jueves, 20 de diciembre de 2012

¡Feliz Navidad!


"si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón «ilustrada». Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios. Hemos de seguir el camino interior de san Francisco: el camino hacia esa extrema sencillez exterior e interior que hace al corazón capaz de ver." 
 -- Pope Benedict XVI, December 24, 2011
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 Le deseo una muy feliz Navidad y muchas bendiciones para el Nuevo Año.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Una gran alegría!



Navidad es el tiempo litúrgico con el que los cristianos celebramos, cada año, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. El nacimiento del humilde hijo de carpintero (Mt 13,55) que partió la historia de la humanidad en dos: años y siglos antes y después de Cristo.

El relato del nacimiento en el evangelio de Lucas, como todo relato humano y – por tanto – como todo relato bíblico, está entretejido con datos históricos y confesiones de fe.

Respecto de los datos históricos, destaca en Lucas el interés por darle un marco espacio-temporal lo más exacto posible al nacimiento del “Salvador”. Así, nos cuenta Lucas, que:

  •  Salió un decreto del Emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero…primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria…”.(Lc 2,1-2)

Más datos históricos del simple pero contundente relato lucano sobre el nacimiento y la infancia de Jesús son sus referencias a:

·        “La ciudad de Nazaret, en Galilea” (Lc 2,4).
·        “Su esposa María, que estaba encinta”(Lc 2,5).
·        “En aquella región había pastores…”(Lc 2,8).

Pero toda la fuerza y la intencionalidad del relato están puestas en las confesiones de fe que la primitiva comunidad cristiana, seno del relato lucano, hace - “a la luz de la pascua” - sobre el niño al que ya confiesan Resucitado, sobre el infante al que ahora confiesan como Señor.

Sobresalen, en el relato lucano, las siguientes confesiones de fe:

·        “De la casa y familia de David” (Lc 2,4)
·        “La ciudad de David que se llama Belén, en Judea”(Lc 2,4)
·   “Un ángel del Señor se les presentó, la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: no temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor (Lc 2, 9-11)
·     “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”(Lc 2.14)

Después de veinte siglos, aunque las circunstancias sociales, históricas y culturales han cambiado podemos afirmar que nuestro credo es una fe y una religión histórica, con fundamento en hechos acaecidos de manera irrebatible y comprobable en el espacio-tiempo de la historia humana (D.V. 2).

Pero, especialmente, podemos decir que - después de veinte siglos, en el tiempo litúrgico de la navidad, los cristianos nos unimos a las mismísimas confesiones de fe hechas por los primeros cristianos en sus comunidades. También nosotros hoy, como cada día y en cada navidad, confesamos que en el niño “envuelto en pañales y recostado en una pesebrera” nos nació el Salvador, el Mesías, el Señor, “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), el que llena de sentido la historia de nuestras vidas personal, familiar y socialmente.

Navidad entonces es un tiempo litúrgico con fundamento histórico pero – especialmente – un tiempo de celebración gozosa por la buena noticia y la gran alegría que el nacimiento del Hijo de Dios significó para los primeros cristianos que así lo confiesan en el hermoso relato lucano y para nosotros que así mismo lo confesamos en el aquí y ahora de nuestra historia.

Esta buena noticia, esta gran alegría justifica con creces todas las celebraciones alrededor de la navidad. Por ello: Feliz Navidad!

lunes, 19 de noviembre de 2012

Agradecer, esperar…


Una vez al año, los habitantes de esta gran Nación se sumergen en la fiesta que más convoca el espíritu estadounidense: la celebración del DIA DE ACCION DE GRACIAS y aunque con el correr del tiempo se ha ido paganizando y mundanizando de tal manera que los eventos celebrativos quedan desligados de la referencia al Trascendente, para los creyentes en Cristo toda ACCION DE GRACIAS nos remite al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, pues nos reconocemos hijos e hijas muy amados del Padre compasivo y misericordioso, reconocemos que de Dios nos viene “todo don perfecto”(1 Cor 7,7) y que todo cuanto somos y tenemos lo hemos recibido “gratis” de Dios y hemos de darlo “gratis”(Mt 10,8). Por eso, el prefacio eucarístico reza: “Realmente es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, DARTE GRACIAS, siempre y en todo lugar, Señor…”.

Entonces, el DIA DE ACCION DE GRACIAS no es solamente la evocación histórica de un hecho acaecido entre nativos y colonizadores sino, sobre todo, la postura más sabia, más honesta, más propia y la única que le cabe a la creatura frente al Creador y al hijo frente al Padre: la de DAR GRACIAS.

Así, la gratitud del hombre frente a la gratuidad de los dones de Dios se convierte en una actitud permanente de vida, en un estilo de vida, en una manera de ser y estar en el mundo y no, meramente, en unos ritos anuales vacíos de contenido y de verdadera gratitud.

En el frenesí económico de nuestra sociedad, en el diario afán por acumular, por el poder, por el placer, por el tener, en medio de las grandes preocupaciones políticas y sociales que nos envuelven todos los días es maravilloso que una fecha anual nos recuerde lo necesitados que estamos de reconocer cuán amados somos, cuán afortunados somos, cuánto podemos agradecer y compartir.

En una sociedad hedonista y consumista, en una sociedad economicista de corte capitalista podemos, falsamente, creer que todo cuanto somos y tenemos lo logramos gracias al poder del dinero que nos da el trabajo. Pero la vida poco a poco nos descubre otra verdad: hay valores, verdades, bienes y bondades en el ser humano que no se compran y no se venden. Valores y verdades que se descubren en lo más hondo y propio de la esencia del ser humano que nos empujarán siempre a vivir agradecidos, como el don de la vida, de la libertad, de la belleza, de la solidaridad, etc.

