martes, 30 de diciembre de 2008
2009: pero que sea “nuevo”
Pero las ilusiones que nuestras promesas por un mejor porvenir encierran no nos impiden desconocer la realidad presente marcada por una profunda crisis puesta de manifiesto en los más variados conflictos de índole personal, familiar, laboral, económico, político, social, cultural, religioso, etc.…
La vida de muchos hombres y mujeres sin sentido ni dirección que se refleja en más altos índices de suicidio, consumo de drogas, alcoholismo…, familias destrozadas por las más variadas circunstancias, profunda crisis económica de la que nadie pareciera ser responsable y con la que resultan más afectados los más pobres de entre los pobres, dos frentes de guerra en dos distintas naciones, pésimas relaciones con el resto del mundo, una convivencia conflictiva entre los distintos grupos que conforman la sociedad norteamericana, etc.…. pone a esta Nación ante la necesidad de que el año nuevo sea verdaderamente nuevo y novedoso.
Para presidir la novedad que urge en los Estados Unidos - ante los fracasos presentes y del pasado próximo - fue elegido como Presidente del Gobierno de esta gran Nación el Senador por Illinois, Señor: Barack Hussein Obama.
Ya es de por sí una novedad en la historia de esta Nación la elección del primer presidente de origen Afro-americano. Muy novedoso si se tiene en cuenta que dicha elección se da en una sociedad en la que aun persisten rasgos de discriminación y segregación racial y en la que las minorías permanecen siendo y llevando vida de minorías.
Aun cuando los cristianos tenemos puesta nuestra esperanza en Dios que se revela en su Hijo nuestro Señor Jesucristo como Dios de la Vida abundante, los pueblos de la tierra tienen puestas sus esperanzas próximas en los líderes de los pueblos y en el bueno y acertado manejo que tengan de sus gobiernos.
Así, para el futuro inmediato de la sociedad norteamericana tenemos puesta nuestra confianza y esperanza en el gobierno que presidirá a partir del próximo 20 de enero el Señor Presidente electo Barack H. Obama. En él tenemos puesta la esperanza de que, según lo prometió en campaña electoral, pondrá fin a las irracionales, injustas e inhumanas confrontaciones bélicas que no sólo desangran la economía y el bienestar social de la Nación sino también la sangre joven de nuestros jóvenes soldados y que, además, bien rodeado de sus inmediatos colaboradores acertará en un manejo nacional e internacional de la economía de tal manera que, a corto plazo, volvamos a la prosperidad que ha representado esta Nación para sus ciudadanos y para el resto del mundo.
Pero, además, tenemos puesta la confianza en que el gobierno que presidirá el Señor Obama tendrá un “nuevo”, manejo del asunto migratorio de tal manera que todos los inmigrantes y, especialmente, los hispanos sin documentos con domicilio en esta Nación obtengan un trato más digno, más solidario, más justo y más humano acorde con una población que ha puesto lo mejor de sí y de sus fuerzas para contribuir con su trabajo a la grandeza de la que hace alarde ante el mundo la entera sociedad norteamericana.
De la misma manera, los hispanos residentes en esta Nación y en todos nuestros países de origen esperamos del Gobierno entrante unas mejores y más adecuadas relaciones internacionales con todos los Países de América Latina, como corresponde entre Naciones que compartimos el mismo continente y el mismo destino al que está convocada la humanidad entera: hacer de este mundo un lugar más vivible, más fraterno y, por ello, más humano.
Al iniciar un nuevo año dejemos atrás las malas noticias y lancémonos solidariamente a la construcción de mejores y más buenas noticias con la certeza de que si las pequeñas o grandes crisis a las que asistimos afectados en el momento presente tienen como causa última una crisis de humanidad, vale decir, una profunda crisis en el espíritu del ser humano será un proceso y crecimiento “humanizador” hacia el interior de cada ser humano y el surgimiento de unas nuevas y más honestas relaciones entre los hombres y los pueblos lo que nos depare un año nuevo y un porvenir mejor.
Esta alegría por un año nuevo y estas esperanzas en un Gobierno nuevo tiene fundamento en la fe cristiana que nos invita siempre a re-novarnos, a dejar atrás al hombre viejo y construir en cada uno de nosotros el hombre nuevo que es el mismo Cristo, a imagen y semejanza del Padre.
El nuevo año será nuevo en la medida en que todos: tanto los que participan más directamente en la misión de gobierno como todos los ciudadanos construyamos con nuestros hechos, palabras, comportamientos y actitudes la novedad de la que tanto necesitamos. Brindemos entonces por un año nuevo, una sociedad nueva, un Gobierno nuevo para una mejor Nación y un mundo nuevo. Deseo a todos que tengan, junto a sus seres queridos, un novedoso, bendecido y feliz 2009.
martes, 23 de diciembre de 2008
Navidad y la Sagrada Familia
La Navidad es una época del año que tiene su fundamento en un acontecimiento histórico-salvífico: el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, que los cristianos conmemoramos en un tiempo litúrgico del mismo nombre. En una sociedad materialista como la nuestra, la Navidad ha sido convertida en una temporada del año para vender y comprar, para gastar y consumir, para ostentar y derrochar. Y en este enorme tráfico consumista el mensaje de lo que los cristianos recordamos, el significado de lo que los cristianos celebramos en estas fechas se manipula, se pierde, se diluye, se olvida.
Es enorme la significación que la Navidad contiene para el mundo en general y para los cristianos en particular. Lo que celebramos es el nacimiento de JESUS DE NAZARET, quien es, para todos, modelo de Humanidad y Divinidad: porque Jesús es Divino por lo profundamente Humano.
Cuando los cristianos confesamos a Jesús como Dios hecho Hombre, confesamos al mismo tiempo, el destino último y definitivo al que está llamada la humanidad entera: el de divinizarnos encarnándonos en la historia y su cotidianidad para divinizarnos humanizándonos. En Navidad, por tanto, celebramos la alegre y esperanzadora certeza de que en el Nacimiento de Jesús, Dios ha querido quedarse para siempre con nosotros mostrándonos en El, el Camino, la Verdad y la Vida a la que todos estamos llamados.
El acontecimiento histórico de la Navidad ocurre en el contexto de una Familia. Entre tantas significaciones que aporta la conmemoración de la primera Navidad, el valor dado por Dios a la familia en el nacimiento de Jesús cobra hoy importancia y especial vigencia entre nosotros.
Padecemos y asistimos hoy a una profunda crisis de la humanidad y de humanidad en todos los órdenes. Los graves problemas puestos de manifiesto en la crisis muestran una más profunda y definitiva crisis en el corazón mismo del ser humano: una des-humanización contraria a todo lo que significa e implica el mensaje de la Navidad. Pero, al mismo tiempo, los graves problemas sociales que brotan del corazón del hombre tienen su origen en una profunda crisis de la familia.
Es extensa la lista de los enormes conflictos que hoy atentan contra el modelo familiar propuesto desde la primera noche de Navidad y sustentado por la predicación de la Iglesia Católica en Occidente:
- A la brecha generacional entre padres e hijos en un mundo que cambia a diario y velozmente se suman
- Las rupturas, los divorcios y nulidades rápidas y fáciles tipo “express”.
- La infidelidad en una sociedad pansexualista que la propicia y estimula.
- La falta de compromiso en una sociedad hedonista que propugna por lo liviano, lo pasajero, lo efímero, lo fácil, desechable, lo puramente estético y aparente.
- El mundo académico y laboral que separa, aleja y desintegra familias.
- El machismo y el feminismo.
- La pretendida manipulación cientista de los designios de Dios sobre la creación y la vida en familia.
- El aborto.
- El tabaquismo, el alcohol, las drogas.
- El sin-sentido de la vida en una sociedad que mata pronto las ganas de vivir cuando reduce el fin de la vida a lo meramente material e intra-histórico ocultando la visión Trascendente del hombre, del mundo y de su historia, etc….
En un mundo que aboga por la pluralidad de las ideas y los estilos de vida junto al respeto por las libertades individuales y de los derechos del hombre, la Verdad – bajo ese pretexto - no debe ser negada, confundida ni disuelta en medio del mar de las individuales, pequeñas y casi siempre mezquinas verdades de bolsillo. A la Iglesia, desde la Buena Noticia que el Evangelio contiene para todo hombre y mujer de buena voluntad le corresponde anunciar cada día y, especialmente en el tiempo de Navidad, que todo hombre tiene derecho a nacer y “crecer en gracia y en sabiduría” en el seno de una familia constituida por un padre, una madre y unos hijos: modelo familiar en el que se repliquen y vivan las relaciones de amor paternales, filiales y fraternales que los cristianos reconocemos y alabamos en el mismo seno mismo de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Las perturbadoras estadísticas que nos hablan e interpelan sobre los millones de niños y niñas que intentan “crecer” y “formarse” en “hogares” disfuncionales, uni-parentales, hogares “sustitutos”, con los abuelos u otros familiares o en instituciones gubernamentales que intentan “suplir” a las familias inexistentes, son una alarma sobre algo muy grave que está ocurriendo en nuestras comunidades y un desafío urgente para que volvamos a valorar y vivir el modelo de familia cristiana sugerido en la Navidad de nuestro señor Jesucristo.
Hoy, como nunca antes, hay nostalgia de Nazaret.
- Nostalgia de hogares donde padres e hijos vivan y con-vivan en comun-unión.
- Nostalgia de hogares a ejemplo del de Nazaret: donde los padres se amen y cumplan con la voluntad de Dios amando y sirviendo la vida a sus hijos.
- Hogares en los que los hijos cumplan la voluntad de Dios obedeciendo a sus padres.
- Hogares que favorezcan la construcción de un mundo en fraternidad viviendo primero en casa las relaciones fraternas.
- Hogares en los que prevalezcan el amor y el respeto sobre las circunstancias siempre difíciles y siempre cambiantes de la vida.
- Hogares con padres dedicados al cuidado de sus hijos y con hijos atentos y devotos a sus padres.
- Hogares que sean verdaderas iglesias domésticas, primera experiencia de iglesia y semilleros de permanente evangelización.
- Hogares en los que padres e hijos crezcan en humanidad cooperando con la obra creadora de Dios mediante el trabajo cotidiano.
- Familias que sean verdaderos hogares, es decir, hogueras encendidas de amor capaces de calentar e iluminar un mundo tantas veces frío y en tinieblas.
Me congratulo con ustedes en estos días santos que vivimos los cristianos en memoria del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Me alegro con la alegría del mundo porque “un hijo nos ha nacido, un niño se nos ha dado” que lleva por nombre “Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros” y los animo para que prolonguemos en nuestras casas, en nuestros ambientes, en nuestras comunidades, las lecciones grandes, las lecciones buenas, las lecciones sagradas y eternas que podemos aprender para nuestra vida en familia del hogar de la Sagrada Familia de Nazaret, en esta Navidad y siempre.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
La Espiritualidad de Jesús de Nazaret
El trabajo hermenéutico consistirá especialmente en que, mediante una lectura “inteligente” de la Biblia, seamos capaces de distinguir en ella los “datos históricos” de las confesiones de fe que – a la luz de la Pascua - fueron hechas por los cristianos sobre la persona y obra de Jesús de Nazaret.
