Le deseo una muy feliz Navidad y muchas bendiciones para el Nuevo Año.
jueves, 20 de diciembre de 2012
¡Feliz Navidad!
Le deseo una muy feliz Navidad y muchas bendiciones para el Nuevo Año.
lunes, 17 de diciembre de 2012
Una gran alegría!
- Salió un decreto del Emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero…primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria…”.(Lc 2,1-2)
lunes, 19 de noviembre de 2012
Agradecer, esperar…
martes, 9 de octubre de 2012
Un Año para la Fe
lunes, 1 de octubre de 2012
La Nueva Evangelización
viernes, 21 de septiembre de 2012
Que Todos Seamos Uno En La Diversidad
lunes, 17 de septiembre de 2012
A Medio Siglo del Vaticano II
El Papa Juan XXIII firma la bula convocando el Concilio Vaticano II, 25 de diciembre 1961. (Foto CNS) |
- La necesidad de retornar a las fuentes: a la Buena Nueva vivida y predicada por el mismo Jesús de Nazareth durante su ministerio público y a la experiencia cristiana de los primeros días de la Iglesia vivida por las primeras comunidades cristianas. Después de veinte siglos de trasegar por la historia del mundo se hacía necesaria una reflexión, una revisión, una poda y una puesta al día de todo aquello que corresponde y que no corresponde con la indefectibilidad de la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo.
- Todos los bautizados, miembros del Pueblo de Dios, estamos llamados a la santidad. Y, en el Concilio Vaticano II, la comprensión de la Iglesia derrumba y remonta los límites geográficos para convertirse en espacio de salvación para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, todos los que viven en Cristo sin conocerlo y saberlo porque viven amando y sirviendo para la construcción de sociedades más fraternas.
- Así mismo, la Iglesia se entiende a sí misma como Madre y Maestra, pero – sobre todo – como espacio de compasión y de misericordia en el mundo para acoger y albergar en su seno a todos, especialmente a los más pequeños, los más débiles y empobrecidos del mundo; de la misma manera que Jesús fue en su momento espacio de misericordia, signo sacramental y presencia histórica del amor del Padre.
- En el Concilio Vaticano II, la Iglesia se entiende más como comunidad de comunidades, de comunión y participación y se va alejando del modelo imperial y piramidal romano y vuelve a tomar conciencia de su poder y rol protagónico en el mundo entendido como servicio a ejemplo de su Señor.
- La centralidad de la Sagrada Escritura y, en ella, del evangelio (Buena Nueva) que es Jesús mismo: norma normativa no normada de nuestro ser y quehacer como discípulos. Por lo que el acceso y estudio de la Teología y, en concreto, de la Sagrada Escritura ha venido siendo posible, promocionado y fomentado en la tarea evangelizadora y misionera de la Iglesia.
viernes, 14 de septiembre de 2012
En el Mes Nacional de la Herencia Hispana
Así, por ejemplo, el último estudio que hizo la compañía PEW Hispanic Center revela que:
• La mayoría de los hispanos o latinos, no se quieren llamar a sí mismos “hispanos” o “latinos”.
• Aproximadamente el 51% de los hispanos de la Nación prefieren identificarse según el país de origen de la familia.
• Sólo el 49% de los encuestados dijeron que emplean la denominación de hispanos y latinos.
• Apenas el 21% dijeron que prefieren describirse como americanos.
• El 79% de los encuestados dijeron que si tuvieran que hacerlo de nuevo, vendrían a los Estados Unidos.
sábado, 7 de abril de 2012
“Para que tengan Vida abundante” (Jn 10,10)
Esta confesión de fe es la que nos conecta e identifica con los apóstoles, con los primeros discípulos, con los creyentes de los primeros siglos y con los cristianos de todos los tiempos y rincones de la tierra. Esta confesión de fe es la que imprime el carácter y la señal de los cristianos en el mundo como hombres y mujeres de esperanza. Porque en la resurrección de Cristo triunfó la vida sobre la muerte y – por ella – sabemos que el destino último y definitivo del hombre, en el plan del Padre, no es la muerte, el caos, la nada, el absurdo, el fracaso sino la vida y no cualquier vida sino una vida abundante (Jn 10,10).