De ahí que EL DIA DE ACCION DE GRACIAS es una celebración y un compromiso: pues poder agradecer nos exige a todos crear condiciones por las que todos, sin distinción, podamos vivir agradecidos. Es decir, ir construyendo una sociedad en equidad y justicia, en solidaridad y compasión, en verdad, libertad y paz.

Este año 2012 próximo a terminar hemos vivido experiencias dolorosas en nuestras historias personales, familiares, comunitarias, en nuestra vida como Nación y en el mundo entero (conflictos bélicos, fenómenos naturales con pérdidas de vidas, etc…) y sin embargo, los creyentes en Cristo creemos que, aún en las experiencias más conflictivas, dolorosas y de mayor sufrimiento, el hombre y la mujer pueden seguir agradeciendo porque podemos “seguir esperando cuando no hay esperanza” (Rom 4,18) y porque el cristiano entiende que es en el entramado de la historia (con experiencias de bien y de mal entrelazadas, entre luces y sombras) donde Dios se revela, con hechos y con palabras (DV 2).

Los invito, pues, a encontrar motivos para agradecer; a construir una sociedad en la que todos podamos seguir agradeciendo y esperando. FELIZ DIA DE ACCION DE GRACIAS!

martes, 9 de octubre de 2012

Un Año para la Fe


En el contexto del Sínodo de la Iglesia Católica sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana, se inaugura “El Año de la Fe”.

La vida misma del hombre es un acontecimiento de fe. La existencia de cada ser humano transcurre como una sumatoria de actos cotidianos y permanentes de fe. Fe en la vida, en nosotros mismos, en todo lo que nos acontece y nos circunda. No podríamos vivir sin fe, sin fiarnos (de la comida que nos alimenta, de la silla que ocupamos, de la ducha que tomamos y del tráfico por entre el que transitamos, vivimos confiados el presente y esperamos confiados el mañana…). Vivir es confiar. Por lo que la experiencia de la fe religiosa tiene, primero que todo, una raigambre profundamente antropológica en la experiencia misma que tiene todo hombre y mujer en la tarea cotidiana de ser seres humanos.

La religión es, por antonomasia, una experiencia de fe, o en fe. En la experiencia religiosa el ser humano se fía y confía su vida (su ayer, su hoy, su mañana y su destino último y definitivo) en el poder del Trascendente. Los cristianos tenemos puesta toda nuestra confianza en el Dios revelado en Jesucristo: Padre, Hijo, Espíritu Santo.

Un “Año de la Fe” es una ocasión propicia para ahondar en lo que significa nuestra experiencia humana y religiosa: nuestra experiencia vital confiada – por Cristo, con El y en El – en el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Un “Año de la Fe” es un tiempo providencial para reflexionar sobre la Fe en Cristo y sobre las implicaciones que la experiencia de confiar en Dios tiene en cada una de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestros trabajos y de los ambientes laborales, académicos, políticos y económicos en los que vivimos nuestra existencia.

La experiencia religiosa cristiana es, ante todo, eso: una experiencia, una práctica vital que coincide con la misma existencia humana y que involucra e implica todo el ser y el quehacer del ser humano. La fe de todo ser humano, como la del mismo Jesús de Nazaret, es una experiencia humana, vivida y probada en el transcurrir de cada día y de cada nueva y cambiante circunstancia, según la cual el hombre es capaz de poner toda su confianza y esperanza en el Dios de Jesucristo.

La fe no es entonces ni en primer lugar un cuerpo doctrinal (aunque lo supone y lo elabora) ni un concepto, ni la celebración de un rito. La fe cristiana es una experiencia de vida humana: una vida humana que confía en Dios como:

La fe de Abraham: Gn 22,1-19
La fe de Job: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó” (Job 2,10)
La Fe de Jesús: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,45).
La Fe de María: “Hágase en mí según tu palabra”(Lc 1,26-38)
La fe del leproso: “Si quieres, puedes limpiarme” (Mt 8,1-3)
La del centurión: “Una palabra tuya bastará para sanarme”(Mt 8,5-8).
La de Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece” (Filip 4,13). 

Y como la de tantos hombres y mujeres que en el evangelio y en la historia de la humanidad han puesto toda su confianza en Dios, han puesto su vida en manos del poder y de la misericordia de Dios, nuestro Padre, por Cristo, en el Espíritu.

Así entendida, la Fe cristiana no es un acto conceptual o teórico, ni es un consentimiento conceptual y racional. La fe cristiana tampoco es una práctica aparte, separada, divorciada, distante o al margen de la vida cotidiana. Por el contrario la fe cristiana otorga al hombre y a la mujer cristianos una mirada especial a las circunstancias cotidianas en las que se desenvuelve la vida de todo ser humano.

La distinción y divorcio que hemos hecho entre la experiencia religiosa de fe y nuestro diario vivir produce diariamente contradicciones tales como ésta: sociedades mayoritariamente cristianas poseen, en el concierto mundial, los más elevados índices de inequidad, de injusticia, de violencia, de muerte…   Es decir, sociedades en las que la Fe cristiana no tiene nada que decir a la vida cotidiana del hombre-en-sociedad, en las que la fe religiosa cristiana no ilumina las realidades temporales y mundanas y en las que, por el contrario, la fe parece estorbar las diarias aspiraciones y conquistas humanas.