El trabajo exegético que busca indagar sobre las claves de la espiritualidad de Jesús ha de tener en cuenta, entre otros aspectos, que no todos los textos escritos sobre Jesús llegaron hasta nosotros y que no todo lo que Jesús dijo e hizo quedo consignado por escrito (Jn 21,25).
Hechas estas aclaraciones preliminares sobre la manera como nos aproximamos a las fuentes neo-testamentarias conviene advertir, además, que el vocablo “espiritualidad” ha ido perdiendo su original contenido, se ha ido desfigurando su sentido y corrompiéndose su valor de tal manera, que ha devenido en significar un asunto “Light”, un término usado – y no pocas veces manoseado – desde la astrología hasta el Budismo Zen, desde los “mantras” hinduistas hasta todo el diverso mercado religioso “New Age”. Espiritualidad se refiere así a un asunto alejado de la realidad o que, en el peor de los casos, nos ayuda a escapar de ella, de su cotidianidad. Algo – por ello mismo - inútil y banal; sobre todo, cuando vivimos inmersos en una sociedad que maximaliza y privilegia lo tangible, lo pragmático, lo útil, lo “material”.
También, la espiritualidad – errónea y últimamente – se vincula a un asunto pertinente y solo manejado por grupos o instituciones religiosas y por quienes en ellas militan y practican. Inclusive, “espiritualidad” ha llegado a significar un asunto opuesto a la práctica religiosa institucionalizada de tal manera que hay personas que se dicen no religiosas (no asiduas a ninguna institución religiosa) pero profundamente “espirituales”.
Quisiera que aquí, de la manera más elemental y directa, entendiésemos por “espiritualidad” las motivaciones más profundas de cada ser humano que alientan y motivan todo su ser, estar y obrar en el mundo. La espiritualidad es así, el peregrinaje que cada ser humano hace – o tiene que hacer – al interior de sí mismo en búsqueda de su propia esencia, de su razón de ser y existir. Itinerario y camino que genera un encuentro con el bien, es decir, con las tendencias divinas que hay en nosotros por ser creaturas de Dios. Encuentro que integra toda nuestra vida y da sentido y dirección a nuestros hechos y palabras, a nuestra cotidianidad en el mundo; inaugura e introduce un nuevo significado en las relaciones que establecemos con los otros y con el Trascendente. La espiritualidad es, entonces, una toma de conciencia, una cosmovisión que se manifiesta en una manera de ser y estar en el mundo. Es una actitud, un estilo de vida que se concreta – y da frutos - en hechos y palabras.
La “espiritualidad” desencadena en el hombre un compromiso como protagonista de la historia y constructor de un mundo mejor de acuerdo a una criteriología, a una determinada escala de valores. Cuando el hombre prescinde de la espiritualidad que lo alienta o abandona la tarea de encontrar su propia espiritualidad entonces la vida pierde sentido.
El episodio bíblico del Bautismo de Jesús – como el de la Transfiguración - ilumina bien cuando de buscar las claves o el fundamento de la espiritualidad de Jesús se trata. En ambos casos, la voz desde la nube dice “este es mi Hijo amado” (Mt 3,27; Mc 9,7)
Si en el Antiguo Testamento Dios se revela como “El que Soy”(Ex 3,14-15, Is 43,11; 45,5, 48,12), en el Nuevo Testamentó de Jesús, Dios sale de sí (ad extra) y va al encuentro salvífico de todo hombre para revelarse como Padre. Por eso, la revelación de Dios es ante todo “Buena Nueva”(Mt 4,23) gozosa y esperanzadora noticia que colma al ser humano de confianza, de esperanza, de vida eterna, plena, abundante, de felicidad: “He venido para que tengan vida y que la tengan en abundancia” (Jn 10,10)
Y entonces lo más original y novedoso pero, al mismo tiempo, lo más propio y cotidiano en la vida y enseñanza de Jesús es que llame a Dios “Abba”(Gal 4,6). Así, si Dios vive para Jesús y para todo hombre como Padre “misericordioso” (Lc 6,36) “que hace salir el sol sobre malos y buenos” (Mt 5,45) Jesús se dedica fiel e incondicionalmente a vivir para Dios como Hijo: “verdaderamente este era el Hijo de Dios” (Mc 15,39) haciendo siempre su voluntad (Lc 3,49; Mt 26,39) que consiste en amar y servir a todos como hermanos: “Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros...No he venido para ser servido sino para servir” (Mt 20,28).
De donde, la espiritualidad de Jesús no surge ni se apoya en la estructura religiosa de su pueblo, ni siquiera en las escrituras, tradiciones o el culto de su tiempo a los que muchas veces critica: “Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas que pagan el diezmo de la menta, del aneto y del comino y descuidan lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe” (Mt 23,23) “Ustedes han hecho de la Casa de mi Padre una cueva de bandidos” (Jn 2,16). La espiritualidad de Jesús se funda en una experiencia novedosa: la certeza de que Dios es “su” Padre y “nuestro” Padre (Jn 20,17; Mt 6,9) la certeza de saberse gratuitamente (Jn 15,16; Mt 10,8; Mt 17,26) “Hijo muy amado de Dios”, sin más requerimientos de preceptos ni de ritos previos, sin necesidad de sacrificios u holocaustos. Todo lo cual explicará después, durante el ejercicio de su ministerio, su independencia, audacia y libertad profética frente a las tradiciones, preceptos, leyes, culto y frente a quienes detentan el poder social y religioso: “Vayan y díganle a ese zorro…” (Lc 13,32), “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36).
Así, la espiritualidad de Jesús, su toma de conciencia más íntima, el aliento de toda su existencia, proyecto y ministerio nace de la experiencia que tiene de Dios. Distingo y opongo aquí la palabra “experiencia” a un conocimiento meramente gnoseológico, nemotécnico, conceptual, racional de Dios. Los antepasados de Jesús en el Antiguo Testamento confesaron rasgos de Dios según cada experiencia que tuvieron de El en cada distinto momento de su historia como pueblo. Así, en tiempos de éxodo lo confesaron “Liberador” y en tiempos de reyes lo confesaron “Rey”; en tiempos de sacerdotes lo confesaron “Santo” y en tiempos de batallas lo confesaron “Dios de los ejércitos”, en tiempos buenos lo confesaron “nuestro Dios” y en tiempos malos le reclamaron el “olvido de la alianza”, etc.…
Es decir, que los rasgos conocidos y confesados de Dios en el Antiguo Testamento nacen y se fundan en una experiencia histórica concreta.
Jesús, como sus antepasados, tiene y hace de Dios una personalísima experiencia y descubre y confiesa de Dios – del mismo Dios del Antiguo Testamento – el rasgo de Padre compasivo y misericordioso (Cfr. Lc 15; Mt 20,15; Mt 18,33).
La experiencia de la “paternidad” de Dios y de su consecuente “filiación”, marca todo el temperamento, la personalidad, las actitudes, las posturas, las opciones, los hechos, las palabras, los riesgos, la pasión, muerte y resurrección de Jesús. En adelante, a partir de la toma de conciencia de Dios como Padre, Jesús se dedica a vivir como Hijo, a amar y servir a todos como hermanos, hijos del mismo Padre, por que “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13).
Esta experiencia integra todas las facetas conocidas de lo que llamamos el “ministerio público” de Jesús de Nazaret. La certeza de que Dios es Padre es el aliento de su vida, su razón de ser, de estar y obrar en el mundo, es decir, la paternidad de Dios es la clave y fundamento de su espiritualidad, llevada hasta las últimas consecuencias. (Mt 27,46).
En una elemental lectura del Nuevo Testamento es claro que, en Jesús, Dios es una experiencia histórica y cotidiana y nunca un concepto. Por ello, Jesús no predica un cuerpo doctrinal o filosófico sobre la manera de ser Dios al interior (ad intra) de sí mismo o sobre la manera de concebirlo sino que propone una “Buena Noticia” una nueva manera de ser y estar en el mundo a partir de la certeza de que Dios es Padre de todos y de que el hombre es amado por Dios como “hijo”: “Tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo” (Lc 15,31); de donde se deriva el compromiso de construir un mundo según relaciones de amor, es decir, de libertad, de solidaridad para la justicia, de reconciliación por el perdón para la paz.
La certeza de que Dios es Padre configura en Jesús un estilo de vida como “Hijo” que se manifiesta en alegría, dicha, esperanza, humildad obediencia y confianza en el amor del Padre. La paternidad amorosa de Dios es en la vida de Jesús una presencia permanente, cotidiana (Lc 5,16; Mc 6,46) que lo “anima” a vivir como Hijo.
Si bien Jesús asume y respeta las anteriores confesiones de fe vetero-testamentarias descubiertas y hechas sobre Dios se distancia de sus antepasados en cuanto que no propone ni propugna por un “sistema religioso" sino que predica una nueva y fecunda manera de ser y estar en el mundo, un nuevo estilo de vida, el de los hijos de Dios: porque ahora no somos siervos ni esclavos sino hijos, con la libertad de los hijos (Jn 15,15; Rom 8,21; Mt 17,26). Vida de hijos que responde a la ancestral pregunta por la incesante búsqueda de felicidad que palpita en cada ser humano: qué tenemos que hacer para alcanzar la vida eterna? (Lc 18,18 ; Lc 10,25).
Así, mientras el “sistema religioso” en el pueblo y en tiempos de Jesús busca dar gloria a Dios mediante el cumplimiento estricto y externo de preceptos, ritos y leyes, Jesús intenta asociar la vida de Dios con la del hombre y aproximar el hombre a la vida de Dios. La preocupación primera y fundamental de Jesús es el hombre y su bien-estar en el mundo desde la perspectiva divina, desde el horizonte de comprensión o cosmovisión de un Dios que es Padre cercano y bueno: “Por tanto, vayan y aprendan lo que significa quiero misericordia y no sacrificios”. (Mt 9,13; Mt 12,7).
Es claro, leyendo los evangelios, que esta “buena noticia” es entendida y seguida más pronto y más fácil - ayer y hoy - por quienes más necesitan de la misericordia de Dios: los pecadores, los marginados por el sistema socio-religioso establecido, los publicanos, los enfermos, las mujeres, los niños, los pobres y empobrecidos en las más variadas circunstancias… Son los que se acercan a “escuchar” a Jesús (Lc 15,1), a beneficiarse de la misericordia de Dios manifestada en las palabras y obras del Hijo.
Un segundo grupo en el auditorio de Jesús, que presenta el Nuevo Testamento, integrado por sumos sacerdotes, escribas, fariseos, ancianos, autoridades, etc.… del pueblo, detentores del poder social – que en ese momento se identifica con el poder cultual y religioso en el Templo – se acercan a Jesús para “ponerlo a prueba” (Mt 22,15s) o para encontrar pretextos y así “quitarlo de en medio”. Y es que Jesús, en su tiempo y en su pueblo se convirtió en una amenaza contra todo el statu quo que identificaba lo político-legal con lo sagrado y cultual.