Pero esta confesión de fe para que sea auténtica ( y no sólo de labios para afuera) ha de nacer hoy de la misma experiencia vital que nació ayer entre los primeros cristianos: una experiencia transformadora de sus vidas por la que se confesaron hombres y mujeres nuevos (Cfr. Ef 4,24; Mt 9,17), renovados en la mente (Ef 4,23), es decir, con una criteriología nueva, con una vida según la lógica del evangelio y la sabiduría de la cruz y no según la lógica del mundo(Cfr. 1 Cor 1,21; Jn 8,23; Jn 15,18-21). Experiencia transformadora que les hizo proclamar por el mundo entero que el muerto está vivo, que ha resucitado y vive hoy entre nosotros
Dicha experiencia vital y transformadora se probó entre los primeros cristianos y ha de experimentarse, probarse, manifestarse y predicarse hoy en la vida de quienes – como Cristo mismo – llaman a Dios Padre, (Gal 4,6; Rm 8,14) se reconocen sus hijos y hermanos de todos, cumpliendo la voluntad del Padre, el mandato del amor.
Hoy, como hace dos mil años, se nos pregunta a los cristianos dónde lo hemos puesto al Resucitado? (Cfr. Jn 20,2ss) Dónde puede el mundo encontrar a Jesucristo el Viviente de los skiglos? Por lo que la confesión de fe en la Resurrección nos interpela y compromete a presentar a Cristo vivo en el mundo mediante el testimonio de nuestras vidas transformadas según el evangelio de Jesucristo. Así, la presencia del Resucitado en el mundo de hoy la realizan los cristianos que viven la vida de Cristo en ellos y que pueden gritar como Pablo: “Ya no vivo yo es Cristo quien vive en mi”(Gal 2,20
De otra parte, la sociedad actual clama por posibilidades y espacios de vida en medio de una “cultura de la muerte”. Dicha urgencia desafía a los cristianos: a todos los hombres y mujeres creyentes en el Dios de la Vida eterna, plena, abundante (Cfr. Jn 10,10), creyentes en el Dios que en su Hijo triunfó sobre el mal, sobre el pecado, sobre el dolor, sobre la injusticia y la muerte y nos ofrece posibilidades infinitas de vida nueva.
Resurrección es pascua. Pascua es palabra hebrea que significa “paso”, transformación, cambio, conversión.
· Paso de la muerte a la vida si nos amamos los unos a los otros (1 Jn 3,14).
· Paso del odio al amor.
· Paso de la tristeza a la alegría: “Una alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar” (Jn 16,22).
· Paso del egoísmo al servicio y a la solidaridad.
· Paso del egoísmo a la entrega generosa de la vida por el evangelio (Lc 9,22-25).
· Paso del odio al perdón.
· Paso de la inequidad a la justicia.
· Paso de la competencia a la fraternidad.
· Paso de las tinieblas a la luz.
· Paso de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.
· Paso del pecado a la gracia.
· Paso de lo viejo a lo nuevo.
· Paso de la condición de esclavo a la vida de hijo.
Finalmente, si resurrección es vida abundante (Cfr. Jn 10,10) vida eterna (Jn 3,16) y salvación y esa vida plena y salvación es sinónimo de la felicidad que todo hombre y mujer anhela y espera, entonces Cristo, su evangelio y todo el acontecimiento salvífico, pascual y cristiano se integran a nuestra vida y responden a la pregunta fundamental del ser humano: la búsqueda incesante de felicidad.
Cristo nos salva porque nos hace felices, enseñándonos a vivir su misma vida: la vida de hijos de Dios y hermanos de todos, que posibilita - en el amor - una sociedad más fraterna y justa, más justa y solidaria, más equitativa y en paz. Ya no hay divorcio entre fe y vida, entre pascua y nuestra cotidianidad, porque la resurrección de Cristo - y la que en El todos esperamos - es la felicidad que buscamos y que en el Viviente encontramos. Felices Pascuas!
martes, 3 de abril de 2012
Porque llamaba a Dios “Padre…”
“…Tenían ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.” (Jn 5,17-30). Con esta frase, el evangelista Juan sintetiza el conflicto que Jesús enfrentó con las autoridades judías de su pueblo y de su tiempo (sumos sacerdotes, escribas, fariseos, ancianos, etc.). Conflicto que finalmente desencadenó en su pasión, muerte y resurrección. Por lo que, esta misma frase, nos introduce también en la celebración de la Semana Mayor o Semana Santa y concretamente en la celebración del Triduo Pascual.