Para que la fe religiosa cristiana sea más razonada, mejor celebrada, más compartida, mejor predicada pero, sobre todo más y mejor vivida: Bienvenido “el Año de la Fe” cristiana!

lunes, 1 de octubre de 2012

La Nueva Evangelización


Fue en su primer viaje pastoral a Polonia desde Nowa Huta que el Beato Juan Pablo II habló y exhortó sobre la necesidad de una “nueva evangelización” y acuñó dicho término con el que el venerado Papa quería impulsar la tarea y desafío permanente de la Iglesia en el mundo. Esta llamada renovadora a realizar la tarea misionera de la Iglesia con los contenidos sempiternos del Evangelio, que es Jesucristo mismo, habría de ser, según el Papa - “nueva” en el ardor, “nueva” en los métodos y “nueva” también en las expresiones para que Cristo y su evangelio impregnen no como un mero barniz las realidades temporales sino para que Cristo y los criterios, principios y valores de su evangelio lleguen en profundidad al corazón de cada hombre, renueven la existencia de todos, la convivencia entre los hombres y los pueblos y Cristo llegue a ser “la luz del mundo” y la “sal de la tierra”. Una evangelización que alcance a todos los pueblos e impregne de valores evangélicos la cultura y las culturas de todos los rincones del orbe.


El desafío de la “nueva evangelización” exige el testimonio vital y existencial de cada cristiano y de las comunidades eclesiales con la certeza de que el misterio y ministerio de Cristo ilumina y esclarece la vida de los hombres y de los pueblos (GS 22), que en la persona de Cristo y su evangelio encuentran respuesta las grandes interrogantes del ser humano y los mejores anhelos de toda la humanidad y de su historia siempre cambiante. Todo lo cual supone que, en la vida de la Iglesia y en la tarea evangelizadora en el mundo, demos a la Sagrada Escritura la centralidad que le corresponde como fuente de todo lo revelado por la Palabra de Dios que es Cristo mismo: norma normativa no normada de nuestro ser y quehacer como discípulos.

Así, “nueva evangelización” y “Palabra de Dios” se implican y requieren de manera tal que la evangelización desde la Sagrada Escritura resulta siempre renovadora, siempre “nueva”, siempre vigente y la “Palabra de Dios” hace eficaz la tarea de la “nueva evangelización” hoy.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Que Todos Seamos Uno En La Diversidad


Un sínodo, la palabra sínodo, proveniente del latín sinŏdus, y este a su vez del griego σúνοδος sínodos, que en el griego koiné (o griego popular, que hablaba el pueblo, a diferencia del griego clásico, de los filósofos) significa literalmente 'caminar juntos', y hoy, en la Iglesia Católica designa - según el Canon 342 del vigente Código de Derecho Canónico, una asamblea de Obispos, de carácter no deliberativo sino consultivo,  escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos del mundo sobre temas de actualidad en la vida de la Iglesia y del Mundo.


Un Sínodo, entonces, es un cuerpo consultivo de obispos convocado por el Papa de manera ordinaria cada tres años y de manera extraordinaria cuando el Papa lo considere necesario. Hay sínodos sobre temas pastorales pero los hay también continentales como el Sínodo de la Iglesia en América o en Asia.

El próximo mes de octubre la la Iglesia Católica celebrará el Sínodo – de carácter ordinario - sobre la Nueva Evangelización. Será el XIII Sínodo de los obispos católicos y se constituye en una oportunidad única para que los católicos de toda raza, lengua, pueblo y condición social reflexionemos sobre los desafíos que esta coyuntura histórica de la humanidad y la vida del hombre y del cristiano en la sociedad actual le plantean a la tarea evangelizadora de la Iglesia en el mundo.

El sábado 3 de diciembre de 2005 el Santo Padre Benedicto XVI en un discurso al segundo grupo de obispos de Polonia en visita “Ad limina habló de la Nueva Evangelización, refiriéndose a la homilía del Beato Juan Pablo II a los obreros de Nowa Huta, durante el primer viaje a su patria, recordando sus palabras: “De la cruz de Nowa Huta ha comenzado la nueva evangelización”. Fue en esa ocasión cuando Juan Pablo II proclamó la necesidad de una “Nueva Evangelización” e inauguró este término para designar todo lo que la Iglesia Católica tiene que hacer para que – con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones – cumpla adecuadamente con la tarea de impregnar de criterios del evangelio las realidades temporales.

Con el próximo Sínodo se busca desarrollar directrices de como presentar nuestra fe en esta hora actual, cómo vivirla, cómo anunciarla y cómo evangelizar el mundo de hoy con sus relaciones interpersonales, micro y macroeconómicas, políticas y culturales, artísticas y deportivas, culturales y tecnológicas, realidades locales o internacionales, realidades comunitarias o globales, etc.

Subyace en la intencionalidad de este Concilio la misma idea desarrollada por Juan Pablo II en la celebración de los 500 años de evangelización en América. Por lo que la comunidad hispana residente en los Estados Unidos ha de volver a preguntarse por su presencia “católica” en esta Nación, por la identidad católica que impregna la historia de nuestros orígenes hispanoamericanos y los desafíos propios que nuestra condición de católicos migrantes nos lanza y le lanza a la Iglesia Católica en esta gran Nación.

Algunos de estos grandes retos y clamores entre lo hispano y lo angloamericano, entre lo anglo-católico y los hispano-católico, entre lo puramente hispánico y lo puramente anglo y norteamericano tiene que ver con la comunión y la participación, con el deseo de Jesús puesto de manifiesto en el evangelio de Juan: “Que todos sean uno” (Jn 17,21). Unidad que se realiza en la plena participación y en la integración, no así en la asimilación de la cultura hispana por parte de la cultura dominante.

Aunque falte mucho por hacer en este campo, es mucho también lo logrado con grandes cuotas de sacrificio: el año 1970 se nombra a Mons. Patricio Flores como primer obispo de origen hispano en los EEUU., actualmente obispo emérito de San Antonio-Texas. Pero en la actualidad contamos con 47 obispos hispanos.