Jesús llama a los hombres de su tiempo y a todo hombre y mujer de buena voluntad, a una vida digna y feliz, una vida de hijo de Dios. Jesús experimenta a Dios como un Padre preocupado por la suerte de sus hijos especialmente de los hijos más necesitados. Un Padre bueno, que corre al encuentro de sus hijos y conmovido los abraza y los colma de besos, bienes y bendiciones (Cfr. Lc 15,20; Lc 10,30s) Por ello, Jesús incluso viola leyes sagradas como la del sábado con tal de favorecer al hombre (Mt 12,1s; Mt 12,10s).
Podemos decir que la espiritualidad de Jesús es una Antropología iluminada por la Teología o una Teología concretada en una Antropología. Mejor, la espiritualidad de Jesús es una Antropología Teológica. En la espiritualidad de Jesús el amor que Dios nos da cotidianamente ha de manifestarse en el amor de los unos por los otros porque “con la medida que midáis seréis medidos” (Mt 7,2) y el culto que hemos de dar a Dios acontece en la ofrenda de nuestras vidas al servicio – con obras - de los hermanos, especialmente de los más necesitados. Por ello deja tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano (Mt 5,23). Más aun, este criterio, este estilo de vida, esta espiritualidad de hijo de Dios y hermano de los hombres define nuestra salvación o condenación: “Porque tuve hambre y me disteis de comer… En verdad os digo, cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos mas pequeños a mi me lo hicisteis” (Mt 25, 31s). Entendiendo por salvación nuestra felicidad en el aquí y ahora que se prolonga en el más allá de la historia.
Más aún, las relaciones humanas y la construcción del mundo como un espacio posible de felicidad para el hombre, para todos los hombres, como un “cielo nuevo en una tierra nueva” (Is 66,22) son, según Jesús, la medida de nuestra relación con Dios. Por lo que el lugar de culto a Dios ya no es el Templo sino cada ser humano, ya no el templo de piedras muertas sino el templo de piedras vivas: “No sabéis que sois templos de Dios?” (1 Cor 3,16; 1 Pe 2,5).
Todo lo anterior explica bien que Lucas, junto a todos los primeros cristianos, hayan aplicado a Jesús y a su misión las palabras de Isaías cuando lee aquel pasaje que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mi y me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,16).
Jesús, pues, no invita a buscar a Dios como una tarea de corte intelectual e intimista y pietista sino que invita a la construcción del reinado de Dios: “Busquen primero el reinado de Dios y su justicia” (Mt 6,33); es decir, la Soberanía de Dios en la historia. Buscar el reino de Dios es construir espacios de vida en el mundo donde Dios sea soberano en la medida en que los hombres se aman como hermanos en el reconocimiento de que son todos hijos de Dios que es Padre bueno, compasivo y misericordioso (Lc 11,13). Espacios que son profundamente “divinos” cuando son profundamente “humanos”, es decir, si contribuyen a una vida más digna y feliz para todo hombre que viene a este mundo. Todo lo cual supone justicia, solidaridad, libertad, paz y pan.
Por ello, también, cuando invita a la conversión, es decir, al “regreso” a la casa de Dios, insólita y escandalosamente para el auditorio de su tiempo, Jesús invita a “regresar” al hermano y a construir condiciones de justicia: “Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres y si engañé a alguno le devolveré cuatro veces más” (Lc 19,8). Así, según Jesús, la “santificación” del mundo sucede cuando acontece su “humanización”.
A esta experiencia espiritual es a la que Jesús nos invita e invita a sus discípulos de todos los tiempos. Más aún, la novedad de nuestra vida cristiana se autentica, según lo entendieron los primeros cristianos y así lo vivieron, celebraron, confesaron y consignaron por escrito (Cfr. Hc 2,42; 4,32), cuando somos capaces de llamar a Dios Padre (Gal 4,6) y de amarnos los unos a los otros como hermanos, pues “sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14s). Es decir, cuando somos capaces de vivir en y por la misma espiritualidad de Jesús.
lunes, 6 de octubre de 2008
“Tu palabra es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero”. (Sal 119, 105)
El Contexto
Dicha edición especial multilingüe de la Biblia ha sido pensada como un obsequio de la AMERICAN BIBLE SOCIETY al Papa y a todos los participantes en la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos Católicos que tendrá lugar del 5 al 26 de octubre del 2008 en la Ciudad del Vaticano y que tendrá como tema La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Biblia Políglota que, según los acuerdos logrados entre la AMERICAN BIBLE SOCIETY y el Vaticano presentará el Antiguo Testamento en cinco idiomas: hebreo-arameo, griego, latín, inglés y español, y el Nuevo Testamento, a su vez, en cuatro idiomas: griego, latín, inglés y español.
El Texto
Para lograr este grande y noble empeño fue necesaria la compra, por parte de la AMERICAN BIBLE SOCIETY, de los derechos de autor en las diversas versiones y lenguas antes mencionadas a las siguientes casas editoriales:
- La Biblia Hebraica Stuttgartensia, Edited by Karl Elliger and Wilhelm Rudolph / 1977 and 1997 Deutsche Bibelgesellschaft, Stuttgart.
- La Septuaginta, Edited by Alfred Rahlfs / 2006 Deutsche Bibelgesellschaft, Stuttgart.
- The Catholic Edition of the Revised Standard Version of the Bible, 1965, 1966 National Council of the Churches of Christ in the United States of America.
- La Biblia de Jerusalén / 1998 / Editorial Desclée De Brouwer, S.A.
- La Nova Vulgata / 1998 – Libreria Editrice Vaticana.
- The Greek New Testament / 1993 Deutsche Bibelgesellschaft, Stuttgart.
Esta edición de la Biblia está siendo elaborada en la imprenta bíblica de la Sociedad Bíblica Brasilera que, con financiación de la AMERICAN BIBLE SOCIETY, funciona en Brasil. Imprenta que es considerada como la segunda en importancia en el mundo por su elaboración e impresión de Biblias que alcanza a 6.000.000 millones de unidades anualmente. La primera y más grande imprenta bíblica está en la China, la cual ha elaborado e impreso unos 50.000.000 millones de unidades en los últimos 25 años. Localizada en la Ciudad de Nanjing y propiedad de la Sociedad Bíblica China esta imprenta funciona con una importante participación e inversión del gobierno chino y de la AMERICAN BIBLE SOCIETY.
La Biblia Políglota, conmemorativa del Sínodo de los Obispos, ha sido pensada no como una edición de difusión popular pero sí como una edición con textos que puedan ser utilizados en las asambleas litúrgicas y con valor académico, exegético. Se trata de una edición de la Biblia contenida en más 3220 páginas con un ejemplar de lujo exquisitamente elaborado en cuero y ornamentado en oro y plata, dedicado al Papa Benedicto XVI. La presentación final de esta edición especial de la Biblia Políglota está avalada y aprobada por la AMERICAN BIBLE SOCIETY y la LIBRERÍA EDITRICE VATICANA. Se trata, por otra parte, de una edición que el Papa Benedicto XVI desea usar como regalo a jefes de estado y personalidades que le visiten en el Vaticano.
La American Bible Society
El proyecto de la BIBLIA POLIGLOTA se justifica en el ser y la identidad de la AMERICAN BIBLE SOCIETY definida como una institución cuya misión consiste en proporcionar la Biblia en los más diversos ambientes del mundo y a la mayor cantidad posible de personas, de tal modo que todos puedan tener acceso – de una manera inteligible - a la Revelación de Dios y experimentar transformaciones mediante la adecuación de sus vidas a la Palabra de Dios consignada en las Sagradas Escrituras.
La AMERICAN BIBLE SOCIETY, fundada hace 192 años, es la organización interconfesional más antigua y prestigiosa en los Estados Unidos. La AMERICAN BIBLE SOCIETY no es una iglesia ni está asociada a ninguna iglesia o denominación cristiana en particular, sin embargo y debido a los orígenes protestantes de la historia de esta Nación, se entiende que en el transcurso de los años la AMERICAN BIBLE SOCIETY haya sido percibida como una institución que ha servido y sirve más a las hermanas iglesias separadas que a la Iglesia Católica.
LA AMERICAN BIBLE SOCIETY tampoco toma parte en las discusiones teológicas doctrinales de cualquier iglesia o credo. Ejerce, de esta manera, libre y ecuménicamente el ministerio bíblico al cual está consagrada y sirve en la propagación de la Palabra de Dios a todos los creyentes en Cristo.
La Evangelización: tarea de todos, tarea Ecuménica.
En palabras de Monseñor Eterovic, LA BIBLIA POLIGLOTA cuya presentación está destinada a “redescubrir las riquezas de la Palabra de Dios, que se manifiesta de forma completa en la Persona de Jesucristo, la Palabra Eterna Encarnada, y su perenne importancia en la vida de la Iglesia, de las comunidades eclesiásticas, de la sociedad en general y de cada creyente” es una edición de carácter ecuménico puesto que sus textos, todos con el imprimatur y el nihil obstat de la Iglesia Católica, proceden – como el texto en ingles - del Consejo de Iglesias Protestantes y de las Sociedades Bíblicas Unidas. Es enorme, pues, el valor simbólico y el aporte que esta iniciativa de la AMERICAN BIBLE SOCIETY representa en la tarea ecuménica, la tarea de todos los creyentes en Cristo: impregnar el mundo con los valores del Evangelio.
Por encima de nuestras historias fundacionales, más allá de nuestras tradiciones y de nuestras diferencias en el terreno de lo doctrinal, de lo litúrgico y de las distintas expresiones religiosas, LA BIBLIA POLIGLOTA confirma, posibilita, engrandece y enriquece un acuerdo común entre todos los cristianos y una intención relevante en el interés ecuménico del pontificado de Benedicto XVI: la centralidad que ha de tener la Palabra de Dios en nuestras historias personales, eclesiales y sociales.
Los cristianos nos alegramos por esta iniciativa bíblica que contribuye de manera muy significativa al deseo de nuestro Señor: “ Que todos sean uno”.
(Production details of the Polyglot Bible: http://groups.google.com/group/mr-marios-reflections/web/biblia-polyglotta?hl=en)
viernes, 19 de septiembre de 2008
La Fuente de la Espiritualidad Cristiana
Una lectura de “el Padre Nuestro”
El término “espiritualidad” se refiere – en todos los estados, situaciones, estilos de vida y credos - a una “toma de conciencia” reflexiva sobre lo más íntimo y más propio del mismo ser humano que la realiza, de su más íntima y honda identidad personal y de su razón de ser en el mundo. En dicha toma de conciencia – realizada según diversos métodos a lo largo de la historia de la humanidad y especialmente de las grandes religiones – el ser humano, volcado sobre sí, termina abriéndose al mundo que lo circunda, a los otros, a lo divino y respondiendo a grandes interrogantes sobre el origen, misión y destino final de su propio ser y existencia y de la de los demás. Por ello, digámoslo sólo de paso, de estas sucesivas tomas de conciencia personales y/o comunitarias, nacen - y, al mismo tiempo, de ellos se nutren - los sistemas filosóficos y teológicos.