Llamaba a Dios Padre suyo: Todos los hechos de Jesús, todas sus palabras (parábolas), todo su ministerio, es una buena noticia para hombres y mujeres de buena voluntad: el Creador y Dios del Antiguo Testamento es un Padre compasivo y misericordioso “que no se alegra con la muerte del pecador sino que quiere que se convierta y viva” (Cfr. Mt 22,32), que “hace salir el sol sobre buenos y malos y caer la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5,45), “que da cosas buenas a quienes se lo piden” (Mt 7,10) y que – en Jesús – se manifiesta como el que ha venido “a llamar no a justos sino a pecadores” (Mc 2,17).
Haciéndose igual a Dios: Jesús es Hijo a imagen y semejanza del Padre. Es absolutamente divino porque es profunda y totalmente humano. Toda su humanidad es pura divinidad. Realiza en El la perfección de Dios a la que todos los hijos estamos llamados: “Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto, compasivos y misericordiosos como el Padre del cielo es compasivo y misericordioso” (Mt 5,48). Quienes lo vieron a Él, vieron al Padre (Cfr. Jn 14,9).
Violaba el sábado: De esta relación filial con Dios, Jesús derivó todas las consecuencias para su vida y la de sus discípulos de todos los tiempos: Todos somos hermanos (Cfr. Mt 23,8), llamados a amarnos los unos a los otros como el Padre del cielo nos ama (cfr.1 Jn 4,11), con obras, especialmente a los más necesitados (Cfr. Mt 25,31ss). Con esta certeza, antepuso la voluntad del Padre, que consiste en que nos amemos los unos a los otros (Cfr. Jn 13,34) y denunció, violó e incumplió una relación con Dios de tipo ritual, legalista, externa, cultual y sacrificial que pretendía honrarlo y darle culto despreciando a los más pequeños. Por eso, en muchas ocasiones, habló así, especialmente contra escribas y fariseos, quienes por cumplir con la ley y el culto en el Templo desprecian y dan un rodeo ante el hermano caído (Cfr. Lc 10,33ss):
- “Hipócritas, pagáis el diezmo de la menta, del anís y descuidáis lo más importante de la ley: la justicia y la misericordia” (Mt 23,23).
- “Vayan y aprendan lo que significa quiero misericordia y no sacrificio” (Mt 9,13).
- “Deja tu ofrenda en el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,23).
- “Lo que hicisteis o dejasteis de hacer con uno de los más pequeños conmigo lo hicisteis o lo dejasteis de hacer” (Mt 25,31).
- “El que dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve es un farsante, un homicida (1 Jn 4,20; 1 Jn 3,15).
- “No debías tener tu compasión de tu hermano como yo tuve compasión de ti”(Mt 18,33).
Por eso, el triduo pascual en Semana Santa es la conmemoración de la vida del Hijo entregada por entero al cumplimiento de la voluntad del Padre: el establecimiento del Reinado de Dios en la medida en que reconociéndonos hijos del mismo Padre nos amamos todos como hermanos los unos a los otros.
Por eso, también, la lectura de los relatos evangélicos de la Pasión y Muerte son la actualización del proceso injusto hecho contra Jesús como consecuencia de sus opciones: padece y muere en la misma línea y forma (Cfr. Jn 1,29; Hc 8,32) y por similares conflictos y motivos por los que siglos antes murieron los profetas de su pueblo y por los que hoy continúan muriendo todos los que – como El -ofrendan su vida a la causa de la verdad, de la vida, de la solidaridad, de la justicia, de la libertad, de la paz.
Por todo lo anterior, Semana Santa es la conmemoración y actualización de la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Aquel que entendió y nos enseñó que la vida se gana cuando se pierde, se dona, se entrega, se da, se gasta en favor de los otros y que se pierde cuando se ahorra egoístamente (Cfr. Mt 16,25).