Ahora bien, no sólo necesitamos nombramiento de obispos hispanos, también necesitamos nombramiento de académicos hispanos en las universidades e impulsar el desarrollo de un liderazgo político inspirado en el magisterio de la Iglesia que logre con el apoyo y concurso de todos, entre otras muchas cosas, leyes migratorias humanas, equitativas y justas para los pobres y marginados del evangelio, que hoy entre nosotros, tienen rostros y apellidos propios: se trata de los millones de pobres, empobrecidos, marginados y excluidos de las sociedades de donde salieron y en esta a la que llegan donde – por falta de documentos – se les explota, persigue y condena a vivir en condiciones no propias de habitantes de esta Nación que se precia de ser sociedad libre y democrática y muchísimo menos de hijos de Dios.

Todo lo cual ha de contribuir al cumplimiento de la visión y el sueño de Juan Pablo II: llegar a ser y hablar no de tres américas sino de UNA AMERICA unida y para todos. Una América con distintos rostros, lenguajes y colores, con distintos credos e ideologías, con distintos sabores y costumbres pero con un destino común: construir una sociedad más fraterna, más solidaria, más humana y más justa. Una sociedad en la que nadie sobra y todos caben y a todos les es posible la mayor realización de los mejores y más humanos anhelos.

Así el tema sinodal del próximo octubre sobre la Nueva Evangelización nos interpela y adquiere en nuestro contexto hispano en los Estados Unidos perfil e interés propio: el de descubrir lo propio de lo hispano, de lo norte-americano y lo católico como posibilidad de convergencia, de integración, de unidad y de enriquecimiento mutuo con nuestras diferencias y no como obligatoria separación y causa de rechazo y discriminación por todo aquello que no nos es común.

Común nos es a todos el mismo origen divino, las mimas tendencias a lo noble, bueno, bello y verdadero. Común nos es a todos el planeta que habitamos y los sueños de un mundo mejor. Común nos es a todos los creyentes en Cristo (hispanos y no hispanos) el sueño y la tarea de construir la unidad – en la diversidad - vivida y predicada por nuestro Señor Jesucristo.

lunes, 17 de septiembre de 2012

A Medio Siglo del Vaticano II

 
El Papa Juan XXIII firma la bula convocando el Concilio
Vaticano II, 25 de diciembre 1961. (Foto CNS)
 
Hace cincuenta años se inauguró el Concilio Ecuménico Vaticano II. Se iniciaba así el vigésimo segundo Concilio Ecuménico (vale decir, de carácter universal) en la historia de la Iglesia Católica. El Concilio Vaticano II fue convocado por el Papa Juan XXIII el 25 de enero de 1959 y, sin duda, uno de los eventos históricos que marcó la historia del mundo y de la Iglesia en el siglo XX. El Concilio constó de cuatro sesiones: la primera de ellas fue presidida por el mismo Papa en el otoño de 1962. Él no pudo concluir este Concilio ya que falleció un año después, (el 3 de junio de 1963). Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el papa Pablo VI, hasta su clausura en 1965. La lengua oficial del Concilio fue el latín. El Conclio Vaticano II fue, también, el Concilio que contó contó con mayor y más diversa representación de lenguas y razas, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todos los rincones de la tierra y contó, además, con la asistencia de miembros de otras confesiones religiosas cristianas.

El Concilio se convocó con los fines principales de promover el desarrollo de la fe católica, lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles, adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo y lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las orientales. Se pretendía así, que fuera un aggiornamento o puesta al día de la Iglesia con el trasegar de la historia de la humanidad, renovando los elementos que más necesidad tuvieran de ello, revisando el fondo y la forma y los contenidos de la tarea evangelizadora de la Iglesia en el mundo. Para ello, el Concilio Vaticano II pretendió proporcionar una apertura dialogante con el mundo moderno, actualizando la vida de la Iglesia, con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemas actuales y antiguos.

La multitud de representantes de tantos y tan distintos rincones de la Iglesia en el mundo nos permite suponer que las sesiones, discusiones y documentos emanados del Concilio contienen una diversidad de visiones sobre el ser y quehacer de la Iglesia en el mundo.

Sin embargo si podemos – en la cortedad de este artículo – subrayar como ejes temáticos del Conclio Vaticano II:

  • La necesidad de retornar a las fuentes: a la Buena Nueva vivida y predicada por el mismo Jesús de Nazareth durante su ministerio público y a la experiencia cristiana de los primeros días de la Iglesia vivida por las primeras comunidades cristianas. Después de veinte siglos de trasegar por la historia del mundo se hacía necesaria una reflexión, una revisión, una poda y una puesta al día de todo aquello que corresponde y que no corresponde con la indefectibilidad de la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo.
  • Todos los bautizados, miembros del Pueblo de Dios, estamos llamados a la santidad. Y, en el Concilio Vaticano II, la comprensión de la Iglesia derrumba y remonta los límites geográficos para convertirse en espacio de salvación para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, todos los que viven en Cristo sin conocerlo y saberlo porque viven amando y sirviendo para la construcción de sociedades más fraternas.
  • Así mismo, la Iglesia se entiende a sí misma como Madre y Maestra, pero – sobre todo – como espacio de compasión y de misericordia en el mundo para acoger y albergar en su seno a todos, especialmente a los más pequeños, los más débiles y empobrecidos del mundo; de la misma manera que Jesús fue en su momento espacio de misericordia, signo sacramental y presencia histórica del amor del Padre.
  • En el Concilio Vaticano II, la Iglesia se entiende más como comunidad de comunidades, de comunión y participación y se va alejando del modelo imperial y piramidal romano y vuelve a tomar conciencia de su poder y rol protagónico en el mundo entendido como servicio a ejemplo de su Señor.
  • La centralidad de la Sagrada Escritura y, en ella, del evangelio (Buena Nueva) que es Jesús mismo: norma normativa no normada de nuestro ser y quehacer como discípulos. Por lo que el acceso y estudio de la Teología y, en concreto, de la Sagrada Escritura ha venido siendo posible, promocionado y fomentado en la tarea evangelizadora y misionera de la Iglesia.
Con estos y otros ejes temáticos importantes todos y muy novedosos algunos, el Concilio Vaticano propició enormes cambios al interior de la vida de la Iglesia, de sus miembros y en la manera de presentarse la Iglesia ante el mundo. Al mismo tiempo, aparecieron contrastes y tensiones entre los que deseaban y desean – conservadoramente – más apego a las costumbres y tradiciones y los que quisieran un caminar de la Iglesia más cónsono con el ritmo de la humanidad en la historia.