En el caso de la religión cristiana, este viaje a la interioridad del hombre y sus circunstancias, se realiza mediante lo que llamamos “oración”, entendida ésta como una toma de conciencia del propio ser humano que – abierto al mundo y al Trascendente - resulta percibiéndose y reconociéndose como creatura, como ser finito, como dependiente de una presencia amorosa creadora que todo lo invade, que todo lo circunda, que todo lo llena, a la que llamamos “Dios”. Toma de conciencia que genera, en quien la realiza, un particular “estilo de vida”. Es decir, que la “toma de conciencia” en la oración cristiana que parecería, en un primer estadio, un asunto meramente gnoseológico, intelectual, se transforma luego, y a partir de ella, en una práctica cotidiana de vida, con sus propias y definidas características y validada o invalidada por los frutos.
Y si decimos, que en la vida cristiana la toma de conciencia o “espiritualidad” se realiza mediante la oración, el episodio y enseñanza del “el Padre nuestro” por parte de el mismo Jesús a sus discípulos, tan conocido por todos y presente en los evangelios de Mateo (6, 9 -13) y Lucas (11,2 - 4), es - evidentemente - el que más ayuda cuando pretendemos reflexionar y responder a la pregunta por la identidad, por lo específicamente “cristiano” en la vida de los hombres y mujeres creyentes en Cristo.
Baste por ahora notar que el padre nuestro Mateano se encuentra inserto en el discurso evangélico conocido como “el Sermón del Monte”; el cual, dicen los exegetas y hermeneutas bíblicos, recoge y contiene la mayor cantidad “de las mismísimas palabras del Señor”, tal como Jesús debió pronunciarlas en su momento y, por ello mismo, la sección evangélica menos “contaminada” tanto por la mentalidad veterotestamentaria presente aún en los autores de los evangelios (judíos recién convertidos) como por la “intencionalidad teológica” o plan del evangelista o de la comunidad cristiana que nos transmitió el texto bíblico.
El Padre nuestro Lucano, por su parte, responde a la solicitud que uno de sus discípulos, viéndole - como otras tantas veces - orar, hace a Jesús: “Señor, enséñanos a orar…”. Lo cual puede leerse también como: “Señor enséñanos tu secreto, el secreto de tu intimidad, de tu “espiritualidad”, la fórmula más íntima de tu vida en relación con Dios, con el mundo y con los demás… Señor, enséñanos tu toma de conciencia más profunda de la cual manan y desde la cual se entienden tu relación con Dios, toda tu experiencia cotidiana de vida, tus hechos y tus palabras….” Según esta interpretación, “el Padre nuestro” es, entonces, el condensado y síntesis de la mismidad de Jesús, de su esencia interior, de su “espiritualidad”, de todo el Evangelio, de los evangelios, de todo el Nuevo Testamento y, por ello mismo, “el Padre nuestro” se convierte en norma de la espiritualidad de quien se sabe discípulo de Cristo.
Así pues, me propongo aquí hablar sobre la espiritualidad del cristiano desde la espiritualidad de Jesús. Me propongo disertar sobre la “espiritualidad cristiana” reflexionando sobre la espiritualidad de Jesús de Nazaret implícita y hecha síntesis elemental pero fundamental en “el Padre nuestro”. Aceptando que “el Padre nuestro”, como todo texto humano, es susceptible de diversas miradas o enfoques dependiendo del contexto desde el cual se realiza la lectura, quiero aquí - como especial aporte y énfasis en el Año Paulino convocado recientemente por Benedicto XVI y en el que nos encontramos - referirme a la lectura asumida, vivida, padecida, reflexionada, predicada y sistematizada que de Jesús, de su Evangelio, hecho síntesis en “el Padre nuestro”, hizo el apóstol de Tarso y que hoy podemos intuirla, sospecharla y saborearla en su “Teología” consignada en sus escritos.
Padre…
Nunca antes en la historia hombre alguno llamó de esta manera a Dios o se relacionó así con el Creador. “Abba”: “Padre”, es un término hebreo que reviste total confianza, total dependencia, total ternura. Llamar a Dios “Padre” significa, además de una profanación en la mentalidad bíblica del momento, inaugurar una nueva imagen de Dios pero, especialmente, un nuevo tipo de relación, de ligazón, de “religión” con Dios. Tratar, vivir, revelar y anunciar a Dios con rostro, rasgos y tratamiento de “Padre”, distinto – y en algunos casos hasta contradictorios con los rasgos de Dios confesados en el Antiguo Testamento - es el aporte más novedoso de Jesús, su mejor y mayor “Buena Noticia” para el mundo. El Dios del Antiguo Testamento revelado en Jesucristo es “Padre” y toda novedad implica, simultáneamente, una ruptura con el pasado.
Años después de la experiencia histórica de Jesús de Nazaret testificada por sus discípulos y cuantos le conocieron, vieron y escucharon personalmente, Pablo de Tarso dirá que la vida del cristiano se caracteriza por “poder llamar a Dios, como Jesús mismo lo hizo, Abba, Padre”: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abba, Padre!. De modo que ya no eres esclavo sino hijo…” (Gal 4,6ss),
Vida de hijos!
Por lo tanto, somos “hijos de Dios”. Al tratamiento y revelación de Dios como “Padre” corresponde, en consecuencia, un reconocimiento de nuestra filiación divina. Jesús llama a Dios Padre porque se reconoce su “Hijo” y se le confiesa, en todo el Nuevo Testamento, como “el Hijo”: “Este es mi Hijo amado….” (Mt 3,17), “Nadie conoce al Padre sino el Hijo…” (Mt 11, 27)
Jesús nos enseña a relacionarnos con Dios como “Padre” y, a ello, corresponde, un estilo de vida cotidiana de “hijos” semejantes al “Hijo”: “Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8,29). Vida de “hijos” que se caracteriza por la humilde obediencia, la incondicional confianza en el poder y la compasión del Padre, la gratitud con el Padre y la alegre esperanza en el poder y el amor del “Padre bueno del cielo”: “Subo a mi Padre y vuestro Padre…” (Jn 20, 17), “Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso…” (Mt 6, 32), “Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados…” (Mt 10,30)
Más aún, podríamos decir aquí que “las Bienaventuranzas” describen bien el perfil y el programa de vida de uno que tiene “espíritu de pobre”, un hijo, un discípulo, uno que ha reconocido en su vida a Dios como Padre y - manso, misericordioso, limpio de corazón y con hambre y sed de justicia - se convierte en perseguido, trabajando por la paz, a ejemplo del mismo Hijo Jesús.
Todo lo cual significa que Jesús, al tiempo que revela a Dios como “Padre” revela y eleva al hombre a la condición de vida y dignidad de “hijo” de Dios.
Pablo – como Jesús mismo - entiende que esta novedosa condición y vida de hijo, y el “hijo”, según Pablo, es el “hombre nuevo”, el hombre resucitado, el hombre en Cristo - difiere enormemente de la vida de “esclavo” anterior al acontecimiento Cristo: “No os llamo ya siervos porque el siervo no sabe lo que hace su amo…” (Jn 15,15), “…para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios…” (Rm 8,21), “Así que, hermanos, no somos hijos de la esclava sino de la libre” (Gal 4,31), “Por tanto, libres están los hijos.” (Mt 17,26). “Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8,2ss).
La espiritualidad cristiana, entonces, define y acompaña en el hombre una vida con estilo propio: el estilo de vida de los “hijos de Dios”, el mismo estilo de vida vivido y enseñado por el Hijo (con mayúscula): Jesús de Nazaret.
La espiritualidad cristiana es, con lo dicho hasta aquí, un itinerario, un seguimiento, una discipulatura que consiste en hacernos hijos semejantes al Hijo para, por El, con El y en El, llegar al Padre y hacernos “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26): “El que me ha visto a Mi ha visto al Padre” (Jn 14,9), “Sed pues imitadores de Dios como hijos queridos…” (Ef 5 ,1), “Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial…” (Mt 5,45)
Es a este camino de ir haciéndonos semejantes al Hijo al que la Teología llama proceso de “Cristificación” (hijos en el Hijo) hasta poder gritar como Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).
Y cuando esta vida se va logrando en el “ya pero todavía no” de nuestra historia cotidiana, personal y comunitaria, va ocurriendo - al mismo tiempo - el proceso de “Trinitización”: la humanidad entera se encamina, entra, llega al Padre, por el Hijo, en el Espíritu y todo el Cosmos, “ la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Rm 8,22) hasta que ésto suceda”, hasta “que “ Dios sea todo en todo” (1 Cor 15,28).
La espiritualidad cristiana, digámoslo de la manera más directa, es un itinerario, un estilo de vida, que consiste en hacernos semejantes al Padre, compasivos y misericordiosos como El mismo, “que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45), haciéndonos semejantes al Hijo. Esta es nuestra vocación primera, esta es nuestra primera llamada, nuestra más importante tarea intra-histórica: “hacernos hijos de Dios” (Jn 1,12)
Nuestro…
Y si los que recitamos “el Padre nuestro” decimos “nuestro” eso significa que somos todos hijos del mismo Padre y, en consecuencia, “hermanos”. Al reconocimiento de Dios como “Padre” corresponde el reconocimiento de que somos sus “hijos” y, entonces, “hermanos” entre nosotros.
La espiritualidad cristiana por ello pide y predica una relación fraterna con todos… Más aún, en la relación/religión con los otros se encuentra la medida “cristiana” de la relación/religión con Dios: “ Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda “ (Mt 5, 23-24. Por tanto, “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo’ (Lc 6,36), porque “Con la medida que midáis se os medirá y aun con creces” (Mc 4,24).
Y no sólo eso: el cristiano entiende que la autenticidad de su espiritualidad, de su discipulatura, de toda su vida, consiste en tener como programa permanente de vida el hacer en todo la voluntad del Padre que, revelada por el Hijo, consiste en que nos amemos los unos a los otros. “Que como Yo os he amado así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos si os tenéis amor los unos a los otros “(Jn 13,34ss) porque “nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14) y “quien no ama no ha conocido a Dios porque Dios es amor” (1 Jn 4,8).
Mandamiento del amor vivido con obras y dedicación especial a quienes más lo necesitan: los más débiles, los desposeídos, los pecadores, los pobres y empobrecidos, los marginados y despreciados de la tierra, los excluidos de la sociedad y de sus oportunidades: “Yo te bendigo Padre…porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños…” (Mt 11,25), “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos mas pequeños, a mi me lo hicisteis…” (Mt 25,40) porque “ ha escogido Dios mas bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios, y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es” (1 Cor 1, 27ss), “…derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes…”(Lc 1,50).
