encuentran en
la vergonzosa franja social que padecen, como víctimas, lo que el Papa
Francisco está llamando “la cultura del descarte”, o de “lo desechable”. Es
decir, hombres y mujeres a los que habiéndoseles empobrecido porque se les han
negado toda clase de accesos y oportunidades sociales luego son “descartados”
por no ser importantes en el engranaje económicamente productivo de este mundo
globalizado.
Las causas de este doloroso y masivo fenómeno
migratorio son variopintas y van desde la búsqueda de mejores condiciones de
vida económica, hasta desplazamientos forzosos por causas de tipo político,
religioso o por el acoso de distintas formas de violencia en los países de
origen.
Ejemplos de este fenómeno en la actualidad son las
enormes masas de población migrante que se desplazan – muchas veces a costa de
la propia vida – de África hacia Europa, de Siria e Irak hacia Europa, del
mundo entero y de América Latina hacia los Estados Unidos, etc.
Este es un problema complejo y mundial, masivo y
global, que nos atañe, afecta e involucra a todos y al que habría que responder
atacando las causas y ejecutando soluciones de igual magnitud y complejidad: en
los países de origen, en el doble padecimiento de quienes emigran (el
sufrimiento del desarraigo – por una parte – y la no bienvenida – por otra
parte - en los territorios donde intentan llegar a rehacer sus vidas); además
de las soluciones que piden con urgencia los nuevos problemas que se crean y
ocasionan en los lugares de destino o países receptores de los grandes
movimientos de migración humana.
Hasta hoy, a este fenómeno tan característico,
protuberante, dramático, de tantas aristas humanas y sociales y de tantas
urgencias en el mundo de hoy se responde con indolencia, con indiferencia, sin
darle prioridad en los planes y programas gubernamentales, con muros, con
barreras, con intolerancia y sin atacar las primeras causas: la ineficacia y corrupción
administrativa, la injusticia social y la inequidad en la distribución de
recursos, bienes, servicios y oportunidades sociales que obligan a tantos
millones a emigrar y que, por otra parte, convierte – esa misma inequidad y al
mismo tiempo – a algunos lugares de la tierra en polos de atracción para los
desplazados y desterrados de todos los días y de todos los rincones de la
tierra.
Ni los políticos de turno de cada país de partida de
las grandes masas migratorias (envueltos casi siempre en enormes fenómenos de
corrupción), ni los centros de llegada, ni los organismos internacionales
creados con vocación humanitaria global (Unión Europea (UE), Organización de
las Naciones Unidas (ONU) y sus Departamentos (FAO, OMS, OIT, etc) , Fondo
Monetario Internacional (FMI) Banco Mundial, etc…) resuelven de manera efectiva
con fórmulas humanitarias – y no guerreristas y militares – el fenómeno
migratorio actual. Urgen, por tanto, soluciones que devuelvan a todos los
afectados y de manera urgente, su dignidad de personas, con programas no
asistencialistas sino de promoción y desarrollo humano sostenible.
Urge, además, que las instituciones e iglesias de las
más variadas doctrinas y denominaciones religiosas presten a la humanidad,
especialmente ante este fenómeno de tanto sufrimiento humano, su servicio y
tarea profética. Que los líderes religiosos anuncien y denuncien todo cuanto en
este fenómeno – como en otros – menoscaba la dignidad humana e impide la
realización digna y humana – individual y socialmente - de todos los hombres y
mujeres afectados. Lo contrario, se convierte en un silencio cómplice de la
indiferencia de todos los estamentos y sectores de la humanidad.
Que podamos construir un mundo como una gran mesa para
todos, donde todos tienen igual cabida y donde todos - solidariamente – nos
respetamos y compartimos espacios de vida abundante es una tarea que nos
convoca a todos. Al mismo tiempo, el fracaso en la construcción de un mundo más
justo, más humano y solidario es una derrota que nos afecta a todos y que a
todos nos llena de vergüenza. Es poco lo que hemos hecho y es muchísimo más lo
que nos queda por hacer, especialmente en lo tocante a la dolorosa experiencia
de nuestros hermanos migrantes del mundo entero.
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