Baste recordar aquí la introducción de la lengua propia de cada lugar para la liturgia del Pueblo de Dios y todos los cambios suscitados en el culto divino, la creación de cuerpos colegiados en la vida de la Iglesia como los Sínodos, las Conferencias Episcopales, los Consejos Parroquiales, etc. con el propósito de “democratizar” la participación en el ser y quehacer de la Iglesia de todo el Pueblo de Dios.

El contexto en el que se realizaron las sesiones conciliares se inscribe además en un contexto mayor: el de la década de los años sesentas marcada por todo tipo de convulsiones espirituales a lo largo y ancho del planeta: la percepción de la historia de la humanidad como un “cementerio de esperanzas”, un sentimiento de no-futuro porque la ciencia y la tecnología modernas no solucionaron los grandes problemas de la humanidad (hambre, miseria, injusticia, divisiones, inequidad) y acarrearon unos nuevos (contaminación, carrera armamentista, etc), rebeldía juvenil, protestas, movimientos revolucionarios de izquierda, guerrillas, movimientos de liberación sexual, etc. Este nuevo espíritu de la humanidad afectó y afecta necesariamente la vida de la Iglesia y de todos sus miembros, pues la Iglesia - inserta en el mundo - no puede substraerse a las luces y sombras del mundo en el que camina y al que intenta iluminar con la luz del evangelio de Jesucristo.

La celebración de estos cincuenta años del Concilio nos pide volver a los documentos conciliares para conocerlos y vivirlos y, sobre todo, para retornar al espíritu de renovación que impulsó la mente y el corazón de quienes lo convocaron y lo hicieron posible, para volver a la gran lección que nos dejó el Concilio Vaticano II: la necesidad de que la Iglesia conozca mejor la historia del mundo y de la humanidad a la que está destinada en su ser y en su tarea para ser fiel a Aquel en quien se esclarece la vida, el misterio de todo hombre y de toda la humanidad.

viernes, 14 de septiembre de 2012

En el Mes Nacional de la Herencia Hispana


El 17 de septiembre de 1968 el Congreso de los Estados Unidos autorizó al presidente Lyndon B. Johnson a que proclamara la Semana Nacional de la Herencia Hispana. Dicha proclama instaba al pueblo estadounidense, especialmente a las entidades educativas, a observar la semana con ceremonias y actividades apropiadas. Para estimular esta participación, el presidente Gerald R. Ford emitió, en 1974, una proclama que instaba a las escuelas y a las organizaciones de derechos humanos a participar de lleno en esa semana.

Veinte años más tarde, el 17 de agosto de 1988, el entonces presidente Ronald Reagan reiteró la llamada de Ford a un reconocimiento más amplio de los estadounidenses de origen hispano y para ello el Congreso aprobó la Ley 100-402 que amplió la celebración por un periodo de 31 días al que se denominó EL MES NACIONAL DE LA HERENCIA HISPANA (del 15 de septiembre al 15 de octubre de cada año). Ahora los Estados Unidos celebran por un mes la cultura y las tradiciones de los residentes en este país con raíces en España, México y los países de habla hispana de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe y se rinde honor a los logros de la comunidad hispana o latina residente en esta Nación.

Esta es una celebración y una oportunidad muy importante. Una celebración, porque – como Comunidad Hispana - rememoramos y festejamos alrededor de nuestro origen, de nuestra historia, de nuestra cultura y de nuestros valores toda nuestra identidad y nuestro ser en esta Nación. Y una oportunidad porque es un tiempo privilegiado para que cada año revisemos nuestro quehacer “hispano” en esta Nación, nuestros objetivos comunes (si los tenemos), nuestros empeños, nuestros esfuerzos, nuestros anhelos, nuestras búsquedas, nuestros ideales, nuestros aportes a la historia y progreso del suelo que ahora habitamos y, sobre todo, los logros que nuestra presencia hispana va obteniendo en el concierto total de la vida en esta gran Nación.

Los hispanos de varias generaciones, procedentes de distintos rincones de América Latina y con las más variadas y ricas expresiones culturales, a los que nos une un pasado histórico que nos relaciona con España o Portugal, un lenguaje (también rico y diverso) y la fe católica presente en nuestros orígenes como naciones, ya somos muchos en esta Nación. El Censo Nacional del año 2000 contó 56 millones de personas de origen hispano viviendo en los Estados Unidos, lo que nos convierte en la minoría mayoritaria pues representamos el 15% de la población total de los Estados Unidos de Norteamérica.

Pero el crecimiento numérico como población supone, al mismo tiempo, el crecimiento de los problemas que como comunidad debemos afrontar y resolver al interior de la misma comunidad y, hacia afuera, en relación con el resto de la muy diversa y multicultural población de los Estados Unidos en todos los campos de la vida en sociedad: académicos, económicos, políticos, culturales, artísticos, deportivos, religiosos, etc.