“Hijo y Hermano de todos”: ‘este fue Jesús y esto es lo que ha de ser y hacer cotidianamente y en cada estado de vida y circunstancia cada hombre y mujer que se llama “cristiano”. Esta es una nueva visión de Dios, del hombre y del mundo. Porque cuando el hombre pretende desaparecer a Dios del escenario de la historia o vivir a espaldas de El, se convierte - a falta de reconocerse “hijo” - en un ser soberbio, capaz de las mayores atrocidades y en un competidor y enemigo de todos.
La espiritualidad cristiana, entonces, permite la convivencia humana mediante la “fraternidad”, manifestada en perdón, verdad, libertad, solidaridad, justicia, paz, vida abundante.
Quedan así, en las dos primeras palabras de “el Padre nuestro”, superados el odio, la violencia, la venganza, las divisiones, toda clase de mal y la muerte en sus mil manifestaciones y se impone la vida y una “vida abundante”.(Jn 10,10) porque “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos”. (Mt 22,32).
La espiritualidad cristiana es así, un itinerario de hijos de Dios que lo testifican y manifiestan cuando, con obras, aman a todos como hermanos. Santiago, con la misma conciencia de los primeros cristianos entre los cuales despunta Pablo, lo dice tajantemente: “Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario y alguno de vosotros les dice: “Idos en paz, calentaos y hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, de que sirve? Así también la fe si no tiene obras, está realmente muerta” (St 2,15-17)
El resto de “el Padre nuestro” es un hermoso rosario de frases que repiten las dos primeras palabras. Es decir, enfatizan en la fundamental enseñanza confirmada en la vida y Buena Nueva de Jesús para todo hombre y mujer que viene a este mundo: Dios es “Padre” bueno, nosotros somos sus “hijos” y, por tanto, “hermanos” entre nosotros; llamados a vivir en el “amor” que se manifiesta en “obras”, especialmente con los más “pequeños”, como Dios mismo ama, nos ama. Sí, ésta es la síntesis de la vida de Jesús de Nazaret, de su evangelio, de todo su ministerio en hechos y palabras. Jesús vivió como “Hijo” de Dios y “Hermano” de todos.
Desde entonces, la espiritualidad y vida de sus discípulos consiste en que vivamos en una relación filial con Dios y fraterna con los demás.
Que estás en la tierra como en el cielo…
Porque la vida cristiana consiste en acercar el más allá al más acá de nuestra historia cotidiana. En construir la vida eterna para el más allá desde el aquí y ahora de nuestra historia presente. En construir un cielo nuevo en una tierra nueva (Is 66,22). Y Dios está en el cielo, es decir, en el lugar donde se vive y construye su voluntad, su soberanía: donde los hombres se aman como hermanos en reconocimiento de que son todos hijos e hijas del mismo Dios-Padre.
Y si el cielo es causa de nuestra más grande inquietud y de nuestra búsqueda incesante mientras peregrinamos en la tierra, entonces el cristiano – como Pablo - entiende que su mayor anhelo, siempre inacabado de felicidad, coincide con la salvación ofrecida por Jesucristo a todos los de buena voluntad. Porque, como dice S. Agustín, “Dios nos creó para El y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en El”.
Salvación-Felicidad que consiste en que vivamos todos como hijos de Dios en el amor de los hermanos. Este es el cielo en la tierra, esta vida es la que nos salva, esta es la vida eterna, esta es la vida plena, esta es la vida feliz que comienza ahora y se abre al más allá definitivo en Dios. Por eso Pablo puede exclamar: “Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo…”(Filip 3,8).
La espiritualidad cristiana consiste entonces en ser felices viviendo en seguimiento de Cristo: el Hijo de Dios y hermano de todos. La espiritualidad cristiana nos desafía a vivir “en la tierra como en el cielo”. Entonces… “Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?” (Hc 1,11).
Santificado sea tu nombre…
Y lo santificamos cuando vivimos como hijos de Dios y hermanos los unos de los otros, cuando vamos construyendo cielo en la tierra. Así, la Santidad del sólo Santo que es Dios de Amor pide nuestra santidad vivida en el amor: amor a Dios en sus hijos, nuestros hermanos.
La espiritualidad cristiana es un itinerario de santificación: santificando el nombre de Dios cuando santificamos nuestro mundo de relaciones.
Venga tu reino…
Que seas Tú el Soberano de nuestras historias personales y comunitarias. Que vayamos construyendo el mundo según tu sabiduría, según los criterios y valores del Evangelio de tu Hijo Jesucristo. Y Dios reina y es Soberano en el mundo cuando somos capaces de amarnos los unos a los otros en el reconocimiento de que somos hermanos hijos del mismo Padre.
La espiritualidad cristiana es una toma de conciencia de nuestro ser creatural que nos pone en relación con Dios como Creador, revelado por Jesús de Nazaret con rostro de “Padre” bueno y misericordioso. Esta toma de conciencia nos permite desarrollar todo lo divino, lo bueno y verdadero que hay en nuestra humanidad “a imagen y semejanza de Dios”.
La espiritualidad cristiana toma conciencia de nuestra existencia abierta a lo divino, al Trascendente, necesitada del amor compasivo del Padre y, al mismo tiempo, de la necesidad que Dios tiene del hombre, de cada uno de nosotros, en la construcción de su Reinado en la Historia.
Hágase tu voluntad…
Que hagamos lo que Tú quieres y no nuestros caprichos e intereses casi siempre egoístas, mezquinos. La voluntad de Dios consiste en que nos amemos los unos a los otros. Para los discípulos de todos los tiempos, el Evangelio nos pide “hacer” más que “decir”, vivir en coherencia con lo que creemos y practicar lo que predicamos. Así, el Reinado de Dios se construye mediante el cumplimiento de su voluntad que se manifiesta en obras, en frutos. “No el que dice “Señor, Señor” sino el que hace la voluntad del Padre…” (Mt 7,21), “Id, pues, a aprender qué significa aquello de: misericordia quiero y no sacrificios…” (Mt 9,13) porque “el que hace la voluntad de mi Padre ese es mi hermano, mi hermana, mi madre” (Mt 12,49) y “por sus frutos los conoceréis” ( Mt 7,16).
Bien podemos decir que el programa de la vida de Jesús consistió en “hacer” siempre la voluntad del Padre, desde su más tierna infancia hasta el momento supremo de su pasión-muerte en cruz: “No sabias que yo debo ocuparme de los asuntos mi Padre?”(lc 2,49) , “…Padre… que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,39). De la misma manera, el discípulo que escucha el Evangelio y hace la voluntad del Padre, poniéndola en práctica, construye sobre roca (Lc 6,48).
La espiritualidad cristiana consiste en construir la Soberanía de Dios en nuestro mundo personal y social haciendo la voluntad de Dios revelada en Jesucristo: “que nos amemos los unos a los otros”.
Danos “nuestro” pan…
Llegados aquí, conviene anotar que “el Padre nuestro” está enseñado y consignado en plural porque la vida del cristiano, ya quedó dicho, se autentica en la vida-en-relación con los otros; y así como no decimos: “mi Padre” o “Padre mío” tampoco decimos el pan “mío”.
Pedimos en plural para dárnoslo, para partirlo, compartirlo, repartirlo… En la posibilidad de entregar el pan y la propia vida - porque hay quienes más tienen y más pueden dar y hay quienes menos tienen y pueden recibir – está la posibilidad de construir fraternidad, de hacer la voluntad del Padre, de santificar su nombre, de construir su reinado.
Engañamos a Dios cuando le pedimos pan (y todo lo que sabe a pan: el techo, la familia, la educación, la salud, las relaciones fraternas, toda clase de oportunidades de humanización en la sociedad) en plural y, una vez obtenido, lo manejamos en singular, lo acaparamos egoístamente generando así, toda clase de inequidades, injusticias, violencias y muerte.
Pero el mandato de Jesús para sus discípulos de todos los tiempos sigue vigente: “Dadles vosotros de comer…que nada se desperdicie” (Mc 6,37ss), “Lo que gratis habéis recibido dadlo gratis” (Mt 10, 8). De tal manera que mientras un solo hombre pase hambre o cualquier tipo de necesidad el Evangelio continúa desafiándonos. Así lo entendió Pablo, junto a todos los primeros cristianos: (Cfr. El testimonio de las primeras comunidades cristianas en Hc 2,42ss; 4,32ss y 1 Cor 11,17ss).
La espiritualidad cristiana se vive “en plural” porque pide la construcción de un mundo en fraternidad. Así, el cristiano vive con la certeza de que más que pan lo que falta es amor.
De cada día…
Para que cada día recordemos, confiados, que tenemos un Padre que nos ama, que somos sus hijos. Porque cuando acumulamos y acaparamos - y, con ello, torcemos el querer de Dios, su plan salvífico - corremos el riesgo de olvidarnos de Dios como Padre y de los otros como hermanos. (Cfr. Lc 12,20)
Como nosotros perdonamos…
Somos hijos de Dios y somos hermanos pero somos distintos, diversos. Porque la obra creadora de Dios no es aburrida ni monótona, sino multicolor. Con una diversidad que no amenaza sino que posibilita el enriquecimiento mutuo. Por ello, en “cristiano”, el perdón es posibilidad y condición única de convivencia humana. El perdón es la manifestación más clara del amor y de la paz evangélica; paz que nace del perdón, entendiendo la “paz” como un estado de “vida abundante” producto de las mil bendiciones de Dios sobre el hombre: “Mi paz os dejo, mi paz os doy pero no os la doy Yo como la da el mundo” (Jn 14,27, también Jn 20,22), “No podías tú tener compasión de tu hermano como yo tuve compasión de ti?” (Mt 18,23ss),
Otra vez, en “cristiano”, la medida de nuestra relación/religión con Dios se mide por nuestras relaciones con los demás. Así, el perdón de Dios al hombre está en relación directa con nuestra capacidad de perdonar, de con-vivir como hermanos los unos con los otros: “Perdonad y seréis perdonados” (Lc 6,37), “Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14).
La espiritualidad cristiana es un itinerario de perdón para posibilitar todo “el Padre nuestro”; porque es mediante el perdón que santificamos el nombre de Dios, que hacemos su voluntad, que construimos su reinado y que somos capaces de compartir el pan cotidiano.
Líbranos de la tentación y el mal…
La espiritualidad cristiana no ignora la experiencia del mal sino que la reconoce, la acepta, la “encarna”, la asume para salvarla, para redimirla, para transformarla, para iluminarla, para santificarla. Porque la luz tiene sentido, presta todo su servicio, brillando en medio de las tinieblas (Cfr. Mt 5,14ss)
El cristiano vive su espiritualidad en medio de la tentación y el mal y entiende que no hay mayor experiencia de mal en el mundo que la tentación de no reconocer a Dios como Padre y, por ello, no reconocernos sus hijos y – en consecuencia – tampoco, hermanos entre nosotros. Este conflicto moral fue descrito magistralmente por Pablo cuando, desde su propia experiencia, exclama: “Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero sino que hago lo que aborrezco” (Rm 7,15);
Pero “en todo esto salimos vencedores gracias a Aquel que nos amó” (Rm 8,37) primero. Por ello, “llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados” (2 Cor 4,8ss).