Hoy, los discípulos de Jesús, podemos vivir la Semana Santa como el recuerdo de unos hechos pasados que en nada tocan nuestro presente o como la memoria de unos acontecimientos que hoy se actualizan en nuestras vidas y en la vida de un mundo que necesita de hombres y mujeres capaces de lavar los pies de sus hermanos, de partir y compartir el mismo pan, de cargar la cruz de los otros, de enjugar el rostro y consolar la existencia de los que más sufren para ir construyendo espacios de vida abundante (Jn 10,10), de resurrección.
martes, 21 de febrero de 2012
EL PECADO Y LA CUARESMA
Según nos da cuenta el evangelio (Cfr. Mt 4, 1-11; Mc 1,12-15; Lc 4,1-13 y Primer Domingo de los Ciclos Litúrgicos A, B y C) Jesús mismo experimenta el mal, el pecado, en forma de tentaciones que resumen las tres grandes apetencias de todo ser humano: el poder, el placer y el poseer. Realidad de pecado en forma de tentaciones a las que nadie escapa: “El que esé sin pecado…”(Jn 8,1-11). En el relato evangélico de las tentaciones vence Jesús y, con su victoria, nos enseña la posibilidad y el modo de triunfar sobre el mal, sobre el pecado, en el mundo.
Por ello, Jesús es – para los cristianos - “el Camino, la Verdad y la Vida”(Jn 14,6), el nuevo pozo de donde mana la vida eterna (Jn 4,5-42), la luz del mundo (Jn 9,1-41), el Salvador (Jn 3,14-21), la vida frente a la realidad de la muerte (Jn 11,1-45) y, finalmente en el único no-pecador: “semejante a nosotros en todo menos en el pecado” (Filip 2,7).
Pero los temas “pecado” y su correspondiente: “el perdón” son tratados de manera distinta en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Así, mientras en el Antiguo Testamento se habla de pecados (en plural) como faltas y transgresiones a la Ley y del perdón como castigos (y en el judaísmo tardío: ritos) impuestos para subsanar, reivindicar, armonizar, equilibrar la vida y resarcir los daños y reintegrarse a la vida en la comunidad, el Nuevo Testamento habla del pecado en singular (con el vocablo griego hamartía) como una negación deliberada (inteligente y libre) del hombre a todo lo divino que hay en él, como una negación de lo divino en el hombre, como una torcedura interior, como una “opción fundamental” del hombre de espaldas al Creador y Padre, como una negación de la vocación primera: la de llegar a ser semejantes al Padre; perfectos, compasivos y misericordiosos como Dios mismo. El pecado es en el Nuevo Testamento una postura diabólica (no divina), pecadora (una acción animalesca, irracional), inhumana (no divina) por la que el hombre va diseminando frutos malos, pecados (estos sí en plural).
Para corregir, enderezar, borrar del todo, curar y salvar al hombre, Cristo , con la Buena Nueva de su vida y anuncio, con su entrega hasta la muerte en Cruz y su Resurrección vence el mal, libera, redime, justifica al ser humano desde dentro (Mt 15,19), de tal manera que el árbol bueno de frutos buenos (Mt 7,17). Entonces, la obra perdonadora y salvadora de Cristo no consiste en limpiar los pecados sino en sanar el pecado, en curar desde dentro, estructural e integralmente al hombre para que ya no peque más (1 Jn 3,6).
Si el itinerario del discípulo, del hijo es llegar a ser semejante al Hijo (Ef 5,1) y, por Cristo, con El y en El, en su conocimiento y seguimiento, llegar a ser “ a imagen y semejanza del Padre”, entonces la Cuaresma nos recuerda, también, la necesidad de vivir en un permanente estado de conversión, de cambio de vida, de adecuación de nuestra vida a la vida de Cristo, de nuestros principios, criterios y actitudes a los criterios del Evangelio, de nuestra lógica del mundo a la lógica de Dios o sabiduría de la cruz, hasta alcanzar exclamar como Pablo “donde abundó el pecado ahora sobreabunda la gracia” (Rm 5,20), “ya no vivo yo es Cristo quien vive en mi”. (Gal 2,20). Conversión que, en el tiempo de Cuaresma, la liturgia equipara a la Transfiguración (Mt 17,1-9) porque convertirnos es hacernos dignos de escuchar – como Jesús - la voz del Padre que nos dice “este es mi hijo, el amado…”.
Cuaresma, entonces, nos recuerda nuestro pecado, nuestra necesidad de conversión pero, sobre todo, nos recuerda la necesidad de volver a la casa paterna en la que nos espera el abrazo compasivo y misericordioso del Padre que no nos trata como a jornaleros o sirvientes sino como a hijos (Lc 15) por lo que Cuaresma es, también, tiempo para la alegre confianza, para la gratitud, para la esperanza humilde en el amor compasivo de Dios. Conversión y fiesta que, en definitiva, implican toda la vida del discípulo, comprometen todo el itinerario del cristiano.