Grandes problemas que afrontamos son, entre otros: nuestra falta de conocimiento al interior de nosotros mismos y de nuestras comunidades hispanas, nuestra falta de integración y unidad, nuestro poco o nulo sentido de pertenencia a la comunidad hispana presente en los Estados Unidos, nuestra falta de liderazgo y de la interrelación entre el liderazgo de las distintas comunidades, nuestra falta de objetivos comunes (especialmente políticos) y la ausencia de visión común para luchar y alcanzar logros comunes en la vida de esta Nación, ni siquiera gozamos de un nombre propio y común que nos defina e identifique como comunidad frente al resto de la Nación.

Así, por ejemplo, el último estudio que hizo la compañía PEW Hispanic Center revela que:

• La mayoría de los hispanos o latinos, no se quieren llamar a sí mismos “hispanos” o “latinos”.

• Aproximadamente el 51% de los hispanos de la Nación prefieren identificarse según el país de origen de la familia.

• Sólo el 49% de los encuestados dijeron que emplean la denominación de hispanos y latinos.

• Apenas el 21% dijeron que prefieren describirse como americanos.

• El 79% de los encuestados dijeron que si tuvieran que hacerlo de nuevo, vendrían a los Estados Unidos.

De otra parte, durante – especialmente – los últimos cinco años, el debate migratorio en los Estados Unidos ha sido pobre, penoso, desfavorable e injusto con la Comunidad Hispana: se nos ha maltrato, se nos han impedido procesos de legalización y se nos han negado oportunidades sociales para integrarnos a la vida nacional de este país.

Este fracaso en política migratoria especialmente con la comunidad Hispana presente en esta Nación admite muchas lecturas pero se debe en gran medida a nuestra falta de unidad, de conocimiento y cohesión interna, a la carencia de líderes hispanos que representen nuestras necesidades, inquietudes, clamores, urgencias, anhelos.

En el tema migratorio, la Iglesia Católica, enriquecida aquí por el número creciente de fieles hispanos que ahora la integran, ha sabido hacer de “Madre y Maestra” para la Comunidad Hispana. La Iglesia Católica, en los Estados Unidos, ha aprovechado la oportunidad histórica de alzarse con el liderazgo y la vocería en este tema tan importante para gran número de sus fieles (los hispanos) y tan importante en el concierto nacional donde la Comunidad Hispana está llamada no a asimilarse (perdiendo así su identidad) pero sí a integrarse (con toda su riqueza histórica y sus valores culturales y cristianos) en la totalidad de los campos sociales que componen y dan forma a la vida esta Nación.

sábado, 7 de abril de 2012

“Para que tengan Vida abundante” (Jn 10,10)


Con la solemnidad de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo los cristianos conmemoramos la principal confesión de nuestra fe. Celebramos que “Al que mataron colgándolo de un madero…Dios lo resucitó” (Hc 2,22ss). Porque si Cristo no resucitó vana es nuestra fe, vana es nuestra predicación y vana también nuestra esperanza (Cfr.1 Cor 15,17).

Esta confesión de fe es la que nos conecta e identifica con los apóstoles, con los primeros discípulos, con los creyentes de los primeros siglos y con los cristianos de todos los tiempos y rincones de la tierra. Esta confesión de fe es la que imprime el carácter y la señal de los cristianos en el mundo como hombres y mujeres de esperanza. Porque en la resurrección de Cristo triunfó la vida sobre la muerte y – por ella – sabemos que el destino último y definitivo del hombre, en el plan del Padre, no es la muerte, el caos, la nada, el absurdo, el fracaso sino la vida y no cualquier vida sino una vida abundante (Jn 10,10).

Pero esta confesión de fe para que sea auténtica ( y no sólo de labios para afuera) ha de nacer hoy de la misma experiencia vital que nació ayer entre los primeros cristianos: una experiencia transformadora de sus vidas por la que se confesaron hombres y mujeres nuevos (Cfr. Ef 4,24; Mt 9,17), renovados en la mente (Ef 4,23), es decir, con una criteriología nueva, con una vida según la lógica del evangelio y la sabiduría de la cruz y no según la lógica del mundo(Cfr. 1 Cor 1,21; Jn 8,23; Jn 15,18-21). Experiencia transformadora que les hizo proclamar por el mundo entero que el muerto está vivo, que ha resucitado y vive hoy entre nosotros

Dicha experiencia vital y transformadora se probó entre los primeros cristianos y ha de experimentarse, probarse, manifestarse y predicarse hoy en la vida de quienes – como Cristo mismo – llaman a Dios Padre, (Gal 4,6; Rm 8,14) se reconocen sus hijos y hermanos de todos, cumpliendo la voluntad del Padre, el mandato del amor.

Hoy, como hace dos mil años, se nos pregunta a los cristianos dónde lo hemos puesto al Resucitado? (Cfr. Jn 20,2ss) Dónde puede el mundo encontrar a Jesucristo el Viviente de los skiglos? Por lo que la confesión de fe en la Resurrección nos interpela y compromete a presentar a Cristo vivo en el mundo mediante el testimonio de nuestras vidas transformadas según el evangelio de Jesucristo. Así, la presencia del Resucitado en el mundo de hoy la realizan los cristianos que viven la vida de Cristo en ellos y que pueden gritar como Pablo: “Ya no vivo yo es Cristo quien vive en mi”(Gal 2,20

De otra parte, la sociedad actual clama por posibilidades y espacios de vida en medio de una “cultura de la muerte”. Dicha urgencia desafía a los cristianos: a todos los hombres y mujeres creyentes en el Dios de la Vida eterna, plena, abundante (Cfr. Jn 10,10), creyentes en el Dios que en su Hijo triunfó sobre el mal, sobre el pecado, sobre el dolor, sobre la injusticia y la muerte y nos ofrece posibilidades infinitas de vida nueva.

Resurrección es pascua. Pascua es palabra hebrea que significa “paso”, transformación, cambio, conversión.