La espiritualidad cristiana como vida de hijos, como experiencia cotidiana de “el Padre nuestro” consiste en superar la tentación y vencer el mal en el mundo mediante el amor que brota del reconocimiento de que Dios nos ama como Padre bueno y nos pide que su amor sea vivido y manifestado en la experiencia de la fraternidad: “Vence el mal a fuerza de bien”(Rm 12,21) con la confianza puesta siempre en Cristo que nos dice “En el mundo tendréis tribulación. Pero ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Digamos finalmente que la fuente de la espiritualidad cristiana, mientras peregrinamos en este mundo, es la misma vida de Cristo hecha vida en nosotros. Hasta poder decir como Pablo de Tarso: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20); por lo que el mismo Apóstol exclama: “Ya no vivo yo es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20).
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Esta disertación está inspirada en: ROA CARDENAS, Mizael A. JESÚS Y SU ESPIRITUALIDAD EN EL SERMÓN DEL MONTE. Apuntes para la Monografía de la Licenciatura en Teología / PUJ – Bogotá, Colombia. 1986. 112 Págs.
lunes, 15 de septiembre de 2008
EL MES DE LA HERENCIA HISPANA
Unas preguntas que nos desafían
Hace cuarenta años, desde 1968 y por Decreto Presidencial, se estableció la celebración anual de un mes dedicado al reconocimiento y exaltación de la Herencia Hispana en los Estados Unidos. Las celebraciones se inician coincidiendo con la celebración de la Independencia de México y otras naciones centroamericanas a mediados del mes de septiembre y concluyen con la celebración del encuentro de los dos mundos a mediados de octubre.
Cantidad o calidad?
Según reportes oficiales de julio de 2007 la población hispana creció 1.4 millones. Esto significa que actualmente somos 45.5 millones los hispanos, o de origen hispano, residentes en esta Nación. Se trata de un crecimiento demográfico vertiginoso que nos colocó ya como la minoría étnica mayoritaria presente en los Estados Unidos. Siguiendo una lógica elemental bien podríamos suponer que si somos muchos y mayoría, nuestra influencia - en el seno de esta sociedad - es mayor. Las estadísticas ayudan pero pueden engañar, distraer y distraernos: porque la verdad es que, a pesar de la contundencia de las cifras hispanas en esta Nación, los grandes centros de poder político y económico, la toma de decisiones legales, los núcleos que rigen los destinos de los Estados Unidos continúan en manos de quienes han dominado, en el último siglo, la historia norteamericana.
Qué decir de esta celebración de la herencia hispana en una coyuntura histórica en la que los inmigrantes (especialmente los hispanos) hemos sido convertidos en excusa y pretexto para ocultar las verdaderas causas de la profunda crisis moral, política, económica y social por la que atravesamos?. Qué decir en este Mes de la Herencia Hispana en una Nación que si por una parte se erige como la defensora de las libertades individuales en el mundo y como Patria en Libertad para acoger a todos, de otro lado, hipócritamente se contradice levantando muros, explotando, denigrando, maltratando y persiguiendo a quienes, desde siempre, han levantado y hecho posible con sudor, trabajo y enorme cuota de renuncias y sacrificios la grandeza y poderío de esta Nación?
Todo lo cual indica sobradamente que los hispanos no podemos ni jactarnos ni contentarnos sólo con los millones que ya contamos haciendo presencia en los Estados Unidos. Que no bastan los números y las estadísticas. Que hemos de superar el síndrome de la cantidad por la eficacia de una presencia hispana que gane, simultáneamente, en calidad.
Unas preguntas, unos retos…
En lo político…
En enero del 2007, NALEO contaba 5.129 hispanos electos para cargos de representación y de gobierno. Cifra ésta muy baja si se tiene en cuenta que ella contiene muchos cargos de representación popular y comunitaria tales como juntas escolares, etc… Pero el número real de los hispanos presentes en el Congreso de los Estados Unidos es sólamente de 28 y el de Senadores hispanos es de 3, mientras que el número de Gobernadores Hispanos es sólamente 2 y el de Alcaldes 12.
Este es un año electoral. Qué podemos decir ahora cuando los hispanos son ya un peso que puede decidir e inclinar la balanza política de los Estados Unidos?. Los políticos han de enterarse que, frente a las urgencias y anhelos de la Comunidad Hispana presente en esta Nación, frente a nuestros progresos y merecida participación, ya no son suficientes unas pocas palabras de saludo y coqueteos en español.
Por décadas los políticos norteamericanos han usado y abusado del electorado hispano para saltar a la palestra sin mayores contribuciones ulteriores para que nuestra presencia sea significativa y relevante en esta Nación. Por nuestra parte, con nuestra falta de solidaridad, de formación, de unión, de líderes y de organización para defender lo más valioso de nuestra Herencia Hispana hemos permitido toda clase de burlas y de atropellos.
El mes de la herencia Hispana es oportunidad única para hacer conciencia de nuestra actual importancia política y de la urgente necesidad de la participación activa en las contiendas electorales en las que se decide el futuro de esta Nación y nuestro futuro en ella.
En lo religioso y moral…
La entera Comunidad Hispana proviene de pueblos cuyos orígenes, historia e identidad como naciones están marcadas y permeados por el catolicismo ibérico y, con ello, por la visión cristiana del hombre y del mundo. En esta visión, el ser humano, el individuo, la persona tiene la dignidad de hijo de Dios y dicha dignidad le pone por encima de toda estructura o circunstancia.
De esta identidad hispana permeada por lo católico y lo cristiano, se desprende lo mejor de nuestra herencia, de nuestros valores: la alegría en el dar, el valor de la familia, de las relaciones humanas, de la fiesta, de la música, de la mesa tendida, del servicio al extraño…. Y estos valores muy propios y por ello muy distintos de los ajenos no nos deben alejar ni separar sino integrar para enriquecer, para construir un futuro común y propicio para todos.
De ahí que la Iglesia “Católica” en los Estados Unidos ha de ser “Madre y Maestra” entre todos y para todos sus hijos, los dispersos por el mundo y los que a ella acuden en esta Nación. Como en ninguna otra Nación, en los Estados Unidos la Iglesia tiene la oportunidad y la responsabilidad histórica de desplegar, mediante muchas formas y expresiones, su “catolicidad”, es decir, su “universalidad”, acogiendo a todos, promoviendo a todos, consolando a todos, abierta a todo y a todos, para ser siempre e indefectiblemente la Iglesia de Jesucristo en la que todos se reconocen hermanos, hijos del mismo Padre.
Pero qué decir en la celebración de la Herencia Hispana cuando los hispanos, mayoritariamente católicos, viven su fe cristiana como un hecho socio/cultural, casi folclórico y anecdótico, sin que los principios del Evangelio se impliquen en los criterios y valores según los cuales viven sus historias personales y sus comportamientos comunitarios?
Lo “comercial” versus “lo humano”
Desde una cosmovisión cristiana del mundo y de la vida llama la atención la facilidad con la que se firman acuerdos y tratados internacionales de libre comercio para bienes y servicios de todo tipo. Tratados internacionales que permiten el libre tráfico y acceso de los productos convenidos y, al mismo tiempo, se levantan muros y se reafirman tratados y trabas migratorias para impedir el acceso a mejores condiciones de vida a las personas. Nos preguntamos: son acaso más importantes las cosas que las personas, los bienes de consumo más que los seres humanos?
Nuestra primera necesidad: instruirnos, educarnos, formarnos…
Las anteriores preguntas nos desafían hacia un porvenir mejor, más próspero, más justo, más solidario, más humano, más cristiano.
Un diálogo en la sociedad norteamericana, con la cultura dominante y en igualdad de condiciones, urge que los hispanos volvamos al conocimiento de nuestro pasado histórico, al estudio y valoración de nuestro origen como pueblos y naciones hispanoamericanas en el que, por ejemplo, las gestas libertarias y de independencia estuvieron lideradas por grandes hombres acompañados de grandes valores.
Los cambios necesarios para que nuestros mejores anhelos se hagan realidad vendrán dados por la formación y educación familiar y la instrucción académica que, en todos los campos del saber, desarrollemos en el presente.
En conclusión
Urge, además, superar y no trasplantar aquí el parroquialismo y provincialismo de nuestros pequeños rincones de donde procedemos pues nuestro empeñó aquí ha de ser, primero, construir “hispanidad”, preservando - claro está y por ejemplo - la mexicanidad o la colombianidad.
La complejidad del momento histórico actual, las dificultades sociales a nivel internacional, la crisis nacional y aquellas en las que se encuentran sumidos nuestros pueblos y naciones de origen nos retan, nos desafían. La Comunidad Hispana presente en esta Nación, con toda su rica herencia histórica, social, cultural y religiosa, ha de responder con el acierto y la grandeza que las dificultades de esta coyuntura histórica demandan.
No responder adecuadamente a preguntas y retos como los aquí planteados retrasará e impedirá que despunte una presencia nueva y siempre renovada de la Comunidad Hispana en los Estados Unidos con implicaciones a nivel continental y mundial.
sábado, 28 de junio de 2008
El Año Paulino - “Es Cristo quien vive en mí”
Pero, quién fue y qué hizo este hombre para merecer que después de dos mil años los católicos seamos convocados a poner nuestra mente y corazón en él como modelo en nuestro itinerario de vida cristiana? A esta pregunta - a la que corresponde una extensa respuesta por la abundante y rica vida y obra del Apóstol - intentaré responder aquí condicionado por la brevedad que exige un artículo de prensa.
Unos datos biográficos
Gracias a la literatura neotestamentaria, a sus mismos escritos y especialmente al libro de los Hechos de los Apóstoles, hoy contamos con algunos datos cronológicos de la vida de Pablo y, más abundantemente, de su obra como misionero, escritor y teólogo. Saulo Pablo nació hacia el año 8, después de Cristo, en la Ciudad de Tarso, en la región o provincia de Cilicia (a los nacidos en esta ciudad se les otorgaba como privilegio la ciudadanía “romana”) en el seno de una familia de tradiciones y observancias fariseas. Dado que pertenecía a la tribu de Benjamín, recibió – como se acostumbraba en la época - el nombre de Saúl (o Saulo) que era común en esta tribu en memoria del primer rey de los judíos y, como ciudadano romano, se le dio el nombre latino de Pablo (Paulo). Fue apenas natural que, al inaugurar su apostolado entre los gentiles, Pablo usara su nombre romano.