· Paso de la muerte a la vida si nos amamos los unos a los otros (1 Jn 3,14).
· Paso del odio al amor.
· Paso de la tristeza a la alegría: “Una alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar” (Jn 16,22).
· Paso del egoísmo al servicio y a la solidaridad.
· Paso del egoísmo a la entrega generosa de la vida por el evangelio (Lc 9,22-25).
· Paso del odio al perdón.
· Paso de la inequidad a la justicia.
· Paso de la competencia a la fraternidad.
· Paso de las tinieblas a la luz.
· Paso de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.
· Paso del pecado a la gracia.
· Paso de lo viejo a lo nuevo.
· Paso de la condición de esclavo a la vida de hijo.

Finalmente, si resurrección es vida abundante (Cfr. Jn 10,10) vida eterna (Jn 3,16) y salvación y esa vida plena y salvación es sinónimo de la felicidad que todo hombre y mujer anhela y espera, entonces Cristo, su evangelio y todo el acontecimiento salvífico, pascual y cristiano se integran a nuestra vida y responden a la pregunta fundamental del ser humano: la búsqueda incesante de felicidad.

Cristo nos salva porque nos hace felices, enseñándonos a vivir su misma vida: la vida de hijos de Dios y hermanos de todos, que posibilita - en el amor - una sociedad más fraterna y justa, más justa y solidaria, más equitativa y en paz. Ya no hay divorcio entre fe y vida, entre pascua y nuestra cotidianidad, porque la resurrección de Cristo - y la que en El todos esperamos - es la felicidad que buscamos y que en el Viviente encontramos. Felices Pascuas!

martes, 3 de abril de 2012

Porque llamaba a Dios “Padre…”

“…Tenían ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.” (Jn 5,17-30). Con esta frase, el evangelista Juan sintetiza el conflicto que Jesús enfrentó con las autoridades judías de su pueblo y de su tiempo (sumos sacerdotes, escribas, fariseos, ancianos, etc.). Conflicto que finalmente desencadenó en su pasión, muerte y resurrección. Por lo que, esta misma frase, nos introduce también en la celebración de la Semana Mayor o Semana Santa y concretamente en la celebración del Triduo Pascual.

Llamaba a Dios Padre suyo: Todos los hechos de Jesús, todas sus palabras (parábolas), todo su ministerio, es una buena noticia para hombres y mujeres de buena voluntad: el Creador y Dios del Antiguo Testamento es un Padre compasivo y misericordioso “que no se alegra con la muerte del pecador sino que quiere que se convierta y viva” (Cfr. Mt 22,32), que “hace salir el sol sobre buenos y malos y caer la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5,45), “que da cosas buenas a quienes se lo piden” (Mt 7,10) y que – en Jesús – se manifiesta como el que ha venido “a llamar no a justos sino a pecadores” (Mc 2,17).

Haciéndose igual a Dios: Jesús es Hijo a imagen y semejanza del Padre. Es absolutamente divino porque es profunda y totalmente humano. Toda su humanidad es pura divinidad. Realiza en El la perfección de Dios a la que todos los hijos estamos llamados: “Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto, compasivos y misericordiosos como el Padre del cielo es compasivo y misericordioso” (Mt 5,48). Quienes lo vieron a Él, vieron al Padre (Cfr. Jn 14,9).

Violaba el sábado: De esta relación filial con Dios, Jesús derivó todas las consecuencias para su vida y la de sus discípulos de todos los tiempos: Todos somos hermanos (Cfr. Mt 23,8), llamados a amarnos los unos a los otros como el Padre del cielo nos ama (cfr.1 Jn 4,11), con obras, especialmente a los más necesitados (Cfr. Mt 25,31ss). Con esta certeza, antepuso la voluntad del Padre, que consiste en que nos amemos los unos a los otros (Cfr. Jn 13,34) y denunció, violó e incumplió una relación con Dios de tipo ritual, legalista, externa, cultual y sacrificial que pretendía honrarlo y darle culto despreciando a los más pequeños. Por eso, en muchas ocasiones, habló así, especialmente contra escribas y fariseos, quienes por cumplir con la ley y el culto en el Templo desprecian y dan un rodeo ante el hermano caído (Cfr. Lc 10,33ss):


  • “Hipócritas, pagáis el diezmo de la menta, del anís y descuidáis lo más importante de la ley: la justicia y la misericordia” (Mt 23,23).


  • “Vayan y aprendan lo que significa quiero misericordia y no sacrificio” (Mt 9,13).


  • “Deja tu ofrenda en el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,23).


  • “Lo que hicisteis o dejasteis de hacer con uno de los más pequeños conmigo lo hicisteis o lo dejasteis de hacer” (Mt 25,31).


  • “El que dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve es un farsante, un homicida (1 Jn 4,20; 1 Jn 3,15).


  • “No debías tener tu compasión de tu hermano como yo tuve compasión de ti”(Mt 18,33).

Por eso, el triduo pascual en Semana Santa es la conmemoración de la vida del Hijo entregada por entero al cumplimiento de la voluntad del Padre: el establecimiento del Reinado de Dios en la medida en que reconociéndonos hijos del mismo Padre nos amamos todos como hermanos los unos a los otros.

Por eso, también, la lectura de los relatos evangélicos de la Pasión y Muerte son la actualización del proceso injusto hecho contra Jesús como consecuencia de sus opciones: padece y muere en la misma línea y forma (Cfr. Jn 1,29; Hc 8,32) y por similares conflictos y motivos por los que siglos antes murieron los profetas de su pueblo y por los que hoy continúan muriendo todos los que – como El -ofrendan su vida a la causa de la verdad, de la vida, de la solidaridad, de la justicia, de la libertad, de la paz.