Saulo aprendió el oficio de fabricante de tiendas o más bien – como también se piensa - a hacer la lona de las tiendas. Muy joven, fue enviado a Jerusalén para recibir una buena educación en la escuela de Gamaliel. A partir de este momento resulta imposible seguir su pista hasta que tomó parte en el martirio de San Esteban, momento en el que se le califica de “joven” pero este término (neanias) bien podía aplicarse a cualquiera entre veinte y cuarenta años.
“En el mundo tendréis persecuciones…”
Fruto de profundas y coherentes convicciones con el judaísmo farisaico que profesaba y de su temperamento combativo y fogoso, Pablo se dedicaba a perseguir a los primeros cristianos. Hoy podemos decir que Pablo, a partir de su “encuentro con Cristo” y con las mismas profundas convicciones, con el mismo temperamento impetuoso, con renovado y crecido fervor, pasó de ser el mejor de los judíos a ser el mejor (y mayor perseguido) de los creyentes en Cristo y en su obra salvadora. Tanto y de tal manera que pudo decir de sí mismo y exclamar con plenitud: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi”(Gál 2,20).
En el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos tres relatos sobre la conversión de Pablo (9, 1-19; 22, 3-21; 26, 9-23) que aunque presentan ligeras diferencias no son difíciles de armonizar y no afectan en nada la única experiencia: la del “encuentro” de Pablo con Cristo en una circunstancia singularísima y que marcó su vida – ahora vida de fe - para siempre.
Después de su conversión - en la que innegablemente debieron influir en muy buena medida los testimonios de fidelidad al evangelio de Cristo de aquellos que él perseguía - de su bautismo y de su cura milagrosa Pablo empezó a predicar a los judíos. Después se retiró a Arabia, probablemente a la región al sur de Damasco (a lo que hoy llamaríamos una especie de “retiro espiritual”). A su vuelta a Damasco, las intrigas de los judíos le obligaron a huir de noche. Fue a Jerusalén a ver a Pedro, pero se quedó solamente quince días porque las celadas de los griegos amenazaban su vida. A continuación pasó a Tarso y allá se le pierde de vista durante seis años. Bernabé fue en busca suya y lo trajo a Antioquía donde trabajaron juntos durante un año con un apostolado fructífero. También juntos fueron enviados a Jerusalén a llevar las limosnas para los hermanos de allá con ocasión de una hambruna. No parecen haber encontrado a los apóstoles allí esta vez ya que se encontraban dispersos a causa de la persecución de Herodes.
“Id por todo el mundo…”
El periodo que transcurre entre el año 45 y el año 57 comprende el periodo más rico y fructífero de la vida del apóstol. En este tiempo ocurren sus famosos tres viajes o misiones (tal y como han sido organizados tradicionalmente a partir de sus mismos testimonios en sus mismos escritos) que, partiendo siempre desde la Ciudad de Antioquía, concluían invariablemente en una visita a Jerusalén. Viajes que estuvieron signados siempre por enormes cuotas de sacrificio (naufragios, incomodidades y peligros de todo tipo…), importantes conversiones a la fe en Cristo (jefes de sinagoga, autoridades y ricos de ciudades visitadas…) y muchas persecuciones y cárceles (especialmente de parte de los judíos) a causa del Evangelio que vivía y predicaba incansablemente. La Primera Misión se relata en Hechos 23, 1- 24, 27; la Segunda Misión se narra en Hechos 25, 36 - 28, 22 y la Tercera Misión en Hechos 28, 23 - 31, 26.
Importante es recordar también que estos viajes misioneros de Pablo tenían como primera finalidad visitar iglesias ya fundadas para animarlas en su fe. Pero, en el ejercicio de esta tarea, iban naciendo - al paso del apóstol y gracias a su testimonio y predicación - nuevas comunidades cristianas que en viajes posteriores él visitaba y animaba….
Pablo es un hombre de su tiempo al que le cabe el tiempo y el mundo de su tiempo en la cabeza: el mundo romano (por la ciudad donde nació), el mundo judío y semítico (por la herencia familiar) y el mundo griego (por la cultura y lengua reinante en su lugar y momento histórico). Este perfil de hombre cosmopolita, sumado a su locura porque todos conozcan la salvación (felicidad) que se alcanza con el Evangelio de Cristo, explica que sea Pablo quien, con sus viajes, con su espíritu aguerrido, valiente, abierto, universal (católico) y misionero, el que – no sin duras confrontaciones con los que se oponían a ello - hace posible que la persona de Jesús y su mensaje salga del reducido mundo del Israel de entonces y alcance e inunde todos los rincones del mundo entonces conocido.
“Es Cristo quien vive en mi…”
Es en la tarea de animación en la fe y exhortación a la fidelidad al Evangelio de Jesucristo a las comunidades cristianas donde nacieron los escritos del apóstol Pablo que se preservaron y que, en forma de cartas, llegaron hasta nosotros: a los Romanos, a los (1 y 2 ) Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, a los (1 y 2) Tesalonicenses, a (1 y 2) Timoteo, a Tito, a Filemón.
Es en sus escritos donde podemos descubrir la profunda experiencia humana y, al mismo tiempo, cristiana de Pablo. Sus escritos – como toda su vida de creyente – están animados por el deseo profundo de que todos conozcan la salvación en Cristo, es decir, la posibilidad de ser plenamente felices en el encuentro con quien a él mismo lo ha salvado: Jesucristo, el Hijo del Dios de sus padres: el Dios del Antiguo Testamento.
Por lo que, la doctrina hablada y escrita de Pablo es, primero y sobretodo, una experiencia de vida, la experiencia de un hombre en búsqueda honesta de salvación, de felicidad, de vida plena, de vida eterna: primero en el mundo fariseo y ahora, finalmente, encontrada y realizada a plenitud, en el seguimiento autentico de Cristo.
Por ello mismo, su teología es una antropología (una visión del hombre desde la fe en Cristo) y su antropología teológica es una soteriología (una reflexión teológica para la salvación del hombre-en-Cristo).
- Además, su vida como su obra (después de su encuentro con Cristo): es cristocéntrica: centrada en el acontecimiento “Cristo” (a quien Pablo llama el “Evangelio”: la buena noticia para él y para todo hombre que quiera escucharlo, conocerlo, seguirlo, vivirlo, anunciarlo) y su mensaje. Pablo divide la historia de la humanidad y de cada hombre en dos grandes etapas: antes y después del encuentro con Cristo. El “encuentro” con Cristo recibe en Pablo diversas denominaciones debido a la riqueza misma del acontecimiento y al diverso auditorio al cual se dirige: misterio, redención, resurrección, justificación, expiación, liberación, salvación, bautismo, fe, etc…
- La vida del hombre antes de su encuentro con Cristo es la vida del hombre viejo, apegado a la ley (del Antiguo Testamento y, en general, a toda ley) que lo conduce al pecado y por el pecado a la muerte. El hombre viejo vive según la sabiduría del mundo y produce unos frutos: “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías, y cosas semejantes…” (Gál 5,19s).
- La vida del hombre-en-Cristo es, por el contrario, la vida del hombre “nuevo”. Vida según la sabiduría de Dios que es sabiduría de la cruz, otra lógica, otros criterios. Es una vida en el amor por la que el hombre permanece en gracia y encuentra la vida plena, la felicidad, la salvación y comienza a producir frutos nuevos y buenos o frutos del Espíritu, a saber: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí…” (Gál 5,22s).
“He combatido el buen combate…”
Un último viaje de Pablo que tuvo como destino final la ciudad de Roma es conocido como el viaje de “la cautividad” y quedó consignado - incluidos cinco famosos discursos del apóstol - en Hc 21, 27-28. 31. Después de sufrimientos y sacrificios sin cuento Pablo llega a Roma y allí se "quedó dos años completos en una vivienda alquilada (en cárcel domiciliaria)… predicando el Reino de Dios y la fe en Jesucristo con toda confianza, sin prohibición". Con estas palabras, concluye el libro de los Hechos de los Apóstoles. Unánimemente se acepta que las “epístolas de la cautividad” se enviaron desde Roma.
Como no tenemos documentación escrita sobre los últimos años de la vida del apóstol, “ el itinerario se vuelve sumamente incierto aunque los hechos siguientes parecen estar indicados en las epístolas pastorales…”.
Sobre la muerte de Pablo, “una antigua tradición hace posible establecer los puntos siguientes:
- Pablo sufrió el martirio cerca de Roma en la plaza llamada Aquae Salviae (hoy Piazza Tre Fontane)… cerca de tres kilómetros de la espléndida basílica de San Pablo Extra Muros, lugar donde fue enterrado.
- El martirio tuvo lugar hacia el fin del reinado de Nerón…
- De acuerdo con la opinión más común, Pablo sufrió el martirio el mismo día del mismo año (aproximadamente) que Pedro…
- Durante tiempo inmemorial, la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo se celebra el 29 de Junio, que es el aniversario, sea de la muerte, sea del traslado de sus reliquias.\
La fiesta de la conversión de San Pablo (25 de enero) tiene un origen comparativamente reciente. Hay razones de creer que este día fue celebrado para marcar el traslado de las reliquias de San Pablo a Roma…”.
Aprendiendo de Pablo…
Que oportuna y benéfica esta iniciativa de Benedicto XVI al convocarnos a vivir un “Año Paulino”! Cuánto tenemos que re-aprender de la vida de Pablo, de su fervor, de sus empeños, de su mística, de la entrega generosa e incondicional de su vida a la causa del Evangelio y, especialmente, del carácter universal de su experiencia auténticamente “cristiana”.
“Católica” significa universal. Hoy tenemos nostalgia de Pablo, necesidad de muchos que como él empeñen lo mejor de sus fuerzas en la construcción del mundo y la Iglesia no como un mar de islas, distintas, distantes diferentes y xenofóbicas sino como una sola y única (aunque diversa) comunidad de los hijos de Dios, sin muros ni fronteras (raciales, religiosas, culturales, económicas…) donde todos tengan lugar porque nos hermana a todos la misma fe, el mismo amor, la misma esperanza y la misma búsqueda de salvación, de felicidad.
Todo esto, en contra de la comodidad de un cristianismo instalado y encerrado en las sacristías que olvida la misión primordial de la Iglesia y la urgencia de misionar y predicar el evangelio no ya en territorios lejanos e ignotos sino, aquí y ahora, en medio de una familia, una ciudad, una sociedad y una cultura que se intentan construir en contra y a espaldas de Dios, del Evangelio de Cristo y por tanto del mismo hombre.
Pablo, entiende y vive de tal manera ¨novedosamente” su propia experiencia, el acontecimiento Crístico y la vida eclesial, que se afana – incluso - por otorgarle a esta “novedad” una terminología, nueva y distinta respecto del Antiguo Testamento: “ministros”, “diáconos” (no sumos sacerdotes ni levitas) etc…. Esta actitud paulina es necesaria siempre: la de atrevernos a renovar, a intentar nuevas formas de evangelización; volviendo y bebiendo siempre de las fuentes del Nuevo Testamento y de las primeras comunidades cristianas pero realizando la tarea evangelizadora conscientes de las nuevas y siempre cambiantes circunstancias del mundo en el que nos correspondió vivir nuestra fe en Cristo (Cfr. Discurso de Pablo en el Areópago Hc 17, 23s)
Que siempre, en todo tiempo y circunstancia, cada día y al final de nuestras vidas, en nuestra experiencia de Cristo personal y comunitaria, podamos decir como Pablo de Tarso: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” y que la convocatoria a vivir un “Año Paulino” nos ayude y fortalezca en este propósito.
Citas textuales en itálica: www.enciclopediacatolica.com
lunes, 2 de junio de 2008
Benedicto XVI y los Hispanos
Volver a los números, a las estadísticas, a los datos últimos y oficiales del Censo de los Estados Unidos nos ayuda para tener una mejor idea de la importancia que va cobrando y que de hecho ya tiene la presencia de la Comunidad Hispana en esta Nación: se estima que un 68 por ciento de los 45 millones de hispanos que viven en los Estados Unidos se consideran católicos y, entre ellos, más de la mitad de los católicos menores de 25 años son hispanos. Así las cosas, los católicos hispanos están muy cerca de constituirse en la mitad de la población católica de esta nación que ronda los 70 millones; al tiempo que, sumada y gracias a la presencia hispana, Estados Unidos es hoy el tercer país con mayor número de católicos del mundo, después de México y Brasil.
No ha de extrañarnos pues la evidente y numerosa presencia que la Comunidad Hispana Católica hizo en todos los actos programados para la visita del Papa Benedicto XVI a las ciudades de Washington y Nueva York con motivo de la clausura de la celebración del Bicentenario de la fundación Arquidiócesis de Baltimore y las Diócesis de Boston, Filadelfia, Nueva York y hoy Louisville. Laicos y ministros ordenados hispanos dijeron “presente”, cantos litúrgicos en español se dejaron oír en todas las celebraciones y “vivas” espontáneos en la lengua de Cervantes animaron todas las jornadas con el Papa.
Por su parte, Benedicto XVI no ignoró la importancia que la Comunidad Hispana tiene para esta Nación en general y para el presente y el futuro de la Iglesia Católica en los Estados Unidos. Por ello, rompiendo el protocolo que ordena hablar en inglés como lengua oficial en los Estados Unidos se dirigió con palabras dirigidas en exclusiva a los hispanos, en cada una de sus celebraciones el Papa tuvo mensajes en español y nos alentó diciéndonos, entre otras cosas: «No se dejen vencer por el pesimismo, la inercia o los problemas… La Iglesia en los Estados Unidos, acogiendo en su seno a tantos de sus hijos emigrantes, ha ido creciendo gracias también a la vitalidad del testimonio de fe de los fieles de lengua española. Por eso, el Señor les llama a seguir contribuyendo al futuro de la Iglesia en este País y a la difusión del Evangelio. Sólo si están unidos a Cristo y entre ustedes, su testimonio evangelizador será creíble y florecerá en copiosos frutos de paz y reconciliación en medio de un mundo muchas veces marcado por divisiones y enfrentamientos».
En la Ciudad de Nueva York, durante el encuentro con los jóvenes, el Papa les presentó a seis católicos como modelos de vida cristiana, de santidad. Entre ellos, un hispano: el Venerable Padre Félix Varela, a quien en Cuba se le reconoce como un gran intelectual y patriota, entre nosotros, como el insigne sacerdote y misionero que fue, incesante defensor de la fe, fundador de tres periódicos católicos y vicario general de la Arquidiócesis bicentenaria.
Especial importancia tiene en la actualidad, para los Estados Unidos y para La Iglesia Católica que aquí peregrina, todo lo que atañe a la Comunidad Hispana y, especialmente, lo referente al tema migratorio. Este fue tema obligado en la reunión privada que Papa y Presidente de los Estados Unidos sostuvieron en la Casa Blanca tal como se presenta en el Comunicado Conjunto que Santa Sede y Gobierno de los Estados Unidos emitieron: ambas partes abordaron y coincidieron en la necesidad de una política urgente, digna y justa con respeto a los inmigrantes y el bienestar de sus familias.
Para la Iglesia Católica en los Estados Unidos, el tema migratorio se ha ido convirtiendo en el más acuciante de la actualidad, en la prueba de su fidelidad al Evangelio de Jesucristo y, por tanto, en la medida de su autenticidad cristiana. Es en este tema en el que la Iglesia tiene que ser “Madre” y “Maestra de humanidad”, “voz de los que no tiene voz”, “Sacramento de Cristo” como Jesús, en su tiempo y circunstancias, lo fue del Padre: como espacio de compasión y misericordia para los más necesitados, los indefensos, los marginados…
Mediante Agencias de las Caridades Católicas, Oficinas Diocesanas para el Ministerio Hispano, Servicios de Inmigración y Clínicas con diversos servicios a los inmigrantes, a Iglesia Católica en los Estados Unidos manifiesta la responsabilidad que tiene como “Madre” por el presente y futuro de los inmigrantes en este país, de su legalización, de su justa y plena inserción a la vida de la sociedad norteamericana. Por ello, la defensa de los inmigrantes de parte de la Iglesia no está reñida con la legalidad del asunto. Muy por el contrario, la Iglesia aboga por un sistema justo, equitativo, humano y respetuoso de los derechos civiles de cada persona tal como lo postula y defiende la misma Constitución de los Estados Unidos.
Pero, perversamente, en un año electoral, el tema migratorio se ha escogido como tema-bandera, demagógico y politiquero para ocultar y distraer la atención del público sobre otros, más grandes, más graves y más reales problemas que enfrenta el presente y el Gobierno de esta Nación. Y es que temas como la guerra, la recesión económica, el desempleo, el alto costo de la vida, el bajo nivel académico y la falta de oportunidades educativas, la falta de programas de salud, la crisis hipotecaria, la crisis de las grandes empresas y la corrupción administrativa… no pueden continuar siendo eludidos, evitados, evadidos, escondidos, disimulados y postergados usando como “sofisma de distracción” el tema que toca a los más débiles: el tema de los inmigrantes que, en busca de mejores oportunidades de vida, han construido - con sudor y lagrimas – y construyen hoy la grandeza de esta Nación y a cambio reciben como paga el desprecio, la explotación laboral, el mal trato, la discriminación, la persecución, la marginación, el empobrecimiento y la postergación social. No sobra, entonces, recordar aquí, que los políticos y la política están para legislar en bien de toda la nación y del bien común de todos sin excepción y no para jugar vilmente con los intereses y los sentimientos de las clases menos favorecidas.
El viaje del Papa nos recuerda, además, que la verdad de la “catolicidad”, es decir, de la universalidad de la Iglesia se juega, como pocas veces en la historia, en la realidad presente y eclesial de los Estados Unidos donde no podemos ser dos iglesias que pertenecen a dos estratos sociales diferentes: el de los dominadores y el de los dominados; sino una y única Iglesia, la de creyentes en Cristo que nos enseña a vivir en la fraternidad universal que brota del Mandamiento Nuevo del Amor.
Por una “experiencia de humanidad”.
Esta visita, como el Papa mismo lo expresó en su alocución, es un reconocimiento y una inyección de vitalidad de parte de la Iglesia Católica a la original función de la Organización de las Naciones Unidas como “Centro que armonice los esfuerzos de las Naciones por alcanzar los fines comunes de la paz y el desarrollo…. la búsqueda de la justicia, el respeto de la dignidad de la persona, la cooperación y la asistencia humanitaria. (Fines que) expresan las justas aspiraciones del espíritu humano y constituyen los ideales que deberían estar subyacentes en las relaciones internacionales”. Institución que, a pesar de sus “errores históricos” es, en la actualidad y en medio de una sociedad globalizada, el mayor foro de representación mundial y organismo fundamental para la promoción y defensa de la dignidad de la persona humana en todos los rincones de la tierra. Foro mundial en el que “la Iglesia está comprometida a llevar su propia experiencia "en humanidad", desarrollada a lo largo de los siglos entre pueblos de toda raza y cultura, y a ponerla a disposición de todos los miembros de la comunidad internacional”.
“Mi presencia en esta Asamblea - dijo el Papa - es una muestra de estima por las Naciones Unidas y es considerada como expresión de la esperanza en que la Organización sirva cada vez más como signo de unidad entre los Estados y como instrumento al servicio de toda la familia humana. Manifiesta también la voluntad de la Iglesia Católica de ofrecer su propia aportación a la construcción de relaciones internacionales en un modo en que se permita a cada persona y a cada pueblo percibir que son un elemento capaz de marcar la diferencia. Además, la Iglesia trabaja para obtener dichos objetivos a través de la actividad internacional de la Santa Sede, de manera coherente con la propia contribución en la esfera ética y moral y con la libre actividad de los propios fieles. Ciertamente, la Santa Sede ha tenido siempre un puesto en las asambleas de las Naciones, manifestando así el propio carácter específico en cuanto sujeto en el ámbito internacional. Como han confirmado recientemente las Naciones Unidas, la Santa Sede ofrece así su propia contribución según las disposiciones de la ley internacional, ayuda a definirla y a ella se remite”.
No obstante, en su discurso el Papa no dejo de señalar las imperfecciones de la Organización ni los desbalances, injusticias e incongruencias que la Iglesia, iluminada por el Evangelio de Jesucristo, descubre en las realizaciones de la Organización y, especialmente, en el tema de las relaciones bilaterales e internacionales. Por ello el Papa exhortó a los gobernantes de todas las naciones allí representadas a “redoblar los esfuerzos ante las presiones para reinterpretar los fundamentos de la Declaración y comprometer con ello su íntima unidad”. La ONU, una Organización que cobra mayor importancia “en un tiempo en el que experimentamos la manifiesta paradoja de un consenso multilateral que sigue padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos, mientras que los problemas del mundo exigen intervenciones conjuntas por parte de la comunidad internacional”.
La tarea de la cual la Iglesia Católica se sabe administradora, consiste, según la voluntad de su fundador en “ir por todo el mundo predicando la Buena Nueva.” que nos permita construir un mundo fraterno en el reconocimiento de que somos hermanos, hijos del mismo Dios y Padre de todos. “La Iglesia, entonces, se alegra de estar asociada con la actividad de esta ilustre Organización, a la cual está confiada la responsabilidad de promover la paz y la buena voluntad en todo el mundo”. Así, función de la ONU y misión de la Iglesia en el mundo no son tareas que se oponen sino que, esperanzadoramente, se complementan.
Finalmente, los cristianos, iluminados por el Evangelio y asistidos por el Espíritu, hemos de anteponer al concepto laico de “globalización” el concepto y la experiencia cristiana de “catolicidad”, es decir, de “universalidad” y la Iglesia Católica, especialmente en los Estados Unidos, ha de erigirse en Casa de la misma familia de los hijos de Dios en la que todos caben y en la que todos – con las más diversas lenguas como en el primer pentecostés - encuentran una única mesa: la del mundo, con un pan partido: el de la Eucaristía.