Por todo lo anterior, Semana Santa es la conmemoración y actualización de la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Aquel que entendió y nos enseñó que la vida se gana cuando se pierde, se dona, se entrega, se da, se gasta en favor de los otros y que se pierde cuando se ahorra egoístamente (Cfr. Mt 16,25).

Hoy, los discípulos de Jesús, podemos vivir la Semana Santa como el recuerdo de unos hechos pasados que en nada tocan nuestro presente o como la memoria de unos acontecimientos que hoy se actualizan en nuestras vidas y en la vida de un mundo que necesita de hombres y mujeres capaces de lavar los pies de sus hermanos, de partir y compartir el mismo pan, de cargar la cruz de los otros, de enjugar el rostro y consolar la existencia de los que más sufren para ir construyendo espacios de vida abundante (Jn 10,10), de resurrección.

martes, 21 de febrero de 2012

EL PECADO Y LA CUARESMA

Cuaresma es un tiempo litúrgico privilegiado para reflexionar sobre la condición humana, sobre lo frágil y vulnerable de la existencia humana y, especialmente, sobre la experiencia de mal (y bien) en la que el hombre vive y desarrolla toda su existencia histórica personal y comunitariamente. Experiencia de mal que se vive, evidencia y manifiesta en forma conflictos (personales, familiares, sociales, nacionales, internacionales, desastres naturales, etc.) y que, en la cosmovisión y teología cristianas llamamos “pecado”, a diferencia de otras cosmovisiones y sistemas teológicos en los que el mal se denomina falta, culpa, mancha, tabú, transgresión, etc.

Según nos da cuenta el evangelio (Cfr. Mt 4, 1-11; Mc 1,12-15; Lc 4,1-13 y Primer Domingo de los Ciclos Litúrgicos A, B y C) Jesús mismo experimenta el mal, el pecado, en forma de tentaciones que resumen las tres grandes apetencias de todo ser humano: el poder, el placer y el poseer. Realidad de pecado en forma de tentaciones a las que nadie escapa: “El que esé sin pecado…”(Jn 8,1-11). En el relato evangélico de las tentaciones vence Jesús y, con su victoria, nos enseña la posibilidad y el modo de triunfar sobre el mal, sobre el pecado, en el mundo.

Por ello, Jesús es – para los cristianos - “el Camino, la Verdad y la Vida”(Jn 14,6), el nuevo pozo de donde mana la vida eterna (Jn 4,5-42), la luz del mundo (Jn 9,1-41), el Salvador (Jn 3,14-21), la vida frente a la realidad de la muerte (Jn 11,1-45) y, finalmente en el único no-pecador: “semejante a nosotros en todo menos en el pecado” (Filip 2,7).

Pero los temas “pecado” y su correspondiente: “el perdón” son tratados de manera distinta en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Así, mientras en el Antiguo Testamento se habla de pecados (en plural) como faltas y transgresiones a la Ley y del perdón como castigos (y en el judaísmo tardío: ritos) impuestos para subsanar, reivindicar, armonizar, equilibrar la vida y resarcir los daños y reintegrarse a la vida en la comunidad, el Nuevo Testamento habla del pecado en singular (con el vocablo griego hamartía) como una negación deliberada (inteligente y libre) del hombre a todo lo divino que hay en él, como una negación de lo divino en el hombre, como una torcedura interior, como una “opción fundamental” del hombre de espaldas al Creador y Padre, como una negación de la vocación primera: la de llegar a ser semejantes al Padre; perfectos, compasivos y misericordiosos como Dios mismo. El pecado es en el Nuevo Testamento una postura diabólica (no divina), pecadora (una acción animalesca, irracional), inhumana (no divina) por la que el hombre va diseminando frutos malos, pecados (estos sí en plural).

Para corregir, enderezar, borrar del todo, curar y salvar al hombre, Cristo , con la Buena Nueva de su vida y anuncio, con su entrega hasta la muerte en Cruz y su Resurrección vence el mal, libera, redime, justifica al ser humano desde dentro (Mt 15,19), de tal manera que el árbol bueno de frutos buenos (Mt 7,17). Entonces, la obra perdonadora y salvadora de Cristo no consiste en limpiar los pecados sino en sanar el pecado, en curar desde dentro, estructural e integralmente al hombre para que ya no peque más (1 Jn 3,6).

Si el itinerario del discípulo, del hijo es llegar a ser semejante al Hijo (Ef 5,1) y, por Cristo, con El y en El, en su conocimiento y seguimiento, llegar a ser “ a imagen y semejanza del Padre”, entonces la Cuaresma nos recuerda, también, la necesidad de vivir en un permanente estado de conversión, de cambio de vida, de adecuación de nuestra vida a la vida de Cristo, de nuestros principios, criterios y actitudes a los criterios del Evangelio, de nuestra lógica del mundo a la lógica de Dios o sabiduría de la cruz, hasta alcanzar exclamar como Pablo “donde abundó el pecado ahora sobreabunda la gracia” (Rm 5,20), “ya no vivo yo es Cristo quien vive en mi”. (Gal 2,20). Conversión que, en el tiempo de Cuaresma, la liturgia equipara a la Transfiguración (Mt 17,1-9) porque convertirnos es hacernos dignos de escuchar – como Jesús - la voz del Padre que nos dice “este es mi hijo, el amado…”.

Cuaresma, entonces, nos recuerda nuestro pecado, nuestra necesidad de conversión pero, sobre todo, nos recuerda la necesidad de volver a la casa paterna en la que nos espera el abrazo compasivo y misericordioso del Padre que no nos trata como a jornaleros o sirvientes sino como a hijos (Lc 15) por lo que Cuaresma es, también, tiempo para la alegre confianza, para la gratitud, para la esperanza humilde en el amor compasivo de Dios. Conversión y fiesta que, en definitiva, implican toda la vida del discípulo, comprometen todo el itinerario del cristiano.